jueves, 27 de agosto de 2009

La Fe - Silo - 1968


No significa lo mismo la palabra “dignidad” para un hombre primitivo que para un científico. Tampoco este término afectará en la misma forma a un hombre de nivel –con respecto al Trabajo- que a otro con nivel distinto.

Para hablar de la Fe, en consecuencia, deberíamos clasificar al hombre con respecto al Trabajo; por lo menos provisoriamente.

Usando un esquema, cuya única finalidad (utilidad) es facilitar la transmisión de nuestras ideas, diremos que existe un hombre Nº 1, un hombre Nº 2, otro Nº 3,4,5,6,7.

Sería ésta una clasificación del hombre con respecto a su desarrollo en el Trabajo. Los tres primeros estados, en cuanto al nivel de comprensión se refiere, están a un mismo nivel, aunque se diferencian por la forma en que el individuo se desenvuelve en el mundo.

El Nº 1 tipológicamente es motriz, el Nº 2 es emotivo y el Nº 3 es intelectual.

Para estos tres primeros hombres, que integran toda la gran humanidad (excepción hecha de unos pocos), el concepto de Fe parecería corresponder lisa y llanamente al de “creencia”, o sea, aquello con que contamos, aquello de lo que no tenemos duda y que no discutimos porque no conocemos. La Fe para el hombre ordinario es una creencia vestida de cierto misterio sobrenatural.

El diccionario pequeño no dice poco:

“Virtud por la cual creemos las verdades divinas. Creencia”. Buscamos la palabra “virtud” y leemos:

“Actividad o fuerza de las cosas para producir efectos. Disposición del alma para obrar de acuerdo a la ley moral”.

Aún no satisfechos buscamos la palabra “alma” y encontramos:

“Substancia espiritual e inmortal del Hombre (del latín: ánima)”.

Creemos que el diccionario, si no lo dice todo, dice mucho. Pero el hombre ordinario no medita sobre los datos que tiene.

El hombre Nº 4 de nuestro esquema, conocido como el “hombre del umbral”, es aquél que está en camino, pues conoce el Trabajo;

se lo llama también “hombre de la ruptura y la vacilación”, y ya para él las palabras y los conceptos dejan de ser ordinarios cobrando un especial sentido.

Y no puede ser de otro modo puesto que su nivel de comprensión es más alto. Para él, la creencia, la Fe, no cambian como conceptos, si bien tiene mayor profundidad sobre ellos, pero las cosas o fenómenos que provocan una Fe o una creencia, cambian.

O sea, a mayor desarrollo, aquello que provoca la Fe es necesariamente distinto.

No hablaremos de la Fe del hombre Nº 5, 6 ó 7. Pero como hemos mencionado, para ubicar al hombre del umbral en una escala donde se destaque su posición intermedia entre superior e inferior a él, diremos que ellos, en diferentes medidas que los distinguen, han logrado un grado superior de conciencia.

Volviendo al hombre ordinario, lo vemos educado en un sistema de creencias ya establecidas para su tiempo histórico. De su aceptación o rebeldía a algunas de ellas dependerá su posición en el mundo, pero siempre estas aceptaciones o rebeldías serán de orden periférico: como modalidades dentro de la posición impuesta por el sistema en que vive. Tendrá un margen reducido para adquirir nuevas creencias, y esta adquisición, en general, la logrará por medio de la crisis.

Vale decir, el cambio de creencias lo provoca la intervención de un sistema mayor dentro de un sistema menor en el cual se mueve el individuo.

Un nuevo descubrimiento científico, por ejemplo provoca una crisis y el individuo pierde el apoyo de una creencia que ya no le sirve como apoyo, pues con la antigua no puede sobrepasar la crisis anterior, viéndose obligado a buscar una creencia nueva.

Nuestra época se caracteriza por una crisis general de valores, los vocablos “dignidad”, “honor”, “ley”, “éxito”, y así siguiendo se mantienen iguales; pero los fenómenos que provocan la actitud de “dignidad”, “honor”, “ley”, “éxito”, etc. ya no son los mismos de antes. De cierta manera podríamos decir que han cambiado de significación para el hombre.

Indudablemente, el mundo circundante en movimiento (algunos hablan de desarrollo) siempre provocará este cambio en la percepción del hombre. Lo que nosotros hemos querido enfatizar es la crisis general de valores que cada cierto tiempo aparece en la humanidad al derrumbe de cada civilización.

En estas épocas, se renuevan los hábitos sedimentados en el hombre y dentro de él hay campo fértil para que nuevas creencias puedan crecer. Y es porque en tales épocas los fenómenos circundantes se diferencian netamente de los anteriores. Lo viejo comienza a saturarse, a no servir como instrumento.

Algunos de los fenómenos que provocan el nuevo significado de las palabras ya se han presentado y las palabras “comida”, “dinero”, “amor”, “lujo”, “velocidad”, y tantas otras que se presentan ya al hombre común con otros rostros diferentes del antiguo. Y el hombre común periféricamente cambia, manteniendo igual nivel de comprensión que antes.

Pero el que adopta un punto de vista global y estudia el peculiar desarrollo de la época, sabe que aún faltan por aparecer los fenómenos que transformarán el antiguo gesto de la palabra paz, religión, conciencia, supervivencia, esperanza u otras de idéntica tónica.

Nosotros, bien sabemos que esos fenómenos están en vías de aparecer, precisamente como necesidad de sobrevivir la crisis histórica que comienza. Los hechos por aparecer deberán provocar cambios en la Fe y en la conciencia del individuo.

Esta seguridad por sí sola, implica para nosotros una misión, puesto que dependerá de un grupo de hombres selectos, el correcto conocimiento de los fenómenos. Sólo una correcta interpretación de ellos permitirá que el hombre ordinario saque el más rápido y mejor provecho de lo mismo.

El grupo selecto que reconocerá esos fenómenos actuará a su vez, como fenómeno para el hombre ordinario y le asegurará una creencia y una Fe como producto de hechos que justifiquen el significado de esas palabras. Se tratará de defender al vulgo de gastar su tensión emotiva (y por ende su conducta) en creencias que no lo dirijan a una paz, hacia una armónica supervivencia.

Para que esa interpretación de fenómenos sea correcta, el hombre selecto no puede equivocarse en su propia Fe.

Y para ese hombre que comienza su evolución, la Fe irá irremisiblemente ligada al Trabajo.

Sólo quien comience a reconocer claramente aquello que obstaculiza o facilita el Trabajo, podrá tener Fe adecuada a su desarrollo y podrá pertenecer a la selección de individuos capacitados para reconocer la validez o invalidez de los hechos históricos que se avecinan.

Esto último no es fácil. Hay hechos que aparentemente tienen importancia, que parecen fijar pilares históricos inconmovibles y luego el tiempo se encarga de ordenar las importancias, levantando hechos olvidados a la categoría de acontecimientos y oscureciendo presuntos acontecimientos en el olvido.

Ese ojo para discernir, para interpretar, debe ser desarrollado. Hay Métodos. “Los que tengan oídos que oigan”; dijo el Maestro.

Quiso decir una sola cosa. Quiso que pudiera ser entendido por hombres de distintos niveles. Nosotros aventuraremos una de las interpretaciones y anotaremos que el hombre ordinario no coincide con aquél que ya está en el Trabajo.

Nosotros diremos que para oír, lo primero es tener oído, tener ese ojo del cual hablamos, sin el cual es imposible ver u oír. O sea, en una primera etapa, no se trataría de oír bien sino de construir un oído.

Para nosotros, en un principio largo y difícil, construir un oído es desarrollarnos a nivel del hombre del umbral, pero de ese modo quedaría todo dicho y no podríamos exponer algunas ideas que podrían servir a los interesados.

Decíamos Fe especial, pues sobrepasa el concepto de creencia y el concepto ordinario de Fe.

Volvamos al pequeño diccionario para ver que otras de las acepciones que propone, es:

“Virtud por la cual creemos verdades divinas”, y como no estábamos ciertos de qué es lo que la gente entiende por virtud, vimos allí que se trataba de: “una disposición del hombre para obrar”.

Pero nosotros sabemos que el hombre común no tiene alma; hasta el pequeño diccionario, opina que es una “sustancia espiritual e inmortal del hombre”

Sabemos que el alma –ánima- debe ser construida penosamente para hacerse recién después, acreedora a un destino.

Sabemos que el hombre máquina no posee voluntad y que nada “hace”, sino que todo le “sucede”.

Para estudiar entonces el tipo de Fe que correspondería al hombre en vías de desarrollo, remitámonos a ciertos aspectos fundamentales del Trabajo.

En la etapa de la cual hablamos, la preocupación está puesta en conocerse a sí mismo, es conocer la propia máquina como condición previa para más tarde poder dejar de ser una máquina.

En esta etapa, el sujeto estudia sus funciones, la corrección de sus centros de gravedad, sus reacciones, sus ciclos, su inevitable mecánica particular de dependiente de una máquina más amplia que lo contiene y lo determina.

En esta etapa, su pensamiento relacionante se desarrolla y tiende a ser menos dominado por raciocinios exclusivamente causales y asociativos; el mismo conocimiento de su estructura, por elemental que éste sea, lo lleva a considerar el Universo como una estructura donde todo se mueve articuladamente de acuerdo a leyes objetivas. Es esto último, precisamente lo que lo hace acreedor a una Fe distinta a la del hombre ordinario.

Es Fe, la del hombre de Trabajo, que se caracteriza por cierto grado de certeza; no decimos claridad analítica hacia lo que provoca la Fe, que destruiría el concepto de Fe; sino la de “certeza de creer en...”, como corolario de sus certezas en creencias menores, que ya han dejando de ser creencias para transformarse en evidencias.

Seamos más claros.

Si he acostumbrado mi mente a desechar el análisis de un fenómeno aislado, desconectado de aquellos otros que lo explican.

Si he comprobado experimentalmente la interconexión de fenómenos y la necesidad de comprenderlos de acuerdo a su posición en una estructura general.

Si entiendo que un sistema cualquiera se comprende teniendo en cuenta el medio en que se desenvuelve, el sistema mayor que lo alimenta y uno menor que recibe del mismo.

Si he comprobado ciclos de una planta que nace, crece y decae, y he relacionado esos ciclos con mis propios ciclos, relacionando velocidades y utilidades.

Entonces diré que comienzo a usar mi forma de pensar relacionante. Y entonces me preguntaré por qué estoy en el Camino.

Por qué yo estoy en esta fecha y en este ciclo.

Entonces relacionaré grupos y acontecimientos, con la etapa histórica en que vivo,

entonces los fenómenos que ocurrirán no se me presentarán aislados como al hombre común, sino relacionados.

Esta relación será el hilo de la madeja. La madeja descubrirá el Sentido.

Lo anterior, es un aspecto del problema. Una base para desarrollar el oído del cual hablamos.

Para el que está en el Trabajo se necesitará que no sólo perciba de una forma especial, sino que distinga los rasgos del hombre despierto, que él mismo desea llegar a ser.

Y si no puede, que distinga los frutos para así reconocer el árbol.

A causa de todo esto; de comprobar que el Trabajo en uno, y de evidenciar experimentalmente que lo ya realizado en esta orientación es “verdad”, podrá dar a su Fe un tinte de certeza.

Será esta Fe especial de individuo selecto lo que simiente la creencia futura del hombre ordinario. La misión es vital.

El futuro de la humanidad depende del tipo de puente que se le extienda, de su solidez, del lugar adecuado donde se construye, en la fecha de la gran crecida de fenómenos por ocurrir.

Solamente ahora trataremos de definir más precisamente la Fe, concepto en sí, muy diferente al de creencia, en otras razones, por el sólo hecho de tener un vocablo propio.

Al contrario de la creencia, que existe pluralizada, la Fe es una y se adapta al singular.

Un hombre tiene muchas creencias, y si bien puede tener Fe en muchas cosas, esa es una sola; las creencias son distintas.

La Fe posee tónica y dirección. Como potencial en el hombre es mucho más vibrátil y poderosa que una creencia.

La creencia como instrumento es siempre una entrega al azar, a la desconocida determinación mecánica del hombre común.

La Fe es ciega, pero palpa el camino y no se equivoca en la dirección: “no sé lo que es, pero sé lo que no es”. Por eso la Fe sirve para obrar.

La Fe, si bien posee la anterior característica, va mucho más allá en su potencial y sirve para transformarse; al transformarse, el nuevo individuo ha transformado la realidad anterior. El mundo también ha cambiado.

La Fe es dinámica, porque es viva como materia repleta de potencialidades.

Si la creencia es droga, la Fe es explosiva y su expansión depende del tratamiento que se le dé.

Alquímicamente, es desencadenante de poderes ocultos en uno mismo, mucho más que la creencia; lleva en ella la acción y el poder sobre el mundo. En ese sentido es mágica.

Mucho más que una creencia en lo extraordinario, Fe es una suerte de extraordinaria percepción que saca al hombre de su periferia para ir más lejos de él, como si el concepto de conocimiento espacial estuviese justamente hermanado con ella.

A causa de esto, entre otras cosas, el hombre no crea para sí una Fe, es algo externo a él, que lo induce, limitándose el sujeto a desarrollarla.

Nace de la necesidad de un maestro, de un hombre superior y en su ausencia, el medio de transmisión de hombres superiores, como las parábolas, los mitos, la arquitectura poética objetiva, los símbolos y otros. Así, la Fe se induce.

La Fe tiene un carácter objetivo; por lo menos la Fe de la cual estamos hablando.

De alguna manera una Fe falsa e inexistente, no es una Fe sino una creencia.

El buen musulmán tiene Fe, nosotros no hemos dicho que ella por sí sola baste para que la transformación del hombre esté bien orientada, pero dijimos que una técnica verdadera precisaba desarrollarse con Fe; es distinto.

Hay quienes saben que la Fe es materia preciosa que permite obrar por “Virtud” de ella y antes habíamos visto que una virtud era: ”una disposición del alma para obrar”.

Ahora, si relacionamos la comunión del alma con la Fe, y pensamos que el alma inexistente en el hombre común, puede empezar a ser construida cuando a alguien se le da Fe, a pesar de que el hombre común cree ir él hacia las cosas, sin aceptar que son las cosas las que van hacia él.

A un hombre se le da la oportunidad de agarrar su pequeño grano de Fe.

Puede perder esa oportunidad, o bien apoderarse ávidamente de ella para desarrollarla conjuntamente con toda su integridad.

La Fe se marca en los ojos como terreno fértil para el saber, el querer y el osar.

Base primera de funciones, que está antes del intelecto, afectando su interacción; antes que la emoción, pero afectándola como si estuviese relacionada con un aspecto más alto: la intención emotiva primero, luego la emoción superior.

En fin, todo lo que hemos dicho de la Fe, deberá mirarse desde un punto de vista químico, físico y cósmico.

Naturalmente, estos términos de la ciencia oficial son pobres puesto que la física moderna tiene su aspecto químico, y la química se reduce, en última instancia a la física.

Si hubiéramos hablado de alquimia, psíquica y cósmica hubiéramos sido más exactos.

Un bombardeo al núcleo de la “esperanza” provocará que los elementos que la componen se desconecten y formen nuevos “cuerpos” distintos de ella.

Pero antes de ser bombardeados, esos elementos tenían una interrelación precisa en un medio preciso y constituían la “esperanza” y ninguna otra cosa.

Deseamos, con esta experiencia supuesta, defendernos contra la poesía subjetiva, implícita por hábitos mecánicos en nosotros, impidiendo la transmisión clara de nuestras ideas.

Y, haciendo notar, que la poesía objetiva, la Santa Morfología del Universo, se muestra claramente cuando, en una síntesis magistral, aparece un átomo, un pan, un Maestro, el gozo, el testimonio; o bien, la Fe.

En ese sentido, la Fe también es algo preciso.

La Misión Es Vital

Paz Es Fuerza

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Extraido del muro de Patricia Sili en Facebook
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domingo, 23 de agosto de 2009

Lo que pasó cuando murió Bakunin - Nelson Méndez


Mijaíl Bakunin, el renombrado anarquista ruso, finalmente había muerto para tranquilidad de reyes, presidentes, burgueses, sacerdotes y marxistas de curul.

Con su extensa hoja de servicios bajo el brazo, aquella alma impenitente fue derechito para el Infierno.

Al llegar, fue recibido por el mismísimo Príncipe de las Tinieblas, que pasando la vista por ese nutrido prontuario dijo con entusiasmo:

—¡Excelente currículum, amigo Bakunin!

Décadas de lucha contra la Iglesia, participación en innumerables insurrecciones, expulsado de varios países, condenas y prisiones, rumbas en cantidad...

En honor a todo eso, voy a mandarlo al Sector VIP de acá del Infierno, que es el más tranquilo y de tormentos más suaves. Es lo apropiado para una celebridad como usted.

Dicho y hecho, Bakunin fue a tener al Sector VIP.

Media semana después, estaba Satanás batiendo distraídamente su marmita llena de condenados, cuando de repente fue interrumpido por un nervioso demonio auxiliar, que atropelladamente le relató:

— Su Malignidad, ¡hay un zaperoco en el Sector VIP!... El Bakunin ese organizó a las almas en un sindicato y aprobaron un paro general exigiendo disminución de la jornada de penitencias, contra la contaminación con azufre y por otro bojote de demandas...

Lucifer arrojó su tridente con molestia y decretó:

— ¡Pero ese carajo es un malagradecido! ¡Si se cree que va a joder en mis dominios como hacía allá en la Tierra, está muy equivocado! Agárrenlo y se lo llevan al Sector Turista, que ahí si va a saber lo que es bueno...

Y para el Sector Turista fue a tener el viejo Mijaíl.

Pasaron tres días y cuando Mandinga disfrutaba de la tortura de algunas ánimas recién llegadas, de nuevo apareció el diablo secuaz, que con el susto a flor de piel, dio las malas nuevas:

—Su Bajeza, ¡al Sector Turista se lo llevó quien lo trajo! Estalló la huelga de braseros caídos y la Comisión de Condenados, cuyo vocero es Bakunin, exige audiencia inmediata con usted para presentarle un pliego conflictivo kilométrico.

Quieren equiparación de condiciones con el Sector VIP, inspección sanitaria de los calderos y seis semanas de vacaciones pagadas en el Purgatorio...

—¡Coooño! —interrumpe el Gran Satán—. Ese barbudo está queriendo anarquizarme el Infierno. Pero ya mismo voy a acabar con esa insubordinación. ¡Qué se ha creído!... Pésquenme a ese agitador y lo encierran en un «tigrito» del Sector Económico, que lo quiero ver organizando vainas allí...

Sólo la masiva intervención de los «Cachos Rojos», las fuerzas especiales del Averno, permitió la captura de Bakunin en el Sector Turista, que ofreció feroz resistencia con barricadas defendidas a punta de baldes de agua y molotovs de hielo seco.

A la mañana siguiente, cuando Belcebú creía haber dejado atrás los contratiempos de la víspera, el diablo asistente —ya a punto de colapso histérico— hizo saber su nefasto reporte:

—Su Ruindad, anoche hubo cacerolazo hasta con la quinta paila y al amanecer comenzó un paro general del Infierno en solidaridad con Bakunin. Todos exigen su inmediata liberación...

—¡Basta! —aulló el Maligno— Voy a mandar inmediatamente a ese carajo para el Cielo (lo que debí de haber hecho hace tiempo). Imagínense el despelote que va a armar por allá; ¡seguro que jode todo aquello en una semana! ¡No sé cómo no lo pensé antes!...

Así fue como Bakunin (¡quien lo diría!) llegó al Empíreo, donde fue recibido por San Pedro, quien gruñó después de ver su currículum:

—¡Señor Bakunin, qué es esto! Anticlericalismo, revueltas, prisiones, parrandas... Pero bueno, como la piedad de Dios es infinita y a usted no lo dejan entrar al Infierno, tendremos que tolerarlo en la Bienaventuranza.

Y de este modo, Mijaíl Alexandrovich se coló en Los Cielos.

Mientras tanto, el Malo estaba en la mayor expectativa con lo que pudiera pasar Arriba. Cada rato navegaba por el Home Page celeste y veía todos los noticieros de HNN (“Heaven News Network”), aguardando las novedades de una sublevación general en el Reino del Señor.

Pasan dos días, tres, cuatro, cinco, y nada, ningún informe de anormalidad por aquellos lares. Cuando transcurrió la semana, Mefistófeles no aguantó más y tomó el ascensor para constatar personalmente qué ocurría.

Silbando iguanas y como quien no quiere la cosa, se fue aproximando a la entrada del Cielo, donde San Pedro trabajaba según la costumbre.

Le saludó, como viejos conocidos que eran, y luego preguntó:

—...Y entonces Perucho, ¿todo bien por aquí?

—Tranquilo, como siempre —respondió el santo.

—Mira chico, y qué ha pasado con un fulano que yo mandé para acá, un tal Mijaíl...

—Bakunin —completo San Pedro—. Él está bien. ¿Por qué preguntas?

—Por nada en especial. Apenas saber si ha tenido que ver con alguna inconveniencia, algún trastorno...

—No que yo sepa —replico el Portero Celeste.

—Oye, ¿y Dios no ha comentado nada sobre ese tal Bakunin? —inquirió el desconcertado Diablo.

Al oír esto, San Pedro se levantó, colocó sus manos sobre los hombros del Demonio, y, mirándole con firmeza a los ojos, le dijo:

—Compañero Luzbel, ¡Dios no existe!...
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domingo, 16 de agosto de 2009

Lo mas importante - Silo


"... Pasemos ahora a cuestiones de mayor interes.

Son las referentes a los problemas de la trascendencia y del sentimiento religioso.

Hay quienes que creen que pueden probar la trascendencia, por el hecho, de que alguna persona murio por un instante y volvio a la vida relatando cosas extrañas.

Eso, no prueba mas, que al cesar las funciones vitales o al retomar las funciones vitales se producen desajustes y ajustes no muy diferentes a los cambios de nivel de conciencia, o en algunos casos, semejantes a los que operan en algunas cirscuntancias transferenciales cuando ocurren los fenomenos de la luz.

Otros han visto su propio cuerpo a distancia al entrar o salir de una anestesia profunda y hay quienes tambien han padecido tal fenomeno por ciertas practicas forzadas o en momentos de una gran conmocion.

Desde donde han visto a su cuerpo, desde afuera dicen... y desde donde han visto a lo que ve, no desde el cuerpo por cierto. Por que si hubieran visto desde el cuerpo a lo que ve,no hubieran sino padecido una proyeccion senestesica o visual alucinada tal lo que sucede en vigilia por ejemplo. 

Pero en cambio como han visto al propio cuerpo desde afuera de el han padecido mas bien el mismo fenomeno que en los sueños, con la alteracion del caso y referido a una situacion real en principio. 

Tal por ejemplo que el cuerpo estaba en una mesa de operaciones rodeado de medicos y se veia y escuchaba esto desde cierta distancia como tambien se escuchan y se ven los fenomenos con registro inhabitual al recuperarse alguien de un desmayo.

Tambien existe un sentimiento religioso profundo en el ser humano y de tal vigor, que incluso, se ha impuesto a los instintos basicos de conservacion iundividual y de la especie. Y ese sentimiento se ha expresado de distintos modos y ha tomado diferentes objetos.

Pero tal tendencia y tal impulso no demuestran la existencia de dios, sino que nos dan el registro simplemente de tal sentimiento. 

No hay registro sobre la trascendencia , no hay registro sobre dios.Tal vez, todo sea trascendencia y todo sea dios y por eso presisamente no hay registro, por eso... si alguien nos dice que hay trascendencia y dios, le diremos que eso esta bien... si alguien nos dice que no hay trascendencia ni dios, le diremos que eso esta bien...

En ambos casos diremos que esta bien, no por via de la prueba sino de la creencia.

Tal es el estado de la cuestion y la actitud abierta de la mente. Y si observamos a la mente misma, ¿en donde esta ella? ¿solo en la inteligencia humana? 

Si ello es asi, que significado tiene su aparicion entre las cosas naturales y si la mente no solo esta en la inteligencia humana desde donde surge y hacia adonde se extiende, adonde estan los limites.

Acaso en los individuos que aparecen como delimitados como separados entre si, entonces como pueden estos individuos registrar a su mente. Sin duda que la mente es mas interesante que la trascendencia y dios.

Y en lo que a nosotros toca, observamos que de acuerdo a las condiciones que ponemos al trabajo de la mente ella se expresa con sus mejores potencias o limitadamente, y ese es nuestro problema.

Y es el sufrimiento el que impide la mas profunda expresion de la mente. No son las preguntas ni las respuestas, en torno a la cuestion de dios y la trascendencia, las que solucionan el sufrimiento.

Por ello estudiamos las tres vias del sufrimiento y estudiamos la raiz posesiva del sufrimiento,por que alli esta la solucion.

Pero la raiz posesiva del sufrimiento no es facil de extirpar, ya que en todo esta la posesion y cuando esto se comprende se comienza a buscar la nueva posesion, posesivamente.

Y aquel que quiere no poseer queda tambien encerrado en el circulo de su sufrimiento y aquel que quiere no sufrir, sufre por esto mismo.

Nosotros estudiamos las tres vias del sufrimiento y su raiz posesiva, pero no tratamos de no poseer, por que esto tambien produce sufrimiento.
Tratamos de comprender y de generar una nueva actitud, esa nueva actitud se va generando por registros internos, no por valoraciones objetales externas, por consiguiente, referidos a registros internos que van dando lugar a una nueva actitud, no nos preocupamos de ser posesivos ni de dejar lo posesivo en nosotros, por que eso vendra luego que se genere una nueva actitud o simultaneamente a ella.

Nosotros estudiamos las tres vias del sufrimiento y su raiz posesiva, pero no tratamos de no poseer por que esto produce sufrimiento... tratamos de comprender y de generar una nueva actitud en base a registros de unidad o contradicion interna,y no en base a registros de posesión o no posesión.

Por ello nosotros estudiamos las tres vias del sufrimiento y su raiz posesiva, y generamos una nueva actitud liberadora cuando al hacer obtenemos registros de unidad interna. 

Y como producimos tales registros? acaso valorando los objetos de un modo especial? sin duda que no.

He aqui entonces sintetizada la doctrina acerca de la liberacion de la mente.

Si alguien me pregunta que es lo mas importante, le dire... debes comprender las tres vias del sufrimiento que son La sensacion , La memoria y La imaginacion... Debes comprender ademas la raiz posesiva del sufrimiento, y si me pregunta que debe hacer ademas de comprender, le dire...

Ir contra la evolucion de las cosas, es ir contra uno mismo.

Cuando fuerzas algo hacia un fin, produces lo contrario.

No te opongas a una gran fuerza, retrocede hasta que aquella se debilite , entonces ,avanza con resolucion.

Las cosas estan bien cuando marchan en conjunto, no aisladamente.

Si para ti estan bien el dia y la noche, el verano y el invierno, has superado las contradicciones.

Si persigues el placer, te encadenas al sufrimiento, pero entanto no perjudiques tu salud, goza sin inhibicion cuando la oportunidad se presente.

Si persigues un fin , te encadenas, si todo lo que haces, lo realizas como si fuera un fin en si mismo, te liberas.

Haraz desaparecer tus conflictos cuando los entiendas en su ultima raiz, no cuando quieras resolverlos.

Cuando perjudicas a los demas quedas encadenado, pero si no perjudicas a otros puedes hacer cuanto quieras con libertad.

Cuando tratas a los demas como quieres que te traten, te liberas.

No importa en que bando te hayan puesto los acontecimientos, lo que importa es que comprendas que tu, no has elegido ningun bando.

Los actos contradictorios o unitivos se acumulan en ti, si repites tus actos de unidad interna, ya nada podra detenerte.

Y esta es entonces, la doctrina y la propuesta precisa.

Estudia, investiga, medita y comprende progresivamente las tres vias del sufrimiento y su raiz posesiva, mientras vas generando en todo instante una nueva actitud de acuerdo a estos principios.

En este tiempo hemos estado estudiando y operando en un nivel las tres vias del sufrimiento y su raiz posesiva.

Pero queda en pie la propuesta de investigar, meditar y comprender progresivamente... mientras vamos generando instante tras instante una nueva actitud liberadora de la mente...".

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Extraido de facebook - http://www.facebook.com/home.php#/note.php?note_id=121083626590&id=1432076411&ref=nf
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lunes, 10 de agosto de 2009

Humanismo y Capitalismo - Eduardo Montes - 10-08-2009

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Humanismo y Capitalismo - Eduardo Montes

Humanismo y capitalismo son incompatibles. No se puede tener como valor central al ser humano y, simultáneamente, tener como valor central el dinero.

Algunos afirman, interesadamente es claro, que el capital en su desarrollo terminará favoreciendo a todos los seres humanos. Esto pasa por alto el hecho de que ese beneficio le llega algunos de forma inmediata y otros, la mayoria, en un hipotético futuro ubicado en el plano de la entelequia.

Humanismo y capitalismo no son compatibles. A esta afirmación un capitalista, gente práctica e inmediata, la tildaría de comunista o cosa por el estilo. Desde el otro extremo se sacarían de encima el sambenito tildando al humanismo de reformista y burgués. Y esto no puede ser de otro modo porque los antihumanismos de todo tipo, intoxicados de naturalismo y supersticiones cientificistas, no pueden comprender al humanismo, su raíz intencional, su matriz posibilitaria, su esencia libertaria.

No es cierto que liberando al capital de todas sus "cadenas" se desarrollará sin límites para beneficio de todos. Ese relato del futuro es un timo creado por los apropiadores del capital para mejor engañar a sus timados. Las sucesivas crisis lo demuestran con claridad.

Pero, ¿cuál es la alternativa al capitalismo?. Los capitalistas dirán que lo que se pretende es sacarle sus casitas a la gente para beneficio de los comisarios del pueblo. Cosa sobre la que el comportamiento de algunos voluntaristas de la ingeniería social parece darles la razón.

En realidad poco cambia para cada uno que la propiedad y el arbitrio estén en manos de unos pocos capitalistas o en manos de unos pocos administradores del todo social. La alternativa a estos males no pasa por el campo de la economía. Sí lo hace por el campo de los valores. Una vez establecidos los mismos, todo lo demás se aclara en sus objetivos, sus recursos, sus tiempos y sus modos.

La única alternativa al capitalismo es el humanismo, no como ideología o técnica social sino como comprensión, sentimiento y experiencia de la prioridad del valor de la vida humana en sus múltiples y cambiantes aspectos.

No es fácil, requiere de esos esfuerzos que hace de tanto en tanto la especie humana para librarse del abismo, para surcar los cielos, para salir al universo.

No es fácil pero ¡vale tanto la pena!

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Extraido de: http://eduardo-montes.blogspot.com/2009/08/humanismo-y-capitalismo.html
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Mujeres Inventoras. Patricia Parga-Vega. 10-08-2009

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En general, se cree que las mujeres estuvieron siempre alejadas de la construcción del conocimiento a lo largo de la historia o, en cualquier caso, que su participación en las tareas que hoy llamamos intelectuales se produjo de manera tardía, en los últimos siglos. Por el contrario, desde los orígenes conocidos de los seres humanos, las mujeres han contribuido tanto al desarrollo de la ciencia "oficial" como al desarrollo y mejora de la calidad de vida de la humanidad, pero, la historia androcéntrica del conocimiento científico las ha convertido en invisibles, tanto a ellas como a sus aportaciones.

Desde el origen de los Tiempos

La "mujer recolectora" puede considerarse como la primera botánica; las mujeres desarrollaron el conocimiento de las plantas, su cultivo y recolección, las herramientas para cultivarlas, almacenarlas y convertirlas en alimentos, creando así la agricultura y los procesos de elaboración y conservación de los alimentos.

Además, inventaron la alfarería (fabricaron utensilios y objetos de cerámica) y los tintes.

Con el movimiento de rotación del huso, las mujeres convirtieron ciertas fibras naturales, como la lana, el lino y, más adelante, el algodón y la seda, en hilos, provocando diferentes ordenamientos de las moléculas y desarrollando las técnicas de elaboración de tejidos (Solsona, 1997).

La transmisión de tales saberes prácticos está en el origen de lo que hoy llamamos ciencia o tecnología. Sin embargo, en la construcción de la ciencia moderna (basada en una epistemología que postulaba la objetividad absoluta, la neutralidad axiológica y la voluntad de independencia respecto al contexto social e histórico) quedaron excluidos estos "avances tecnológicos", tan fundamentales e imprescindibles para el desarrollo de la humanidad, hasta que no pasaron a estar en manos de los hombres.

Otra opinión muy generalizada es que las científicas existieron únicamente en casos excepcionales (en esta misma web os mostramos múltiples casos de mujeres científicas). Sin embargo, los acontecimientos parecen haber evolucionado de forma distinta, ya que la historia es un relato con muchos principios pero sin ningún final.

También fue importante la presencia de mujeres en la tradición alquimista, precursora de la química actual, en la medicina, en la preparación de medicamentos y en las escuelas artesanales. Todas ellas se pueden localizar desde la antigüedad hasta la época medieval, es decir antes de la llamada Revolución Científica.

Dadas las características de las tradiciones filosófica, alquimista o artesanal, antes del siglo XVIII, estas mujeres no tuvieron una participación aislada en las tareas de construcción del conocimiento ya que se han identificado bastantes filósofas, alquimistas o médicas, en contra de lo que se considera habitual en aquellos momentos históricos. Ellas formaron parte de escuelas y tradiciones donde las mujeres no fueron casos excepcionales. De algunas mujeres, hoy en día, se han podido identificar sus textos y reconocer sus palabras, distinguir cuándo escribieron de forma individual, o reconstruir su presencia o su influencia. De otras todavía resulta difícil descifrar sus huellas.

Fueron también mujeres las primeras que se dedicaron a la Medicina. Para situar la sabiduría médica de las mujeres hay que recordar que han sido siempre sanadoras. Fueron las primeras médicas, comadronas y anatomistas de la historia occidental: atendían los partos, sabían hacer abortos y cuidaban de la salud de las personas. Fueron las primeras farmacólogas dedicadas al cultivo de hierbas medicinales.

Durante muchos siglos fueron médicas sin título excluidas de los libros y de la ciencia oficial, aprendían unas de otras y se transmitían sus experiencias de madres a hijas o entre las vecinas.

La gente las llamaba "mujeres sabias", y durante mucho tiempo constituyeron la única atención médica al alcance de las personas pobres y de las mismas mujeres.

La Mujer: Responsable del Proceso de Hominización

Este es el título de un artículo de F. B. Martín-Cano Abreu en el que señala la importancia de las mujeres en la creación de la escritura, en la acuñación de monedas, en la educación... Por sus aportaciones documentadas, vamos a reproducir algunas de sus afirmaciones que ponen en el centro de la hominización y civilización a las mujeres.

Para Martín-Cano, los argumentos que sustentarían la afirmación de que las mujeres fueron las PRIMERAS ACUÑADORAS Y GRABADORAS DE MONEDAS, son:

Primeras monedas ostentan efigies o símbolos femeninos:En primer lugar el hecho de que las más arcaicas monedas grabadas en diferentes regiones, tras inventarse en el siglo VII a.C., ostentan efigies y emblemas de las primeras colonizadoras pregriegas que fundaron y colonizaron esas mismas ciudades y regiones (a las que dieron sus nombres y en las que gobernaron,...) y con otros motivos de la mitología matriarcal y asimismo el mineral elektrón en que estaban realizadas las más arcaicas monedas lleva el nombre de la Ninfa Deificada de Rodas Electrionia.

Fuentes escritas atribuyen a mujer invento de moneda: En segundo lugar la declaración del historiador Julius Pollux que comenta la posibilidad de que la moneda hubiese sido inventada por una mujer en su Onomasticón en el siglo II, cita aportada por (Carmen Herrero, 1994: 32): "Quizás algunos creerían ambicioso investigar esta cuestión si las primeras monedas fueron acuñadas por Fidón de Argos, o por Demodice de Cumas, mujer de Midas el frigio, hija de Agamenón rey de Cumas..."

A este propósito: "... hay que exponer que en los templos erigidos a las diosas de la Vida aparecía la ligazón invariable de lo femenino con la riqueza y los objetos materiales, sobre todo cuando originariamente la fabricación de monedas tuvo lugar en los centros culturales a las diosas-madres." (M. Teresa G. Cortés, 1993: 24).

Fuentes artísticas apoyan la consideración de la mujer inventora de moneda: Respaldaría la hipótesis de que la mujer fuese la inventora de la moneda, en tercer lugar, la escena reflejada en la pintura hallada en la Casa de los Vettii de Pompeya de principios de la época histórica.

Efectivamente, se ha hallado una interesante pintura en la Casa de los Vettii de Pompeya que vincula la moneda a lo femenino. En la misma se muestra a:

La Diosa Feronia presidiendo un taller de grabación, una ceca, y a su alrededor amorcillos-Artesanos Feronienses, algunos femeninos, que realizan diferentes fases del proceso de grabación de monedas. En el centro un amorcillo Aequator / Ajustador / Pesador pesa el lingote frente a la Diosa Feronia alada sentada. A la derecha un amorcillo femenino: Signator / Grabadora graba con el caelum / buril el modelo de moneda frente a una mesa (asociada a las constelaciones Mensa y Caelum / Buril). Y en el extremo dos amorcillos femeninos Flatuarii / Herreras, Artesanas metalúrgicas de cobre calientan el metal en el horno (asociada a las constelaciones Fornax y a la Diosa Fornax que presidía los hornos "fornax"). Para los expertos, la pintura es prueba convincente no sólo de la participación femenina como Artesanas especializadas en la ejecución de la moneda, sino además de que el proceso de grabación estaba dirigido por Jefas de taller y Protegido por Diosas: Juno Moneta, Feronia, Fortuna, Fornax,...

Fuentes monetales constatan que la mujer acuñaba moneda: En cuarto lugar el nombre de Faenos / Phanes que aparece en una moneda de Halicarnaso (emitida por Éfeso en el año 600 adne) en la que encima de un ciervo pastando aparece la inscripción "Soy el signo de Fanes / Faenos emí sema". Siendo Faenos la Magistrada Monetal que vigilaba y dirigía la fabricación de moneda, según Carmen Herrero, de la que queda memoria histórica, bajo cuya dirección se acuñaban las monedas en el Santurio de Éfeso.

Martín-Cano también defiende con argumentos que fue la MUJER INVENTORA DE LA ESCRITURA Y DE LAS TÉCNICAS PARA ESCRIBIR. Así, dice :

“Además fueron las mujeres, las más arcaicas sabias, las que inventaron la escritura, que las colonizadoras después extendieron por numerosas regiones.

Escritura de la que se conserva memoria como invento atribuido a Diosas en multitud de regiones y que las enseñaron a la humanidad: autoría femenina "...sublimada a categoría divina". Y así a la Diosa Tasmetum "Se la honró como inventora de la escritura cuneiforme". (Sechi, 1993: 468).

Y además se consideran inventoras del alfabeto en La India a la Diosa Sarasvati (Sechi, 1993: 448). La inventora del sánscrito: Sarasvati (Enciclopedia Biográfica de la Mujer, 1967: 1051), en Egipto se atribuyen a las Diosas Isis y Sesat / Safet ser las inventoras de la escritura (Enciclopedia Biográfica de la Mujer, 1967: 1106 y Mazenod, 1982: 242). En China es la Diosa Nu Kua la inventora de la escritura, en Italia es la Diosa/Profetisa/Diosa Carmenta/Nicóstrata la inventora del alfabeto latino de quince letras,...

Y asimismo las más arcaicas tablillas de arcilla con textos en escritura cuneiforme han sido encontradas en Templos de culto a Diosas (servido en época arcaica exclusivamente por Sacerdotisas). Y así se han encontrado las más antiguas tablillas de arcilla en Uruk, hoy Warka, donde se inventó la escritura sumeria en el año 3300 a. C. (en donde los turanios caldeos adoraban a la Diosa Ana/An/Anna/Eana/Eanna /Inanna en su Santuario Eanna "Casa del cielo").

Y también sería la inventora de las técnicas para escribir: las de aprovechamiento de las pieles como pergaminos, los papiros o las tablillas de arcilla en fresco o cocida encerada para escribir.

Que las tablillas usadas para escribir fuese invento femenino es corroborado tanto por hipótesis mítica como arqueológica, así los mitos atribuyen a la Diosa Nisaba "La Señora de Saba" "Patrona de Escribas" (Leick, 1991: 137). También es arqueológica la evidencia de esta hipótesis, ya que las más arcaicas esculturas humanas con rollos de pergaminos o de papiros o con plumas de aves o con estiletes de junco/cálamus, usados para escribir con tinta o con estilos para rayar la arcilla cocida encerada, son femeninas. Así aparecen ejemplos artísticos de las más arcaicas poetisas que escribieron sus oráculos y textos con rollos de pergamino, tablillas de arcilla o libros en la mano.

Dos ejemplos artísticos arcaicos de Mesopotamia son las esculturas femeninas con rollo de pergamino en la mano de las Sacerdotisas Escribas de Ur, Tell-El Obeid y de Tell Asmar del Templo de Abu en Eshnonna datadas en el IV y IIIer milenio a.C.

Y son ejemplos de mujeres poetisas arcaicas: la escultura de Walkiria con rollo de pergamino, la de la Sacerdotisa volsca Fortuna Antiastina y la de la Diosa japonesa Zenmyo Noshin

Asimismo los establecimientos de enseñanza dedicada a elevar el nivel cultural y donde se acumulaba libros y el conocimiento, tienen nombre femeninos: Ateneo de la Diosa Atenea, Amaltheum "Biblioteca" de la Diosa Amaltea, el Museión/Museum /Museo era el Templo de las Musas, el conjunto de los poetas de un pueblo/el Parnaso (monte de Delfos donde moraban las Musas Parnásidas en la Escuela-Santuario parnasiana donde enseñaban a las niñas los himnos sagrados) es epónimo de la heroína/Diosa/ Musa Parnasia,...

En cuanto al CUIDADO DE LA EDUCACIÓN, el autor señala que las mujeres fueron maestras/ nodrizas, las que cuidaron en principio de la educación de las niñas, futuras Sacerdotisas escribas y oficiantas de la religión matriarcal, a las que enseñaron la escritura y los mitos matriarcales en las escuelas ubicadas en los Templos. Y más tarde también a los varones. Pone como ejemplo, entre otros, a Diotima de Mantinea, maestra de Sócrates en el siglo V a.C.

También dice este investigador que las MUJERES ERAN LA MÁS ARCAICAS JUEZAS: “Y también serían las mujeres la más arcaicas Sacerdotisas supremas que actuaron de legisladoras, celebraron juicios, juzgaron, castigaron o perdonaron a los malhechores en juicios, presidiendo los tribunales y las asambleas federales bajo la advocación de Diosas Fatales y Legisladoras, "Que Establece Leyes", guardianas de las leyes, juezas invocada al jurar, Diosas Profetisas que determinaban el destino humano. Al respecto leemos: "Ceres -versión romana de la madre tierra Deméter- también se denominaba Ceres Legífera, es decir, «la legisladora», y afirmaban que sus sacerdotisas habían creado el sistema legal romano." (Husain, 1997: 36)”.

Concluyendo, para muchos investigadores, serían las mujeres las que, con su gran fuerza creadora, iniciarían el desarrollo cultural humano, las que donarían al mundo sus enseñanzas para la supervivencia y el progreso, las autoras de los inventos fundamentales y de las grandes conquistas técnicas, sobre los que se asentaron y construyeron después la actividad intelectual, antes de que triunfase la revolución patriarcal: la agricultura, el uso de preparados medicinales, las primeras herramientas, la cerámica, la escultura, la religión monoteísta femenina y los primeros mitos de la religión agraria (reflejados en obras de arte), las dramatizaciones míticas y las más arcaicas ceremonias religiosas (con fundamento astronómico), los instrumentos musicales, la que haría las primeras leyes, facilitaría el gobierno, el comercio, la educación, la descubridora de los métodos revolucionarios que posibilitaron el enriquecimiento, el uso de monedas, etc.

De forma que las culturas matriarcales pacíficas, anteriores al año 2500 adne, antes de la revolución patriarcal: "... produjo todos los elementos básicos de las civilizaciones arcaicas desarrolladas -la escritura, la rueda, las matemáticas, el calendario, la monarquía, el sacerdocio, el simbolismo del templo, los impuestos, etc.- y los temas mitológicos específicos..." (Campbell, 1991: 167).

Más tarde se produjo las invasiones patriarcales. Los varones eligieron la tendencia a "civilizar" de manera militar y violenta. Ellos empezaban por invadir y conquistar por las armas territorios codiciados habitados y gobernados por mujeres, se posesionaban del trono y de sus reinos, arrojaban o esclavizaban y sometían a su dominio a los antiguos habitantes, se beneficiaban de las experiencias y logros femeninos, devastaban sus construcciones. Y después sobre sus ruinas reedificaron otras, impusieron una organización patriarcal y sus creencias patriarcales e inauguraron nuevos cultos patriarcales.

Cuando los conquistadores se apropiaron por la violencia del poder legítimo ejercido por reinas cuya autoridad era reconocida porque ejercían un poder de origen Divino, los usurpadores ejercieron un poder no sancionado por la Divinidad ni heredado matrilinealmente. Y al ejercer el poder de manera ilegítima, no era aceptada su autoridad ni el uso de sus atributos: trono, cetro y corona, por una sociedad campesina, que tendría el concepto de la autoridad maternal y matrilineal profundamente arraigado en su conciencia.

Cuando los conquistadores se apropiaron por la violencia del poder legítimo ejercido por reinas cuya autoridad era reconocida porque ejercían un poder de origen Divino, los usurpadores ejercieron un poder no sancionado por la Divinidad ni heredado matrilinealmente. Y al ejercer el poder de manera ilegítima, no era aceptada su autoridad ni el uso de sus atributos: trono, cetro y corona, por una sociedad campesina, que tendría el concepto de la autoridad maternal y matrilineal profundamente arraigado en su conciencia.

Así que los nuevos gobernantes tendrían que seguir recurriendo a la violencia y a la guerra para imponer su autoridad y su modelo de realeza (aunque también recurrieron al casamiento con la heredera legal).

Con las guerras, sobrevino la destrucción de una cultura matriarcal que había estado vigente 25.000 años. "Además tengo la siguiente hipótesis: la guerra es un fenómeno cultural, no es un fenómeno natural."..."Los animales no hacen la guerra."... "Mi hipótesis es que la guerra ... empezó, o al menos está relacionada, con el paso del matriarcado al patriarcado." (Ramón Panikkar, 1988: 389, 4).

* Así fue la mujer fue la más arcaica agricultora, que roturaba y cultivaba el campo.

# Fue la más arcaica escultora-alfarera, que modelaba las vasijas y esculturas necesarias para contener alimentos.

# La más arcaica artesana, curtidora, hiladora o metalúrgica: fabricaba los diferentes adminículos domésticos, agrícolas, textiles, derivados de animales y metalúrgicos como la moneda para sus transacciones comerciales.

# La más arcaica astrónoma: la mujer era la conocedora del calendario agrícola y de las constelaciones cíclicas.

# La más arcaica mitóloga: inventó las más acracias leyendas religiosas.

# La más arcaica sacerdotisa, bautizadora, legisladora, jueza: dirigía las ceremonias sagradas de Fertilidad para propiciar a la Diosa, a la que encarnaba, así como juzgaba y castigaba a los infractores de las leyes en nombre de la Madre Naturaleza, la más arcaica Diosa que adoró toda la humanidad (y la estuvo adorando en exclusiva antes de que con el politeísmos aparecieran las Divinidades masculinas en la Edad del Bronce.

# Fue la más arcaica música que tocaba instrumentos musicales que habría inventado y bailaba en ceremonias religiosas.

# La que inventó la escritura, los números y la más arcaica poetisa y cantante que compuso himnos de las ceremonias de Fertilidad, que escribían en rollos de pergaminos y que llevaba las cuentas de los Templos.

# La más arcaica actriz, que participaba en comedias de carácter religioso en honor de la Diosa del Amor.

# La más arcaica maestra, que enseñaba a las nuevas generaciones todos los conocimientos útiles para enfrentarse a la vida.

# La más arcaica curandera, que descubrió plantas medicinales (que llevan sus nombres), la más arcaica partera, médica que curaba a sus hijos.

# La más arcaica veterinaria, que creaba vacunas y métodos de curación de animales.

# La más arcaica colonizadora, que sabía cómo descubrir pozos de agua o llevar la fertilidad a regiones estériles.

# Además fue comerciante, cazadora, molinera, panadera, viñadora, recolectora de miel y frutos...

Hay una creencia en la autoría femenina que otros Investigadores como el Profesor Le Roy Mcdermontt de la Universidad de Missouri, comparten. De él cita Husain (1997, 11): "En el caso de que esta teoría sea correcta, la inmensa mayoría de las esculturas paleolíticas fueron obra de mujeres, lo que sustenta los argumentos de las feministas acerca de que no fueron los hombres sino las mujeres las originales artesanas, artistas y transmisoras culturales de una generación a otra."

Como habréis observado Martín-Cano ilustra sus hipótesis con algunas obras de arte de la Prehistoria, en las que aparecen mujeres ejerciendo las más arcaicas profesiones, cuando el varón jugaba un papel subsidiario.

A continuación vamos a visibilizar a algunas de las mujeres de todas las épocas que han utilizado su ciencia e ingenio para realizar inventos en beneficio de la humanidad. Una Humanidad que las ha silenciado e ignorado, cuando menos, o que se ha aprovechado de ellas apropiándose sus triunfos, cuando más. Vamos a seguir el listado expuesto por Raquel Barcos Reyero y Eulalia Pérez Sedeño en “Mujeres Inventoras” (http://inventors.about.com/ library/ blwomeninventors.htm) , al que añadiremos otros personajes citados en otras investigaciones.

No se trata, como siempre, de que estén todas. No citamos a muchas que en otros apartados de esta web ya las nombramos, cuando hablamos de las mujeres en las ciencias, las mujeres en las artes, las mujeres en la filosofía, las mujeres galardonadas con Premios Nobel, etc.

“Son todas las que están, pero no están todas las que son”, por ello una vez más os invitamos a escribirnos y mandarnos listas, biografías, documentos y fotografías que completen esta tarea de Visibilización de las Mujeres que nos hemos propuesto.

LAS INVENTORAS PIONERAS

Desde la prehistoria un buen número de mujeres dieron testimonio de su hacer como "científicas", aunque es realmente dificil encontrar información al respecto ya que existen pocos documentos que lo avalen y las huellas que dejaron han sido filtradas por la mirada de los hombres que reconstruyeron la historia. Algunas de esas mujeres que han aportado sus conocimientos a la historia de la ciencia son: Merit Ptab (médica egipcia), Theano (matemática griega), Agnodice (médica griega), Elephantis (médica romana), María la Judía, Hipatia, Hildegarda de Bingen...

AGNODICE 300 a.C. Mujer ateniense, que vestida de hombre ejerció su profesión con éxito entre las mujeres. Fue denunciada por los médicos y condenada a muerte. Las mujeres de la ciudad amenazaron con morir con ella si era ejecutada.

MARÍA LA JUDIA (siglo I) Vivió en Alejandría y estableció las bases teóricas y prácticas de la alquimia. Inventó complicados aparatos de laboratorio para la destilación, la sublimación... “El baño maría” es el más conocido y se usaba entonces como se usa hoy, para calentar lentamente o mantener la temperatura constante.

HIPATIA (siglo I) Fue la filósofa y matemática más relevante de la antigüedad griega. Se interesó también por la tecnología y diseñó diversos instrumentos, entre ellos el astrolabio plano que se usaba para medir la posición de las estrellas, planetas, etc. Fue brutalmente asesinada por un grupo de fanáticos ya que se la consideraba como una representante peligrosa del pensamiento pagano

HILDEGARDA DE BINGEN (1098-1179) Fue la primera científica cuyos escritos han permanecido indemnes al paso del tiempo. Escribió una enciclopedia de historia natural y varios volúmenes sobre medicina.


* Josephine Cochran y el lavaplatos

* Mary Anderson y el limpiaparabrisas

* Patsy Sherman y el descubrimiento del protector Scotchgard

* Patricia Billings (1926- ?) y el Geobond

* Erna Schneider Hoover y el sistema automatizado de conmutación telefónica

* Sally Fox y la FoxFibre

* Bette Nesmith Graham y el Tipp-ex

* Julia Newmar (1935- ?) y los pantis

* Marion Donovan (1917- 1998) y los pañales de plástico y desechables

* Catherine Blodgett ( 1898- 1979) y el cristal no reflectante

* Rachel Fuller Brown y Elizabeth Lee Hazen y el antibiótico antihongos

* Martha Coston (1826- ?) y las señales tricolores marítimas

* Clatonia Joaquin Dorticus- inventó una máquina y un método fotográfico mejorado para la impresión

* Gertrude Elion ( 1918- 1999) y la lucha contra la leucemia y el herpes

* Edith Flanigen ( 1929- ?) y el refinado del petróleo

* Beulah Henry

* Mary Phelps Jacob y el sujetador

* Marjorie Stewart Joyner ( 1896- ?) y la máquina para hacer permanentes

* Mary Kies, primera mujer norteamericana en conseguir una patente

* Margaret Knight ( 1838- 1914) reina de las bolsas de papel

* Stephanie Kwolek (1923- ?) y la fibra Kevlar

* Mary Engle Pennington y los alimentos congelados

* Melita Bentz

* Sara Nather

* Sara Goode

* Grace Murray Hopper

* Lise Meitner

* Ada Byron King

* Patricia Bath

* Alice Guy

* Ellen Eglui

Copyright @ FMP (Federación Mujeres Progresistas)

Extraido de:
http://www.facebook.com/home.php#/note.php?note_id=116833931925&ref=nf

El Ocaso de las Revoluciones - Ortega y Gasset


"El Sábado, por causa del hombre es hecho:
no el hombre por causa del Sábado".
San Marcos, 2-27.

Para definir una época no basta con saber lo que en ella se ha hecho; es menester además que sepamos lo que no ha hecho, lo que en ella es imposible.

Esto se antojará peregrino; pero tal es la condición de nuestro pensamiento.

Definir es excluir y negar. Cuanta más realidad posea lo que definimos, más exclusiones y negaciones tendremos que ejecutar. Por esto, la más profunda definición de Dios, suprema realidad, es la que daba el indo Yaynavalkia: «Na iti, na iti.» «Nada de eso, nada de eso»

Observa Nietzsche sutilmente que influye en nosotros más lo que no nos pasa que lo que nos pasa, y según el rito egipcíaco de los muertos, cuando el doble abandona el cadáver y tiene que hacer la gran definición de sí mismo ante los jueces de ultratumba, se confiesa al revés, es decir, enumera los pecados que no ha cometido.

Parejamente, al declarar que un conocido nuestro es una excelente persona, ¿qué queremos decir sino que no robará ni matará, y que si desea la mujer de su prójimo no se le conocerá macho?

Este carácter positivo con que se presenta la negación no es, sin embargo, mera exigencia impuesta por la índole de nuestro intelecto.

Por lo menos, en el caso de los seres vivientes, a nuestro concepto negativo, corresponde una fuerza real de negación.

Si los romanos no inventaron el automóvil, no fue por casualidad. Uno de los ingredientes que actúan en la historia romana es la incapacidad del latino para la técnica. En la decadencia del mundo antiguo fue esta ineptitud uno de los factores más enérgicos.

Una época es un repertorio de tendencias positivas y negativas, es un sistema de agudezas y clarividencias unido a un sistema de torpezas y cegueras.

No es sólo un querer ciertas cosas, sino también un decidido no querer otras.

Al iniciarse un tiempo nuevo, lo primero que advertimos es la presencia mágica de estas propensiones negativas que empiezan a eliminar la fauna y la flora de la época anterior, como el otoño se advierte en la fuga de las golondrinas y la caída de las hojas.

En este sentido, nada califica mejor la edad que alborea sobre nuestro viejo continente como notar que en Europa han acabado las revoluciones. Con ello indicamos, no sólo que de hecho no las hay, sino que no las puede haber.

Tal vez la plenitud del significado que este augurio encierra no se hace desde luego patente, porque se suele tener de las revoluciones la más vaga noción.

No hace mucho, un excelente amigo mío, de nacionalidad uruguaya, me aseguraba con velado orgullo que en menos de un siglo había sufrido su país hasta cuarenta revoluciones.

Evidentemente, mi amigo desmesuraba. Educado, como yo y buena parte de los que me leen, en un culto irreflexivo hacia la idea de la revolución, deseaba patrióticamente ornar su historia nacional con el mayor número posible de ellas.

A este fin, siguiendo un vulgar uso, llamaba revolución a todo movimiento colectivo en que se emplea la violencia contra el Poder establecido.

Mas la historia no puede contentarse con nociones tan imprecisas. Necesita instrumentos más rigurosos, conceptos más agudos para orientarse en la selva de los acontecimientos humanos.

No todo proceso de violencia contra el poder público es revolución. No lo es, por ejemplo, que una parte de la sociedad se rebele contra los gobernantes y violentamente los sustituya con otros. Las convulsiones de los pueblos americanos son casi siempre de este tipo.

Si hay empeño en conservar para ellas el título de «revolución», no intentaríamos hacer una más, a fin de impedirlo; pero tendremos que buscar otro nombre para denominar otra clase de procesos esencialmente distintos, a la que pertenecen la revolución inglesa del siglo XVI, Las cuatro francesas del XVII y XIX y, en general, toda la vida pública de Europa entre I750 y I900, que ya en I830 era filiada por Augusto Comte como «esencialmente revolucionaria».

Los mismos motivos que inducen a pensar que en Europa no habrá ya revoluciones, obligan a creer que en América no las ha habido todavía.

Lo menos esencial en las verdaderas revoluciones es la violencia.

Aunque ello sea poco probable, cabe inclusive imaginar que una revolución se cumpla en seco, sin una gota de sangre. La revolución no es la barricada, sino un estado de espíritu.

Este estado de espíritu no se produce en cualquier tiempo; como las frutas, tiene su estación.

Es curioso advertir que en todos los grandes ciclos históricos suficientemente conocidos, mundo griego, mundo romano, mundo europeo se llega a un punto en que comienza, no una revolución, sino toda una era revolucionaria, que dura dos o tres siglos, y acaba par transcurrir definitivamente.

Implica una completa carencia de percepción histórica considerar los levantamientos de campesinos y villanos en la Edad Media como hechos precursores de la moderna revolución. Son cosas que no tienen nada importante que ver entre sí.

El hombre medieval, cuando se rebela, se rebela contra los abusos de los señores. El revolucionario, en cambio, no se rebela contra los abusos, sino contra los usos.

Hasta no hace mucho se comenzaba la historia de la Revolución Francesa presentando los años en torno a I780 como un tiempo de miseria, de depresión social, de angustia de los de abajo, de tiranía de los de arriba.

Por ignorar la estructura específica de las eras revolucionarias, se creía necesario para comprender la subversión interpretarla como un movimiento de protesta contra una opresión antecedente.

Hoy ya se reconoce que en la etapa previa al general levantamiento gozaba la nación francesa de más riqueza y mejor justicia que en tiempo de Luis XIV. Cien veces se ha dicho después de Danton que la revolución estaba hecha en las cabezas antes de que comenzara en las calles. Si se hubiera analizado bien lo que en esa expresión va incluso, se habría descubierto la fisiología de las revoluciones.

Todas, en efecto, si lo son en verdad, suponen una peculiar, inconfundible disposición de los espíritus, de las cabezas.

Para comprenderla bien conviene hacer resbalar la mirada sobre el desarrollo de los grandes organismos históricos que han cumplido su curso completo.

Entonces se advierte que en cada una de esas grandes colectividades el hombre ha pasado por tres situaciones espirituales distintas, o, dicho de otra manera, que su vida psíquica ha gravitado sucesivamente hacia tres centros diversos.

De un estado de espíritu tradicional pasa a un estado de espíritu racionalista, y de éste a un régimen de misticismo. Son, por decirlo así, tres formas diferentes del mecanismo psíquico, tres maneras distintas de funcionar el aparato mental del hombre.

Durante los siglos en que se forma y organiza un gran cuerpo histórico-Grecia, Roma, nuestra Europa -, ¿qué régimen gobierna el espíritu de sus miembros? Los hechos nos responden del modo más sorprendente. Cuando un pueblo es joven y se está haciendo, es cuando tiene sobre él mayor influjo positivo el pasado.

A primera vista parecería más natural lo contrario: que fuera el pueblo viejo, con un largo pasado tras sí, el más sumiso al gravamen de lo pretérito.

Sin embargo, no ocurre tal cosa. Sobre la nación decrépita no tiene el menor influjo el pasado; en cambio, en la colectividad incipiente todo se hace en vista del pasado. Y no de un pasado breve, sino de un pasado tan largo, de tan vago y remoto horizonte, que nadie ha vista ni recuerda su comienzo. En suma: lo inmemorial.

Es curioso estudiar esta psicología dominada por lo ancestral en los pueblos que, por una u otra razón de caquexia histórica, se han quedado para siempre detenidos en ese estadio infantil.

Uno de los pueblos más primitivos que existen es el de los indígenas australianos.

Si investigamos cómo funciona su actividad intelectual, nos encontramos con lo siguiente: ante un problema cualquiera, un fenómeno de la naturaleza, por ejemplo, el australiano no busca una explicación que por si misma satisfaga a la inteligencia.

Para él, explicarse un hecho, verbigracia, la existencia de tres rocas en pie sobre la llanura, es recordar una narración mitológica que ha oído desde su infancia, según la cual en la «antigüedad», o, como ellos dicen, en la alcheringa, tres hombres que eran kanguros se convirtieron en aquellas piedras.

Esta explicación satisface a su mente precisamente porque no es una razón o pensamiento comprobable. La fuerza de la prueba consiste en que la inteligencia individual la crea por si misma, sea originalmente, sea rehaciendo el razonamiento y observaciones que la integran.

El vigor de la razón nace de la convicción que en el individuo provoca. Ahora bien; el australiano no siente eso que nosotros llamamos individualidad, y si la siente, es en la forma y medida que un niño cuando se queda solo, abandonado del grupo familiar. Unicamente como soledad, como desgajamiento percibe el primitivo su persona singular.

Lo individual y cuanto en lo individual se funda le produce terror y es sinónimo para él de debilidad e insuficiencia. Lo firme y seguro se halla en la colectividad, cuya existencia es anterior a cada individuo, que éste halla ya hecha cuando despierta a la vida.

Como ello aconteció igualmente a los viejos de la tribu, la colectividad aparece como algo de origen inmemorial. Ella es la que piensa por cada uno, con su tesoro de mitos y leyendas transmitidos por tradición; allá, la que crea las maneras jurídicas, sociales, los ritos, las danzas, los gestos.

El australiano cree en la explicación mitológica precisamente porque no la ha inventado él, precisamente porque no tiene buen sentido racional.

La reacción de su intelecto ante los casos de la vida no consiste en aprontar un pensamiento espontáneo y propio, sino en reiterar una fórmula preexistente, recibida.

Pensar, querer, sentir, es para estos hombres circular por cauces preformados, repetir en sí mismos un inveterado repertorio de actitudes.

Lo espontáneo en este modo de ser es la fervorosa sumisión y adaptación a lo recibido, a la tradición, dentro de la cual vive el individuo inmerso y que es para él la inmutable realidad.

Este es el estado de espíritu tradicionalista que ha actuado en nuestra Edad Media y dirigió la historia griega hasta el siglo VII, la romana hasta el tercero antes de J. C.

El contenido de estas épocas es, naturalmente, mucho más rico, complejo y delicado que el del alma salvaje; pero el tipo del mecanismo psíquico, su modo de el mismo. Siempre el individuo se adapta en sus reacciones es un repertorio colectivo que es recibido por transmisión desde un sagrado pretérito.

El hombre medieval, para decidir un acto, se orienta en lo que hicieron los «padres». La situación es idéntica en este punto a la reinante en el alma del niño. También el niño cree más lo que recibe de sus padres que sus propios juicios Cuando ante los niños se cuenta un suceso, suelen dirigir una mirada interrogativa hacia sus padres, para saber de ellos si deben creer lo que escuchan, si es «de verdad» o «de mentira».

El alma del niño tampoco gravita sobre su propio centro individual, sino que pondera sobre sus genitores, como el alma medieval sobre «el uso y costumbre de los padres».

En ninguna jurisprudencia tiene tanta importancia el derecho consuetudinario, el uso inmemorial, como en estas de formación e incorporación histórica.

El mero hecho de la antigüedad se convierte en titulo de derecho. No la justicia, no la equidad es fundamento jurídico, sino el hecho irracional -quiero decir material- de la vetustez.

En el orden político, el alma tradicionalista vivirá acomodándose respetuosamente dentro de lo constituido .

Lo constituido, precisamente por serlo, tiene un prestigio invulnerado: es lo que hallamos ya hecho cuando nacemos, es lo hecho por los padres. Cuando una necesidad nueva se presenta, a nadie se le ocurre reformar la estructura de lo constituido, lo que hace es dar en él cabida al nuevo hecho, alojarlo en el bloque inmemorial de la tradición.

En las épocas de alma tradicionalista se organizan las naciones. Por esta razón sigue a ellas un periodo de plenitud, en cierto modo la hora de culminación histórica. El cuerpo nacional ha llegado a su perfecto desarrollo; goza de todos sus órganos y ha condensado un vasto tesoro de energías, un elevado potencial.

Llega el momento de empezar a gastarlo, y por eso nos parecen etapas las más saludables y brillantes. Percibimos mejor la salud del prójimo cuando éste la va vertiendo hacia fuera en extremadas hazañas, es decir, cuando comienza a perderla gastándola. Son magníficos siglos de dilapidación vital.

La nación no se contenta ya con su existencia interior y se inicia una época de expansión.

Con ella coinciden los primeros síntomas claros de un nuevo estado de espíritu. la mecánica tradicionalista del alma va a ser sustituida por otra mecánica opuesta: la racionalista.

En nuestros tiempos existe también un tradicionalismo, y conviene evitar su confusión con lo que en este ensayo he llamado así.

El tradicionalismo contemporáneo no es más que una teoría filosófica y política. El tradicionalismo de que yo hablo es, por el contrario, una realidad: es el mecanismo real que hace funcionar las almas durante ciertas épocas.

Mientras persiste el imperio de la tradición, permanece cada hombre engastado en el bloque de la existencia colectiva. No hace nada por si y aparte del grupo social.

No es protagonista de sus propios actos; su personalidad no es suya y distinta de las demás, sino que en cada hombre se repite una misma alma con iguales pensamientos, recuerdos, deseos y emociones. De aquí que en os siglos tradicionalistas no suelen aparecer grandes figuras de fisonomía personal. Poco más o menos, todos los miembros del cuerpo social son lo mismo. Las únicas diferencias importantes son las de estado, rango, oficio o clase.

Sin embargo, dentro de esta alma colectiva, tejida de tradiciones, que reside en cada uno, comienza desde luego a formarse un pequeño núcleo central: el sentimiento de la individualidad. Este sentimiento se origina en una tendencia antagónica de la que ha ido plasmando el alma tradicional.

Ha sido un puro error suponer que la conciencia de la propia individualidad era una noción primaria y como aborigen en el hombre. Se pretendía que el ser humano se siente originariamente individuo y que luego busca a otros hombres para formar con ellos sociedad.

La verdad es lo contrario: comienza el sujeto por sentirse elemento de un grupo y sólo después va separándose de él y conquistando poco a poco la conciencia de su singularidad.

Primero es el «nosotros» y luego el «yo». Nace éste, pues, con el carácter secundario de secesión. Quiero decir que el hombre va descubriendo su individualidad en la medida en que va sintiéndose hostil a la colectividad y opuesto a la tradición. Individualismo y antitradicionalismo son una y misma fuerza psicológica.

Este núcleo de la individualidad que germina dentro del alma tradicionalista, como la larva de un insecto en el centro del fruto, se constituye paulatinamente en nueva instancia, principio o imperativo frente a la tradición.

Así, el modo tradicionalista de reaccionar intelectualmente —no me atrevo a llamarle pensamiento— consiste en recordar el repertorio de creencias recibidas de los antepasados.

En cambio, el modo individualista vuelve la espalda a todo lo recibido, repudiándolo precisamente por ser recibido, y en su lugar aspira a producir un pensamiento nuevo, que valga por su propio contenido.

Este pensamiento, que no viene de la colectividad inmemorial, que no es el de los «padres», esta ideación sin abolengo, sin genealogía, sin prestigio de blasones, tiene que ser hija de sus obras, sostenerse por su eficacia convictiva, por sus perfecciones puramente intelectuales. En una palabra: tiene que ser una razón.

El alma tradicionalista funcionaba gobernada por un sólo principio y poseía un único centro de gravedad: la tradición.

Desde este momento, en el alma de cada hombre actúan dos fuerzas antagónicas: la tradición y la razón. Poco a poco irá ésta ganando terreno a aquélla, lo cual implica que la vida espiritual se ha convertido en lucha íntima y de unitaria se ha disociado en dos tendencias enemigas.

Mientras el alma primitiva, al nacer, acepta el mundo que halla constituido, el nacimiento de la individualidad contiene desde luego la negación de ese mundo. Pero al repudiar lo tradicional se encuentra el sujeto forzado a reconstruir el universo por sí mismo, con su razón.

Se comprende que, puesto en tal empeño, el espíritu humano logre desarrollar maravillosamente la facultad intelectual. Son siempre éstas las épocas más gloriosas del pensamiento.

El mito irracional queda arrumbado, y en su lugar la concepción científica del cosmos va erigiendo sus admirables edificios teóricos. Se siente la específica fruición de las ideas, y se llega en la invención y manejo de éstas a un virtuosismo portentoso.

Concluye el hombre creyendo que posee una facultad casi divina, capaz de revelarle de una vez para siempre la esencia última de las cosas.

Esta facultad tendrá que ser independiente de la experiencia, la cual, en sus constantes variaciones, podría modificar aquella revelación. Descartes llamó raison o pure intellection a esta facultad, y Kant, más precisamente, «razón pura».

La «razón pura» no es el entendimiento, sino una manera extremada de funcionar éste.

Cuando Robinsón aplica su inteligencia a resolver los urgentes problemas que la isla desierta le plantea, no usa de la razón pura. Impone a su intelecto la tarea de amoldarse a la realidad circundante, y su funcionamiento se reduce a combinar trozos de esa realidad.

La razón pura es, por el contrario, el entendimiento abandonado a sí mismo, que construye de su propio fondo armazones prodigiosas, de una exactitud y de un rigor sublimes. En vez de buscar contacto con las cosas, se desentiende de ellas y procura la más exclusiva fidelidad a sus propias leyes internas.

La matemática es el producto ejemplar de la razón pura. Sus conceptos son conseguidos de una vez para siempre y no hay peligro de que un día la realidad los contradiga, porque no han sido tomados de allá.

En la matemática nada hay vacilante y poco más o menos. Todo es claro, porque todo es extreme. Lo grande lo es infinitamente, y lo pequeño es absolutamente pequeño. La recta es radicalmente recta, y curva sin mezcla la curva.

La razón pura se mueve siempre entre superlativas y absolutas. Por eso se llama a sí misma pura. Es incorruptible y no anda con contemplaciones. Cuando define un concepto, le data de atributos perfectos. Sólo sabe pensar yéndose al último límite, radicalmente. Como opera sin contar con nada más que consigo misma, no le cuesta mucho dar a sus creaciones el máximo pulimento. Así, en el orden de las cuestiones políticos y sociales, cree haber descubierto una constitución civil, un derecho, perfectos, definitivos, los únicos que tales nombres merecen. A este uso puro del intelecto, a este pensar more geométrico, se suele llamar racionalismo.

Tal vez fuera más luminoso llamarle radicalismo.

Todo el mundo estará de acuerdo en reconocer que las revoluciones no son en esencia otra cosa que radicalismo político. Pero tal vez no todo el mundo advierte el verdadero sentido de esta fórmula.

EL radicalismo político no es una actitud originaria, sino más bien una consecuencia.

No se es radical en política por que se sea radical en política, sino porque antes se es radical en pensamiento. Bajo su aspecto de vana sutileza, esta distinción es decisiva para la comprensión del fenómeno histórico propiamente revolucionario.

Las escenas que siempre en él se producen ostentan un cariz tan patético, que nos sentimos inclinados a buscar el origen de la revolución en un estado pasional. Unos verán en la explosión de cierto heroísmo civil el motor del gran acontecimiento. Napoleón, en cambio, decía: «La vanidad ha hecho la revolución: la libertad fue sólo el pretexto.».

Yo no niego que una y otra pasión sean ingredientes de las revoluciones. Pero en todas las grandes épocas históricas abundan el heroísmo y la vanidad, sin que la subversión estalle. Para que ambas potencies afectivas fragüen una revolución, es preciso que funcionen dentro de un espíritu saturado de fe en la razón pura.

Así se explica que en todo gran ciclo llegue un momento en que irremisiblemente se dispara el mecanismo revolucionario.

Lo mismo en Grecia que en Roma, que en Inglaterra o en el continente europeo, la inteligencia, siguiendo su normal desarrollo, arriba a un estadio en que descubre su propio poder de construir con sus medios exclusivos grandes y perfectos edificios teóricos.

Hasta entonces vivía apoyada en las observaciones de los sentidos, siempre fluctuantes —fluctuans fides sensuum, decía Descartes, padre del moderno racionalismo—, o en el prestigio sentimental de la tradición política y religiosa. Mas he aquí que aparece súbitamente una de esas arquitecturas ideológicas construidas por la pura razón —como fueron los sistemas filosóficos griegos del siglo VII y el VI, o la mecánica de Kepler, Galileo, Descartes, o el derecho natural de Los siglos XVII y XVIII.

La transparencia, la exactitud, el rigor, la integridad sistemática de estos orbes de ideas, fabricados more geométrico, son incomparables. Desde el punto de vista intelectual, no cabe imaginar nada más valioso.

Nótese que las cualidades enunciadas son específicamente intelectuales; son, diríamos, las virtudes profesionales de la inteligencia. Ciertamente que en el universo existen muchos otros valores y atractivas calidades que no tienen que ver con el entendimiento: la fidelidad, el honor, el fervor místico, la continuidad con el pasado, el poderío.

Pero cuando surgen las grandes creaciones racionales, los hombres están ya un poco cansados de esas cosas. Las nuevas calidades de especie intelectual atraen con ardiente exclusivismo los espíritus. Sobreviene un extraño desdén hacia las realidades; vueltos de espalda a ellas, los hombres se enamoran de las ideas como tales. La perfección de sus aristas geométricas los entusiasma hasta el punto de olvidar que, en definitiva, la misión de la idea es coincidir con la realidad que en ella va pensada.

Entonces se produce la total inversión de la perspectiva espontánea. Hasta entonces se había usado de las ideas como de meres instrumentos para el servicio de las necesidades vitales. Ahora se va a hacer que la vida se ponga al servicio de las ideas. Este vuelco radical de las relaciones entre la vida e idea es la verdadera esencia del espíritu revolucionario.

Los movimientos de burgueses y campesinos en la Edad Media no se proponen la transformación del régimen político y social, sino al contrario: o bien se limitan a conseguir la corrección de un abuso, o se proponen la conquista de beneficios particulares, de privilegios dentro del régimen establecido, y, por tanto, dando éste por bueno e inmutable en su figura general.


No es cosa fácil emparejar la política de los concejos y comunas de los siglos XII al XIV con las democracias modernas. Es cierto que éstas han aprovechado mucho de la técnica jurídica que concejos y comunas elaboraron; pero el espíritu de ellos y el moderno son completamente distintos.

No en balde las constituciones urbanas se llamaron en España «fueros». Se trataba precisamente de amoldar el régimen establecido a las nuevas necesidades y apetitos, la idea jurídica a la vida. El «fuero» es privilegio, esto es, hueco legal que se hace en el sistema de poderes tradicionales a la nueva energía. Ello es que ésta, en vez de transformar aquel sistema, se asimila a él alojándose en su estructura Por otra parte, el sistema cede y deja pasar a la realidad sobrevenida.

La política de los «burgueses» medievales no fue otra que oponer a los privilegios del noble otros del mismo tipo. Los gremios urbanos, las comunas, hicieron gala de un ánimo aún más estrecho, suspicaz y egoísta que los feudales. El mejor conocedor de la vida ciudadana en la Edad Media, el belga Henri Pirenne, hace notar que las comunas, en su época más «democrática», practicaron un exclusivismo político increíble y se hicieron menos acogedoras del extraño y recién venido que nunca. Hasta el punto de que, «mientras las poblaciones rurales en torno aumentan de densidad, en el interior de las murallas la cifra de burgueses no aumenta nada».

El extraño fenómeno de la escasez de vecindario en las urbes de aquellos siglos se debe, pues, a la resistencia que las villas ofrecen a dejar que nuevas gentes entren a gozar de sus franquicias. «Lejos de procurar extender ampliamente entre los campesinos su derecho y sus instituciones, las villas se reservaron el monopolio más celosamente a medida que dentro de ellas se afirmaba y desarrollaba el régimen popular.

Es más; pretendieron imponer a las gentes del campo libre una denominación muy gravosa, los trataron como súbditos, y llegado el caso los obligan con la violencia a sacrificarse en su beneficio». «Concluyamos, pues, que las democracias urbanas de la Edad Media no fueron en suma, y no pudieron ser otra cosa que democracias de privilegios.» Ahora bien; democracia en sentido moderno y privilegio son la más completa contradicción que se puede imaginar. «Y no es —prosigue Pirenne— que la teoría del gobierno democrático fuese ignorada en la Edad Media.

Los filósofos del tiempo la formularon claramente a imitación de los antiguos. En Lieja, en medio de las agitaciones civiles, el buen canónigo Jean Hocsent examina gravemente los méritos respectivos de la aristorratia, de la oligarchia y de la democratia, y se pronuncia finalmente por esta última. Por otra parte, harto sabido es que más de un escolástico ha reconocido formalmente la soberanía del pueblo y su derecho a disponer del poder.

Pero estas teorías no ejercieron la mayor acción sobre las burguesías. Se puede, sin duda sorprender su influencia, durante el siglo XIV, en ciertos panfletos políticos, en algunas obras literarias; pero es completamente cierto, en cambio, que no tuvieron, cuando menos en los Países Bajos, la más mínima acción sobre la Comuna» [3].

La idea que algunos «radicales» españoles han tenido de enlazar su política democrática con el levantamiento de los comuneros revela exclusivamente la ignorancia de la historia que, como un vicio nativo, va adscrita al radicalismo.

La democracia moderna no proviene directamente de ninguna democracia antigua, ni de las medievales, ni de la griega y romana. Estas últimas sólo han proporcionado a la nuestra una terminología tergiversada, el gesto y la retórica [4]. La Edad Media precede por correcciones al régimen. Nuestra era, en cambio, ha procedido par revoluciones; es decir, que en lugar de adaptar el régimen a la realidad social, se ha propuesto adaptar ésta a un ideal esquema.

Cuando los señores feudales, en su galope venatorio, arrasan la sembradura del colono, siente éste la natural irritación y aspira vengarse o evitar en lo futuro el desmán Pero lo que no se le ocurre es que para impedir tal vejamen concrete sufrido en su haber o en su persona sea precisa transformar radicalmente la organización entera de la sociedad.

En nuestro tiempo, por el contrario, el ciudadano que sufre un pisotón siente profunda ira, no contra el pie que le ha pisado, sine contra la arquitectura total de un universo donde los pisotones son posibles. Por esta razón digo que el hombre medieval se irrita contra los abuses (de un régimen), y el moderno, contra los usos (es decir, contra el régimen mismo).

Quiere el temperamento racionalista que el cuerpo social se amolde, cueste lo que cueste, a la cuadrícula de conceptos que su razón pura ha forjado. El valor de la ley es, para el revolucionario, preexistente a su congruencia con la vida. La ley buena es buena par si misma, como pura idea. Por eso, desde hace siglo y medio, la política europea ha sido casi exclusivamente política de ideas. Una política de realidades en que no se aspire a hacer triunfar una idea como tal, parecía inmoral.

No es esto en modo alguno decir que de hecho no se haya practicado subrepticiamente una política de intereses y de ambiciones. Pero lo sintomático del case es que esta política, para poder navegar y hacer su ruta, tenia que autorizarse con algún pabellón idealista y disfrazar sus efectivos designios.

Ahora bien; una idea forjada sin otra intención que la de hacerla perfecta como idea, cualquiera que sea su incongruencia con la rea¬lidad, es precisamente lo que llamamos utopía. El triángulo geométrico es utópico; no hay cosa alguna visible y tangible en quien se cumpla la definición del triángulo.

No es, pues, el utopismos una afección peculiar a cierta política, es el carácter propio a cuanto elabora la razón pura. Racionalismo, radicalismo, pensar, more geométrico son utopismos. Tal vez en la ciencia, que es una función contemplativa, tenga el utopismos una misión necesaria y perdurable. Mas la política es realización. ¿Cómo no ha de resultar contradictorio con ella el espíritu utopista?

En efecto: cada revolución se propone la vana quimera de realizar una utopía más o menos completa. El intento, inexorablemente, fracasa.

El fracaso suscita el fenómeno gemelo y antitético de toda revolución: la contrarrevolución.

Sería interesante mostrar cómo ésta no es menos utopista que su hermana antagónica, aun cuando es menos sugestiva, generosa e inteligente.

El entusiasmo por la razón pura no se siente vencido y vuelve a la lid.

Otra revolución estalla con otra utopía inscrita en sus pendones, modificación de la primera.

Nuevo fracaso, nueva reacción; y así, sucesivamente, hasta que la conciencia social empieza a sospechar que el mal éxito no es debido a la intriga de los enemigos, sino a la contradicción misma del propósito.

Las ideas políticas pierden brillo y fuerza atractiva. Se empieza a advertir todo lo que en ellas hay de fácil y pueril esquematismo. El programa utópico revela su interno formalismo, su pobreza, su sequedad, en comparación con el raudal jugoso y espléndido de la vida. La era revolucionaria concluye sencillamente, sin frases, sin gestos, reabsorbida por una sensibilidad nueva. A la política de ideas sucede una política de cosas y de hombres.

Se acaba por descubrir que no es la vida para la idea, sino la idea, la institución, la norma para la vida, o, como dice el Evangelio, que «el sábado por causa del hombre es hecho, no el hombre por causa del sábado».

Sobre todo—y éste es un síntoma muy importante—, la política toda pierde su presión, desaparece del primer plano de las preocupaciones humanas y queda convertida en un menester, como tantos otros que son ineludibles, pero no atraen el entusiasmo ni se sobrecargan de un patetismo solemne y casi religioso. Porque nótese que en la era revolucionaria la política se hallaba instalada en el centro de los afanes humanos.

El aparato que mejor registra la jerarquía de nuestros entusiasmos vitales es precisamente la muerte. Será lo más importante en nuestra vida aquello por que seamos capaces de morir. Y, en efecto, el hombre moderno ha puesto su pecho las barricadas de la revolución, demostrando así inequívocamente que esperaba de la política la felicidad.

Cuando llega el ocaso de las revoluciones, parece a las gentes este fervor de las generaciones anteriores una evidente aberración de la perspectiva sentimental. La política no es cosa que pueda ser exaltada a tan alto rango de esperanzas y respetos. El alma racionalista la ha sacado de quicio esperando demasiado de ella. Cuando este pensamiento comienza a generalizarse, concluye la era de las revoluciones, la política de ideas y la lucha par el derecho.

El proceso ha sido siempre el mismo en Grecia, en Roma, en Europa. las leyes comienzan por ser efecto de necesidades y de fuerzas o combinaciones dinámicas, pero luego se convierten en expresión de ilusiones y deseos. ¿Han dado jamás las formas jurídicas la felicidad que de ellas se esperó? ¿Han resuelto alguna vez los problemas que las promovieron?

En el fondo del alma europea germinan ya estas sospechas iniciación de una mecánica espiritual nueva que sustituirá a la racionalista, como ésta suplantó a la tradicionalista. Comienza una época antirrevolucionaria; pero las gentes miopes creen que empieza una universal reacción.

Yo no conozco en todo el área histórica épocas de reacción; eso no ha existido nunca. Las reacciones son, como las contrarrevoluciones, peripecias e intermedios sumamente transitorios, que viven sobre el recuerdo fresco del postrer levantamiento. La reacción no es mas que un parásito de la revolución. Ya ha comenzado en la periferia meridional de Europa, y es sumamente probable que se extenderá Luego a los grandes pueblos del Centro y del Norte. Pero todo ello será fugaz, y más que otra cosa, la sacudida material que precede siempre al logro de un nuevo equilibrio.

Al alma revolucionaria no ha sucedido nunca en la historia un alma reaccionaria, sino, más sencillamente, un alma desilusionada. Es la inevitable consecuencia psicológica que dejan los espléndidos siglos idealistas, racionalistas; centurias de dilapidación orgánica, borrachas de confianza, de seguridad en sí mismas, grandes bebedoras de utopía e ilusión.

La fisonomía del alma tradicionalista y revolucionaria que he delineado anteriormente coincide, sin duda, con el desarrollo de la historia europea desde 1500 hasta nuestros días. Los hechos principales de estos últimos siglos son demasiado notorios para que no hayan acudido a la mente del lector, proporcionando una concrete autenticidad al esquema general por mi trazado de un espíritu revolucionario.

Pero es más interesante y hasta inquietador advertir que el mismo esquema se cumple exactamente en los otros ciclos históricos que con alguna aproximación conocemos. Adquiere entonces el fenómeno espiritual de la revolución un carácter de ley cósmica, de estado universal por el que pasa todo el cuerpo nacional, y el tránsito del tradicionalismo al radicalismo aparece como un ritmo biológico que pulsase en la historia inexorablemente, a la manera que el ritmo de las estaciones en la vida vegetal.

Conviene, pues, recordar algunos hechos de la historia griega y romana que encajado con rara precisión en el esquema antecedente, constituyen su más cumplida prueba.

Esto me permitiría a la vez transcribir algunos párrafos de grandes historiadores que, atentos solo a su menester, sin buscar, como yo, generalizaciones históricas, describen tal o cual momento de la vida en Grecia y en Roma. Si esos autores, no dándose de ello clara cuenta, impremeditadamente, se han visto obligados a suponer tras el caso concreto que narra, el mismo mecánico de un espíritu revolucionario que yo he definido como una etapa universal de la historia, no se negara a la coincidencia un valor demostrativo de alto rango.

En la historia griega y romana se ha padecido hasta hace mucho un error que ahora se comienza a corregir. Radica en creer que la hora de plenitud en Grecia y en Roma coinciden con la época de que han llegado hasta nosotros fuentes históricas abundantes. Todo lo anterior se juzgaba tiempo de iniciación étnica y como prehistoria de ambas naciones.

Por una ilusión óptica, muy frecuente en esta ciencia, la historia confundida la inexistencia de datos con la inexistencia de los hechos. Una rectificación de ese error mostró que la realidad era muy distinta.

Las épocas de que se empieza a tener gran copia de noticias son épocas que existen ya historiadores que se encargan de conservarlas. Ahora bien: cuando empieza a haber historiadores en un pueblo ha dejado ya de ser joven, se halla en plena madurez, tal vez inicia su decadencia. La historia es, como la uva, delicia de otoños.

El tiempo en que la vida griega y romana se aclara por completo a nuestros ojos es ya sazón septembrina. Queda la parte de allá, casi integrada, la verdadera historia de estos pueblos su juventud y su infancia. Resulta de aquí que la imagen grecorromana, ante la cual se ha extasiado los siglos últimos, era una faz mas que madura, donde las arrugas habían instalado ya sus figuras geométricas, primer signo de la rigidez cadavérica en que se anuncia la vida menguante.

Mommsen fue el primero en rectificar la perspectiva de la historia romana. El gran Eduardo Meyer hizo lo mismo, pero mas taxativamente, con la de Grecia. A el se debe una de las mas importantes y fecundas innovaciones del pensamiento histórico. La periodización de la historia universal en antigua, media y moderna, era una cuadricula convencionales y caprichosa que, desde el siglo XVII se incrusta como martillo en el cuerpo continuo de la historia.

Reconstruyendo la vida helénica, Meyer encontró que los helenos habían pasado por una época bastante parecida a nuestra Edad Media, y se atrevió a hablar de una Edad Media Griega. Esto traía consigo la transposición de las tres edades a cada ciclo histórico nacional.

Todo pueblo tiene su edad antigua, su edad media, su edad moderna. Con este uso combina por completo el sentido de la periodización tradicional y sus tres estadios dejan de ser rótulos externos convencionales o dialécticos para cargarse de un sentido mas real y como biológico. Son la infancia, la juventud, la madurez de cada pueblo.

La Edad Media de Grecia termina en el siglo VII. Es la primera centuria de que poseemos noticias abundantes y exactas. Sin embargo, no se trata de un aurora nacional. Por el contrario, asistimos a la agonía de un largo pretérito y al despertar de un tiempo nuevo «las bases de la constitución política medieval – resume Meyer- son destruidas. El dominio de los nobles no es ya la expresión adecuadamente de los gobernados no coinciden. El antiguo régimen de la vida del derecho, de las comunidades fundadas en consanguinidad, pierde su sentido y se convierte en una traba.

El hombre no permanece ya necesariamente adscrito al circulo en que ha nacido. Cada cual se informa su propio políticamente. El que no conquista la ventura en su patria va a buscarla entre los extraños. Negocios de dinero (la economía crematística aparece en esta época) y de réditos son tenidos por inmorales y todo el mundo percibe sus funestos efectos; pero nadie puede sustraerse a ellos y el noble mas conservador se guarda mucho desdeñar su granjería. Chrémata. Chrémata áner “el dinero, el dinero es el hombre”; tal es lema del tiempo; y es muy significativo que lo hallemos puesto en boca de un espartano (Alceo, fragmento 49), o de un argivo (Pindaro, Istmicas, 2).

Entre la nobleza y los labradores se presentan las nuevas clases de los industriales y mercaderes, con su apéndice de artesanos, buhoneros, marinos y entre ellos hace su aparición el aventurero que, como Arquiloco de la miseria y el sometimiento.

Crecen las ciudades, donde inmigran los campesinos para ganar en ellas su pan mas fácilmente; extranjeros que en su patria no tuvieron suerte o hubieron de huir por la lucha de los partidos, se avecindan en ellas.

Todos combaten a una el régimen nobiliario. Los campesinos aspiran a libertarse de la insoportable opresión económica; los ciudadanos enriquecidos, a participar en el Poder; los descendientes de los inmigrados, que a veces superan en número a los antiguos ciudadanos, pretenden su equiparación con el vecindario de herencia.

Todos estos elementos son reunidos bajo el nombre de demos, como en tiempo de la Revolución francesa bajo el nombre de tiers état. A la manera que éste, el demos griego no constituye nada unitario por su posición ni por sus fines políticos y sociales; sólo la oposición contra los mejores mantiene juntas tan heterogéneos elementos» [5].

No cabe un paralelismo más minucioso con la composición de nuestras naciones modernas en la víspera de la era revolucionaria. Se inicia con la generalización de la moneda el capitalismo. Con él surge el imperialismo. Pronto va a comenzar la creación de grandes flotas.

La guerra caballeresca del noble medieval —hablo de Grecia— es sustituida por otra que no se hace a caballo ni hombre a hombre. A la promaquia, o lid singular, sucede el gran invento: la falange de hoplitas, el cuerpo táctico de infantería. Al mismo tiempo, la disociación medieval termina y empiezan todos los griegos a llamarse «helenos». Bajo la unidad de este nombre sienten su profunda afinidad histórica.

En fin: es el comienzo de las súbitas transformaciones legislativas, de las constituciones. ¿Será azar? Ello es que a estas constituciones «inventadas» va unido siempre el nombre de un filósofo. Porque es—no se olvide—el siglo de los siete sabios y de los primeros pensadores jónicos y dóricos. Donde hay radical mutación de leyes, nuevas tablas de régimen, existe siempre, paladino u oculto, algún «sabio». Los siete sabios son los siete grandes intelectuales de la época, los descubridores de la razón, del logos, frente al Mythos o tradición.

Por rara fortuna, los dates nos permiten asistir documentalmente a la primera incorporación del alma individualista y racional que se revuelve contra el alma de la tradición. Es el primer pensador cuya figura ha llegado hasta nosotros con plena historicidad, Hecateo de Mileto, autor de un libro sobre los mitos populares que orientaban la vida griega. El libro, del que sólo quedan mínimos fragmentos, comienza de este modo: «Así habla Hecateo de Mileto.

Escribo todo esto según me pareció verdad; porque las narraciones de los griegos son, en mi opinión, contradictorias y ridículas». Estas palabras son el canto matinal del gallo individualista, el toque de diana del racionalismo. Por vez primera aquí un individuo se revuelve señero contra la tradición, vasto mundo milenario en que había habitado inmemorialmente las almas de Grecia.

De reforma en reforma pasa un siglo, y llegamos a la más famosa, la de Clistenes.

He aquí cómo esboza su sentido y la psicología de su autor Wilamowitz-Mollendorf:

«Clistenes el Alcmeónida, de la más poderosa entre las nobles familias rivales que Pisistrato había desterrado, logró, con la ayuda de Delfos y de Esparta, derrocar al tirano; pero no tomó su puesto ni hizo de Atenas un Estado aristocrático, como Esparta esperaba, sino que, también auxiliado en esto por Delfos, lo dotó de la Constitución plenamente democrática, única que conocemos bien. Porque fue él y no Solón su progenitor...

Si en otro tiempo sólo la ley no escrita, la religión y el uso obligaban, son ahora las leyes escritas los verdaderos reyes. Pero no son las letras muertas inscritas en piedra, trabas de la libertad, sino normas de validez general las que se hallan esculpidas en el corazón del civil ciudadano.

Nadie sino el pueblo las ha establecido; pero no las quebrantará arbitrariamente, sino que están modificadas en forma legal cuando hayan dejado de ser «justas». El pueblo se las ha apropiado al jurarlas; pero hay un legislador que las ha hecho.

Para que el pueblo las aceptase libremente, tenían que estar orientadas en la dirección de sus sentimientos y deseos; mas la idea creadora la ha encontrado en sí el legislador, y lo mismo que en el humanitarismo del viejo derecho ático transparece el carácter blando y piadoso del sabio poeta Solón, hay en la Constitución de Clístenes rasgos de una violenta construcción lógico aritmética que invitan a deducir conclusiones sobre el temperamento de su autor. Debió, durante su destierro, elaborar el proyecto esquemático, y sólo a regañadientes aceptó aquí o allá algún compromiso con la realidad, cuando no pudo extirparla.

Por lo menos en su tendencia, tiene mucho de común con la especulación aritmético-filosófica que entonces comenzaba y que pronto iba a llevar a la fe en la realidad de los números. Tuvo, en efecto, conexiones con Samos, patria de los pitagóricos.

En su violento radicalismo, se advierte el carácter de los sofistas y filósofos , siempre obstinados en que lo lógicamente demostrado sea impuesto al mundo real para su salud. Planes tan aéreos recuerdan fácilmente las efímeras constituciones de Francia, que rigieron entre la antigua monarquía y Napoleón» [6].

No creo que sea necesario añadir más. La reforma de Clistenes es un fenómeno típicamente revolucionario, el más ilustre de una larga serie que no concluye hasta Pericles. Bajo él, apenas lo penetramos con la mirada, vemos funcionar la mente geométrica, el radicalismo filosófico, la «razón pura».

La intención de este ensayo era mostrar que la raíz del fenómeno revolucionario ha de buscarse en una determinada afección de la inteligencia. Taine rozó esta idea al numerar las causas de la gran revolución; mas, por otra parte, anulo su agudo descubrimiento, creyendo que se trataba de una modalidad peculiar al alma francesa.

No vio que se trataba de una forma histórica que, al menos en Occidente, tiene carácter general. En nuestra parte del mundo, todo pueblo cuyo desarrollo no haya sido violentamente perturbado llegó en su evolución intelectual a un estadio racionalista.

Cuando el racionalismo se ha convertido en el modo general de funcionar las almas, el proceso revolucionario se dispara automáticamente, ineludiblemente. No se origina, pues, en la opresión de los inferiores por los de arriba, ni en el advenimiento de una supuesta sensibilidad para más exquisita justicia —creencia de suyo racionalista y antihistórica—, nisiquiera de que nuevas clases sociales cobren pujanza suficiente para arrebatar el poder a las fuerzas tradicionales.

De estas cosas, a lo sumo, son algunos hechos concomitantes del espíritu revolucionario, y en vez de ser su causa, son también su consecuencia.

Este origen intelectual de las revoluciones recibe elegante comprobación cuando se advierte que el radicalismo, duración y módulo de aquellas son proporcionales a lo que sea la inteligencia dentro de cada raza. Razas poco inteligentes son poco revolucionarias.

El caso de España es bien claro: se han dado y se dan extremadamente en nuestro país todos los otros factores que se suelen considerar decisivos para que la revolución explote. Sin embargo, no ha habido propiamente espíritu revolucionario.

Nuestra inteligencia étnica ha sido siempre una función atrofiada que no ha tenido un normal desarrollo. Lo poco que ha habido de temperamento subversivo se redujo, se reduce, a reflejo del de otros países. Exactamente lo mismo que acontece con nuestra inteligencia: la poca que hay es reflejo de otras culturas.

El caso de Inglaterra es muy sugestivo. No se puede decir que el pueblo inglés sea muy inteligente. Y no es que le falte inteligencia: es que no le sobra. Posee la justa, la que estrictamente hace falta para vivir. Por esto mismo, su era revolucionaria ha sido la más moderada y teñida siempre de un matiz conservador.

Lo propio aconteció en Roma. Otro pueblo de hombres sanos y fuertes, con gran apetito de vivir y de mandar, pero poco inteligentes. Su despertar intelectual es tardío y se produce en contacto con la cultura griega.

Para la opinión que aquí sustento tiene sumo interés preguntarse cuándo llegan a Roma las «ideas» de Grecia y cuándo comienza la revolución. Una coincidencia de ambas fechas seria de un valor probatorio excepcional. Como es sabido, la era revolucionaria romana empieza en el siglo II antes de Jesucristo, en tiempos de los Griegos.

Por entonces, la situación típica de Roma es exactamente la misma que la de Grecia en el siglo VII - VI y la de Francia en el XVII. El cuerpo histórico de Roma ha llegado a la plenitud de su desarrollo interior; Roma es ya lo que va a ser hasta el fin. Han comenzado las primeras grandes expansiones. Como Grecia a los persas, Francia e Inglaterra a España, Roma ha anulado el imperialismo cartaginés.

Sólo hay una diferencia: el intelecto romano es aún tosco, labriego, bárbaro, medieval. Un gran sentido para la urgencia práctica, falta de agilidad mental, hacen que el romano no sienta esa especifica fruición en el manejo de las ideas que caracteriza a los pueblos más inteligentes, como el griego y el francés.

Hasta la época de que ahora hablo se había perseguido en Roma con saña toda ocupación puramente intelectual. EL gesto convencional de odio, de desdén al arte y al pensamiento durará hasta Augusto. Aun Cicerón cree forzoso disculparse porque, en vez de asistir al Senado, permanece en su villa escribiendo un libro.

Sin embargo, la resistencia es vana. La inteligencia del labriego romano, torpe y lenta, obedece al ciclo inexorable, y, al menos en forma receptiva, despierta un día. Es hacia el 150 antes de J. C. Por vez primera hay en Roma un circulo selecto que se entrega con entusiasmo a la cultura griega, desdeñando la hostilidad de la masa tradicionalista. Este círculo es el más ilustre, el de más alto rango social que hay en la República. Escipión Emiliano, el destructor de Cartago y Numancia, es el primer romano noble que sabe hablar en griego. EL historiador Polibio y el filósofo Panecio son sus consejeros habituates. En su tertulia se habla de poesía, de filosofía, de nuevas técnicas militares (la ingeniería admirable que han revelado las excavaciones de los campamentos numantinos).

Como en Grecia la desaparición de la Edad Media coincide con la sustitución de la promaquia o batalla en forma de combates singulares por el cuerpo táctico de la falange, comienza ahora en Roma la organización del ejército revolucionario en forma de cohortes. Mario, el Lafayette romano, será su definitiva creador. Escipión es un devoto sentimental de las ideas utópicas que Grecia le envía.

Según parece, la frase Humanus sum, que va a dar luego el «Soy hombre y nada humano me es ajeno», suena por vez primera en su casa. Ahora bien: esa frase es el eterno lema de cosmopolitismo; humanitario que inventó una vez Grecia y que, a su tiempo, van a reinventar los ideólogos franceses, Voltaire, Diderot, Rousseau. Esa frase es lema de todo espíritu revolucionario.

Pues bien: en ese primer círculo «helenista», «idealista», se educan los Gracos, promotores de la primera gran revolución. Su madre Cornelia es suegra y prima de Escipión Emiliano. Tiberio Graco tuvo como maestros y amigos a dos filósofos: uno, el griego Diofantes; otro, el itálico Blossius, ambos fanáticos de la ideología política, constructores de utopías. Después del fracaso de Tiberio se dirigió este último al Asia Menor, donde conquistó al príncipe Aristónico para que hiciese con sus siervos y colonos un ensayo de Estado utópico, la «Ciudad del Sol» [8], un falansterio como el de Fourier, una Icaria como la de Cabet.

Se repite, pues, en Roma el mismo mecanismo, funcionan las mismas ruedas que en Atenas y en Francia.

El filósofo, el intelectual, anda siempre entre los bastidores revolucionarios. Sea dicho en su honor. Es él el profesional de la razón pura y cumple con su deber hallándose en la brecha antitradicionalista.

Puede decirse que en esas etapas de radicalismo al fin y al cabo las más gloriosas de todo ciclo histórico consigue el intelectual el máximum de intervención y autoridad. Sus definiciones, sus conceptos geométricos» son la sustancia explosiva que, una vez y otra, hace en la historia saltar las ciclópeas organizaciones de la tradición.

Así, en nuestra Europa surge el gran levantamiento francés de la abstracta definición que los enciclopedistas deban del hombre.

Y el último conato, el socialista, precede igualmente de la definición no menos abstracta, forjada por Marx, del hombre que no es sino obrero, del «obrero puro».

En el ocaso de las revoluciones van dejando las ideas de ser un factor histórico primario, como no lo eran tampoco en la edad tradicionalista.

_______ Epílogo Sobre el Alma Desilusionada 

EL tema de este ensayo se reducía a intentar una definición del espíritu revolucionario y anunciar su fenecimiento en Europa. Pero he dicho al comienzo que ese espíritu es tan sólo un estadio de 1a órbita que recorre todo gran ciclo histórico.

Le precede un alma tradicionalista, le sigue un alma mística, más exactamente, supersticiosa.

Tal vez el lector sienta alguna curiosidad por conocer qué sea ese alma supersticiosa en que desemboca el período de las revoluciones.

Pero acaece que no es posible hablar sobre el asunto de otro modo que largamente.

Las épocas post revolucionarias, tras una hora muy fugaz de aparente esplendor, son tiempo de decadencia. Y las decadencias, como los nacimientos, se envuelven históricamente en la tiniebla y el silencio.

La historia practica un extraño pudor que le hace correr un velo piadoso sobre la imperfección de los comienzos y la fealdad de las declinaciones nacionales.

Ello es que los hechos de la época «helenística» en Grecia, del media y bajo Imperio en Roma, son mal conocidos por los historiadores y apenas sospechados por la generalidad de los cultos. No hay, pues, manera de poder referirse a ellos en forma de breve alusión.

Sólo a riesgo de padecer sin número de males interpretaciones me atrevería a satisfacer la curiosidad del lector (¿hay en nuestro país lecturas curiosos?) diciendo lo siguiente:

El alma tradicionalista es un mecanismo de confianza, por que toda su actividad consiste en apoyarse sobre la sabiduría indubitada del pretérito. EL alma racionalista rompe esos cimientos de confianza con el imperio de otra nueva: la fe en la energía individual, de que es la razón momento sumo. Pero el racionalismo es un ensayo excesi¬vo Aspira a lo imposible.

El propósito de suplantar la realidad con la idea es bello por lo que tiene de eléctrica ilusión, pero está conde¬nado siempre al fracaso.

Empresa tan desmedida deja tras de sí transformada la historia en un área de desilusión. Después de la derrota que sufre en su audaz intento idealista, el hombre queda completamente desmoralizado . Pierde toda fe espontánea , no cree en nada que sea una fuerza clara y disciplinada. Ni en la tradición ni en la razón, ni en la colectividad ni en el individuo.

Sus resortes vitales se aflojan, porque, en dehnitiva, son las creencias que abriguemos quienes los mantienen tensos. No conserva esfuerzo suficiente para sostener una actitud digna ante el misterio de la vida y el universo. Física y mentalmente degenera.

En estas épocas queda agostada la cosecha humana, la nación se despuebla. No tanto por hambre, peste u otros reveses, cuanto porque disminuye el poder genesíaco del hombre. Con él mengua el coraje viril. Comienza el reinado de la cobardía un fenómeno extraño que produce lo mismo en Grecia que en Roma, y aún no ha sido justamente subrayado.

En tiempos de salud goza el hombre medio de la dosis de valor personal que baste para afrontar honestamente los casos de la vida. En estas edades de consunción, el valor se convierte en una cualidad insólita que sólo algunos poseen. La valentía se torna profesión, y sus profesionales componen la soldadesca que se alza contra todo el poder público y oprime estúpidamente el resto del cuerpo social.

Esta general cobardía germina. en los más delicados e íntimos intersticios del alma. Se es cobarde para todo.

El rayo y el trueno vuelven a espantar como en los tiempos más primitivos.

Nadie confía en triunfar de las dificultades por medio del propio vigor.

Se siente la vida como un terrible azar en que el hombre depende de voluntades misteriosas, latentes, que operan según los más pueriles caprichos.

El alma envilecida no es capaz de ofrecer resistencia al destino, y busca en las prácticas supersticiosas los medios para sobornar esas voluntades ocultas.

Los ritos más absurdos atraen la adhesión de las masas. En Roma se instalan pujantes todas las monstruosas divinidades del Asia que dos siglos antes hubieran sido dignamente desdeñadas.

En suma: incapaz el espíritu de mantenerse por sí mismo en pie, busca una tabla donde salvarse del naufragio y escruta en torno, con humilde mirada de can, alguien que le ampare.

El alma supersticiosa es, en efecto, el can que busca un amo.

Ya nadie recuerda siquiera los gestos nobles del orgullo, y el imperativo de libertad, que resonó durante centurias, no hallaría la menor comprensión.

Al contrario, el hombre siente un increíble afán de servidumbre. Quiere servir ante todo: a otro hombre, a un emperador, a un brujo, a un ídolo.

Cualquier cosa, antes que sentir el terror de afrontar solitario, con el propio pecho, los embates de la existencia.

Tal vez el propio nombre que mejor cuadra al espíritu que se inicia tras el ocaso de las revoluciones sea el de espíritu servil.

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