Ciudad de Buenos Aires, salida de la escuela, mientras caminábamos
juntos para tomar el micro de vuelta a casa, mi hija de 7 años Anahí,
observa el corte de dos cuadras de Av. Caseros (entre Catamarca y Deán
Funes a 2 cuadras del parque Patricios), que habían hecho los operarios
municipales para realizar una audaz poda de árboles.
Viendo el corte al
ras de las copas arbóreas me decía en un triste sollozo, tal vez
sensible ante el cambio abrupto de paisaje:
“Papi no quiero que maten
los arboles! , contesto: “No Anahí, no los están matando, sólo los están
podando. “ Los arboles, hija” _agregué_, viven más años que nosotros,
pero creo que llegó el Final de Otoño, que me dice:
“Ya no acaricio el viento,
He perdido la suavidad el oro que desprenden mis manos.
El Hoy ha terminado con la última de mis riquezas.
Esperé con ansiedad el final de mis días dorados.
Y seré otro, y seré Sol , seré cielo igual
Seré Sol ahora dueño del Rayo,
que lleva la luz a los que mueren de silencio,
en la noche del Invierno.
Ya no siento el ritmo de los pasos de la gente,
al escuchar su suave andar sobre mi alfombra de papel.
La voz del violín que suena en el aire,
será cómo el pájaro,
que anuncia con su canto su partida,
su migración,
o su amor.
También será mi aviso, de
Y digo:
“Tu tenue y suave llanto despierta
un verso, como un violín en pizzicato…:
Descubriste un motivo
para la compasión,
querida Anahí,
Descubriste una clave,
en tu sensible corazón.
Te regalo mi amor,
Será combustible,
en pequeña porción,
para que vueles alto,
como el pájaro.
Te regalo colores para pintar,
tus árboles del próximo Otoño,
que no morirán.
Escrito a finales de Otoño de 2014
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Extraído del muro de Daniel Santiago Domínguez en Facebook
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