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Palabras del Subcomandante Insurgente Marcos a la Caravana Nacional e Internacional de Observación y Solidaridad con las comunidades zapatistas. Caracol de La Garrucha, 2 de agosto de 2008
Buenas tardes, buenas noches. Mi nombre es Marcos, Subcomandante Insurgente Marcos, y estoy aquí para presentarles al Teniente Coronel Insurgente Moisés.
Él es el encargado por parte de la Comandancia General del EZLN del trabajo internacional, lo que llamamos la Comisión Intergaláctica y la Sexta Internacional, porque, de todos nosotros, es el único que les tiene paciencia a ustedes.
Vamos a hablar despacio, para la traducción. We will speak slowly, for the translation. Nous allons parler doucement, pour la traduction.
Queremos agradecerles que hayan venido hasta acá a conocer directamente lo que está sucediendo con el proceso zapatista, no sólo con las agresiones que estamos recibiendo, sino también los procesos que se están construyendo aquí en territorio rebelde, en territorio zapatista.
Esperamos que lo que vean, que lo que escuchen sirva para que puedan llevar esa palabra muy lejos: a Grecia, a Italia, a Francia, a España, al País Vasco, a Estados Unidos y al resto de nuestro país, con nuestros compañeros de La Otra Campaña.
Ojalá y no vayan a hacer como la llamada Comisión Civil Internacional de Observación de los Derechos Humanos, que lo único que vino a hacer aquí, hace unos meses, fue a lavarle las manos al gobierno perredista de Chiapas, al decir que las agresiones que sufrían nuestros pueblos no venían del gobierno estatal, sino del gobierno federal.
Quería explicar, a grandes rasgos, lo que ha sido la historia del EZLN y de las comunidades indígenas zapatistas en este territorio, en Chiapas pues.
Me refiero a los Altos de Chiapas, la zona del Caracol de Oventic; la zona tzotz choj, tzeltal-tojolabal, que es la del Caracol de Morelia; la zona chol que es la de Roberto Barrios, en el norte de Chiapas; la zona tojolabal o Selva Fronteriza, que es el Caracol de La Realidad; y ésta que es la zona tzeltal, que es el Caracol de La Garrucha.
El día de mañana, están invitados a visitar un poblado que tiene muchos años de ser bases de apoyo del EZLN. Van a tener el honor de ser guiados por el Comandante Ismael, que está aquí. Este compañero junto con el Señor Ik —el finado Comandante Hugo o Francisco Gómez, que era su nombre civil—, estuvieron recorriendo estas cañadas, hablando de la palabra zapatista cuando nadie estaba con nosotros.
Él los va a llevar. Van a ir a ver el lugar donde los soldados estaban buscando marihuana. Queremos que ustedes vean si hay marihuana.
Si encuentran, no se la vayan a fumar, sino que hagan la denuncia para destruirla. No, no hay marihuana. Pero no nos creen a nosotros, a lo mejor a ustedes. A ustedes… ¡menos! Ya que los vean, no les van a creer nada.
¿Cómo empezó todo? Hace 24 años, casi 25, llegó un pequeño grupo de urbanos, o de ciudadanos como les decimos nosotros, no a esta parte de la selva, sino mucho más adentro, lo que ahora se conoce como la Reserva de Montes Azules.
En esa zona no había nada, mas que animales salvajes de cuatro patas y animales salvajes de dos patas que éramos nosotros. Y la concepción de ese pequeño grupo —estoy hablando de 1983-1984, o sea hace 24 o 25 años— era la tradicional de los movimientos de liberación en América Latina, es decir: un pequeño grupo de iluminados que se alza en armas contra el gobierno.
Y eso provoca que mucha gente los siga, se levante, y se tumbe al gobierno, y se instale un gobierno socialista. Estoy siendo muy esquemático, pero básicamente es lo que se conoce como la teoría del “foco guerrillero”.
Ese pequeño grupo, de los que quedamos entonces, tenía esa concepción tradicional, clásica u ortodoxa, si la quieren llamar así, pero tenía también una carga ética y moral que no tenía precedentes en los movimientos guerrilleros o armados en América Latina.
Esta herencia ética y moral venía de otros compañeros que ya habían muerto, enfrentándose al ejército federal y a la policía secreta del gobierno mexicano.
Durante todos esos años, estábamos solos. No había compañeros en los pueblos. Nadie de Grecia venía a vernos. Ni de Italia ni de Francia ni de España ni del País Vasco. Vaya… ¡Ni de México! Porque éste era el rincón más olvidado de este país.
Eso que era algo en contra, más adelante se iba a convertir en una ventaja: el hecho de estar aislados y olvidados nos permitió, entonces, hacer un proceso de involución. Alguno que sea ortodoxo conocerá el libro que dice “la transformación del mono en hombre”.
En ese entonces, fue al revés: el hombre se transformó en mono, que era lo que éramos nosotros. Incluso físicamente, por eso uso pasamontañas pues. Es una cuestión de estética y buen gusto que hay que taparse la cara.
Este pequeño grupo sobrevivió a la caída del Muro de Berlín, al derrumbe del campo socialista, a la claudicación de la guerrilla en Centroamérica —primero con el FMLN en El Salvador, luego con aquello que alguna vez se llamó el Frente Sandinista de Liberación Nacional, en Nicaragua. Y más después, la unión revolucionaria de Guatemala, la URNG—.
Lo que lo hizo sobrevivir fueron dos elementos, según nosotros: Uno, era la necedad o la terquedad que, probablemente, esa gente traía en el DNA. Y la otra, fue la carga moral y ética que había heredado de los compañeros y compañeras que habían sido asesinados por el ejército, en estas montañas precisamente.
Las cosas se hubieran quedado ahí, con dos opciones:
Un pequeño grupo que pasa décadas encerrado en la montaña, esperando algún momento que pasa algo y puede actuar dentro de la realidad social.
O terminar, como alguna parte de la izquierda radical en México entonces, como diputados, senadores, o presidentes legítimos de la izquierda institucional en México.
Pasó algo que nos salvó. Nos salvó y nos derrotó en esos primeros años. Y lo que pasó está sentado aquí a mí izquierda, que es el Teniente Coronel Insurgente Moisés, el Comandante Masho, el Comandante Ismael y muchos otros compañeros que convirtieron el EZLN, de un movimiento guerrillero foquista y ortodoxo, en un ejército de indígenas.
No se trataba sólo de que era un ejército mayoritariamente compuesto por indígenas. Mayoritariamente… me estoy cubriendo porque, en realidad, de cada 100 combatientes, 99 eran indígenas y uno era mestizo.
No sólo eso, sino que ese ejército y su concepción sufrió una derrota en su planteamiento iluminador, su planteamiento de dirección, caudillista, revolucionario clásico, donde un hombre, o un grupo de hombres, se convierte en el salvador de la humanidad, o del país.
Lo que pasó, entonces, es que ese planteamiento fue derrotado a la hora que confrontamos a las comunidades y nos dimos cuenta, no sólo que no nos entendían, sino que su propuesta era mejor.
Algo había pasado en todos los años previos, décadas previas, siglos anteriores. Nos estábamos enfrentando a un movimiento de vida, que había logrado sobrevivir a los intentos de conquista de España, de Francia, de Inglaterra, de Estados Unidos, y de todas las potencias europeas, incluyendo la Alemania nazi en 1940-1945.
Lo que había hecho resistir a esta gente, a estos nuestros compañeros y compañeras primero, y, luego, nuestro jefes y jefas ahora, había sido un apego a la vida que tenía que ver mucho con la carga cultural.
La lengua, el lenguaje, la forma de relacionarse con la naturaleza presentaba una alternativa no sólo de vida, sino de lucha. No les estábamos enseñando a nadie a resistir.
Nos estábamos convirtiendo en alumnos de esa escuela de resistencia de alguien que llevaba cinco siglos haciéndolo.
Los que venían a salvar a las comunidades indígenas, fueron salvados por ellas. Y encontramos rumbo, destino, camino, compañía y velocidad para nuestro paso. Lo que, entonces y ahora, llamamos “la velocidad de nuestro sueño”.
El EZLN tiene muchas deudas con ustedes, con gente como ustedes, en México y en todo el mundo, pero nuestra deuda fundamental está en nuestro corazón: en el corazón indígena. En esta comunidad y en miles de comunidades como ésta, que están pobladas por compañeros bases de apoyo zapatistas.
En el momento en que el pequeño grupo guerrillero hace contacto con los pueblos, hay un problema y una lucha. Yo tengo una verdad —yo, el grupo guerrillero—, y tú eres un ignorante, te voy a enseñar, te voy a adoctrinar, te voy a educar, te voy a formar. Error y derrota.
A la hora que se empieza a construir el puente del lenguaje, y empezamos a modificar nuestra forma de hablar, empezamos a modificar nuestra forma de pensarnos a nosotros mismos y de pensar el lugar que teníamos en un proceso: Servir.
De un movimiento que se planteaba servirse de las masas, de los proletarios, de los obreros, de los campesinos, de los estudiantes para llegar al poder y dirigirlos a la felicidad suprema, nos estábamos convirtiendo, paulatinamente, en un ejército que tenía que servir a las comunidades. En este caso, las comunidades indígenas tzeltales, que fueron las primeras donde nos instalamos, que fue en esta zona.
El contacto con los pueblos significó un proceso de reeducación más fuerte y más terrible que los electroshocks que acostumbran en las clínicas siquiátricas. No todos lo soportaron, algunos sí lo soportamos, pero nos seguimos quejando todavía a estas alturas del partido.
¿Qué pasó después? Lo que pasa es que el EZLN se convierte en un ejército de indígenas, al servicio de los indígenas, y pasa de los seis con que empezamos el EZLN, a más de seis mil combatientes.
¿Qué es lo que detona el alzamiento del primero de enero de 94? ¿Por qué decidimos alzarnos en armas? La respuesta está en los niños y en las niñas. No fue un análisis de la coyuntura internacional.
Cualquiera de ustedes estará de acuerdo conmigo en que la coyuntura internacional no era propicia para un alzamiento armado.
El campo socialista había sido derrotado, todo el movimiento de izquierda en América Latina estaba en una etapa de repliegue. En México, la izquierda estaba llorando la derrota después de que Salinas de Gortari no sólo había hecho un fraude, sino había comprado a buena parte de lo que era la conciencia crítica de la izquierda en México.
Cualquiera mínimamente razonable nos hubiera dicho: no hay condiciones, no se alcen en armas, entreguen las armas, entren a nuestro partido, etcétera, etcétera.
Pero hubo algo adentro que hizo que desafiáramos esos pronósticos y esas coyunturas internacionales.
El EZLN entonces se plantea, por primera vez, desafiar el calendario y la geografía de arriba. Los niños y las niñas, les dije.
Ocurrió que en esos años, a partir del principio de los noventa, de 1990, hubo una reforma que impedía que los campesinos pudieran acceder a la tierra.
La tierra, como van a ver mañana, cuando suban la loma que va hacia el pueblo de Galeana, ésa era la tierra que tenían los campesinos: laderas empinadas, llenas de piedra. Las buenas tierras estaban en manos de los finqueros. En los próximos días, van a ir a ver, también, esas fincas y van a poder ver la diferencia entre la calidad de tierra.
Se acabó la posibilidad de acceder a un terreno de tierra. Y, al mismo tiempo, las enfermedades empezaron a acabar con los niños y con las niñas.
De 1990 a 1992, no había niño, en la Selva Lacandona, que llegara a los cinco años. Antes de los cinco años, morían de enfermedades curables.
No era el cáncer, no era el SIDA, no eran enfermedades del corazón, eran enfermedades curables: tifoidea, tuberculosis, y, a veces, una simple calentura era la que mataba a niños y a niñas menores de cinco años.
Yo sé que en la ciudad esto puede ser hasta una ventaja: mientras menos burros, más olotes, dicen. Pero en el caso de un pueblo indígena, la muerte de su niñez significa su desaparición como pueblo. O sea, en el proceso natural, los adultos crecen, se hacen ancianos y mueren. Si no hay niños, esa cultura desaparece.
La mortandad de los indígenas, de los niños y de las niñas indígenas, agudizó todavía el problema. Pero la diferencia que había aquí al resto de otros pueblos indios, es que aquí había un ejército rebelde, armado.
Fueron las mujeres las que empezaron a empujar esto. No fueron los hombres.
Yo sé que la tradición en México —los mariachis, Pedro Infante y todo eso— es que los hombres somos muy machos.
Pero no fue así.
Quienes empezaron a empujar: hay que hacer algo, ya no, y ya basta, fueron las mujeres, que veían morir a sus hijos y a sus hijas.
Empezó a haber una especie de rumor en todas las comunidades: hay que hacer algo, ya basta, ya basta, en todas las lenguas. Para entonces, ya estábamos también en la zona de los Altos. Y ahí teníamos dos compañeras que habían sido, y son todavía, la columna vertebral en ese trabajo: la finada Comandanta Ramona y la Comandanta Susana.
Por diversas partes empezó a surgir esta inquietud, esta molestia…
Vamos a decirlo por su nombre:
esta rebeldía en las mujeres zapatistas, que había que hacer algo.
Nosotros hicimos lo que teníamos que hacer, entonces, que era preguntarle a todos qué íbamos a hacer.
Hubo, entonces, en 1992, una consulta —sin televisión, sin gobierno del Distrito Federal, sin nada de lo que hay ahora—, y pueblo por pueblo se pasó y se realizaron asambleas —como ésta en la que estamos ahorita—.
Se planteaba el problema. La disyuntiva era muy sencilla: si nos alzamos en armas, nos van a derrotar, pero va a llamar la atención y van a mejorar las condiciones de los indígenas.
Si no nos alzamos en armas, vamos a sobrevivir, pero vamos a desaparecer como pueblos indios.
La lógica de muerte es cuando nosotros decimos: no nos dejaron otra opción.
Ahora, después de catorce, casi quince años, nosotros —los que llevamos más tiempo aquí— decimos: qué bueno que no teníamos otra opción.
Los pueblos dijeron: para eso estás, pelea, pelea con nosotros.
No se trataba sólo de una relación formal, de mando.
Porque formalmente era al revés: formalmente, el EZLN era el mando y los pueblos eran los subordinados.
Pero en los hechos, en la realidad, era al contrario: los pueblos sostenían, cuidaban y hacían crecer al Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
En ese entonces, fue importante también la participación de un compañero mestizo, de la ciudad, el Subcomandante Insurgente Pedro, que cae combatiendo el primero de enero del 94.
Cuando llevamos esa disyuntiva y los pueblos dicen “alcémonos en armas”, el cálculo militar que hicimos —el Teniente Coronel Moisés tal vez lo recuerda bien porque fue en esta montaña que está aquí a espaldas del pueblo, allá arriba, en un campamento que teníamos, hubo una reunión de todos los mandos zapatistas—, el planteamiento que yo les hice fue éste:
tenemos que pensar lo que vamos a hacer, porque cuando empecemos a echar andar algo no se va a poder dar marcha atrás.
Si nosotros le empezamos a preguntar a la gente si nos alzamos en armas o no, ya no vamos a poder detener.
Sabíamos y sentíamos que la respuesta iba a ser sí.
Y sabíamos y sentíamos que los que iban a caer éramos los que estábamos reunidos en estas montañas, aquí arriba de La Garrucha.
Pasó lo que pasó. No les voy a contar el primero de enero de 94, porque ustedes empiezan a saber de nosotros —bueno, algunos, porque otros apenas estaban muy chavitos—, y se abre una etapa de resistencia, decimos nosotros, donde se pasa de la lucha armada a la organización de la resistencia civil y pacífica.
Algo pasó en todo este proceso que quiero llamar la atención, que es: el cambio en la posición del EZLN respecto al problema del poder.
Y esta definición frente al problema del poder es la que va a marcar de manera más honda la huella en el camino zapatista.
Nosotros nos habíamos dado cuenta —y en el nosotros que digo, ya van incluidas las comunidades, no sólo el primer grupo—, nos habíamos dado cuenta que las soluciones, como todo en este mundo, se construyen desde abajo hacia arriba.
Y toda nuestra propuesta anterior, y toda la propuesta de la izquierda ortodoxa, hasta entonces, era al revés, era: desde arriba se solucionan las cosas para abajo.
Este cambio de abajo para arriba significaba para nosotros no organizarnos, ni organizar a la gente para ir a votar, ni para ir a una marcha, ni para gritar, sino para sobrevivir y para convertir la resistencia en una escuela.
Esto fue lo que hicieron los compañeros, no el EZLN original, aquel pequeño grupo, sino el EZLN ya con este componente indígena.
Esto que ahora se conoce a grandes rasgos como la construcción de la autonomía zapatista, es un proceso que les va a detallar ahora el Teniente Coronel Insurgente Moisés.
Antes de eso, quería yo señalar algunas cosas. Se dice, no sin razón, que en los últimos dos años, el 2006, el 2007, el Subcomandante Marcos trabajó, con empeño y con éxito, en destruir la imagen mediática que se había construido en torno a él.
Y les llama la atención cómo gente que antes estaba cerca, ahora se han alejado o se han vuelto, definitivamente, anti-zapatistas.
Algunos de ellos fueron a sus países a dar pláticas y fueron recibidos como si fueran los que se alzaron en armas.
Eran los zapatólogos, dispuestos a viajar con todos los gastos pagados, a recibir los aplausos, las caravanas y alguno que otro favor, cuando viajaban al extranjero.
¿Qué pasó? Les voy a decir cómo lo vemos nosotros. Ustedes tendrán su visión. A la hora que se alza el EZLN, surge…
Voy a explicarme: aquí en las zonas indígenas se habla mucho de “los coyotes”. Los coyotes, quiero hacer la diferencia porque para los yaquis y los mayos el coyote es muy chingón, pues, es emblemático.
En Chiapas no. El coyote es el intermediario. Es alguien que compra barato a los indígenas, y luego revende caro en el mercado.
Cuando se da el alzamiento zapatista, surgen lo que nosotros llamamos los intermediarios de la solidaridad. O sea, los coyotes de la solidaridad.
Esta gente que decía, y aún dice, que tiene la interlocución con el zapatismo, que tienen el teléfono rojo, que son los que saben cómo está la cosa aquí, y eso les significa un capital político.
Vienen y traen alguna cosita, o sea pagan barato, y van y se presentan como los emisarios del EZLN: cobran caro.
La aparición de este grupo de intermediarios, donde había políticos, intelectuales, aristas y gente del movimiento social, nos ocultó a nosotros la existencia de otras cosas, de otros abajos.
Nosotros intuíamos que la España de abajo estaba ahí; que el País Vasco en rebeldía estaba ahí; que la Grecia rebelde estaba ahí; que la Francia insurrecta estaba ahí; que la Italia de lucha estaba ahí; pero no la veíamos. Y temíamos, entonces, que ustedes tampoco nos vieran a nosotros.
Estos intermediarios organizaban y hacían cosas cuando estábamos de moda, y cobraban su capital político.
Así como hay quien organiza conciertos, que dice que son para acá y se queda con una parte: cobra como su salario, o lo que le toca a su organización.
Había otro abajo. Nosotros siempre teníamos esa idea: el zapatismo siempre se ha planteado que no es el único rebelde, ni el mejor. Y nuestra concepción no era crear un movimiento que hegemonizara toda la rebeldía en México, o toda la rebeldía a nivel mundial.
Nunca aspiramos a una internacional, a la quinta internacional o ya no sé en cuál vayan —¿Alejandro? Ya va la Sexta, pero ésta es otra, ésta es La Otra Internacional. El compañero sabe de internacionales—.
¿Qué pasó? Yo les voy a decir algunas cosas que para ustedes no serán novedad. El cuento de una izquierda institucional está perfectamente claro para los españoles, con Rodríguez Zapatero o Felipe González; para el País Vasco —Gora Euskal Herria— más todavía; para la Italia rebelde tampoco debe ser una novedad; y Grecia, bueno, nos puede explicar también mucho de eso; desde Miterrand, el varón, en Francia, igual.
En México, no. Sigue habiendo esa expectativa: que es posible que la izquierda que padecemos ahora, si llega al poder, lo va a hacer impunemente. Quiere decir: va a poder llegar a gobernar sin dejar de ser de izquierda. España, Italia, Francia, Grecia, prácticamente todos los países del mundo, pueden dar cuenta de lo contrario: de gente de izquierda, consecuente —no necesariamente radical—, que en el momento en que llega al poder, deja de serlo.
Varía la velocidad, varía la profundidad, pero indefectiblemente, se transforman. Eso es lo que nosotros llamamos “el efecto estómago” del poder: o te digiere o te hace mierda.
Este acercamiento, en México, de la izquierda o de lo que se autodenomina izquierda, al poder —ahorita me estoy acordando que salió en un periódico que yo no estaba aquí, que estaba en la Ciudad de México, en las fiestas de la izquierda, no sabía que había izquierda en la Ciudad de México y hacen fiestas…. Sí hay todavía, pero es Otra izquierda pues—; en el momento en que se presentó la posibilidad del poder, empezó a surgir este proceso de digestión y defecación del poder sobre esa izquierda.
A los zapatistas, y a todo aquel que se puso en el centro —perdónenme si rompo algún corazón, pero el centro no está en el centro, está pegado a la derecha. Es el otro lado, a la derecha… bueno, a la derecha de ustedes—…
Entonces, nosotros teníamos que, se nos pedía por este grupo de intelectuales, artistas, líderes sociales, que volviéramos la historia hasta 1984, cuando pensábamos que un grupo, o una persona, si llega al poder, transforma todo hacia abajo.
Y que nosotros depositáramos la confianza, el futuro, nuestra vida y nuestro proceso, a un iluminado, a una persona, junto con una banda de 40 ladrones que es la izquierda en México.
Nosotros dijimos que No. No es que nos sea antipático el presidente legitimo, sino simple y sencillamente no creemos en ese proceso.
No creemos que alguien, ni siquiera alguien tan guapo como el Subcomandante Marcos, sea capaz de hacer esa transformación —bueno, las piernas—. Nosotros no podíamos hacer eso, y entonces se da la ruptura.
Yo quiero llamarles la atención sobre una cosa: entonces, dijimos lo que iba a pasar. Lo que está pasando ahorita.
Cuando nosotros lo dijimos, dijeron que le estábamos haciendo el juego a la derecha. A la hora, ahora, que están repitiendo, hasta con nuestras mismas palabras, lo que dijimos hace dos años, se dice que es para hacerle un servicio a la izquierda.
El zapatismo es incómodo. Como si en el rompecabezas del poder llegara una pieza que no encaja y que hay que deshacerse de ella. De todos los movimientos que hay en México, uno de ellos —no el único—, el zapatismo, es incómodo para esta gente.
Es un movimiento que no permite conformarse, que no permite rendirse, que no permite claudicar, que no permite venderse. Y en los movimientos de arriba ésa es la lógica, eso es lo racional. Es la “real politik”, como dicen.
Entonces, se da este distanciamiento que, poco a poco, empieza a permear hacia los sectores internacionales, en América Latina y en Europa, fundamentalmente.
En ese trayecto, sin embargo, se construyeron relaciones más sólidas. Por mencionar alguna, la de los compañeros de la CGT de España, el movimiento cultural rebelde del País Vasco, la Italia social y, más recientemente, la Grecia rebelde e insumisa que hemos encontrado.
Este corrimiento a la derecha se oculta de la siguiente forma, se dice: “el EZLN se radicalizó y se hizo más de izquierda”.
Disculpen, pero nuestro planteamiento sigue siendo el mismo:
no buscamos la toma del poder, pensamos que las cosas se construyen desde abajo.
Y lo que ocurrió es que esos sectores, los intermediarios de la solidaridad, los coyotes internacionalistas, o la internacional del coyotaje, se habían corrido a la derecha. Porque el poder no te deja acceder a él impunemente.
El poder es un club exclusivo, que tiene determinados requisitos para entrar a él.
Lo que los zapatistas llamamos “la sociedad del poder” tiene reglas.
Y sólo se puede acceder a él si se cumplen determinadas reglas.
Cualquiera que busque la justicia, la libertad, la democracia, el respeto a la diferencia, no tiene posibilidad de acceder ahí, a menos que claudique de esas ideas.
Cuando nosotros empezamos a ver este corrimiento a la derecha del sector aparentemente más zapatista, empezamos a preguntarnos por qué había abajo, qué había detrás.
Para ser sinceros, empezamos al revés: empezamos en el mundo, o sea internacionalmente, y luego nos preguntamos por México.
Por razones que tal vez ustedes puedan explicar, la cercanía del zapatismo fue más fuerte con otros países que con México.
Y fue más fuerte en México que con la gente de Chiapas. Como si hubiera una relación inversa en la geografía: quien vivía más lejos, estaba más cerca nuestro, y quien vivía más cerca, estaba más alejado de nosotros.
Llegó la idea de buscarlos, con la intuición y el deseo de que existieran: ustedes, otros como ustedes. Vino la Sexta Declaración, la ruptura definitiva con este sector de los coyotes de la solidaridad.
Y la búsqueda, en México y en el mundo, de otros que fueran como nosotros, pero que fueran diferentes.
Además de esta posición frente al poder, hay una característica esencial en el zapatismo —y lo van a ver ahora que estén en estos días aquí, o si hablan con los Consejos Autónomos y con las Juntas de Buen Gobierno, o sea con las autoridades autónomas—: la renuncia a hegemonizar y homogeneizar la sociedad.
Nosotros no pretendemos un México zapatista, ni un mundo zapatista.
No pretendemos que todos se hagan indígenas.
Nosotros queremos un lugar, aquí, el nuestro, que nos dejen en paz, que no nos mande nadie.
Eso es la libertad: que nosotros decidamos lo que queremos hacer.
Y pensamos que sólo es posible, si otros como nosotros quieren y luchan por lo mismo.
Y se establece una relación de compañerismo, decimos nosotros.
Eso es lo que quiere construir La Otra Campaña.
Eso es lo que quiere construir la Sexta Internacional.
Un encuentro de rebeldías, un intercambio de aprendizajes y una relación más directa, no mediática, sino real, de apoyo entre organizaciones.
Hace unos meses, vinieron aquí compañeros de Corea, de Tailandia, de Malasia, la India, Brasil, España —y no me acuerdo de qué otros lados—, de Vía Campesina.
Nosotros los vimos en La Realidad, estábamos ahí con ellos.
Y cuando hablamos les dijimos:
el encuentro entre dirigentes, para nosotros no vale nada. Ni siquiera la foto que se tomen.
Si las dirigencias de dos movimientos no sirven para que los movimientos se encuentren y se conozcan, esas dirigencias no sirven.
Nosotros les decimos lo mismo, ahora, a cualquiera que viene a proponer eso.
Lo que nos interesa es lo que está detrás: ustedes, otros como ustedes.
No podemos ir a Grecia, pero podemos hacer el cálculo y decir que de los que quisieron venir, no están todos aquí. ¿Cómo podemos hablar con esos otros? Y decirles que no queremos limosna, que no queremos lástima. Que no queremos que nos salven la vida.
Que queremos un compañero, una compañera, y unoa compañeroa en Grecia, que luche por lo suyo. En Italia, en el País Vasco, en España, en Francia, en Alemania, Dinamarca, Suecia —no voy a decir todos los países, porque qué tal que me falta uno y viene la protesta—…
¿Para dónde miramos nosotros? Cuando les hago este rápido recorrido, les hablo de una herencia moral y ética de los que nos fundaron.
Tiene que ver, sobre todo, con la lucha y el respeto por la vida, por la libertad, por la justicia y por la democracia.
Nosotros tenemos una deuda moral con nuestros compañeros.
No con ustedes, no con los intelectuales que se alejaron, no con los artistas ni con los escritores, ni los líderes sociales que ahora son anti zapatistas.
Nosotros tenemos una deuda con aquellos que murieron luchando.
Y nosotros queremos que llegue el día en que nosotros podamos decirles a ellos y a ellas, a nuestros muertos y a nuestras muertas, tres cosas nada más:
no nos rendimos, no nos vendimos, no claudicamos
EZLN Palabras del Subcomandante Insurgente Marcos
Extraido de: http://zeitgeist-argentina.ning.com/profiles/blogs/ezln-palabras-del
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