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Colicorpios
Un día, la mujer del Mol·lâ Hodja Nasreddín se encontró a su marido en el jardín de la casa, dando gritos como un poseso y lanzando estocadas al aire de forma tan violenta como ridícula. Tras pedirle explicaciones a propósito de aquella conducta, el Mol·lâ respondió:
- ¡No me interrumpas, mujer, que estoy cazando colicorpios!
- ¿Y cómo son esos colicorpios?, preguntó la mujer, que jamás antes había oído aquel nombre tan extraño.
Nasreddín respondió lo siguiente:
- ¡Y cómo diablos quieres que lo sepa si aún no he cazado ninguno!...".
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Buscando la llave
Muy tarde por la noche Nasrudin se encuentra dando vueltas alrededor de una farola, mirando hacia abajo. Pasa por allí un vecino.
- ¿Qué estás haciendo Nasrudín, has perdido alguna cosa?- le pregunta.
- Sí, estoy buscando mi llave.
El vecino se queda con él para ayudarle a buscar. Después de un rato, pasa una vecina.
-¿Qué estáis haciendo? - les pregunta.
- Estamos buscando la llave de Nasrudín.
Ella también quiere ayudarlos y se pone a buscar.
Luego, otro vecino se une a ellos. Juntos buscan y buscan y buscan. Habiendo buscado durante un largo rato acaban por cansarse. Un vecino pregunta:
- Nasrudín, hemos buscado tu llave durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar?
- No, dice Nasrudín
- ¿dónde la perdiste, pues?
- Allí, en mi casa.
- Entonces, ¿por qué la estamos buscando aquí?
- Pues porque aquí hay más luz y mi casa está muy oscura.
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__ El costo de aprender
Nasrudín decidió que podía beneficiarse aprendiendo algo nuevo y fue a visitar a un renombrado maestro de música:
- ¿Cuánto cobra usted para enseñarme a tocar la flauta? - preguntó Nasrudín.
- Tres piezas de plata el primer mes; después una pieza de plata por mes - contestó el maestro.
-¡Perfecto! - dijo Nasrudín; - comenzaré en el segundo mes.
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__ La mujer perfecta
Nasrudin conversaba con un amigo.
- Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte?
- Sí pensé -respondió Nasrudin. -En mi juventud, resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo.
Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita.
Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material.
- ¿Y por qué no te casaste con ella?
- ¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.
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__ Las apariencias
Cuenta el sufi Mula Nasrudin que cierta vez asistió a una casa de baños pobremente vestido, y lo trataron de regular a mal y ya para salir dejó una moneda de oro de propina.
A la semana siguiente fue ricamente vestido y se desvivieron para atenderlo...y dejó una moneda de cobre, diciendo:
-Esta es la propina por el trato de la semana pasada y la de la semana pasada, por el trato de hoy.
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__ ¿A dónde ir?
- La gente preguntó al Mula Nasrudín
"¿Dónde debemos ir en una procesión fúnebre, al frente, en la parte trasera, o al lado?"
Nasrudin contestó:
"¡No importa donde vayas, mientras no vayas dentro del ataúd!".
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__ Gratitud
Cierto día, mientras Nasrudin trabajaba en su granja, una espina penetró su pie. Increíblemente él dijo: "¡Gracias Dios mío, gracias!" y prosiguió:
“¡Es una bendición que el día de hoy no estuviese con mis zapatos nuevos!".
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__ Una capa pesada
Una noche la gente oyó un ruido espantoso que provenía de la casa de Nasrudin. A la mañana siguiente y apenas se levantaron lo fueron a visitar y le preguntaron: "¿Qué fue todo ese ruido?". "Mi capa cayo al suelo". Respondió Nasrudín.
Pero: "¿Una capa puede hacer tal ruido?" Le cuestionaron:
"Por supuesto, sí usted está dentro de ella, como yo lo estaba"
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__ Sacarse el ojo dolorido
Basándose en los informes que le habían dado a él, el Califa nombró a Nasrudin Consejero Mayor de la Corte y puesto que su autoridad no le provenía de su propia competencia sino del patronazgo del Califa, Nasrudin se convirtió en un peligro para todos cuantos acudían a consultarle, como se evidenció en le siguiente caso:
“Nasrudin tú que eres un hombre de experiencia”, le dijo un cortesano, "¿conoces algún remedio para el dolor de ojos? Te lo pregunto porque a mi me duelen tremendamente”
“Permíteme que comparta contigo mi experiencia”, le dijo Nasrudin. “En cierta ocasión tuve un dolor de muelas, y no encontré alivio hasta que me las hice sacar.”
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__ La Sopa de Pato
Cierto día, un campesino fue a visitar a Nasrudin, atraído por la gran fama de éste y deseoso de ver de cerca al hombre mas ilustre del país. Le llevó como regalo un magnífico pato.
El Mula, muy honrado, invitó al hombre a cenar y pernoctar en su casa. Comieron una exquisita sopa preparada con el pato.
A la mañana siguiente, el campesino regresó a su campiña, feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante. Algunos días más tarde, los hijos de este campesino fueron a la ciudad y a su regreso pasaron por la casa de Nasrudin.
- Somos los hijos del hombre que le regaló un pato - se presentaron. Fueron recibidos y agasajados con sopa de pato.
Una semana después, dos jóvenes llamaron a la puerta del Mula. - ¿Quiénes son ustedes?
- Somos los vecinos del hombre que le regaló un pato. El Mula empezó a lamentar haber aceptado aquel pato. Sin embargo, puso al mal tiempo buena cara e invitó a sus huéspedes a comer.
A los ocho días, una familia completa pidió hospitalidad al Mula. - Y ustedes ¿quiénes son?
- Somos los vecinos de los vecinos del hombre que le regaló un pato.
Entonces el Mula hizo como si se alegrara y los invito al comedor. Al cabo de un rato, apareció con una enorme sopera llena de agua caliente y llenó cuidadosamente los tazones de sus invitados.
Luego de probar el líquido, uno de ellos exclamó:
- Pero... ¿qué es esto, noble señor? ¡Por Alá que nunca habíamos visto una sopa tan desabrida! Mula Nasrudin se limito a responder:
- Esta es la sopa de la sopa de la sopa de pato que con gusto les ofrezco a ustedes, los vecinos de los vecinos de los vecinos del hombre que me regaló el pato.
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__ La miel en el fuego
El Mula calentaba miel en el fuego, cuando un amigo llegó de improviso.
La miel comenzó a hervir y Nasrudin le convido a su visitante. Estaba tan caliente, que el otro se quemo.
- ¡Haz algo! - exclamó el amigo.
Entonces el Mula tomó un abanico y lo agito por encima de la olla... con el propósito de enfriar la miel.
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__ Los granjeros... a los que se les daban bien los números.
De entre todos los pueblos que el mula Nasrudin visitó en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números.
Nasrudin encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo.
Cada mañana, alguien de cada familia del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías y se iban a un riachuelo que estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las llevaban de vuelta al pueblo, lo que les llevaba otra hora más.
"¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?", preguntó Nasrudin al granjero de la casa en la que se alojaba. "¡Por supuesto que sería mucho mejor!", dijo el granjero.
"El agua me cuesta cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que lleva el burro. Eso hace al año mil cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como las horas del chico.
Pero si el burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo, yo podría, por ejemplo, plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete calabazas más cada año."
"Veo que lo tienes todo bien calculado", dijo Nasrudin admirado. "¿Por qué, entonces, no construyes un canal para traer el agua al río?" "¡Eso no es tan simple!", dijo el granjero.
"En el camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico a construir un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos horas al día. Al menos me quedan otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por el agua."
"Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en el pueblo."
"Claro que sí", dijo el granjero. "Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez horas al día, estaría acabado un año."
"Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis el canal?
"Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, tengo que invitarle a mi casa, ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia, sus hijos, sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y él tiene que preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con tranquilidad al tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día entero. Como somos cien familias en el pueblo, tendría que hablar con noventa y nueve cabezas de familia.
Estarás de acuerdo conmigo que yo no puedo estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi granja se vendría abajo. Lo máximo que podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por semana.
Como un año tiene sólo cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos años hablar con mis vecinos.
Conociendo a mis vecinos como les conozco, te aseguro que todos estarían de acuerdo con hacer llegar el agua al pueblo, porque todos ellos son buenos con los números.
Y como les conozco, te digo, que cada uno prometería participar si los otros participasen también.
Entonces, después de dos años, tendría que volver a empezar otra vez desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y diciéndoles que todos están dispuestos a participar."
"Vale", dijo Nasrudin, "pero entonces en cuatro años estarías preparados para comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría construido!"
"Hay otro problema", dijo el granjero. "Estarás de acuerdo conmigo que una vez que el canal esté construido, cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su parte de trabajo correspondiente."
"Lo entiendo", dijo Nasrudin . "Incluso si quisierais, no podríais vigilar todo el canal."
"Pues no", dijo el granjero. "Cualquier caradura que se hubiera librado de trabajar, se beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno."
"Tengo que admitir que tienes razón", dijo Nasrudin.
"Así que como a cada uno de nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico de alguien tendrá tos, otro la mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a buscar al médico.
Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escurrirnos el bulto. Y como cada uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben, ninguno mandará a su burro o a su chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se empezará."
"Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes", dijo Nasrudin.
Se quedó pensativo por un momento, pero de repente exclamó: "Conozco un pueblo al otro lado de la montaña que tiene el mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace ya veinte años."
"Efectivamente", dijo el granjero, "pero a ellos no se les dan bien los números."
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__ ¿Saben de qué les voy a hablar?
Esta historia comienza cuando Nasrudin llega a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de Medio Oriente.
Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudin, que en verdad no sabia que decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba.
Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:
-Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles.
La gente dijo:
-No... ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte!
Nasrudin contestó:
-Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber que es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo.
Dicho esto, se levantó y se fue.
La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudin se alejaba, dijo en voz alta:
-¡Qué inteligente!
Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice "¡qué inteligente!", para no sentirse un idiota uno repite: "¡si, claro, qué inteligente!". Y entonces, todos empezaron a repetir:
-Qué inteligente.
-Qué inteligente.
Hasta que uno añadió:
-Si, qué inteligente, pero... qué breve.
Y otro agrego:
-Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia.
Entonces fueron a ver a Nasrudin. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de Él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.
Nasrudin dijo:
-No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos.
La gente dijo:
-¡Qué humilde!
Y cuanto más Nasrudin insistía en que no tenia nada para decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudin accedió a dar una segunda conferencia.
Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. Nasrudin se paró frente al público e insistió con su técnica:
-Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles.
La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron:
-Si, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido.
Nasrudin bajó la cabeza y entonces añadió:
-Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.
Se levantó y se volvió a ir.
La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:
-¡Brillante!
Y cuando todos oyeron que alguien había dicho "¡brillante!", el resto comenzó a decir:
-¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!
-Qué maravilloso
-Qué espectacular
-Qué sensacional, qué bárbaro
Hasta que alguien dijo:
-Si, pero... mucha brevedad.
-Es cierto- se quejó otro
-Capacidad de síntesis- justificó un tercero.
Y en seguida se oyó:
-Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos de más de su sabiduría!
Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudin para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. Nasrudin dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenia conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenia que regresar a su ciudad de origen.
La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudin aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia.
Por tercera vez se paró frente al publico, que ya eran multitudes, y les dijo:
-Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar.
Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo:
-Algunos si y otros no.
En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudin con la mirada.
Entonces el maestro respondió:
-En ese caso, los que saben... cuéntenles a los que no saben.
Se levantó y se fue.
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Ninguna oreja, ningún crimen
Un día, el juez pidió a Nasrudín que le ayudara a resolver un problema legal.
“¿Cómo me sugerirías que castigue a un difamador?”
“Córtales las orejas a todos los que escuchan sus mentiras” - replicó el mulá.
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Saber el nombre
Nasrudín estaba tan harto de las quejas continuas de su esposa que decidió divorciarse.
“¿Cuál es el nombre de su esposa?” - preguntó el juez.
“No tengo ni idea” - contestó Nasrudín.
“¿Ha estado casado durante veinte años y no sabe el nombre de su mujer?”
“¿Por qué debo saber el nombre de una mujer de la que me quiero divorciar?” - replicó Nasrudín.
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Sendas diferentes
“Tú eres un gran místico - le dijo uno de sus pupilos a Nasrudín - y sin duda sabrás por qué los hombres siguen sendas diferentes a lo largo de su vida, en vez de seguir todos una única senda”
“Sencillo - contestó el maestro - si todo el mundo siguiera la misma senda, todos acabaríamos en el mismo lugar; el mundo, perdido el equilibrio, se inclinaría, y todos nos caeríamos al océano”
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Extraídos de: http://www.taringa.net/posts/offtopic/1436022/Cuentos-del-Maestro-Nasrudin.html
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Nasreddín y el huevo
En cierta ocasión, bien pronto por la mañana, Nasreddín envolvió un huevo en un vistoso pañuelo de colores y, ni corto ni perezoso, se dirigió al mercado de la ciudad.
Una vez allí, se plantó en uno de los lugares más concurridos y comenzó a vociferar sin remilgos:
__ ¡Os anuncio un fabuloso concurso: quien adivine lo que está envuelto en este pañuelo, recibirá como premio el huevo que hay dentro!
Los viandantes que se habían detenido a escuchar a Nasreddín se miraron, intrigados, y, al cabo de unos segundos, uno le dijo:
__ Pero, ¿cómo podremos saber qué es lo que tienes dentro del pañuelo? ¡Ninguno de nosotros es adivino!
Nasreddín trató de darles alguna pista, a fin de facilitar las cosas:
__ Lo que hay en este pañuelo tiene un centro que es de color amarillo como un yema, rodeado de un líquido del color de la clara, que, a su vez, está dentro de una cáscara frágil puede romperse fácilmente. Esto que está envuelto en el pañuelo es algo así como un símbolo de la fertilidad, y nos recuerda a los pájaros que vuelan hacia sus nidos. Dicho esto, ¿alguien puede decir de qué se trata?
Todos los viandantes pensaban que Nasreddín tenía en sus manos un huevo, pero la respuesta les parecía tan obvia que nadie quiso pasar la vergüenza de equivocarse ante el resto.
Las gentes se decían para sus adentros: "¿Y si no fuese un huevo, sino otra cosa mucho más importante, fruto de la fértil imaginación creadora de los sufíes?".
Al fin y al cabo, un centro amarillo podía tener que ver algo con el sol y el líquido de su alrededor tal vez fuese algún preparado alquímico.
"No", pensaba la gente para sí, "un loco como Nasreddín seguro que estaba queriendo que alquien picara e hiciera el ridículo".
El caso es que se dice que Nasreddín preguntó a las gentes allí reunidas un par de veces más, pero nadie se arriesgó a decir algo inadecuado. Entonces, Nasreddín apartó el pañuelo y les mostró a todos... ¡el huevo!
___ "Todos vosotros sabíais la respuesta", les dijo, "pero nadie osó decir nada.
En la vida es preciso arriesgarse, de otro modo jamás se hará nada".
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Extraído de: http://instituto-sufi.blogspot.com/search/label/Cuentos%20suf%C3%ADes
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¿De quién es la barba?
Nasrudin soñó que tenía la barba de Satanás en la mano.
Jalando el pelo, gritó: "El dolor que sientes no es nada comparado con el dolor que causas a los mortales que incitas a que se pierdan."
Y le jaló tan fuerte a la barba que se despertó en agonía.
Sólo entonces se dio cuenta de que la barba que tenía en las manos era la suya.
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Extraído de: http://relatosdeternidad.forocreacion.com/t3092-nasrudin-sono-que-tenia-la-barba-de-satanas#16710
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Présteme su burro
Un vecino de Nasrudín fue a visitarlo. – y le dijo: – Mulá, necesito que me preste su burro.
– Lo lamento – dijo el Mulá – pero ya lo he prestado.
No bien terminó de hablar, el burro rebuznó. El sonido provenía del establo de Nasrudín.
– Pero, Mulá, puedo oír al burro que rebuzna ahí dentro – dijo.
Mientras le cerraba la puerta en la cara, Nasrudín replicó con dignidad:
– Un hombre que cree en la palabra de un burro más que en la mía no merece que le preste nada.
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Extraído de: http://contarcuentos.com/2010/03/presteme-su-burro/
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La Nube
Un hombre se dio cuenta de Nasrudin estaba cavando un agujero, y le preguntó al respecto.
La respuesta fue: “Enterré algo en este campo el mes pasado, y he estado tratando de encontrarlo toda la mañana.”
“Bueno”, dijo el otro, “¿utilizaste algún tipo de sistema para marcarlo?”
Nasrudin dijo: “¡Por supuesto que sí! Cuando lo estaba enterrando, había una nube directamente sobre él que proyectaba una sombra, pero ahora no puedo encontrar esa nube, tampoco!”.
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La Caída
"... Mulla Nasrudin se cayó de una escalera y se hizo mucho daño.
A pesar de los emplastos y de las pociones, el dolor le hacía sufrir terriblemente.
Sus amigos fueron a consolarle:
– ¡Hubiera podido ser mucho peor! – dijo uno.
– Después de todo, no te has roto nada – dijo otro.
– Pronto te repondrás – dijo un tercero.
En el colmo del dolor, Nasrudin se puso a pegar alaridos:
– ¡Salid todos de aquí!
– ¡Abandonad esta habitación en el acto!
– ¡Madre, no dejes entrar a nadie a menos que se haya caído alguna vez de una escalera!...".
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Extraído de: http://www.sufiway.eu/es/the-place/ y del muro de Omar Paladini en Facebook
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