El lenguaje es un campo de batalla demasiado importante para dejarlo en manos del adversario. El poder escritura determinados términos a su nombre, los da vuelta, se apropia de conceptos políticos del campo nacional y popular y los vacía de contenido. Renunciar a la denuncia y desenmascaramiento por la malversación política del discurso como método de ocultamiento, es empezar la batalla perdiendo.
Otro subterfugio es acuñar conceptos falsos. Y luego protegerse detrás de los mismos. Como el tan mentado de periodista independiente. Se autocalifica como tal aquel que toma distancia del gobierno de turno. Hay períodos en donde el gobierno y el poder coinciden. Fue el caso de Carlos Menem o el de la dictadura establishment-militar.
Pero hay otros que tienen enfrentamientos con sectores significativos del poder económico como ha sucedido, con diferente intensidad, profundidad y orientación en gobiernos como el de Irigoyen(dos veces) , Perón ( tres veces) , Arturo Illia, Ricardo Alfonsín, Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Ahí gobierno y poder económico (en bloque o con segmentos del mismo), se enfrentan.
Y entonces el periodista “independiente” cuando hace una crítica feroz del gobierno se ubica como independiente del mismo y resulta entonces vocero funcional y en algunos casos pago del poder económico. La relación de fuerzas entre el poder económico y los gobiernos que los enfrentan total o parcialmente, es ampliamente favorable a los primeros. Por eso el periodista” independiente” que en estos casos se manifiesta como indefenso y víctima del gobierno, está omitiendo, o más claro mintiendo que lo protege el poderoso.
El poder económico a quien nadie vota, tiene continuidad indefinida en el tiempo pero está detrás de las bambalinas, salvo cuando decide actuar sin intermediarios. Así todo no es lo que aparenta ser. Lo esencial no es visible a los ojos porque el contenido y prestigio que esconde la palabra independiente lo disimula. Hay márgenes de independencia pero no hay periodismo independiente.
Desguace y Tupacamarización
Durante los noventa el desmantelamiento del Estado fue denominado desde los sectores críticos a esa política como desguace o tupacamarización. La palabra desguace alude a devastar con el hacha un madero. Desmantelar un barco, de manera que quede solo el casco. A su vez la tupacamarización se refiere a José Gabriel Condorcanqui ( Tupac Amarú II) quien fue el artífice de la mayor sublevación anticolonial sudamericana del siglo XVIII.
Derrotado se lo intentó descuartizar vivo atando cada una de sus extremidades a sendos caballos que tiraban en direcciones enfrentadas. Al no poder lograrlo, le cortaron la lengua y luego lo decapitaron. Una vez muerto lo despedazaron. Previamente tuvo que contemplar la ejecución de su esposa, de sus dos hijos, amigos y aliados. Los ganadores representaban a lo que en las historias oficiales se denomina civilización.
Estas imágenes atroces reflejan también vivamente lo que sucedió con el Estado, el modelo de sustitución de importaciones, y el exterminio de miles de argentinos.
En los últimos años hay una revalorización social del rol del Estado. Por eso desde los diferentes medios del grupo Clarín, durante la discusión de la ley de medios audiovisuales que los obliga a disminuir de alrededor de 260 medios a 10, en lugar de usar las denominaciones correctas de desmonopolización (caracterización política) o desinversión (caracterización económica) optaron inteligentemente por el de desguace. Intentaban así asimilar que se repetía ahora sobre un grupo privado los mismos procedimientos, ahora señalados como errores, que los privados realizaron sobre el Estado en los noventa. Si algún periodista o político, usa la caracterización propulsada por Clarín, consciente o inconscientemente adopta el lenguaje que más le conviene al grupo.
Matrimonio presidencial
Periodistas y políticos de todo el arco político suelen caracterizar el ejercicio de la presidencia como consumada por el matrimonio presidencial. Es llamativo que apóstoles del republicanismo y de la defensa de las instituciones no tienen empacho en desvalorizar el ejercicio del poder ejecutivo y llegar a considerar la presidencia como un bien ganancial. Es cierto que fue Néstor Kirchner quién más contribuyó con procedimientos impropios y desmesurados a producir una situación por lo menos confusa.
Pero una cosa es hacer esa descripción en una análisis político de una situación poco frecuente, denominando como matrimonio presidencial una conducción, en algunos casos bicéfala, y muy otra reemplazar sistemáticamente el sustantivo Presidente por el de matrimonio presidencial. En el primer caso es válido como el intento de graficar un escenario, pero su reemplazo rutinario, deja de ser una caracterización para ser usada por quienes la aplican inveteradamente como una operación política de desprestigio de la que se es cómplice involuntario o agente activo.
Consenso
Una de las expresiones políticamente correcta, es mentar reiteradamente la necesidad de concretar una política de consenso. Es cierto que en países desarrollados en los cuales se ha impuesto un modelo y el bipartidismo expresa un acuerdo económico y sólo hay diferencias sobre aspectos de la vida cotidiana o criterios de política exterior, fijar políticas de Estado consensuada resulta una tarea sencilla. Pero suponer que cuando se toman medidas o se sancionan leyes que afectan poderosos intereses se puede dirimir el conflicto de común acuerdo entre el que decide y el que sufre la decisión, es meramente la sustitución de los deseos utópicos por las patéticas miserabilidades de la realidad.
Pretender sentarse a acordar con la complacencia de los sectores afectados, es desconocer como es el mundo económico real. Por ejemplo: suponer que Clarín negociará en una mesa de diálogo, el consenso de prescindir de 250 medios, o del gigantesco negocio del fútbol y todo el valor agregado de audiencia que potencia, es creerse el almibarado relato de una película filmada en Holywood.
Es en términos periodísticos lo que expresó la brutalidad de Mariano Grondona cuando creyó que un programa equilibrado era sentar a polemizar en televisión al torturador y al torturado (Miguel Echecolatz y Alfredo Bravo) El divagador griego creía que esa era también una forma de acercarse al consenso, en este caso enarbolando las banderas del olvido y la reconciliación.
Crispación
No se está dentro de la manada si no se hace mención, con reiteración y manifiesta preocupación de la palabra de moda: crispación. El diccionario lo define como enojar. El gobierno es el principal acusado de crispar a la sociedad. Muchas veces lo hace en forma imprudente. Pero en la mayoría de los casos es consecuencia de medidas adoptadas que implican modificaciones. Como la resolución 125, la estatización de los fondos de pensión, de aerolíneas, la ley de medios audiovisuales, o la de la reforma política. Los cambios crispan a las sociedades. Fernando de la Rúa no tensionaba porque su inacción sólo originaba impaciencia. Como decía Hipólito Irigoyen: “Todo taller de forja parece un mundo que se derrumba”.
Lo notable es que en la oposición Elisa Carrió, entre otros, pero como versión amplificada, realiza pronósticos apocalípticos, describe escenarios dramáticos, hace comparaciones inadmisibles y sin embargo nadie la acusa de crispar a la sociedad. Puede un día poner en duda la continuidad hasta diciembre de Cristina Fernández o anunciar una megadevaluación para después de las elecciones del 28 de junio.
Y luego para bajar las consecuencias de sus anunciados cataclismos, sonríe, mira hacia los costados de las cámaras buscando el consentimiento de alguien a quién el televidente ignora, y luego muy suelta de cuerpo solicita que todos se queden tranquilos, que ella está magnífica y que después de los cataclismos, el paraíso será propiedad de los argentinos y le corresponderá ser la versión argentina de Moisés que conducirá a la gente como ella a la felicidad. Aunque parezca broma o tal vez porque en realidad lo es, Carrió no es acusada de crispar a la sociedad.
Polémico
Toda iniciativa es puesta bajo el paraguas de polémico. Su acepción es controversia. Así es polémica la asignación por hijo, es polémico la estatización de los fondos de pensión, la reforma política, el viaje de la presidenta a Honduras, la estatización del fútbol, la designación y las declaraciones de Maradona, la expulsión de Gorosito, es controvertida la clasificación para el Mundial de Sudáfrica, la intervención del Ministerio de Trabajo en el conflicto de Kraft, el matrimonio entre gay, las multas fotográficas, y los programas indescriptibles de Chiche Gelblung sobre la paternidad de Guido Suller.
Pero para los medios no es polémico el carácter oligopólico de la economía argentina, ni la concentración de medios en manos de Clarín, ni es controvertida la situación monopólica de Papel Prensa, ni los pronósticos inveteradamente equivocados de los gurúes de la City, o la televisación de una tribuna mientras en off se transmite el partido para aquellos que no pudiendo pagar el abono debían conformarse con el sonido sin imagen del partido. Polémico ha pasado a ser un lugar común para los analistas políticos como la palabra caos para los informadores del estado del tránsito.
Equilibrio fiscal transformado en caja
Un viejo postulado del liberalismo es el equilibrio fiscal. Sin embargo gobiernos de ese signo raramente lo consiguieron. Para financiar los desequilibrios se endeudaron a niveles inmanejables. Hubo gobiernos de signo contrario que los déficit lo financiaron con emisión. El kirchnerismo hizo del equilibrio fiscal un rígido principio. Y los mismos que levantaban esta aseveración a nivel de sacramento, ahora lo minimizan y lo reducen a la calificación de “hacer caja”, denominación bajo la cual se deduce, sólo puede perpetrarse negociaciones oscuras, dispendios incontrolables, sobornos y fraudes.
La inflación como flagelo
Cuando los gurúes y periodistas económicos plantean la inflación como un flagelo, es una manera de sacarle el cuerpo a la jeringa. De considerarla como una enfermedad de origen desconocido del sistema. O esconder las causas en explicaciones parciales. Dentro de ellas nunca figura que los sectores oligopólicos concentrados aumentan los precios aprovechando su posición privilegiada en el mercado. Es otra forma de descubrir tapando. El lenguaje como una barrera para acceder al conocimiento. El lenguaje como spam.
La batalla política del lenguaje
Hace 20 años caía el Muro de Berlín. Bajo sus piedras se sepultó la palabra pueblo y emergió “la gente”. En la postmodernidad el ciudadano se convirtió en vecino como si fuera meramente un consorcista o un consumidor pasando a ser un ente económico amputado de su carácter político. El “periodismo independiente” calificó de paro un lock out patronal y denominó campesino a un pequeño propietario cuyo capital en la pampa húmeda supera el millón de dólares. La huelga, en el nuevo ángulo de observación, no se la mira desde el lado del trabajador sino del usuario.
La destrucción de la legislación laboral se la envolvió bajo el eufemismo de flexibilización. La distribución del ingreso no sería consecuencia de políticas activas sino del desborde de la copa de los satisfechos. La teoría del derrame por el cual la prosperidad de los ricos produciría la mejoría de los pobres fue una adaptación moderna de Las fábulas de Esopo. Los aeropuertos y los shoppings son no lugares, el equilibrio fiscal proclamado como mandamiento por los liberales es meramente caja cuando lo hace un no liberal, la pobreza conmueve a los que la originaron y todo movimiento social será sinónimo de clientelismo.
El tránsito siempre estará asociado a la palabra caos, De Ángeli a la “mesura” de los funcionales al Poder, el rabino Bergman a la sensatez y el Cardenal Bergoglio a las campañas de Caritas, loables pero nunca calificadas de clientelismo religioso. Campo no es una definición geográfica, sino una inventada categoría política que remite a un escenario donde no hay controversia sino consenso, donde no hay intereses económicos diferentes sino armonía bucólica, donde no hay peones y trabajo infantil sino integrantes felices émulos de la familia Ingalls.Clientelismo será la forma de descalificar todo plan social, aunque el mismo no caiga en arbitrariedades en que incurren algunos de ellos.
Asignar grandes cantidades de dinero entre pocos será considerado un incentivo a la inversión. En cambio, distribuir pequeñas cantidades a muchos, siempre llevará el estigma de clientelismo. Limpiar el idioma de los atropellos de los falsificadores, desvestirlos de sus imposturas, que la palabra comunique y no obstruya la comprensión, forma parte de la batalla política del lenguaje. Ahí donde se libra un combate más por la liberación. Tal vez uno de los primeros. Necesario, imprescindible para descubrir a los modernos recreadores de la Torre de Babel.
Extraido de:
http://www.frentetransversal.com.ar/spip/spip.php?article6931