“... Mira a todos a tu alrededor y ve lo que hemos hecho de nosotros y
de eso considerado como victoria nuestra de cada día.
No hemos amado por
encima de todas las cosas.
No hemos aceptado lo que no se entiende
porque no queremos pasar por tontos.
Hemos amontonado cosas y
seguridades por no tenernos el uno al otro.
No tenemos ninguna alegría
que no haya sido catalogada.
Hemos
construido catedrales y nos hemos quedado del lado de afuera, pues las
catedrales que nosotros mismos construimos tememos que sean trampas.
No
nos hemos entregado a nosotros mismos, pues eso sería el comienzo de una
vida larga y la tememos.
Hemos evitado caer de rodillas delante del
primero de nosotros que por amor diga: tienes miedo.
Hemos organizado
asociaciones y clubs sonrientes donde se sirve con o sin soda.
Hemos
tratado de salvarnos, pero sin usar la palabra salvación para no
avergonzarnos de ser inocentes.
No hemos usado la palabra amor para no
tener que reconocer su contextura de odio, de amor, de celos y de tantos
otros opuestos.
Hemos mantenido en secreto nuestra muerte para hacer
posible nuestra vida.
Muchos de nosotros hacen arte por no saber cómo es
la otra cosa.
Hemos disfrazado con falso amor nuestra indiferencia,
sabiendo que nuestra indiferencia es angustia disfrazada.
Hemos
disfrazado con el pequeño miedo el gran miedo mayor y por eso nunca
hablamos de lo que realmente importa.
Hablar de lo que realmente importa
es considerado una indiscreción.
No hemos adorado por tener la sensata
mezquindad de acordarnos a tiempo de los falsos dioses.
No hemos sido
puros e ingenuos para no reírnos de nosotros mismos y para que al fin
del día podamos decir «al menos no fui tonto» y así no quedarnos
perplejos antes de apagar la luz.
Hemos sonreído en público de lo que no
sonreiríamos cuando nos quedásemos solos.
Hemos llamado debilidad a
nuestro candor. Nos hemos temido uno al otro, por encima de todo. Y todo
eso lo consideramos victoria nuestra de cada día...”.
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