Hay una relación entre lo que sentimos y pensamos, con lo que nos aparece en el mundo.
La soledad es por una parte, una creencia, ya que, constantemente estamos rodeados de gente, y tenemos la oportunidad de tomar contacto con otros.
Yo diría que la soledad es a consecuencia de la incomunicación con otra gente. Esto tiene que ver en gran medida con el resentimiento.
Llegué a esta conclusión-decisión hablando con una amiga.
Yo diría que la soledad es a consecuencia de la incomunicación con otra gente. Esto tiene que ver en gran medida con el resentimiento.
Elegí incomunicarme porque los demás no me gustaban. Porque rechazo la violencia, la manipulación, las humillaciones.
En esta mirada hay un gran sesgo de la realidad.
Por otra parte, en mi caso, no me conformo con cualquier tipo de relación. Por eso, ante las que percibo en la gente, elijo la soledad. Pero esto me genera contradicción. Por un lado, quiero tener relación y comunicación, pero por otro, no de cualquier manera ni a cualquier precio.
En medio de una gran soledad, y rechazo por el tipo de relación generalizada que se da en la gente (desconfianza, traición, manipulación, hipocresía...) tomé la decisión con firme convicción, de no participar de ella, olvidar las diferencias con los demás, y dar el trato que yo creía que sería bueno para el otro, desde una fuerte coherencia interna.
Llegué a esta conclusión-decisión hablando con una amiga.
Recuerdo que estaba hablándole de qué cosas no me gustaban de la gente y por qué. En la medida que iba explicándole, me iba acalorando y enfadando cada vez más. Iba criticando lo del uno, lo del otro. Comentando lo que no me gustaba. Resaltando todo lo malo. Que no se acercaban a saludarte, te hacían el vacío, no querían estar cerca de ti, daban un cierto aire de competitividad.
En el momento álgido, supongo que me di cuenta de mi enfado. Fue cuando me di cuenta de que yo hacía exactamente lo mismo que estaba criticando, les daba exactamente el mismo trato, como si fuera un reflejo.
En ese círculo vicioso de resentimientos en las relaciones estaba incluido yo, y no quería seguir participando de él.
De pronto el enemigo ya no eran los otros, sino el trato en si mismo. Ese trato me asqueaba.
En realidad esto me resultó muy contradictorio, ya que el primer resentido es uno. Esta actitud, cambió radicalmente y desde el momento cero, la relación con todos y me llenó de júbilo.
Me propuse comenzar saludando a todo el mundo, cosa que solo hacía normalmente con la gente más querida y cercana, me parecía hipócrita hacerlo sin sentir nada. Pero en esta ocasión quería saludar con mucha atención, puesta en como está el otro y en darle un buen trato. Me propuse hacer esto hasta con los que me caían mal.
Dejaría de lado mi resentimiento porque lo primario ahora era dar el trato que yo creía mejor.
De pronto, me sorprendí de que aquello que buscaba y reclamaba del mundo, podía crearlo yo. Aquella noche se dio muy bien, conocí gente nueva.
De pronto veía a gente que no era del grupo del baile ni sabían bailar, y yo me acercaba para presentarles a la gente e incluirlos en el grupo. Esto antes era impensable que lo hiciera.
Al tratar al otro como quieres ser tratado, rompes la cadena de resentimiento y das la posibilidad al otro de romperla también. Si no reaccionan de una forma favorable, por lo menos les das en qué pensar, se quedan sorprendidos.
En este tratar a los demás como quieres ser tratado, se puede comprobar que al igual que el resentimiento envenena las relaciones y se propaga la violencia de unos a otros, las respuestas no violentas y el buen trato se pueden irradiar de la misma manera.
Aquí me di cuenta de la importancia de toda acción de uno. Ya no es indiferente lo que haga.
Pero poco a poco la falta de reciprocidad y la violencia, merma esta decisión, olvidando el motivo radical que la impulso. El esquema del proceso sería: aumento de la tensión a través de la explicación y de la crítica hacia los otros.
En el punto álgido de mayor alteración, conciencia de si. Me doy cuenta de mi alteración, que por otro lado, por supuesto que no me gusta. Siento gran violencia interna. Me doy cuenta que mi conducta no es diferente a la que critico. Se forma en mi una repugnancia por ese tipo de conducta.
Me doy cuenta que lo importante es cambiar la conducta y tomo la decisión. Después de esa experiencia, mirándome antes de que ocurriera, pienso que es lo normal. Mucha gente se enfada por estas cosas.
Es algo que está metido en el “sistema”. Está por todas partes en todo momento. Y a pesar de ese cambio, y de otros posteriores que tuve, cuando estas sumergido en esa situación, desde luego no hay comprensión del proceso, ni de como se da.
Recién ahora, tal vez por una pequeña temporada, puedo verlo. Y trato de que no vuelva. Trato de que la gente que sufre esa situación comprenda.
A raíz de la Disciplina, empecé a comprender lo que es el paisaje de formación, el clima básico. Tuve experiencias que me mostraban otro yo y otra realidad.
Poco a poco cada vez he ido creyendo menos en ese clima básico. Cada vez he ido despegándome más de él, comprendiendo que es ilusorio, que es sugestivo y que deforma la realidad.
El nuevo yo, que nace de lo mejor de mí, junto con ese paisaje querido, anhelado, que en algunas ocasiones he logrado vislumbrar, es lo que me impulsa.
Antes de tomar esta decisión, me enfadaba porque no entendía por qué actuaba la gente así.
En general creo que esto es lo que pasa, que no se entiende el maltrato. Todos se preguntan por qué, sin llegar a una respuesta más allá de que el otro es “mala gente”.
Ahora cada vez que veo a amigos que se enfadan por estas situaciones, les pido que reflexionen, porque para mí, muy pocas veces pasa el que uno tenga en cuenta al otro.
No tener en cuenta al otro, en realidad es lo normal, lo anormal es lo contrario.
Y si no, uno puede reflexionar y tratar de estar atento, sobre cuantos momentos tiene de tener en cuenta al otro.
Cuando pienso en aquellos que son tomados por esta situación, pienso que es lo normal.
Es bastante difícil caer en cuenta de estas cosas. Hay que cambiar la mirada. También pienso que estamos tan necesitados de afecto... tan necesitados de sentirnos tenidos en cuenta...
Y más allá de lo que pienso es lo que siento. Siento compasión por esa gente. Siendo gente muy bondadosa, muy afectiva que está reprimida ante un mundo adverso, donde este tipo de trato no es reconocido como algo muy valioso.
Lo que me hizo caer en cuenta para salir de esa situación es que no me gustaba ese tipo de trato. Que no hay justificación para tratar mal a alguien. El valor de ese trato está por encima de todo, de mis razones, mis posturas...
El tema no es darse cuenta del enfado, porque creo que de esto nos damos cuenta siempre.
El tema, bajo mi punto de vista, es encontrar la ubicación que justifica el tratar al otro como quieres ser tratado independientemente de todo.
Esta ubicación creo que es difícil de explicar, y tal vez, muy subjetiva. Cada uno puede definirla de una manera diferente.
Para mí, lo que me ubica es “el Trato Justo”. Dependiendo de lo internalizado que tenga esa imagen, puedo sentirlo coherente o puede chirriar con mis razones o apetencias.
La dificultad esta en la internalización y en la importancia que se le da. La soledad es una de las peores cosas que he experimentado y la he sentido durante casi toda mi vida. Esa soledad viene del trato utilitario. Esto es lo que no me gusta. El que se usen los unos a los otros.
En esa situación te sientes aislado, incomunicado. Si uno no puede comunicar ni producir nada en la gente, incluso desde la bondad, ¿qué sentido hay? Cada cosa que haces termina frustrada.
En esta cosificación no hay afecto. No hay un tener en cuenta al otro. No me siento tenido en cuenta.
Por otro lado, a un nivel más general, me parece ver en la gente una sensibilidad común donde saltan con:
-La mentira: el otro no es capaz de decir la verdad. Se siente como que no confían en ti, o que traicionan tu confianza.
Sobre este tema también decir, que pienso que cuando el otro nos miente, es porque de alguna manera no se siente libre de expresarse o de contar ciertas cosas. Cree que será juzgado o reprendido por sus conductas...
-La manipulación: uno siente que no le dan la oportunidad de elegir. Se siente cosificado.
-La restricción directa de la libertad: cuando alguien te impone algo chantajeandote o utilizando la fuerza.
O incluso yendo un poco más allá, en un nivel más general, cuando el Estado por ejemplo, restringe la libertad del otro abiertamente, la gente salta como un resorte. Esa libertad es sagrada para la gente.
-La confianza: se siente como que se han roto “las reglas del juego”. Se andaba en un equilibrio de reciprocidad y pactos, que al romperse, no se ve como se puede continuar la relación en un proyecto de futuro.
En estas relaciones basadas en la reciprocidad, cuando ocurren estas cosas, uno siente que te tienen que “compensar” por lo ocurrido. Por estas razones a menudo se rompen las relaciones.
Se corta la afectividad con el otro y se experimenta una distancia mayor con él, donde uno busca alejarse cuanto sea posible, e incluso “hacerlo desaparecer”.
Al cortar con esa afectividad, a su vez, se siente como una contradicción. Una intención afectuosa hacia el otro se ve frustrada. No se le logra comprender. Se le atribuye mala intención.
Aquella cosa imperdonable que nos hizo, que atentó contra algo sagrado de nosotros, se generaliza a toda la relación. Se piensa que lo que hubo bueno era mentira, que había cálculo, y todo se restringe a aquel momento de traición.
A raíz de estas experiencias, de alguna manera se pierde fe en la humanidad. Se cierra el grifo de la afectividad y la comunicación, y poco a poco se entra en el circulo vicioso del resentimiento.
En realidad esa contradicción que se experimenta al cortar el lazo afectivo con otros, se siente como una traición a si mismo.
A priori, esto puede sorprender un poco, pero miremos más detenidamente. Nosotros teníamos afecto por esa persona. Después ocurre esa desgracia, y nosotros nos vemos “obligados” a cortar esa relación que entendemos como “tóxica”.
Eso lo hemos inferido al deformar la realidad, creyendo que tiene mala fe, que siempre la ha tenido. Que en las cosas que antes considerábamos buenas, ahora creemos que detrás había cálculo.
Cerramos su futuro creyendo que no nos conviene, que no tiene posibilidad de rehabilitación. Pero ese lazo afectivo persiste. Lo que hacemos es cargarnos de razones por las que cortarlo, y ver que esa persona no “nos interesa”, que no nos traerá nada bueno.
Nosotros queremos quererle. Nos gustaría seguir queriéndolo, pero sentimos que no podemos, que estamos en un callejón sin salida.
Tal vez, debido a aquella enorme contradicción, nos pasemos días, semanas, e incluso meses repitiendo la historia, recordándonos las razones, convenciéndonos. ¿Se aprecia que lo genuino en nosotros es querer a la otra persona y no nos dejamos?
El que no le deja a uno mismo querer somos nosotros mismos. Es posible que incluso la otra persona nos rogara, nos pidiera otra oportunidad, insistiera en que no tenía mala intención...
Lo genuino en nosotros es querer al otro.
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Extraído del muro de Jose Antonio Martinez Santos en Facebook
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