ASHMOLE, Elías (1617-1692). Nacido en Lichfield, Inglaterra, Elías Ashmole fue iniciado el 16 de Octubre de 1646 en la Logia de Warrington. Se trata de uno de los personajes más interesantes para la Masonería debido al importante papel que jugó durante la época de transición (siglo XVII), momento en que se buscó reunificar y reconstruir una tradición prácticamente desaparecida y dispersa. Como René Guénon dice, al referirse al papel de Ashmole,
Anticuario de profesión, fue amigo de otros ilustres masones, como Christopher Wren (famoso arquitecto), de alquimistas, astrólogos, investigadores, practicantes de las Artes Liberales y la Ciencia Sagrada, con alguno de los cuales, como es el caso también de otro masón, Robert Moray, fundó la Royal Society de Londres y la Philosofical Society de Oxford. En 1650 publica, bajo el nombre anagramático de James Hasolle, Fasciculus Chemicus, una traducción de textos latinos de Alquimia que había recopilado, entre ellos de Jean d’Espagnet. En 1652 edita el Theatrum Chemicum Britannicum que contiene las obras en verso de los alquimistas ingleses más importantes, como el poema alquímico de Thomas Norton, escritos de George Ripley, una breve descripción en verso de La Mónada Jeroglífica de John Dee, así como una extensa descripción de la obra matemática del mismo; también hace alusiones y alabanzas hacia Michel Maier. Según recoge la historiadora Frances A. Yates, este Theatrum Chemicum Britannicum de Ashmole era un libro que Isaac Newton copió a mano y “leía una y otra vez”. En 1658 escribe The Way to Bliss, y en 1672 The Institution y Laws and Ceremonias of the Order of the Garter. Con esta última obra Ashmole contribuyó a restablecer en su tiempo las Ordenes de Caballería. Su amor por dichas Ordenes caballerescas y su total adhesión a las ideas rosacrucianas, así como su interés en el avance de la ciencia, lo hacen aparecer como un personaje simbólico para la Masonería, pues representa una línea ininterrumpida de pensamiento y de hombres librepensadores y de espíritu constructivo que crearon la actual Masonería. A su obra escrita hay que añadir la gran cantidad de manuscritos alquímicos que reunió (y que se conocen como “papeles de Ashmole”), piezas de arqueología y todo tipo de objetos relacionados con el arte y las ciencias naturales, como minerales, plantas, fósiles, animales, etc., de todo lo cual llegó a poseer grandes colecciones que le sirvieron para fundar en Oxford el primer museo de Ciencias Naturales del mundo. Además logró embarcar en el proyecto a otros amigos que hicieron donación también de sus colecciones,
En todos los ritos de iniciación, tanto en las sociedades arcaicas como en las grandes civilizaciones se representa simbólicamente a la Muerte, pues la Iniciación siempre ha sido considerada como la muerte del hombre profano y el nacimiento de un hombre nuevo, totalmente regenerado por la acción del rito y la gracia del Conocimiento. En la Masonería la muerte es considerada como un paso, como un cambio de estado, y se la ve como simultánea al nacimiento y la resurrección. La muerte iniciática no es una muerte alegórica, es una muerte real, pues al morir el hombre viejo mueren con él los condicionamientos, las limitaciones y los prejuicios del ser ordinario, esclavo de lo sucesivo, aparente y transitorio, y nacen las posibilidades de recuperar la conciencia de eternidad y la verdadera Liberación.
Es por eso que el alquimista dice:
2. La Catedral, como cualquier templo sagrado, es sede de la Divina Inmanencia, la Shekinah, que penetra a través de la Puerta de los Dioses simbolizada por la piedra angular y difunde sus rayos en el plano de la Creación. Desde el punto de vista religioso o exotérico propio de una gran mayoría de mosenes parroquianos, la entrada de la Divinidad en el mundo de lo manifestado a la que se refieren los Evangelios cristianos -y todos los libros inspirados de todas las tradiciones- es contemplada como la constitución de una entidad individual distinta al ser humano con la cual éste se esfuerza en ligarse o re-ligarse (de ahí la palabra 'religión'), pero que percibe como algo tan disímil como las piedras del templo en el que lleva a cabo sus prácticas religiosas. Para la visión interior o esotérica, en cambio, el ser individual está en el seno de la Divinidad y no puede discernirse de ella más que ilusoriamente. La Divina Inmanencia se efectiviza cuando el yo individual adquiere conciencia de que no es más que un estado del Ser Universal y de que su esencia es la propia Esencia Divina, la quintaesencia de todo lo ígneo, lo aéreo, lo acuoso y lo pétreo. Así, entre el templo y el yo no hay, no puede haber, ninguna dualidad verdadera. 3. A los ojos del iniciado masón, una Catedral deja de ser un 'local decorado al gusto de una época' para convertirse en una imagen del Paraíso terrenal en el que siempre ha habitado -acaso, sin haberlo advertido durante mucho tiempo-, poblado por altas palmeras, animales fantásticos y un monte sagrado, y también de la Jerusalén Celeste de forma cúbica que signa el fin del actual ciclo de manifestación. El Paraíso y la Jerusalén de los cielos son los modelos arquetípicos de la Catedral, es decir, sus ideas directrices, y éstas son análogas a la de cosmos u orden que rige en todo lo manifestado. Como el Paraíso terrenal, la Catedral se alza en un punto elevado significativo de la geografía sagrada, y está cubierta por una bóveda arquitectónica análoga al firmamento. Como la Jerusalén celeste, la base de la Catedral es cuadrangular y sus puertas se orientan a los cuatro puntos cardinales. La Catedral es, en definitiva, un símbolo de la manifestación, esto es, de lo manifestado, de su Principio y de la acción creadora de dicho Principio, tríada que es una Unidad en su esencia y que incorpora en su seno al constructor del templo. Esta es la verdad interior de la Catedral, la que sus piedras talladas simbolizan; esta es la realidad que ha dado fundamento y razón de ser al trabajo de los canteros de todos los tiempos, quienes han rubricado su comprensión de la obra de arte con una marca en la piedra tallada. 4. El pórtico de la Catedral constituye una síntesis del programa simbólico del templo. El pórtico plasma en alzado lo que la Catedral en su conjunto expresa en planta y en la tridimensión, y es análogo a ella. Así, las bóvedas y el suelo de las naves, que simbolizan el cielo y la tierra, se corresponden respectivamente con el arco del pórtico y el espacio de forma rectangular en el que se inscriben las puertas del templo. Si para un masón es dable una 'lectura' esotérica de las Catedrales, también lo es de sus pórticos, y acaso podría decirse que con mayor razón, puesto que nuestros antepasados constructores a menudo erigieron pilares en los pórticos de los templos cristianos a imagen de las columnas que decoran las Logias y sostienen los templos interiores. Ambas columnas comprenden el recorrido del Sol en el horizonte, las circumambulaciones en Logia y el recorrido por los Misterios Menores. M. G.
Algo que es muy característico del Compañerazgo es precisamente su sello geográfico: el Compañerazgo es una vía iniciática de gentes de país, de "paisanos", tal como los Compañeros del Tour de Francia se denominan unos a otros; esto es, se trata de una vía de Conocimiento que en sí es universal, puesto que la Verdad es una y única, pero cuyos métodos se hallan adaptados a la naturaleza interior de los hombres concretos a los cuales está destinada. Los orígenes míticos del Compañerazgo, es decir, sus verdaderos orígenes, se remontan, como en la Masonería, a la construcción del Templo de Salomón. Tres son los fundadores legendarios de los diferentes Deberes o ritos compañónicos: el Rey Salomón, Maître Jacques y Père Soubise. La leyenda fundacional de los Enfants de Salomon o Compañeros del Deber de Libertad se entronca con la narración bíblica de la construcción del Templo salomónico. Según dicha leyenda, la presencia en Jerusalén de una gran multitud de obreros causaba a Salomón e Hiram grandes dificultades para distribuir los salarios: mezclados con los obreros del Templo, intrusos e impostores se presentaban a reclamar una paga al igual que aquéllos, y la obtenían en medio de la confusión. Para remediarlo, Salomón dio a cada obrero un deber y una palabra de paso para hacerse reconocer, y cada cual recibía una paga acorde con su trabajo. Además, cuando un obrero llegaba a ser un buen artesano, Hiram lo interrogaba, y si le reconocía la capacidad requerida, le decía que perseverara y que sería recompensado. Días después, uno de los contramaestres de la obra conducía al recipiendario a un subterráneo del Templo donde, en medio de los compañeros de obra, era iniciado y recibía nuevas palabras de paso y de reconocimiento. Así es como se dice que fue fundado el Compañerazgo de la Libertad (ver E. Martin Saint-Léon, Le Compagnonnage. Son histoire, ses coutumes, ses règlements et ses rites. París, 1901). La leyenda de Maître Jacques, fundador mítico de los Compañeros del Deber o Deberantes, también se relaciona estrechamente con la construcción del Templo de Salomón. Maître Jacques era uno de los primeros maestros artesanos de Salomón y colega de Hiram, y había aprendido a tallar la piedra en su infancia. Viajó por Grecia, Egipto y Palestina por espacio de 21 años, y llegó a Jerusalén a la edad de 36. Allí construyó dos columnas dodecagonales para el Templo, la columna Vedrera y la columna Macaloe, sobre las que fueron esculpidas escenas del Antiguo Testamento. Maître Jacques fue nombrado maestro de los talladores de piedra, de los masones y de los carpinteros, y acabada la construcción del Templo, partió de Judea en compañía de Soubise, de quien luego se separó. La nave de Soubise llegó a Burdeos, mientras que Jacques desembarcó en Marsella junto con 13 compañeros y 40 discípulos. Viajó por tierra durante tres años y se retiró a la ermita de la Sainte-Baume en la Provenza, donde murió a manos de cinco asesinos instigados por el traidor Jéron, uno de sus discípulos. Antes de expirar encomendó a sus discípulos que fuesen fieles a su Deber y que transmitiesen su beso a los compañeros que ellos recibiesen en lo sucesivo. Muerto Maître Jacques, sus discípulos lo desnudaron y encontraron un junco bajo su ropa. A continuación, repartieron sus vestiduras entregando el sombrero, a los sombrereros; la túnica, a los talladores de piedra; las sandalias, a los cerrajeros; el manto, a los carpinteros; el cinturón, a los carpinteros de obra; y el bordón, a los carreteros (E. Martin Saint-Léon, op. cit.). De Père Soubise cuenta la leyenda conservada por sus Enfants que fue también, como Jacques e Hiram, uno de los arquitectos del Templo de Salomón. Las rivalidades de tipo profano sugidas entre los Compañeros de distintos Deberes han introduicido importantes distorsiones en el relato mítico de Soubise, quien aparece en algunas versiones como un feroz opositor a Maître Jacques, a quien acosa hasta su muerte, la cual habría sido inducida por el mismo Soubise. 2. La conservación del vínculo original con el oficio en el Compañerazgo supone, para los adeptos de esta vía iniciática, un apoyo simbólico precioso en el camino de su realización espiritual.
3. La verdadera razón de ser del Compañerazgo es la iniciación, por más que hoy en día puedan desconocerlo muchos de sus miembros. La imagen que se proyecta del Compañerazgo actualmente en la plaza pública es la de una élite obrera que ha alcanzado el pleno dominio de su especialidad y un elevado nivel cultural y moral cursando una especie de ciclo intensivo de formación profesional de gran exigencia. Esto es la visión absolutamente profana que impera de lo que es, antes que nada, una organización iniciática. En general, las sociedades compañónicas reconocen tres grados correspondientes a otros tantos niveles de efectivización de la iniciación: el de novicio o aspirante, el de Compañero recibido y el de Compañero acabado. Existen distintos ritos de recepción en el Compañerazgo, que difieren de una sociedad a otra y que han sido muy poco difundidos. El ritual de recepcion de los curtidores y los zapateros del Deber descrito por Martin Saint-Léon (op. cit.) consta de dos tenidas. En la primera, los aspirantes que desean ser recibidos presentan su obra de arte (chef d'oeuvre), la cual es examinada detalladamente por los Compañeros en su cámara. Si el aspirante no es rechazado -bastaría para ello que lo fuera por tres Compañeros-, se le introduce en la cámara, donde un Compañero designado le indica los defectos de su obra y le informa de que su solicitud de recepción será respondida próximamente. En la segunda tenida, el aspirante es sometido a un interrogatorio para verificar su recta intención y es introducido con los ojos vendados en el templo, donde tras un nuevo interrogatorio y serle retirada la venda, prestará su juramento y recibirá un nombre simbólico. Dicho nombre es compuesto, y está formado por el gentilicio correspondiente a la ciudad o pueblo de origen del neófito y de una cualidad concreta de su carácter. El Compañero recibido debe realizar el Tour de Francia para efectuar su perfeccionamiento y alcanzar la plenitud de su condición. Se trata de un viaje de varios años por la geografía francesa durante el cual el Compañero realiza estadías en distintas ciudades donde recibe la enseñanza y los secretros del oficio de un modo gradual. En cada ciudad del Tour de Francia, las diferentes sociedades compañónicas tenían representantes cualificados que estaban a cargo del cuidado y la formación de los Compañeros. El Premier-en-ville y el Second-en-ville eran los oficiales de mayor rango. Un cargo especialmente importante era el del Rouleur, llamado así por ser el encargado del registro (rouleau) de los Compañeros en tránsito. El Rouleur acogía a los llegados y acompañaba a los que partían hasta el punto de separación; también se ocupaba de convocar las asambleas y proporcionar trabajo a los Compañeros llegados. Un Compañero recién llegado a una ciudad al cabo de una etapa del Tour debía presentarse en primer lugar a la Mère, oficial femenino responsable junto a su esposo -el Père- de lo que era a la vez albergue de los Compañeros y sede de la Orden en la que se celebraban las asambleas. El llegado se hacía reconocer por la Mère y por un Compañero mediante su pasaporte compañónico, diversos signos gestuales y sus respuestas a un interrogatorio ritual. A continuación, el Compañero llegado entraba ritualmente en la casa de la Orden (Entrée de Chambre) donde, una vez acogido, podía alimentarse y descansar. El mismo día de su llegada o a la mañana siguiente, el Rouleur iba a buscarle trabajo; mientras no lo encontrase, el Compañero llegado tenía derecho a alojamiento y manutención gratuitos. El término de la estancia de un Compañero recibido en una ciudad del Tour se señalaba con un rito específico (Levage d'Acquit). Su partida era objeto de una procesión ceremonial (Conduite) a cuya cabeza iban el Compañero y el Rouleur. El Rouleur llevaba la caña y el fardo del Compañero sobre su espalda hasta el punto convenido, donde la comitiva se detenía y procedía a una despedida ritual. Cuando dos Compañeros del Tour se encontraban por el camino, se reconocían mutuamente mediante el topage: se detenían uno frente a otro, adoptaban una posición convenida y, a la voz de " Tope! ", se interrogaban recíprocamente sobre su oficio y sobre el Deber al que pertenecían. Si se trataba de sociedades hermanadas, se estrechaban la mano y bebían juntos, pero si los Deberes eran distintos, el topage acababa a menudo a bastonazos (Hervé Masson, Dictionnaire Initiatique, entrada "Compagnonnage"). Los Compañeros de cada Deber portaban insignias y objetos propios de su sociedad. La caña es el más característico de todos, y se dice que las distintas maneras de portarla tenían distintos significados. Por otra parte, las cintas de colores son marcas distintivas de la sociedad a la que un Compañero pertenecía; pero, por encima de las aplicaciones puramente utilitarias y contingentes de estos objetos simbólicos, debe atenderse a su significado superior, que es de tipo simbólico y común a todos las vías iniciáticas de la Tradición Hermética. Así, la caña del Compañero está relacionada con el báculo del Maestro de Ceremonias masónico, con la varita del Mago del primer arcano mayor del Tarot, y en general, con todos los símbolos axiales (ver Eje). Por otro lado, los colores son, como los del arco iris, un símbolo de las indefinidas posibilidades de manifestación en que se polariza y concreta la Luz emanada del Principio (ver Colores). Con respecto al carácter hermético del simbolismo compañónico, Masson (op. cit.) escribe lo siguiente:
Se dice que el Compañerazgo está experimentando un auge en la actualidad, y ello se argumenta sobre la base del crecimiento del número de miembros de la Orden -unos 20.000 hoy en día, mientras qqqueee en la posguerra habían llegado a ser sólo 5.000-. Pero, a decir verdad, el Compañerazgo, al igual que la Orden Masónica, está afectado por la degradación generalizada que imprime el devenir cíclico sobre la historia del mundo. Cuando leemos noticias que ensalzan que hoy haya compañeros caldereros dedicados a la reparación de plataformas petrolíferas o compañeros mecánicos que trabajan en proyectos de cohetes espaciales, tememos que una gran parte del aparente éxito del Compañerazgo se esté operando al coste de una mutación antitradicional de sus usos y costumbres. En el fin de ciclo oscuro que afrontamos, quizás sólo podremos encontrar encarnado el verdadero espíritu del Compañerazgo y la Masonería en pequeños grupos o logias anclados en el recuerdo permanente del Principio y la Cosmogonía, la cual es actualizada mediante el rito. M.G. Aunque el punto de vista moderno se limite a considerar el corazón como sede de los sentimientos, en contraposición y por debajo del cerebro, sede de una inteligencia racional, todas las tradiciones unánimemente localizan en él una inteligencia intuitiva y sintética en contraposición y por encima de una razón analítica y discursiva que se localiza en el cerebro. Para el Hinduismo el corazón es la morada de Brahma, para el Islam contiene el Reino de Dios y el Cristianismo nos brinda el simbolismo del Sagrado Corazón. En la Masonería el corazón de la Logia es el altar. Situado en el mismo centro y bajo la cúpula celeste, en un aspir absorbe la energía supracósmica que expande en las seis direcciones, hasta los límites del Templo. En el Ritual de recepción a segundo grado, el Primer Vigilante comunica al Recipiendario los secretos del grado de Compañero, y al confiarle el "Signo Penal" que se hace retirando la mano derecha del corazón horizontalmente y dejándola caer lateralmente trazando una escuadra, le comunica su significado: "Preferiría arrancarme el corazón antes que revelar indebidamente los secretos que me han sido confiados". Si la finalidad última del iniciado es acceder al Conocimiento, "arrancarse el corazón" simboliza renunciar a este objetivo, cortar el vínculo que le da acceso a esta Posibilidad, prescindir de la más alta facultad del hombre: su Inteligencia. El verdadero masón no "revelará indebidamente" ningún secreto pues sabe que por naturaleza es incomunicable; pero sí sabrá seguir el camino del corazón, la vía de acceso a lo suprahumano, que cada hombre alberga dentro de sí, y sabrá indicarlo y compartirlo con quien rectamente lo solicite.A.G. El espejo, siendo una superficie o lámina de cristal azogada, casi siempre de mercurio, aunque también pueda ser de otro metal bruñido, refleja o representa lo que se pone ante él. A lo largo del camino iniciático, el adepto debe aprender que aquello que retrata el espejo es solamente su apariencia, una imagen transitoria del ser individual sometida a las leyes del devenir, una ilusión cambiante y contingente, y por tanto, todo aquello con lo cual no debe identificarse, ni reconocer como el fin del proceso, pues de ser así quedaría atrapado en la rueda de la vida y perdería la posibilidad de la verdadera realización metafísica, la cual está más allá de la naturaleza y cuya aprehensión excede las facultades humanas. El mayor error y más grande enemigo del iniciado es identificarse con los aspectos puramente formales, caducos, egóticos y cambiantes del ser individual, en lugar de verlos como simples destellos o reflejos transitorios del Ser Universal, los cuales deben ser traspasados para fusionarse finalmente con la esencia supraformal, suprahumana, es decir, con lo inmutable, indimensionado, con el Sí mismo, análogo al Atma hindú o al principio masónico denominado Gran Arquitecto del Universo. Es también en este sentido que debe entenderse a la Masonería especulativa, ya que el término del cual procede, speculum, etimológicamente significa mirar, y ello alude precisamente a una mirada que penetra inteligentemente la interioridad o el sentido profundo de todos los símbolos que la Masonería conserva, afín de trascender la forma y ser uno con su esencia. Esto, por supuesto, no tiene nada que ver con las elucubraciones mentales y parciales a las que se ha visto abocada la Orden en nuestros dias, sino más bien con reconocer el verdadero y único Espíritu del que ésta emana. M.V. Dos símbolos se relacionan e identifican especialmente con la flor: el de la copa o cáliz y el de la rueda. Como el primero, la flor representa la receptividad de los efluvios celestes, el principio femenino o pasivo de la manifestación -Prakriti en el hinduismo- y la substancia universal, y por ello la flor guarda también una estrecha vinculación con el Santo Grial de la tradición occidental, el cual, en tanto que vasija, se corresponde con la receptividad, y por la sangre que contiene es símbolo del centro de la vida y también del centro del ser completo. Por otra parte, la flor, como la rueda, simboliza la manifestación cósmica.
Amigo y maestro de Thomas Vaughan, quien fuera primer traductor al inglés de los Manifiestos Rosacruces, editados en 1652 a partir de un manuscrito perteneciente a la familia de Moray. Documentos Rosacruces también copiados a mano por otro amigo de Moray, el importante hermetista y masón Elías Ashmole, compañero fundador de la Royal Society de Londres, institución de la cual Moray fue su primer presidente. Estas relaciones humanas y los hechos y realizaciones a que dieron lugar, adquieren gran relevancia dado que se refieren a ciertas corrientes de pensamiento que confluyendo en la síntesis de la idea, dieron nacimiento a la actual Masonería.
En el deambular del segundo viaje simbólico que el postulante efectúa con la regla en la mano izquierda y la palanca en la derecha (ubicación que se corresponde respectivamente con el aspecto pasivo y activo de cada útil), aquel se detiene frente al sitial del Hermano Tesorero –el guardián del Tesoro de la Logia- y lee un epígrafe en el que figura el nombre de los cinco estilos arquitectónicos. Acto seguido se le insta a convertirse en una columna viva y a ser 'uno de los pilares inquebrantables del templo'. La palanca es una herramienta que cumple una importante función simbólica en esta magna obra de edificación, tanto exterior como interior, y por su diseño y función contribuye a la elevación de las piedras que podrán entonces ser ubicadas en el lugar justo que les corresponde dentro del templo. Si por las leyes de la analogía transponemos esta labor constructora que se ayuda de la palanca al proceso de realización espiritual, descubrimos que aplicando la voluntad y el discernimiento con estrategia y proporción, y ubicándonos en la inmutabilidad de un punto, es posible vencer todas las dificultades y resistencias y conocer el lugar que cada cual ocupa en la armonía del Todo. Además, la palanca, al elevar, provoca una ruptura de nivel, lo cual es análogo a la apertura de estados de conciencia del Ser cada vez más sutiles y universales, promovidos por el recorrido siempre ascendente del proceso iniciático.
Extendido como decimos en el centro del templo, el pavimento mosaico es un tapiz cuadrangular que evoca la forma de cuadrado largo de la Logia y del cuadro de Logia. De hecho reproduce a su escala las dimensiones horizontales de la Logia, y el encuadre que genera determina un espacio sagrado y significativo, una “Tierra Sagrada” como se dice expresamente en las lecturas del Rito Emulación inglés. En ese tapiz están representados una serie de cuadrados alternativamente blancos y negros, exactamente igual que las casillas de ajedrez. Tanto en el pavimento de mosaico como en el tablero de ajedrez, los cuadros blancos y negros simbolizan respectivamente la luz y las tinieblas, el día y la noche, y en general todas las dualidades cósmicas surgidas de la "reflexión" bipolar de la Unidad o Ser universal. Dicha dualidad se encuentra representada también en el conocido símbolo extremo-oriental del yin-yang, cuyas dos mitades inseparables, una clara y otra oscura, se corresponden con la disposición de los cuadrados del pavimento. En este sentido, el color blanco simboliza las energías celestes, activas, masculinas y centrífugas, y el color negro las energías terrestres, pasivas, femeninas y centrípetas. Las primeras se oponen a las segundas, y viceversa, al mismo tiempo que se complementan y conjugan (atraídas como los polos positivo y negativo de un imán), determinando en su perpetua interacción el desarrollo y la propia estructura de la vida cósmica y humana. Esa estructura se genera igualmente por la confluencia de un eje vertical -celeste- y otro horizontal -terrestre- (ejemplificados en el pavimento por las líneas transversales y longitudinales), conformando un tejido o trama cruciforme, un cuadriculado, en fin, que refleja las tensiones y equilibrios a que está sometido el orden de la creación. Asimismo, también puede equipararse la vertical al tiempo y la horizontal al espacio (el primero activo con respecto al segundo, al que moldea permanentemente), es decir, a las dos coordenadas que establecen el "encuadre" que permite la existencia de nuestro mundo y de todas las cosas en él incluidas. La idea de ese orden está ya implícito en el significado de la palabra 'mosaico', que deriva del griego musèíon, literalmente "templo de las musas (de donde procede también 'museo'), expresión ésta que conviene perfectamente a la Logia masónica, recinto sagrado en donde cada una de sus partes y la totalidad de su conjunto constituyen una síntesis simbólica de la armonía universal. Al igual que el mandala el pavimento de mosaico es, pues, una imagen simbólica representativa de ese orden, en el que el iniciado ha de integrarse plenamente conciliando en su naturaleza las influencias procedentes del Cielo y de la Tierra, lo que le permitirá recuperar finalmente la unidad de su ser. Mas tratándose de un símbolo iniciático el pavimento mosaico también se presta a una interpretación metafísica, aparte de la propiamente cosmológica. Desde ese punto de vista más elevado el color negro simboliza las "tinieblas superiores", es decir lo no-manifestado, y el color blanco lo manifestado, en tanto que símbolo de la "luz" creadora. A este respecto, R. Guénon señala que el color negro del pavimento mosaico simbolizaría el "Sí Mismo" (lo supra-individual), y el blanco el "yo" (lo individual), que al igual que los dos pájaros de que se habla en las Upánishads de la tradición hindú,, representan lo que en el ser constituye su parte inmortal y su parte mortal, respectivamente.
Pitágoras es el continuador de la tradición órfica y sus misterios iniciáticos, que adapta a su tiempo, recibiendo también las enseñanzas cosmogónicas y metafísicas de los sacerdotes egipcios (es decir de Thot-Hermes) y de los astrónomos-astrólogos caldeos durante el transcurso de los viajes que realizó por Egipto, Siria y Babilonia. Como nos dice Diógenes Laercio, uno de los más antiguos biógrafos de Pitágoras:
2. El resurgimiento de la doctrina pitagórica se dio también entre los arquitectos y constructores medievales y renacentistas (herederos de los Collegia Fabrorum romanos impregnados también de pitagorismo), en cuyas leyendas y mitos fundacionales contenidas en los Old Charges (p. ej. en el manuscrito Cooke y el Watson, entre otros) aparece la figura de Pitágoras asociada casi siempre al dios Hermes, conformando ambos las dos corrientes
Ciertamente el Pitagorismo ha dado numerosos símbolos a la Masonería, o en cualquier caso muestran una identidad palpable con algunos de los símbolos más importantes de la cofradía fundada por el maestro de Samos. Tal es el caso del Delta Luminoso, símbolo en la Masonería del Gran Arquitecto del Universo, y que se corresponde perfectamente con la Tetraktys anteriormente nombrada. Tenemos asimismo la conocida "estrella pentagramática" o pentalfa, de suma importancia en la simbólica del grado de compañero (donde recibe el nombre de "estrella flamígera"), y que los pitagóricos consideraban como su signo de reconocimiento y un emblema del hombre plenamente regenerado. Entre los arquitectos medioevales el pentagrama fue uno de los módulos principales en el diseño de los planos de las catedrales y otros edificios de carácter civil, pues según ellos en esa figura geométrica, presente en la estructura de muchos seres vivos, se revela la Inteligencia constructora del Gran Arquitecto. Asimismo, triángulo rectángulo de lados 3-4-5 (el famoso “Teorema de Pitágoras”, el cual, como tantas otras cosas, el maestro griego recogió de los egipcios, aunque era conocido también por caldeos, chinos e hindúes), es otro de los símbolos que confirman la vinculación entre el Pitagorismo y la Masonería; por no hablar de la Plancha de Trazar, o Plancha Tripartita (basada en la "tabla de Pitágoras"), y estrechamente ligada al simbolismo de los nueve primeros números y al grado de Maestro, y que está también en el origen del alfabeto masónico. Acerca de la Plancha de Trazar he aquí lo que nos dice Arturo Reghini:
Por tanto, la herencia que la Masonería recibe del Pitagorismo es sobre todo la de la Aritmética y la Geometría, y recordaremos, a este respecto, que en el frontispicio de la Academia de Atenas, Platón (que según algunos recibió la iniciación pitagórica a través de Arquitas de Tarento, uno de los más importantes matemáticos de la Antigüedad) hizo grabar una inscripción que rezaba: "Que nadie entre aquí si no es geómetra", sentencia que podría estar grabada perfectamente en el pórtico de entrada a la Logia masónica, pues efectivamente dentro de ella los masones no hacen sino imitar la propia actividad creadora del Gran Arquitecto mediante la utilización del Compás, la Escuadra, la Regla, el Nivel y la Perpendicular. F. A. En el Templo masónico la puerta de entrada al mismo se coloca al Occidente. Es esta la primera puerta que se debe franquear, la que conecta al iniciado con la cosmogonía. Esa puerta está custodiada por el Hermano Guarda Templo que impide el paso a las fuerzas profanas y al mismo tiempo protege y permite el acceso de los iniciados y de los aspirantes que son dignos de la iniciación. Pedir la entrada en la Orden Masónica es "llamar a la Puerta del templo", pero no será posible atravesar ese umbral si no se sabe llamar correctamente. Al neófito se le muestra cómo llamar a la puerta durante el ritual de iniciación, y en el Instructivo del Primer Grado se le enseña que fue introducido en Logia por tres grandes golpes que significan: pedid y se os dará (la Luz); buscad y encontraréis (la Verdad); llamad y se os abrirá (la Puerta del Templo). La puerta que atraviesa el postulante es baja, de difícil entrada y cada acceso a uno de los distintos grados de la iniciación supone simbólicamente el atravesar una puerta. En cada grado se ha de llamar de modo diferente y esas puertas sucesivas, cada vez más estrechas, van dando paso a estados del ser más y más sutiles. La Puerta del Templo es análoga a la Puerta de los Cielos; estas puertas no pueden abrirse si no se cuenta con las llaves adecuadas, y son justamente los símbolos y los ritos los que constituyen las claves necesarias para que ese acceso sea posible. Pero si por la primera el paso se realiza en la vía horizontal, el acceso por la segunda es más bien axial, en dirección vertical, realizándose así el paso de lo cósmico a lo supracósmico que se produce por la Puerta del Sol, representada por el centro de la cúpula o vértice de la pirámide, del que pende la plomada del Gran Arquitecto. Es importante, en relación con este símbolo, mencionar lo relativo al profundo significado de las puertas solsticiales. (Ver Solsticio). F. T. Escritor, es autor, entre otras obras de: The Philosophical principles of natural and revealed religion unfolded in geometrical order ("Los Principios Filosóficos de la religión natural revelados y expresados en el orden geométrico") o Travels of Cyrus(Los Viajes de Ciro) novela de 1727, cuyo protagonista, Ciro, es un viajero en busca de los discípulos de Zoroastro en Persia y de Hermes Trismegisto en Egipto, con algunos de los cuales entra en contacto y dialoga. Gran Orador de la Orden francesa, Ramsay fue uno de los personajes que más ayudó a la difusión de la Masonería en Francia durante el siglo XVIII, logrando una gran fama por su Discurso, pronuciado en 1736 en la Logia de Saint Thomas Nº 1 de París, primera Logia fundada en Francia en 1725 por nobles ingleses, siendo el mismo que pronunció, con leves cambios, en 1737 ante la asamblea de la Orden francesa, todo lo cual ha llevado a Daniel Ligou a decir, en su Diccionario de la Masonería, que “es sobre todo el Discurso de Ramsay el que hace de él una de las columnas de la Masonería francesa”. El Discurso de Ramsay ponen de manifiesto el espíritu que alimentaba el pensamiento de aquellos hombres arraigados todavía en la cultura del Renacimiento, y que gestaron la Masonería actual, con su escala de grados. Ramsay, su figura y su trabajo masónico, evidencian el nexo visible que existe entre la Masonería escocesa y la francesa, siendo precisamente en Francia donde apareció el denominado Rito de Perfección de 25 grados, que pasaría en 1801 en Filadelfia, USA, a convertirse en el actual y más practicado de todos los Ritos, el Escocés Antiguo y Aceptado de 33 grados. No es casual, pues, que algunos hayan creído ver justamente en este Discursoel origen mismo de los altos grados, aunque lo más importante es ver en esta arenga del Caballero Ramsay el vínculo con una cadena de pensamiento esotérico ininterrumpido convergiendo en la simbólica de la Masonería. Se trata de un discurso donde se relata tanto el origen mítico y legendario de la Tradición Hermética y la Ciencia Sagrada como su expresión en el tiempo y las vicisitudes históricas por las que ésta ha tenido que pasar hasta resurgir con el nombre de Franc-Masonería en Gran Bretaña, que se convirtió en un momento dado en sede de la Ciencia arcana, desde donde se expandió a Francia y al resto de Europa y América. Estos son algunos fragmentos de tan sugerente discurso:
Este histórico Discurso fue publicado en 1995 en París por Patrick Négrier dentro de una antología titulada: Textes Fondateurs de la Tradition Maçonnique 1390-1760 y en 1997, igualmente en sus dos versiones, por la revista Symbolos que lo incluyó también como parte de una antología masónica. Mª A. D. Fue discípulo y amigo del masón Sir Robert Moray, quien le entregó el manuscrito del fondo de las colecciones de “papeles” que tenía su suegro, Lord Balcarres. Vaughan dice haber basado su traducción de los manifiestos de otra escrita “por mano desconocida”. Se llamó a sí mismo “filósofo de la Naturaleza” declarando ser seguidor de Enrique Cornelio Agrippa y de su obra La Filosofía Oculta, así como de Platón, y se jactaba de tener cierta hostilidad hacía Aristóteles y Descartes. Aunque no hay señales de su filiación masónica a una logia específica, cosa bastante corriente en esa época de atmósfera secretista, su relación con masones y su influencia sobre la Orden fue muy directa. Vaughan estaba totalmente impregnado del pensamiento hermético y atento a la orientación que estaba tomando el Conocimiento Tradicional, reconociendo estar ligado intelectualmente al “Colegio Invisible” de la Rosa Cruz. Esto es lo que escribió en la introducción que hizo a la traducción de los dos manifiestos rosacruces:
A Vaughan (Eugenio Filaleteo) se le confunde a veces con Ireneo Filaleteo, seudónimo que empleó otro adepto de la Tradición Hermética cuyo nombre parece que fue George Starkey. Mª A. D. Tal y como observa Federico González,
_____________________________________________________________ Extraído de: http://tallermasonico.com/6dicci.htm _____________________________________________________________ . |