jueves, 9 de julio de 2020

“Aproximaciones al desarrollo de la conciencia” desde Los Penitentes - pag 33


La Conciencia

"... "Tome un reloj y contemple la manecilla larga, procurando conservar la percepción de sí mismo y de concentrarse en la idea: "Yo soy Louis Pauwels y estoy aquí en este momento." 

Procure no pensar más que esto; siga sencillamente el movimiento de la manecilla larga conservando la conciencia de sí mismo, de su nombre, de su existencia y del lugar en que se encuentra."

Al principio, esto parece sencillo e incluso un poco ridículo.
 

Naturalmente, puedo conservar presente en mi espíritu la idea de que me llamo Louis Pauwels y de que estoy aquí, en este momento, mirando cómo se desplaza muy lentamente la manecilla grande de mi reloj.

Pero no tardo en darme cuenta de que esta idea no permanece mucho tiempo inmóvil en mí, que toma mis formas y que se desliza en todos los sentidos, como los objetos que pinta Salvador Dalí, transformados en barro movedizo. 

Pero, aun así, debo reconocer que no me piden que mantenga viva y fija una idea, sino una percepción. No me piden únicamente que piense que soy, sino que lo sepa, que tenga de este hecho un conocimiento absoluto. 

Ahora bien, siento que esto es posible y que podría producirse en mí, aportándome algo nuevo e importante.
 

Descubro que mil pensamientos o sombras de pensamientos, mil sensaciones, imágenes y asociaciones de ideas totalmente ajenas al objeto de mi esfuerzo me asaltan sin cesar y me apartan de este esfuerzo. 

A veces, es la manecilla la que capta toda mi atención, y, mirándola, me pierdo de vista. 

Otras veces, es mi cuerpo, una crispación de la pierna, un pequeño movimiento en el vientre, lo que me aparta de la saeta del reloj al propio tiempo que de mí mismo. 

Otras, creo haber detenido mi pequeño cine interior, eliminado el mundo exterior, sólo para acabar dándome cuenta de que acabo de sumirme en una especie de sueño en que la saeta ha desaparecido, en que yo mismo he desaparecido, y durante el cual siguen trenzándose unas en otras las imágenes, las sensaciones, las ideas, como detrás de un velo, como en un sueño que se despliega por su propia cuenta mientras yo duermo. 


Y otras, en fin, en una fracción de segundo, me encuentro contemplando la manecilla, y soy yo totalmente, plenamente.

Pero, en la misma fracción de segundo me felicito de haberlo logrado; mi espíritu, si puedo decirlo así, aplaude, e inmediatamente mi inteligencia, al captar el éxito para alegrarse de él, lo compromete irremediablemente. 

En fin, que, despechado y más aún agotado, abandono el experimento precipitadamente, porque me parece que acabo de verme privado de aire hasta el extremo de mi resistencia. ¡Cuan largo me ha parecido! 

Sin embargo, no han transcurrido mucho más de dos minutos, y, en dos minutos, no he tenido una verdadera percepción de mí mismo más que en tres o cuatro imperceptibles relámpagos. 

Debía, pues, admitir que casi nunca llegamos a tener conciencia de nosotros mismos, y que casi nunca tenemos conciencia de la dificultad de ser conscientes. 

El estado de conciencia —nos decían— es, ante todo, el estado del hombre que sabe por fin que casi nunca es consciente y que, de esta manera, aprende poco a poco a conocer los obstáculos que, dentro de sí mismo, se oponen a su esfuerzo. 


A la luz de este pequeñísimo ejercicio, sabéis ahora que un hombre puede, por ejemplo, leer un libro, aprobarlo, aburrirse, protestar o entusiasmarse sin tener un solo segundo la conciencia de que es, y sin que, por tanto, nada de lo que lee se dirija verdaderamente a él mismo. 

Su lectura es un sueño que se suma a sus propios sueños, un discurrir en la perpetua corriente de la inconsciencia: 

Pues nuestra conciencia verdadera puede estar —y está casi siempre— completamente ausente de cuanto hacemos, pensamos, queremos o imaginamos...".

Louis Pauwels
en "El Retorno de los Brujos"(1).



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