domingo, 12 de julio de 2020
El enojo Espiritual - Jeff Foster
Las enseñanzas espirituales que nos dicen que extingamos nuestro enojo, catalogándolo como una emoción “negativa” o “enferma” o incluso “no espiritual”, pueden transformarse en una enseñanza muy peligrosa por cierto.
El enojo es vida, una poderosa expresión de la fuerza vital que llena y anima a la vez, que fluye a través de todas las cosas, y que debe ser honrada como tal.
Por supuesto, ¡no queremos ser gobernados por nuestro enojo!
No queremos que el enojo hable por nosotros, que ponga palabras en nuestra boca o controle nuestros cuerpos y nuestro comportamiento.
Queremos tener espacio alrededor de él, ser capaces de usarlo conscientemente, como una herramienta, en el momento necesario y apropiado.
No queremos que el enojo nos consuma, o nos identifiquemos con él, nos bloqueemos, o nos perdamos a nosotros mismos. Queremos una relación sana e incluso amorosa con el más poderoso de nuestros amigos.
Cuando tratamos de ser “espirituales” y suprimimos nuestro enojo, cuando lo enterramos en nuestro cuerpo y en el submundo del inconsciente, éste supura desde allí haciendo estragos con nuestro sistema inmune y nuestro sensación de totalidad. Ya no “tenemos” enojo.
El enojo ya no es más un sentimiento que viene y va.
El enojo ‘nos tiene’ a nosotros.
Somos seres irritables ahora; el enojo habita en nuestros huesos, estamos identificados con él. Y nos encontramos explotando ocasionalmente con una ira incontrolable, porque esa energía necesita moverse y tener una salida o moriremos por el veneno de la emoción no expresada.
O tal vez nos convertimos en agresivos pasivos, acumulando resentimiento y hostilidad hacia los demás y el mundo: los vecinos, los políticos, la familia, nuestros compañeros.
Encontramos nuestras maneras inconscientes de expresar o de desviar el enojo: mintiendo, culpando, con sarcasmo, quejas, o simplemente siendo indiferentes con otros.
Todas maneras de evitarnos a nosotros mismos. Adentro aún estamos enojados, aún si pensamos que somos ‘espirituales’ y estamos ‘más allá del enojo’.
Existen historias de los más “pacíficos e iluminados” gurúes “libres de toda ira” y de maestros de autoayuda, explotando de rabia detrás de escena con sus estudiantes y miembros de equipo.
El enojo realmente nunca se va, ya ves, solo encuentra nuevas maneras más creativas de moverse.
Hay un especio saludable y sano entre medio de la opción de enmudecer nuestro enojo o de actuarlo atacando a otros.
En ese espacio del medio respiramos, sentimos nuestro enojo en nuestro cuerpo.
Salimos de nuestra mente, fuera del drama de la cabeza, la culpa y el ataque; y vamos a nuestro vientre, nuestros pecho, garganta, plexo solar, cabeza…
Vamos directo al centro de la vida, a las sensaciones crudas del momento presente:
¡sensaciones intensas, pulsantes, palpitantes, agitadas, que dan vueltas, cosquilleantes, efervescentes!
Y respiramos a través de ellas, las traemos a nuestra cálida presencia, las dejamos moverse en nosotros, bendecimos el caos de nuestro cuerpo.
Empapamos “el enojado” que llevamos dentro con el amor que él/ella necesita tan desesperadamente.
Y desde un lugar de "presencia" podemos realmente ser los amos de nuestro enojo en vez de proyectarlo por todo el lugar, en vez de culpar, de avergonzar y atacar a otros.
Podemos decir “Sí, estoy enojado/a !!!”, honrar (la energía) el sentimiento vibrante que se mueve en nosotros, verlo como natural, sano, sagrado (no como un error o una falla nuestra, o un signo de “involución o poco espiritual”).
Y debajo del enojo, podemos quizás encontrar un corazón vulnerable, frágil y humano, una tristeza, una desilusión, una incertidumbre, una ternura que anhela ser vista, abrazada, bienvenida.
El enojo era la protección, no un error, sino una protección.
Y podemos agradecerle por servirnos para este propósito. Por tratar de mantenernos a salvo.
Por ser el guardián del suave, carnoso, sensible y asustado corazón. Por tratar de ayudarnos a obtener lo que necesitamos. Por tratar de hacernos escuchar.
Debajo de la persona adulta, ya ves: a un niño inocente, llamando: “Escúchame, Mírame, Ámame. Protégeme. No soy un error….”
Sigue el rugido del enojo hacia su fuente espiritual.
Enamórate de tu mayor Protector.
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Extraído del muro de Carlos Llerena en Facebook
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