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Evita, la Mujer del Bicentenario. Jorge Raúl Agnese
Siempre trate de comprender los odios encontrados y llegue a la conclusión que no es imposible razonarlos.
El odio aun existente hacia Evita tiene su base en lo que hizo por el pueblo – que es mayoría y la ama y amará eternamente - y lo que les hizo a sus explotadores.
“Hay olor a bosta”, les dijo a las señoras de la Sociedad de Beneficencia al recibirlas, para luego anunciarles la disolución de esa parodia de solidaridad popular, para espetarles inmediatamente que “el pueblo ya no las necesita. Ahora me tiene a mi”.
En otras notas sobre “La descamisada” reverencié una frase de John William Cooke sobre Evita: “Es el alma del hecho maldito del país burgués”. Esa frase cobra aun mas estatura si recordamos la que dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “Cuando murió Evita, Perón se convirtió en un cuchillo sin filo”.
Evita en dos años (1946-1948) organizó y logró dar a luz a la Fundación Eva Perón, que en cuatro años, o sea hasta su fallecimiento en 1952, levantó siete policlínicos en grandes concentraciones urbanas, catorce hogares escuela destinados a chicos huérfanos o con padres sin recursos para atenderlos, hogares de tránsito para alojar mujeres llegadas del interior en Buenos Aires, hogares de ancianos, la ciudad infantil, la ciudad estudiantil, unidades turísticas, escuelas de enfermeras, comedores estudiantiles, proveedurías, subsidios, y becas para estudios superiores.
Hoy domingo, el diarioTiempo Argentino, rescata a la Escuela de Enfermeras que en poco mas de dos años le dio a la sociedad 858 profesionales y 430 especialistas. A la oligarquía agrícola ganadora – herida por el Estatuto del Peón y la Ley de Latifundios – ese cuerpo disciplinado, pulcro, impecable, motorizado, uniformado, preparado para la paz y para la guerra… los termino de crispar, si utilizamos este neologismo actual. Esto es tan cierto como que Perón casi paso a ser un mal menor para la oligarquía, porque el problema era Evita, un explosivo motor generador de adictos fanáticos al líder y a su movimiento.
Asimismo, la Fundación Eva Perón proveía a las aulas universitarias de textos gratuitos, en forma de apuntes de clases preparados por los profesores, para lo cual la fundación contaba con un departamento de investigaciones técnicas. Los fondos de la institución - entidad de derecho privado, independiente del estado - provenían en más de un 50 por ciento del aporte de los trabajadores - que donaban los salarios del 1º de mayo y del 12 de octubre y un porcentaje del aguinaldo de cada año - y de la explotación de Loterías y Casinos. Por ese camino llegó al proletariado urbano la justicia social, que antes había llegado al ámbito rural a través del Estatuto del Peón.
Sin embargo, había un pueblo de peones y changadores, de trabajadores ocasionales, de lustrabotas, de sirvientas y porteros, que todavía no estaban sindicalizados.
Eva Perón a través de su fundación, se echó sobre sus espaldas a ese pueblo y llenó el vacío de justicia social que sufría ese sector, a través de la fundación.
Tan ímproba y significativa fue la acción de la fundación entre 1949 y 1952 que de hecho se convirtió casi en un ministerio, colocando a la Argentina a la vanguardia del mundo en lo que concierne a derechos sociales, al punto que así lo reconoció públicamente la Oficina Internacional del Trabajo - OIT -, en su reunión anual de 1949 en San Francisco, California, Estados Unidos.
Cuando llego la Revolución Libertadora o Fusiladora como la llamó el pueblo en 1955, basta con releer un infame documento sobre la fundación Eva Perón, producido por la Junta Consultiva que reemplazo al Congreso Nacional, integrada entre otras figuras políticas por: la “señora” Alicia Moreau de Justo, y los “señores” Alfredo Palacios, Américo y Rodolfo Ghioldi del Partido Comunista, Oscar Alende, Arturo Mathov, Silvano Santander, Miguel Angel Zavala Ortiz, y Ernesto Sanmartino.
Ellos refrendaron con su firma un informe que en uno de sus párrafo dice: «Relevada la llamada ciudad infantil, pudo comprobarse que el vestuario de los menores es renovado cada seis meses y que se incluye en los menúes aves y pescado, por lo que desde el punto de vista material, la atención de los internos es suntuosa, excesiva y nada ajustada a las normas republicanas que conviene para la formación austera de los niños».
La justicia social de la Fundación Eva Perón no se ajustaba a «las normas republicanas de la Libertadora». Para ellos la ciudad infantil era un antro de perdición. La Santa Iglesia Católica cerró la boca y miró para otro lado, porque ese negocio de la ayuda social era de ellos exclusivamente.
El caso es que la fundación creada por Evita fue disuelta, todos sus proyectos fueron interrumpidos, sus instalaciones cerradas y sus bienes incautados. Se quemaron toneladas de vestimentas, ropa de cama, medicamentos, instrumental médico e incluso flamantes pulmotores por sólo llevar el sello de la fundación.
Esos mismos pulmotores fueron tristemente añorados a fines del ´55 durante la terrible epidemia de poliomielitis que sufrió el país, mientras el Ministerio de Salud Pública repartía en los barrios bolsitas con alcanfor para que los niños se la colgaran del cuello. Decían que ayudaba a proteger a los infantes.
También se pintaban los árboles y los cordones de las veredas, con cal como medida sanitaria.
La frutilla del postre ocurrió en los ´90 cuando fue dinamitado el «Albergue Warnes» que estaba destinado para ser el complejo sanitario y de investigación pediátrica más importante de Latinoamérica. Curiosamente gobernaba un “peronista”: El demonio de Anillaco.
Continuando con el final de la fundación, a la depredación de su activo físico se sumó la estafa por la cual el multimillonario capital de la fundación - que de acuerdo a sus estatutos debía ser depositado en el sistema de previsión social ante su cierre - jamás llegó a ese destino y jamás fue investigado su final. En este caso no hubo Junta Consultiva.
Ese fue el resultado del odio hacia Evita, la hija putativa, la cabaretera, la puta del general, la actriz radial mediocre. La que mereció un cartel que decía “Viva el cáncer” inscripto en un muro frente al lugar donde agonizaba… ¿pero como fue el final de Evita? De la misma edición del diario Tiempo Argentino, rescatamos el testimonio de quien fue una de las pocas personas que permaneció a su lado hasta el final. Dice la nota del diario:
“Sin embargo, para María Eugenia Álvarez no fue justamente un privilegio. Sino un vacío indeleble. Escuchar a Evita diciendo una y otra vez “soy demasiado chiquita para tanto dolor” y verla yéndose con una sonrisa, son recuerdos que aún hoy la conmueven.
La conoció primero en el Hospital Rivadavia, cuando Evita se acercó a visitar a las personas de la Fundación que estaban internadas, después de sufrir un accidente aéreo, de regreso de una misión en Ecuador.
Le pareció una mujer “rápida e inteligente, con una capacidad increíble para captar las situaciones y los problemas de la gente. Un poco psicóloga, porque miraba a la persona y sabía lo que pasaba”, detalló.
Más tarde, ese primer vínculo se transformó en uno mucho más estrecho. Es que María Eugenia tuvo que cuidar de Evita, después de la operación de apéndice que le practicaron en el Instituto del Diagnóstico; y cuando le dieron el alta, siguió cuidándola en la residencia.
Ahí empezó a conocerla. “Si bien era muy exigente con su trabajo, nunca dejaba de ser amable, porque, por sobre todas las cosas, era un ser humano sumamente sensible”, recordó. “Sufría pensando en sus obreros, en los ancianos, en los niños.
Por su dolor no se quejaba. Era muy estoica, a pesar de estar dolorida seguía planeando y trabajando, siempre pensando en el futuro de la Patria. Decía que no le iba a alcanzar el tiempo.” Y no le alcanzó.
En una entrevista con la revista Siete días, María Eugenia contó cómo fueron esas horas finales:
“Siempre la acompañaba su mamá, sus hermanas, su hermano, los médicos y, por supuesto, el General.
‘Tengo que estar linda para mis obreros, quiero que me vean bien’, dijo muchas veces.
Le gustaba leer, escuchar música, las flores, los animales.
Como enfermera se me había muerto un paciente, pero además se moría un ser humano extraordinario, el que yo había aprendido a querer.
Siguió luchando hasta el último momento que Dios dispuso.
Murió con una sonrisa, porque en su cara siempre había una sonrisa”.
Seguramente que al morir no sonreían los labios de quienes odiaron a Evita, porque vivieron su derrota ante la talla de la líder de los descamisados.
Tampoco sonreirán los labios de los que aun hoy la odian, porque saben que dentro de muy poco nadie recordara sus nombres, mientras que el pueblo seguirá mostrando su fidelidad a quien fue artífice de los años mas felices de una enorme mayoría de argentinos: Evita, la mujer del Bicentenario.
Extraido de:
http://www.facebook.com/notes/jorge-raul-agnese/evita-la-mujer-del-bicentenario/413976720887
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