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Volcan Villero, de Jorge Raúl Agnese
Prologo
Hefesto: En la mitología griega, dios del fuego y de la metalurgia, hijo del dios Zeus y de la diosa Hera o, en algunos relatos, sólo hijo de Hera.
A diferencia de los demás dioses, Hefesto era cojo y desgarbado. Poco después de nacer lo echaron del Olimpo: según algunas leyendas, lo echó la misma Hera, quien lo rechazaba por su deformidad; según otras, fue Zeus, porque Hefesto se había aliado con Hera contra él.
En la mayoría de las leyendas, sin embargo, volvió a ser honrado en el Olimpo y se casó con Afrodita, diosa del amor, o con Áglae, una de las tres gracias.
Era el artesano de los dioses y les fabricaba armaduras, armas y joyas. Se creía que su taller estaba bajo el monte Etna, volcán siciliano. Hecha esta salvedad vamos al relato.
El Topo Hernandez era feo en serio. En la villa de Retiro casi no se le conocía su historia y se tejían miles de versiones. Se llego a decir que cuando nació era tan feo que la partera le dijo a su madre que si el engendro volaba había parido a un murciélago.
Morocho con ganas, bastante petisón, rengo de niño tras un accidente cuando vendía estampitas en la calle, el Topo decía no haber conocido a su madre. Cuando pasaba por el almacén con despacho de bebidas de la villa, alguno solía gritarle: «¡Naciste de un repollo negro jorobado! ¡Ja, ja, ja!». Porque el Topo además era jorobado de nacimiento.
Se decía también que era pariente de Víctor Hernandez, el campeón mundial de boxeo, fallecido en un accidente automovilístico deportivo. Parece que era una especie de hermano de leche del Hernandez famoso. La madre del Topo habría amamantado al campeón ya que como se sabe la del boxeador murió en el parto.
También se dijo que la relación con los Hernandez famosos, estallaba en una relación del padre del campeón con la madre del Topo a partir de la viudez no esperada del hombre.
El caso es que en un tiempo al Topo se le dio por la bebida. Lo echaron de la casilla y luego lo persiguieron por la villa hasta que no se lo vio más.
Pasaron casi diez años y un fin de año el Topo se apareció en el crecido pero sempiterno precario asentamiento. Estaba con bastante dinero en el bolsillo. Tal vez por eso lo recibieron y hasta hubo fiesta.
Nuevamente aceptado, el Topo levantó una pieza de unos cuatro por cuatro casi en el centro de la villa. Hasta pagó por el lugar. La edificación no tenia ventanas, sólo una puerta y del techo salía una chimenea que solía lanzar volcánicas chispas en cada atardecer de la semana, salvo los domingos donde sólo se apreciaba un delgado hilo de humo.
La cuestión es que el Topo recibía visitas periódicas de personajes de aspecto sórdido y «non santo». Entraban en la pieza, donde permanecían un rato para irse luego con paquetes de papel de diario.
El Topo se mostraba generoso tras cada visita. Sobre todo con una paraguaya muy bruta pero también bellísima, alta, de piel mora, ojos verdes y largos cabellos negros. Ella sabía manejarlo. Nunca le demostraba que lo dominaba, lo hacia sentirse el mejor de los amantes. Pero era claro que del Topo lo único que le interesaba a la paraguaya era el dinero. No había otra explicación para que ella mirara para otro lado cuando la gorda vecina del Topo, le entregaba sus favores y encima le limpiaba la famosa pieza gratis. Reservada la gorda, nunca comentó que había en el lugar. Tenía dos hermanas. En la villa las conocían como «Las tres desgracias», por lo feas, poco higiénicas y gordas irrecuperables.
Mas allá de estos detalles, el Topo fue cobrando fama de experto en algo. No se sabia que, pero debía ser experto ya que cada día sus bolsillos estaban mas llenos, y la pieza del contrahecho era un misterio que se tornaba muy tentador. ¿Qué hacia el Topo en ese lugar? Las chispas que escapaban de la chimenea eran otro misterio. ¿A que se dedicaba el Topo y como se relacionaban las chispas con su actividad? El misterio creció cuando comenzó a trabajar de noche. Las chispas convertían a la pieza en una especie de volcán. Muchos protestaron: «¡Este nos va a incendiar la villa!», gritaban amenazantes.
Pero el Topo tenía un protector: Juan «El cojudo» Almada, el capo de la villa. Buscado por la policía, nadie se explicaba como salía ileso de los tiroteos consecuencia de sus andanzas fuera de la ley, y de algunas reyertas por el poder con algunos «colegas» del delito que le habían disputado el liderazgo dentro y fuera de la villa. Ninguno lo pudo. Hasta que un día Almada le puso el ojo a la paraguaya y se la llevo a vivir con él. El Topo no dijo nada. Esa noche la chimenea escupió al cielo más chispas que nunca. Al día siguiente cuando el sol se anunciaba tímidamente por el Este, el Topo se fue con una pequeña valija. Pasaron unos días y la chimenea de la pieza perdió hasta el hilo de humo tenue de los domingos. Muchos rondaban el lugar pero sin atreverse a develar el misterio.
El caso es que una noche Almada salió a realizar un «trabajito» fácil. Se trataba de «mejicanear» un «bagayo» de «yerba». El dato le había llegado a través de una de las gordas. Pero esta vez «El cojudo» se encontró con la horma del zapato. Cuatro balas le pasaron de lado a lado el cuerpo. De nada le sirvió el prolijo y pesado chaleco antibalas que alguna vez le hizo el Topo. Terminó en la morgue policial. Ni velorio hubo para él. En cuanto se enteraron en la villa, su casilla fue saqueada. Dicen que había de todo.
El polaco Rolsky - viejo rival del finado Almada -, miro al Topo y le dijo: «Sos bravo vos... ¿Vas a volver a la villa?». El Topo con una grotesca mueca parecida a una sonrisa, hizo brillar sus torvos ojos para responder: «¿Volver?... si yo nunca me fui». El contrahecho guardó los billetes verdes que le dio el polaco y se fue a su pieza. Una vez allí se dedico a poner en marcha una elemental herramienta. Con un rudimentario pero práctico fuelle, encendió el fuego de la pequeña fragua.
En una mesa - prolijamente alineadas -, estaban sus otras herramientas. Con ellas hacia chalecos antibalas bastante mejores que los que usan los «cobani», pero también hacia las balas especiales para perforarlos.
El fuego iluminaba la cara del Topo dándole un aspecto fantasmal, mítico, como esas figuras reflejadas en algunas pinturas de Velásquez. De la chimenea salieron las chispas que indicaban que el volcán estaba activo y su dueño en plena labor. La paraguaya sonrió y se fue a buscar al contrahecho. La gorda la paro en seco a mitad de camino y «púa» en mano la saco «carpiendo». Después entro en la pieza del Topo.
Esa noche de aquella chimenea villera parecieron salir mas chispas que nunca.
Notas de el autor:
Non santo: Que carece de garantías morales.
Trabajito: En el idioma delictivo, robo fácil.
Mejicanear: Robó entre ladrones.
Bagayo: Paquete cuyo contenido puede ser ilícito.
Yerba: En el idioma delictivo, marihuana.
Cobani: Policía, sobre todo en idioma carcelario.
Púa: Arma blanca rudimentaria hecha con parte del fleje de un elástico de cama carcelera.
Carpiendo: Sacar a una persona de un lugar en forma terminante, y/o violenta.
Extraido de:
http://www.facebook.com/#!/note.php?note_id=411393115887&ref=notif¬if_t=note_tag
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