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Jemmy Boton de Nacar. Jorge Raúl Agnese
La importancia geopolítica de las islas Malvinas, se marca tras el Tratado de Tordesillas, donde portugueses y españoles - con la anuencia de la Iglesia Católica -, se dividieron el océano Atlántico para su dominio colonial.
El Tratado de Tordesillas, firmado el 7 de junio de 1494 y ratificado por un lado, por los Reyes Católicos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón el 2 de julio de 1494 y por el otro, por el rey portugués Juan II el 5 de septiembre del mismo año, contó con el acuerdo de Iglesia Católica a través de la bula papal «Inter-Caetera» de los días 3 y 4 de mayo de 1493 - ya que le interesaba expandir su doctrina entre los aborígenes, a quienes consideraba seres sin alma, concepto que sobrevivió hasta el siglo XVII.
Con ese tratado comenzó - por ejemplo -, el fin de las Misiones Jesuíticas, y la fase final del mayor genocidio conocido por la humanidad:
La conquista de América, donde perecieron más de un centenar de etnias que agruparon 60 millones de aborígenes.
La primera acción de los españoles tras el acuerdo, fue fortificar las islas Malvinas.
Ellos sabían muy bien que ese lugar era escala obligada para acceder al océano Pacífico.
Hecha esta salvedad, el primer paso que necesariamente debe concretarse - para saber qué se escribirá de alguien con quien Argentina llegó a una contienda bélica de la que no salió victoriosa -, es conocer detalles capitales de su historia.
En el caso de Inglaterra, sus perversos antecedentes colonialistas indican que en 1982 nuestro país se enfrentó a un imperio al que - aun decadente -, jamás le tembló el pulso a la hora de aplastar con violencia - no sólo a soldados enemigos -, sino también a los enemigos heridos, y a sus familias sin distinción de sexo.
Lo cierto es que abundan los hechos increíbles en el colonialismo inglés, pero pocos superan por sus rasgos casi fantásticos, al operativo que condujo a la ocupación de las islas Malvinas.
Para hacerlo - bajo la conducción del primer ministro Grey y de Palmerston en Asuntos Exteriores -, los británicos urdieron un gigantesco aparato publicitario consistente en devolver a Tierra del Fuego a tres indígenas Yaganes que habían sido llevados a Inglaterra en sus viajes anteriores por R. Fitz Roy, el capitán de la fragata «HMS Beagle».
A todo esto se le dio el sentido de un acto altamente humanitario y antiesclavista.
Se dijo, además, que la «Beagle» tenía encomendados fines de estudios científicos para lo cual agregaron a la tripulación a un joven naturalista de 22 años: Carlos Darwin.
Lo que no dijeron nunca los ingleses, es que la finalidad real del viaje de la «Beagle» era proteger y sostener la tarea de una flotilla británica encabezada por la fragata «Clio», cuya real misión - también secreta -, era la toma de las Malvinas.
En diciembre de 1832, llegó la «Beagle» a Tierra del Fuego, y en los primeros días de enero de 1833, en perfecta coincidencia con la «Clio», estaban ambas ancladas en las Islas Malvinas.
Lo que sigue es un resumen de una traducción de la versión francesa de un libro del antropólogo alemán Herbet Wendt, editado por la «Table Ronde» bajo el título «A la recherche d´Adam».
El pretexto del viaje a América del Sur que debía emprender el capitán Robert Fitz Roy, era tan extraordinario que debía atraer suplementariamente a Darwin.
El navío de su majestad el rey Guillermo IV, la «Beagle» que - hasta el momento había sido afectado a apacibles menesteres de hidrografía - había sido el encargado de retornar a la libertad a tres esclavos de la salvaje y lejana Tierra del Fuego.
Esta generosidad espectacular debía significar ante el mundo que la Inglaterra liberal rechazaba - de ahí en adelante - participar en la trata de esclavos, algo en lo que había sido pionera en la Europa Central.
El hecho de que la «HMS Beagle» abordase accesoriamente las costas de las islas donde Inglaterra no había tenido nunca nada, para izar la «Union Jack» constituía un detalle sin importancia y de carácter anecdótico, algo que obviamente no es así.
Los acontecimientos que condujeron a esta «Operación Beagle» eran ellos por sí mismos extraordinarios.
Hacia 1830, los «whigs» - liberales -, y los «tories» - conservadores -, habían chocado seriamente a propósito del problema de la esclavitud.
Desde hacía unos años ya, una «abolition act of slavery» prohibía a los británicos el lucrativo comercio del marfil negro - como se llamaba a la compraventa de esclavos -, pero el primer ministro lord Grey y el ministro de asuntos exteriores lord Palmerston daban un paso más adelante, reclamando la emancipación de los esclavos de color en todas las colonias inglesas. Los «tories» se opusieron pero los «whigs» resultaron ganadores.
Justo en ese momento, el «HMS Beagle» retornaba de un primer viaje a Tierra del Fuego depositando sobre los muelles de Londres - no sólo al capitán Fitz Roy y su equipaje -, sino también a cuatro indígenas fueguinos. Fitz Roy - un «tory» convencido y pese a sus 25 años un meteorólogo y cartógrafo de reputación -, ignoraba totalmente la nueva ley de Palmerston y en los círculos de oficiales contaba - sin vergüenza alguna - que había conducido con él a cuatro salvajes esclavos con el propósito de enseñarles buenas costumbres y la religión cristiana.
Sus marineros contaban con bastante escándalo que podía comprarse un hijo en Tierra del Fuego por un botón de nácar.
Fitz Roy no podía comprender que esto fuese motivo de escándalo.
No sospechó que estaba metido en un problema altamente político, hasta que debió comparecer ante el vizconde de Melbourne - jefe del Home Office -, que le reprochó brutalmente sus actos de coerción y esclavismo.
La conversación fue áspera:
-¿Es exacto que esos hombres han sido traídos a Inglaterra contra su voluntad? preguntó Melbourne.
-Ciertamente, milord. Yo apresé a uno como rehén, al que bauticé con el nombre de York Minster, porque los miembros de su tribu en forma totalmente incivilizada me robaron un bote. Contestó Fitz Roy. La requisitoria continuó.
-¿Y por qué no lo liberó antes de partir?
-Con vuestro permiso, yo hubiese querido hacer de él un miembro útil para la sociedad.
A continuación, el vizconde de Melbourne se enteró de que había una segunda víctima, una joven a la que llamaba Fuegia Basket, que había sido comprada por Fitz Roy porque ella quería vestirse decentemente y - por último un tercero -, un joven llamado Jemmy Botón de Nácar.
-¿Por qué ese nombre tan ridículo?
-Porque me costó un botón de nácar, sus parientes no me pidieron nada mas por él. Ahora yo quisiera educarlo a mi cargo.
-¿Para enseñarle qué oficio?
-Estoy dispuesto a dejarme ahorcar si ese joven no es más feliz ahora.
Le he regalado guantes y un espejo, donde se mira tanto como él quiere, no habla nada mas que inglés y prácticamente ha olvidado su propia lengua... os pido perdón, milord, pero no comprendo absolutamente nada de esto.
Sin demasiada preocupación por las perplejidades de Fitz Roy, el vizconde le ordenó secamente, en nombre del gobierno de su majestad, que se preparase inmediatamente a partir hacia Tierra del Fuego y poner en libertad a los cuatro indígenas.
-Imposible los cuatro, porque uno de ellos falleció a poco de arribar.
-Tanto más grave, los tres serán llevados hacia allá y yo os tendré como responsable personal del cumplimiento de esta misión.
Fitz Roy entendió claramente que estas perspectivas no serían satisfactorias, especialmente para Jemmy, pero éste no tenía voz en el asunto.
El «affaire» constituía un precedente; la noticia de los hechos se expandió con la rapidez de un reguero de pólvora y pronto no hubo un solo «whigs» en Inglaterra, que no siguiese con el mas vivo interés y gran satisfacción los preparativos del retorno a la libertad de esos seres realmente dignos de compasión.
Fitz Roy partió pues en compañía de un misionero - Matthews -, que debía establecerse en Tierra del Fuego para conducir dulcemente a los «caníbales» al centro de la civilización.
Otro hecho llamó poderosamente la atención a Fitz Roy: A lo largo de ese tiempo el gobierno lo trató con la máxima cortesía. Pronto comprendió cuáles eran las razones: el gobierno de su majestad tenía necesidad de él.
Dejando de lado el asunto del esclavismo, era el mejor conocedor de los archipiélagos sudamericanos y - muy especialmente las islas Malvinas - que habían sido disputadas entre España y Francia para ser luego de Argentina, y donde operaban por su cuenta los cazadores de focas y el comerciante hamburgués (sic) Louis Vernet. Esas islas no estaban muy distantes de la Tierra del Fuego, la patria de Jemmy.
Para cumplir esta tarea, no necesitaba de explicaciones. Tenía natural sutileza para comprenderlas.
Se trataba entonces, de depositar al misionero y a los indígenas en Tierra del Fuego, levar anclas, poner rumbo a las Malvinas para terminar con los litigios y reglar definitivamente los derechos de propiedad sobre las mismas.
Esta misión convenía a su personalidad y lo hacía sentir - pese a su descontento -, una secreta simpatía hacia el vizconde de Melbourne.
Un tercer trabajo era menos de su gusto. Se le exigía llevar a un naturalista - uno de esos sabios de gabinete -, encargado de coleccionar en la Tierra del Fuego, en las costas de la Patagonia y de Chile, en las islas Malvinas y en todos los puntos que fuesen de interés para Inglaterra, insectos, plantas y piedras.
Pero sobre este punto Fitz Roy entendió con toda claridad la estrategia de la corona: La presencia de un sabio a bordo hacia de la «Operación Beagle» una misión científica y eso era lo mejor para que nadie sospechase los fines reales.
Pero el arribo del joven Charles Darwin fue una ducha de agua fría para el capitán.
Ese bachiller en teología y zoólogo aficionado de 22 años no tenía el «cuero duro» necesario para esas misiones.
Era dable suponer que entregaría su alma en la ruda travesía del estrecho de Magallanes.
No obstante, disimuló su opinión, confió al médico del barco el cuidado del naturalista y se encomendó a Dios para que lo ayudase a traerlo con vida de retorno a Europa.
La «Beagle» desplegó velas el 27 de diciembre de 1831. Un año después, llegaba a Tierra del Fuego. Durante el tiempo que duró el viaje, Darwin tuvo el placer de estudiar el comportamiento de Jemmy, York y Fuegia y de rumiar las graves cuestiones que lo preocupaban.
Su diario prueba claramente, que los tres fueguinos le proporcionaron la primera base de su teoría posterior sobre la evolución del hombre. Resultó así que el pequeño Jemmy Botón de Nácar se transformó por azar, en objeto del interés público primero y entró por fin en la historia de las ciencias naturales.
Los tres indígenas percibieron claramente que eran el centro de atención y aprovecharon al máximo la circunstancia, de modo tal que Fitz Roy debió intervenir en varias oportunidades para sermonearlos.
Aprovechaba la oportunidad para quejarse de la ceguera de los legisladores y maldecir el antiesclavismo.
Darwin aseguraba que Fuegia, York y Jemmy no eran animales salvajes, sino hombres decentemente vestidos, bautizados en la religión cristiana, de espíritu abierto y curioso y que tenían el mismo derecho que cualquier blanco a vivir en libertad.
Todas estas opiniones divertían realmente a Fitz Roy que se dedicaba a explicar al joven sabio sentimental, que las leyes de la naturaleza querían que se impusiese el más fuerte y extrajese máximos beneficios de su superioridad.
En las circunstancias de ese momento, los más fuertes eran los blancos. Sin esclavitud - agregaba - ningún tipo de vida es posible en las colonias y ningún orden habría en la sociedad humana y - por ende - ninguna civilización en el mundo entero. Resonaban claramente en sus palabras los principios propios de un segundo de la nobleza, y eso a los oídos de un «whig» sonaba como el colmo del cinismo.
Pero Darwin estaba tan enteramente abocado a la investigación objetiva, que asumió con seriedad parte de esas premisas. ¿La naturaleza era tan cruel que permitía que el más fuerte devorase al más débil ?
Meditó sobre el tema y se convenció de que efectivamente tal cosa existía. Para ello, no había mas que ver lo que pasaba en una pradera o en el mar. ¿Cuál era el objetivo que perseguía la naturaleza?
Esa lucha brutal por la existencia debía tener un objetivo oculto pero - sin duda -, muy importante para la ciencia.
Un año había pasado desde la partida de la «Beagle», cuando la fragata echó anclas en la isla.
Los tres indígenas de la expedición debían retornar a sus tribus y familias. Mudos de miedo, observaban a su país e incluso a sus parientes.
Daba la impresión de que habían olvidado completamente todo eso durante su breve permanencia en la civilización. Los fueguinos - por el contrario -, los recibieron sin ninguna clase de sorpresa y los contemplaban mas bien, como quien mira a un asado suculento. Darwin se sintió espantado.
Había imaginado a los indígenas más o menos como a Fuegia y a Jemmy. Apenas un poco menos vestidos, pero al verlos salir de los bosques comportándose como animales sin la menor traza de pudor, pensó que estaba más que ante una horda salvaje, ante una banda de monos o algo por el estilo.
¿De qué modo la civilización había podido modificar a los tres integrantes de esa tribu en algo totalmente distinto?
Una idea angustiosa se posesionó de él: todos los hombres habían sido casi animales, similares a los fueguinos y habían evolucionado lenta y gradualmente.
Algunos meses después, la «Beagle» retornó a Tierra del Fuego y Darwin anotó en su diario las siguientes observaciones:
«El - Jemmy -, se había transformado en un pequeño salvaje de pelo largo y sucio y llevaba como toda vestimenta una piel sobre los hombros.
Jamás he visto un cambio tan deplorable...». Jemmy no quería volver a Inglaterra por una razón muy simple: A su lado había una joven, y como él todavía hablaba inglés la presentó como «Jemmy Boton wyfe».
La empresa humanitaria contrariamente - desde luego con respecto a los objetivos principales en las Malvinas - había terminado en un fracaso. Fitz Roy se sentía justificado en el rechazo de todo sentimentalismo. Darwin - por su parte -, extraía como naturalista, las lógicas conclusiones.
(N del A: al fin y al cabo eran todos ingleses).
Lic. Jorge Raúl Agnese
Extraido de: http://www.facebook.com/profile.php?id=100000723284947#!/notes/jorge-raul-agnese/jemmy-boton-de-nacar/412809475887
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