Cuando siento la energía que anima mi cuerpo, mi pensamiento se relaciona con él;
se establece entonces una especie de equilibrio, pero eso no es suficiente.
Mientras mi sentimiento no se abra, no estará realmente vivo.
Empiezo a tener el deseo de ser y de sentirme como un todo,
pero estoy todo el tiempo confrontado con la fuerza de mi automatismo.
Por una parte está el movimiento de unidad que me abre a una nueva percepción
y por la otra el movimiento inexorable de fragmentación.
Esa confrontación llama en mí una fuerza insospechada,
una atención que de otra manera nunca tendría la necesidad de aparecer.
Esa atención conduce al momento de conciencia,
es el fuego que opera la fusión de fuerzas, la transformación.
El esfuerzo para tomar conciencia de esos dos movimientos exige a la vez una actividad mayor a mi atención.
Ese esfuerzo la despierta, despierta una fuerza adormecida.
Mi atención es completamente movilizada, concentrada al mismo tiempo en los centros superiores
y en los inferiores, en el funcionamiento de toda mi Presencia.
Esto depende del sentimiento de ser, un nuevo sentimiento que aparece.
Así, el recuerdo es ante todo el recuerdo de esa otra posibilidad,
la búsqueda de una fuerza más activa en mí mismo.
Quiero conocer, quiero ser.
Necesito comprender lo que es necesario para un cambio de ser,
que no puedo llegar a nada sin la ayuda de los centros superiores.
En el estado habitual sólo tenemos acceso a la mente ordinaria, que no tiene la energía necesaria.
Comprenderiamos más si pudiéramos tener un mayor sentimiento hacia nuestro estado,
hacia el hecho de que no oímos el llamado de los centros superiores, no lo escuchamos.
Para que mi ser cambie, tengo que comprender mi estado con el sentimiento.
Pienso que comprendo mi estado, pero mi sentimiento no está concernido.
Ese pensamiento es pasivo.
No hay la visión que podría penetrar y permitir una percepción del hecho real.
No hay una energía capaz de entrar en contacto con el hecho.
Entonces, o busco pasar mas allá de los movimientos de mi pensamiento y de mi emoción,
o me topo con lo que me aprisiona sin poder salir de allí.
No he entendido del todo mi propia realidad y el hecho no tiene ninguna acción sobre mí.
Estoy aquí: pienso, siento, experimento.
O bien mi atención se retira bruscamente y siento una impresión de calma, soy tranquilizado, consolado.
Pero algo en mí se volvió pasivo y el movimiento que va a seguir no va a nacer de un conocimiento,
sino del deseo de retener lo que experimento y afirmo o niego.
No veo la necesidad de una energía que no sea contaminada ni por mis pensamientos ni por mis emociones,
una energía capaz de penetrar la acción de lo que se le opone.
La única fuerza que podría cambiar algo aparece cuando la necesidad se vuelve consciente.
Estoy insatisfecho, y no tengo nada en mí que sepa.
No es una inquietud, es un hecho. Soy tocado por ese hecho y aparece el sentido de una urgencia.
Me siento concernido. Me comprometo en ese acto de ver;
entonces emerge una energia que pertenece al acto cuando es puro.
Es la aparición del «Yo».
Ser consciente de sí mismo quiere decir ser consciente de la impresión que es recibida.
En el momento de conciencia, lo que ve y lo que es visto se funden en una entidad, un sentimiento puro.
Nace una energía no contaminada y me es absolutamente necesario seguir.
Sin esto nunca sabré lo que es verdad, nunca entraré en un mundo que es enteramente nuevo.
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Extraído del muro de Jorge Alberto Farah que compartió la foto y el texto de Enea Cuarto Camino en Facebook
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