"...
Ciertas cosas pueden capturar tu mirada. / Pero sigue solo a las que
puedan capturar tu corazón...". Proverbio Sioux
Si
hacemos un recorrido a lo largo de la historia de la humanidad,
podríamos dividir en dos grupos a las personas que se han destacado
por la búsqueda del Ser. Simplificando mucho y para entenderlo de
forma visual, diríamos que unas han cultivando más el conocimiento
intelectual y otras se han centrado en la parte más
perceptiva-intuitiva. Ambas tienen puntos en común, la búsqueda de
algo mayor que nosotros y a la vez sabernos una pequeña pieza dentro
del todo, una búsqueda que podía ser consciente o inconsciente de
nosotros mismos e incluso de la búsqueda en sí. Ambos caminos son
de alguna manera iniciáticos y acaban confluyendo en algún punto,
nacen empujados por una fuerza guía, por una voluntad de
trascendencia, por una pregunta interna que busca respuesta, incluso
diría que nacen de un saber intuitivo, unos mediante la vivencia y
otros mediante la conceptualización.
Trasladándolo
al presente y dentro de lo que se ha denominado “el nuevo
paradigma” la ciencia nos ha mostrando que ambos caminos llevan a
un mismo conocimiento, por ejemplo, el de las dualidades
realidad/ficción, ser/no ser, todo/nada y el de la transformación
de la materia y la no materia. Así pues, el principal avance de hoy
se resume en que podemos explicar que las vivencias artísticas,
místicas, el esoterismo bien concebido, así como el saber de muchas
culturas que arrasamos en su momento y seguimos arrasando, llegaron a
las mismas conclusiones a las que está llegando hoy el lenguaje
racional y la física cuántica. O, tomando otro ejemplo, el animismo
ancestral que ya se puede explicar desde la neurociencia aplicada a
la biodiversidad.
Todo
ello nos abre a una nueva realidad universal, estamos viviendo un
momento importante en la historia de la humanidad en el que todos los
lenguajes y las escuelas de conocimiento empiezan a encontrarse.
Hasta ahí todo son buenas noticias, un encuentro de gracia,
sobretodo si la ciencia y la razón nos sirven para reconocer y
honrar el conocimiento ancestral y la sabiduría intuitiva de las
culturas primigenias, devolviéndoles en parte su dignidad, aunque
sea tarde. Dentro de este nuevo marco le debemos mucho a la
neurociencia que de alguna manera nos está mostrando el camino de
vuelta a lo esencial, simplemente para recordarnos aquello de que
“no hay nada nuevo bajo el sol”.
Mas
ahora viene el reto y el abismo ante una fusión que puede crear
confusión, ante un relativismo peligroso del que nos urge extraer
una mirada lúcida que nos sirva de veleta en este mar de cantos de
sirenas, al menos para aquellos que seguimos creyendo en una base
humanista y conectada a la naturaleza como esencia de cualquier
proyecto universal.
Debemos
comprender que conocimiento no es sabiduría y que aprender no es
aprehender. Hablar del vacío cuántico y la interconexión del todo
no es lo mismo que vivir y cultivar la mente y el corazón. La gran
diferencia la podríamos concretar en que, experimentar vivencias de
interconexión de plenitud desde el ser sintiente, nos abre a una
sabiduría humilde y con matices de inocencia infantil que nos invita
a mirarlo todo de nuevo desde el corazón, maravillándonos al ver
cómo se desvelan las verdades del universo en las vivencias más
cercanas y en la mirada del prójimo; sin necesidad de grandes
parafernalias, ni discursos, ni estructuras, ni dinero.
Entiendo
entonces, que el reto de nuestra sociedades actuales - que parecen
estar despertando a una llamada masiva a todo lo etiquetado como
espiritual- será desarrollar el arte del discernimiento individual,
evitando influencias externas y modas, para que cada uno de nosotros
y nosotras haga su camino libre de interferencias. Dicho esto, no
olvidemos que el camino lo hacemos entre todos y todas y en cada
etapa podríamos precisar de una mano, un escrito, un grupo, un
compañero o compañera, un maestro o maestra que nos ayude a subir o
bajar el siguiente peldaño. No olvidemos que esa mano existe de
forma simbólica , la alcancemos a ver o no, todo es una creación
conjunta, así que abstengámonos de proclamar logros individuales,
más allá de compartir la alegría del avance y el descubrimiento
continuo dentro de un caminar conjunto.
Me
atrevería a apuntar, desde esta mirada particular y a modo de
brújula, que el espíritu poco sabe de discursos sobre
espiritualidad, sabe más de arte, de belleza, de naturaleza, de
percibir, de mirar y de sentir y que, llegar a ciertas vivencias
desde nuestra realidad presente, supone un trabajo consciente y
profundo que pasa por transitar el miedo y el dolor para transmutarlo
en energía positiva al servicio de todos. Añadiría también que
todas las escuelas y culturas de sabiduría intuitiva desarrollan en
alguna fase una profunda conexión, no solamente con la naturaleza
del Ser, sino también con la Madre Naturaleza y el Cosmos como
fuente de creación o creación y a los que se les debe un profundo
respeto. Dicho esto, cualquier práctica que en última instancia no
responda a este llamado, también tendrá sus limitaciones y será,
simplemente y no es poco, una parte del camino.
Por
todo ello, cultivar; el silencio, la contemplación, la meditación,
la respiración, la música, la danza, la poesía, el contacto con la
naturaleza o cualquier otra práctica creativa llevada a cabo de
forma consciente, entregada y atenta, serán puertas al conocimiento
vivenciado y los frutos que emerjan de ellas, una vez integradas en
nuestra realidad presente y en nuestros actos más cotidianos, son
los que realmente nos abrirán al gozo del amor y la percepción de
lo sutil. Y desde ahí, y sólo desde ahí, podremos iniciar un
camino individual y a la vez colectivo hacia el verdadero cultivo de
la cualidad humana en beneficio de sociedades más comprensivas,
compasivas, saludables y libres de toda forma de violencia.
Podemos
tomar la definición de violencia como: toda forma de interrelación
en que exista una parte dominante y otra sometida. Violencia física
a cualquier escala y también violencia simbólica bajo presión
psicológica o psíquica en nombre de juicios, dogmas e ideas
impuestas de forma implícita o explícita que generen más dolor,
sean visibles o invisibles.
En
resumidas cuentas, si más avanza la ciencia y el discurso desde la
razón sobre la conciencia, más nos urge un trabajo íntimo ligado a
la introspección para transmutar desde nuestro interior toda forma
de abuso, incluso la más sutil. Y de ese viaje interior y exterior
podríamos llegar a algo tan simple y tan profundo, como aprender a
discernir si servimos a la vida o simplemente estamos dando una
pirueta acrobática para seguir sirviendo al miedo y, en muchos
casos, priorizando el capital y la razón por encima del ser humano.
Porque lo realmente desolador es que estamos siendo partícipes del
horror sin ser siquiera conscientes.
“La naturaleza era nuestro vínculo con el Gran Espíritu, a través de la cual se manifestaba el misterio del silencio, lo sagrado...". Charles Eastman, Ohiyesa - Dakota Sioux Santee