Hubo una reunión de un grupo de seguidores en los alrededores de Isla Negra, costa del Pacífico.
Era el atardecer. Silo comía nueces tranquilamente. Durante largo rato estuvo interesado en una formación rocosa sobre la que se alzaban cimientos carcomidos por la salinidad del lugar, o tal vez por el paso del tiempo.
De pronto giró sobre sí y ofreciendo una nuez al más viejo de sus compañeros, preguntó burlonamente: «¿Qué es más importante, el cuerpo o el espíritu?».
El hombre (conocido como persona de sentido crítico) tomó la nuez sin responder y luego de abrirla comprobó que estaba hueca. Entonces, preguntó a su vez con fingido malhumor: — ¿Qué necesidad corresponde saciar primero, la del cuerpo o la del espíritu?
Ante esto, Silo dijo: « ¿A dónde va a parar tu vida sino a la muerte y qué interesa de lo que has hecho cuando mueres?
Yo te digo que lo importante es el espíritu. Cualquiera que esté poniendo la Sociedad o el Dinero por encima de él, se equivoca o miente. Con el pretexto de lograr pan para el pueblo, los filisteos le dan hambre y además postergan al espíritu.
Tú debes proceder de manera distinta al filisteo. Mientras das fe al pueblo, lucha con él para que no le falte pan, para que no haya pobres ni ricos, sino hermanos.
Cualquiera que predique estas cosas, postergando al espíritu para más adelante, quiere oprimirte.
El espíritu no es para mañana, sino para hoy. El hambre no puede saciarse pasado mañana, sino hoy».
Entonces, el interlocutor miró a Silo con aire insatisfecho. Luego exhibió una nuez que tenía guardada y empezó a comerla despreocupadamente.
De distintas maneras, muchos habían preguntado acerca del momento histórico y sobre el sentido del progreso material.
Para ellos, Silo dijo: «No pasará mucho tiempo, antes que la bestia imperial se derrumbe. Esta generación lo verá y tú lo verás. Pero cuando aquello suceda comprenderás que eso no tuvo real importancia.
Cuando el Imperio caiga, podrás decir: ¡Cayó aquél que oprimía a las naciones y ahogaba al espíritu, pero eso no resultó suficiente para que el hombre fuera libre!». Más adelante, agregó: «Quede bien en claro.
Si el progreso material exige la esclavitud del hombre o el avasallamiento de un pueblo por otro pueblo o la persecución del espíritu, ese progreso material es un monstruo al que no debes alimentar para no ser cómplice en el asesinato de tu hermano».
«Tú debes lograr que el proceso material no sea instrumento de opresión, si no que esté al servicio del pueblo.
Que sea entonces sólo un medio. ¡No te equivoques jamás! La liberación total por el progreso material, no existe».
Silo desarrolló esa tarde, numerosos puntos de interés para sus compañeros. Todos habían percibido que una mujer del grupo, estaba inquieta por ciertos temas tratados.
Pero aquél conocía las raíces de sus cavilaciones y dijo para ella (aunque dirigiéndose a una muchacha más joven):
«Si tu padre o tu hermano o tu marido, te hacen arrodillar ante el altar de la falsa religión y servir a los explotadores del pueblo, son indignos de ser padres, hermanos o maridos....
Están vendiendo tu cabeza por temor o por negocio. Y si tú aceptas la venta, eres dos veces peor que ellos. Libérate del miedo!
No temas ser perseguida por decir la verdad. No temas perder todo lo que tienes.
No temas que tus seres queridos te abandonen ni abandonarlos a ellos por tu fe.
No temas a Dios, no temas a la Religión, no temas al Estado, no temas al poderoso, al sabio. No temas la pobreza, no temas la muerte.» «Teme únicamente a quien destruye al espíritu».
Alguien sostuvo que el hombre no podía construir su propia vida ya que el sistema económico imponía tales condiciones, que era imposible liberarse.
Silo argumentó: —«Tú presentas quejas contra un sistema que te oprime.
Tales quejas deberías formularlas imparcialmente. Supongamos que ya has partido de la injusticia social básica de estar ubicado en la alta posición que te dió tu familia. Aquellos que nacen en otro medio, o que están geográfica o racialmente desplazados, no tienen tus posibilidades.
Tus parientes y amigos curiosamente, pertenecen (como dicen los hombrecillos de moda) al mismo 'estrato socioeconómico'. Y lo que es más curioso, tu mujer tiene el mismo origen.
¡Bonita libertad la de la amistad y el amor! Ya ves que hasta ahora te apoyo. Todo parece estar armado por el sistema. Mas no seas injusto, él existe porque tú lo alimentas. No eres un minero, ni un leñador del sur.
Ese tipo de vida te es desconocido porque trabajas únicamente con valores abstractos. Nunca ves la muerte a tu lado y si el periodismo te informa sobre ella, mides su fuerza calculando las pérdidas de vidas en dólares norteamericanos.
Sé justo con el sistema y dame buenas razones para abominarlo. ¿Por qué dices que te oprime?». —Porque me deshumaniza—respondió el joven. — ¿Cómo lo hace?—preguntó Silo. —Forzándome a participar en la explotación y el fraude. — ¿De qué modo te obliga el sistema a tales fechorías?—requirió Silo nuevamente.
—Explicaré la mecánica del asunto, dejando de lado todas las cuestiones afectivas y morales que lo rodean. Estoy autorizado a tal descripción porque es la de mi caso. «Llegado el momento de conseguir un trabajo estable, en el mismo instante en que aparece la posibilidad, me aferro a ella con todo mi ser.
Luego, ya instalado, trato de progresar en esa línea porque entiendo que prosperando materialmente tengo más libertad espiritual». «A esa altura me resulta convincente la idea de que desapareciendo la angustia material básica el hombre está en condiciones de desarrollarse».
—De acuerdo a eso, con privaciones básicas no habría desarrollo y sí a la inversa. ¿Esto es una verdad absoluta?—inquirió Silo. —Ciertamente.
Sucede entonces que a poco tiempo de estar en la empresa se me sugiere que tendré mejor horizonte casándome y constituyendo un hogar estable. «Estadísticamente es sabido que la eficiencia aumenta en el empleado casado, al par que disminuye la deserción». «Acepto el consejo de mis jefes y por ese hecho se me promueve. Es claro que aumentan mis necesidades porque ahora tengo un compromiso familiar».
«Con el tiempo advierto que debo participar más activamente en la vida de la empresa. Ya no sólo en las horas de trabajo, sino en toda actividad que desarrolle: relaciones, casa, ropas, comida, transporte, esparcimiento, lenguaje, en suma: estilo.
Debo adaptarme a un estilo de acción y de pensamiento para coincidir con el ritmo de toda la maquinaria». «Como mis posibilidades siguen siendo limitadas, debo adquirir «status» comprando ciertos bienes que exhiben mi nivel a fin de progresar». «He aquí nuevos problemas.
Si no adquiero 'status' no puedo trepar y si lo adquiero, esto es gracias a que me encadeno aún más comprando bienes que me endeudan». «Para ahogar esta angustia que podría reflejarse en una menor producción de mi parte, mis jefes salen al paso colaborando en el otorgamiento de créditos benévolos respaldados por sus firmas de hombres aceptables». «Ahora debo pagar mis deudas, aunque tarde toda una vida».
— ¿Y de qué te quejas?—susurró con ingenuidad Silo. — También mi esposa deberá ligarse a la vida de la empresa y a sus reclamaciones sociales. Seguramente mi hijo no escapará a esto. ¿Crees que sería bien visto si él se relacionara con gente sospechosa? — Creo que no—repuso Silo.
— Por consiguiente, al participar en este ejemplo de sistema, impongo la misma escala a quienes me rodean. «Supongamos que ahora está en mis manos reclutar a nuevos empleados. ¿A quién tomo? Lógicamente a aquellos que tienen más posibilidades de contribuir al desarrollo de la empresa. Esos tales no podrán ser muy distintos a mí. Ambicionaré que sigan mis pasos. Ellos estarán así bien conmigo y yo con mis jefes».
«Si algún día llego a gerente general, aumentarán mis necesidades por dos razones. La primera de tipo material, para conservar y aumentar mi posición. La segunda de tipo psicológico, porque para llegar a este pináculo he llevado mi acondicionamiento al límite máximo y los reflejos creados me impiden hacer o pensar algo fuera de la línea de este 'lavado de cerebro total'».
— ¿Cuál es entonces el problema? —interrogó formalmente Silo. —Que desde esta posición veo claramente hacia dónde voy y quisiera ir en dirección distinta. — ¿En qué dirección? —En otra que me permitiera liberarme del sistema. — ¿Qué es liberarse del sistema? — Tener lo necesario para vivir, sin estar encadenado.
— ¿Pero cuáles son tus necesidades? — Aquellas que me obligan a tener una vida decorosa: alimentación sana, un techo, vestido. No sólo para mí, sino para mi mujer y mi hijo. — Bien, ya tienes eso. — Sí, pero sigo encadenado al sistema. — Decide entre el decoro y la libertad.
— Veo por otros, que quien no puede llevar una vida decorosa no puede vivir libremente porque sus necesidades son tan apremiantes que está encadenado al logro del pan diario.
— De acuerdo a eso, nunca puedes ser libre. — Es lo que pienso. — ¿Entonces, por qué buscas culpables? — Porque si el sistema en que vivo cambia, dejo de estar encadenado. — ¿Insinúas que podrás vivir en tal caso, con decoro y libertad? — Exactamente.
— Cambia entonces el sistema. — No puedo porque ya no tengo libertad para combatir. — Entonces, nada puedes hacer en ningún sentido. —Eso me pregunto, ¿qué puedo hacer? —Meditar sobre la mentira. — ¿Le dirías eso mismo al minero o al leñador del sur? — Ellos preguntarían otras cosas, por lo tanto obtendrían distintas respuestas. — ¿Qué cosas preguntarían? — Estarían preocupados por las necesidades materiales reales. Pero tú confundes deseo con necesidad. — Afortunadamente confundo. Eso es un error de juicio subsanable. — No lo es, porque confundes intencionadamente.
El joven quedó pensativo, luego se despidió cortésmente de Silo y se alejó seguramente para siempre.
Los diálogos siguieron y luego el grupo se disgregó entre risas y bromas cuando la noche era avanzada.
23 de Enero de 1969
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