miércoles, 3 de junio de 2020

Contra los partidos políticos - Simone Weil


Un hombre que se afilia a un partido seguramente ha percibido, en la acción y la propaganda de ese partido, cosas que le han parecido justas y buenas. 

Pero jamás ha estudiado la posición del partido respecto a todos los problemas de la vida pública. 

Al entrar en el partido, acepta posiciones que ignora. 

De esa manera somete su pensamiento a la autoridad del partido.

Los partidos hablan, cierto es, de educación de los que se les han acercado, simpatizantes, jóvenes, nuevos adherentes. 


Esa palabra es una mentira. Se trata de un adiestramiento para preparar la influencia mucho más severa que el partido ejerce sobre el pensamiento de sus miembros.

Desde el momento en que el crecimiento del partido constituye un criterio del bien, se sigue inevitablemente la existencia de una presión colectiva del partido sobre el pensamiento de los hombres. 


Esa presión se ejerce de hecho. Se muestra públicamente. Se confiesa, se proclama. Nos horrorizaría, de no ser porque la costumbre nos ha endurecido.

Para valorar a los partidos políticos según el criterio de la verdad, de la justicia, del bien público, conviene comenzar discerniendo sus características esenciales. Se pueden enumerar tres:


1. Un partido político es una máquina de fabricar pasión colectiva.


2. Un partido político es una organización construida de tal modo que ejerce una presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que son sus miembros.


3. La primera finalidad y, en última instancia, la única finalidad de todo partido político es su propio crecimiento, y eso sin límite.

Debido a este triple carácter, todo partido político es totalitario en germen y en aspiración. 


Si de hecho no lo es, es solo porque los que lo rodean no lo son menos que él. 

Pero de hecho, salvo raras excepciones, un hombre que entra en un partido adopta dócilmente la actitud de espíritu que expresará más tarde con estas palabras: 

«Como monárquico, como socialista, pienso que...». ¡Es tan cómodo! Porque no es pensar. No hay nada más cómodo que no pensar. 

Si un hombre, miembro de un partido, está absolutamente decidido a ser fiel, en todos sus pensamientos, tan solo a la luz interior y a nada más, no puede dar a conocer esa resolución a su partido. Entonces se encuentra respecto del partido en estado de mentira.

La herencia del Terror, por un lado, y la influencia del ejemplo inglés, por otro, instalaron a los partidos políticos en la vida pública europea. 


El hecho de que existan no es motivo suficiente para conservarlos... 

El mal de los partidos políticos salta a la vista.... «Un buen árbol jamás dará malos frutos, ni un árbol podrido buenos frutos”.

Es dudoso que se pueda remediar esta lepra que nos mata sin antes suprimir los partidos políticos.

Los partidos son organismos públicos, oficialmente constituidos de manera que matan en las almas el sentido de la verdad y de la justicia.

La supresión de los partidos sería un bien casi puro. Es eminentemente legítima en principio, y en la práctica solo parece susceptible de efectos buenos.

Las soluciones no son fáciles de concebir. Pero es evidente, tras un examen atento, que cualquier solución implicaría en primer lugar la supresión de los partidos políticos.


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Extraído del muro de
Carlos Ulises Quezada Olivares en Facebook
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