sábado, 25 de septiembre de 2010

Análisis Crítico: "Hacia una Arquitectura" por Le Corbusier - Antonio Rueda


Cuando Le Corbusier hace acto de presencia, nos encontramos en años de dudas, de confusión, de crisis de personalidad debido a la explosión evolutiva que aparece en la sociedad de principios del siglo XX.

Acostumbrados a evolucionar muy lentamente a lo largo de la historia, de repente comienza un nuevo movimiento de masas a nivel mundial que transforma cualquier concepto de sociedad conocido anteriormente.

Debido a la electricidad, los combustibles y los nuevos avances tecnológicos, se dan como resultado nuevos materiales y nuevas formas de concebir el espacio y la vida, y la posibilidad de llevar a cabo todas las nuevas ideas que van surgiendo en respuesta a las nuevas necesidades que se implementan en la sociedad.

Le Corbusier, visionario del camino que habríamos de tomar sí o sí, se da cuenta de la transmutación de los valores que, de una manera u otra, acabarán por transformar nuestro “modus vivendi”.

Estamos en una época en que las fórmulas academicistas no pueden sostenerse y acaban cayendo por su propio peso: Las soluciones audaces y renovadoras resultan ser un ejército invulnerable de brillante armadura que golpean sin descanso los viejos estilos.

Para Le Corbusier, dicha solución pasa por la búsqueda de la verdadera belleza, y no por el pomposo maquillaje que viene “sufriendo” la arquitectura hasta
durante esa fecha, contaminada en demasía de fragancia pastelosa.

“Lo que distingue un bello rostro es la cualidad de los rasgos y un valor muy particular
de las relaciones que los unen”.

Pero realmente, ¿qué es lo bello?

Pudiéramos decir que lo bello para
un perro (si se le dotara de juicios estéticos) sería un apetitoso hueso o el vuelo de una saltarina pelota lanzada a lo lejos.

Sin embargo, para establecer un criterio de lo que pudiera ser verdaderamente bello para los humanos, no queda más remedio que remitirnos a una “tabla de valores en relación a la armonía”.

Inevitablemente, sentimos una atracción
fatal hacia la naturaleza y la esencia que emana de la misma.

Es por ello que, puede que incluso inconscientemente, siempre busquemos un eje trazador, un comienzo a partir del cual desarrollar el proceso de un todo:

¡Pues cuán difícil es comenzar sin un eje trazado, sin un plan generador que nos lleve en volandas durante el proceso!

Es por eso que Le Corbusier tiene claro cuáles han de ser esas premisas por las cuáles llegaremos a la emoción, a la belleza misma del objeto…

y no habremos de buscar mucho para encontrar la solución, al contrario, para resolver el problema basta con volver a lo que un día fuimos:

entes geométricos, pulcritud, matemáticas, espíritu puro… belleza, armonía.

Sólo existe la arquitectura cuando poesía y emoción bailan al compás de la construcción misma.

El problema surge cuando se intenta hacer pasar la pomposidad por poesía, dando lugar a las recreaciones aberrantes del estilo manido que lucha por sobrevivir en una nueva etapa que arrasa por velocidad, diciendo a gritos

“HAY que recuperar el espíritu del que nunca tuvimos que haber huido.”

Es posible llegar a este estado gracias a la revolución industrial que se ha producido.

Los elementos en serie, testados, sometidos a ensayos de laboratorio, de elementos fijos, son la mejor herramienta para conseguir el producto puro deseado.

“El material fijo debe reemplazar el material natural, variable hasta el infinito”.

No hay necesidad de sobrecargar la casa, no hay necesidad de usar más cantidad de material que la justa; no es necesario el “más donde menos” (sin llegar al minimalismo).

Ese es el espíritu moderno.

“La casa ya no será esa cosa pesada y que pretende desafiar los siglos, el objeto opulento por el cual se manifiesta la riqueza; será una herramienta, como lo es el auto”.

Ya no se busca un perpetuo reconocimiento del poder, sino que se trabaja para concebir una casa que sea útil al hombre, una máquina de habitar.

Citando textualmente:

“El hombre siente, en el día de hoy, que necesita un esparcimiento intelectual, un descanso corporal y la cultura física necesaria para resarcirse de las tensiones musculares o cerebrales del trabajo, del duro trabajo”.

El objetivo no es deslumbrar con la estancia imperturbable en el tiempo.

El verdadero objetivo es satisfacer al espíritu, a las necesidades de este “Nuevo espíritu”, pues el espíritu que vive en el día a día de la época se ha embadurnado de podredumbe.

Está marchito, en acentuada decadencia.

Y no ocurre esto porque se haya producido un colapso en la evolución.

La causa es la espesa capacidad de reacción a las nuevas tecnologías, las cuales viajan como la metralla por la sociedad de entonces.

Para llegar a este “Sprit Nouveau” es necesario un nuevo concepto de hogar, dado por las nuevas necesidades familiares señaladas anteriormente.

La casa hay que pensarla para el hombre corriente, universal.

Pero como él mismo dice, de nuevo:

“Nuestra organización social no tiene nada preparado para responder a ello”.

“La máquina que habitamos es un trasto viejo, saturado de tuberculosis”.

Con esta demoledora frase, entiendo que Le Corbusier nos prepara para la revolución o no-revolución que se va a producir inevitablemente.

Nos avisa del estancamiento evolutivo que sufrimos en comparación con las posibilidades que se nos ofrece.

La casa ya no es un lugar al que regresar para el descanso tras el trabajo.

El concepto de familia ha cambiado completamente debido a las nuevas tecnologías, las nuevas metas personales, los nuevos horarios de trabajo o el cambio de mentalidad hacia un nuevo concepto del tiempo libre, que ya no es el tiempo residual entre acabar el trabajo y dormir.

Villa Savoye es un claro ejemplo de la consecución del pensamiento “Corbusiano”.

Proyectada como el gran paradigma de la vivienda como “machine á habiter” (máquina de habitar), la Villa Savoye se diseña partiendo de las necesidades diarias del hombre universal.

El objetivo funcional es crear belleza.

No sirve la belleza maquillada y no basta aspirar a la mera funcionalidad.

Para satisfacer al espíritu es necesario que las formas puras sean las condicionantes para que la vivienda haga honor a su nombre y destine todos sus esfuerzos al vivir.

El humano ve gracias al espectro electromagnético que es la luz.

Concebir la arquitectura sin luz es como concebir el espacio sin el tiempo, es transformar la razón en falacia.

¿Qué mejor manera de ver las sombras y los claros que en las formas puras?

En las formas puras no hay atajos ni malentendidos, no hay mentiras.

Esto es la belleza, y eso desprende Villa Saboya, pues la luz es protagonista, modelando las formas puras de la vivienda para que la máquina de habitar cumpla su función del nuevo espíritu de la arquitectura.

Todo está concebido desde la pura geometría: no cabe lugar para el adorno.

Las matemáticas con el trazado modulor.

Los ejes se suceden a partir del radio de giro de un automóvil (máquina para desplazar) al introducirse al garaje, desde donde se inicia la vida en la villa.

La elevación de la vivienda con la ayuda de los pilotis supone una perfecta armonía con el entorno, lo natural, lo puro.

La vivienda ya no es un árbol de raíces colmatadas de soberbia, que se aferran al suelo como parásitos deseosos de ser recordados.

El edificio es un objeto que simplemente se posa sobre el terreno, sin perturbaciones ni pretensiones de grandeza.

Este objeto busca quedar desapercibido.

Este objeto se regocija observando el entorno, no siendo observado.

Además, estos mismos pilotis ayudan a eliminar del interior de la viviendo el, manido ya, concepto anteriormente expuesto del “más donde menos”.

Es decir, ya no existe la cocina, el salón o la sala de estar.

La compartimentación es pura relatividad, hay libertad.

El problema se reduce, hay variedad en el plan:

ahora se trata de ser hábil en la colocación, de ser preciso en la forma.

Ahora bien, Le Corbusier se da cuenta de que la sociedad no está preparada para dar este salto tan brusco en una sociedad anclada en lo ya existente.

Aún así, no pierde la esperanza porque ve destellos de confusión, miradas titubeantes en rostros inconformistas que se dan cuenta de la vital importancia del camino que habrá de ser escogido.

"El mecanismo social, profundamente perturbado, oscila entre un mejoramiento de importancia histórica y una catástrofe".

Sin embargo, para dicha del Nuevo Espíritu, los nuevos materiales y las nuevas formas de construcción crean un vórtice inexorable hacia la Nueva Arquitectura, hacia la verdadera belleza.

Como bien dice él, se trataba "tan sólo" de un problema de adaptación.

Ahora bien, si se logra dicha adaptación a las nuevas necesidades de una forma natural y apropiada, no será necesaria entonces la revolución, pues se podrá llegar de mutuo acuerdo a lo que la evolución natural del ser humano se muestra de manera artificial.

Si no se logra así se llegará igualmente, pero será necesaria una revolución que la sociedad pide a gritos eliminando la vieja propiedad, las viejas costumbres ahogadas en el aire viciado del conservacionismo.

Se pudo evitar la revolución.

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Extraido de: http://esatcomp2ruedaantonio.blogspot.com
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