miércoles, 29 de septiembre de 2010

La "Prensa Libre". Del libro “El principio federativo” (1863) de Pierre Joseph Proudhon


Tercera parte: La prensa unitaria, Capítulo 1. Traducción de Aníbal D’Auria. Editado por Libros de Anarres y Terramar Ediciones, Buenos Aires 2008. (Aquí se puede descargar el libro completo: http://www.quijotelibros.com.ar/anarres.htm ). (Hoy debemos hacer la salvedad de que la mayoría de los periodistas son trabajadores asalariados que carecen de poder de decisión sobre los lineamientos de las empresas para las que trabajan).


"... Examinemos qué es en nuestros días una empresa periodística.

Se forma una sociedad para la publicación de un periódico.

Se compone de los ciudadanos más honorables; será una sociedad anónima; hasta donde sea posible, la redacción permanecerá colectiva: toda opinión personal o predominio individual es recusado de entrada: ¡cuántas garantías de imparcialidad…! ¡Y bien!

Esta compañía anónima, ese sacerdocio de lo público libre de toda influencia particular, es una asociación de mentira, donde la colectividad de la redacción sólo disimula el artificio, en una palabra, la venalidad.

En principio, esta sociedad necesita un capital.

Este capital está provisto por acciones. Es una sociedad comercial.

Así, la ley del capital se convierte en la dominante de la empresa.

Su meta es el lucro y su preocupación constante es la suscripción de abonados.

El periódico, órgano de la verdad, se vuelve industria, tienda comercial.

Para acrecer sus beneficios y conquistar al abonado, el periódico deberá sopesar y halagar el prejuicio; para asegurar su existencia deberá sopesar más aún el poder, y aunque sostenga su política se dará aires de criticarla; sumando la cobardía y la avaricia a la hipocresía, se justificará alegando las numerosas familias que viven gracias a él.

¿Fidelidad a la verdad?

No, a la tienda comercial: tal será, nos guste o no, la primera virtud del periodista.

Empresario de anuncios y publicidades, el periodista podría salvar su responsabilidad si limitara su ministerio a una simple participación.

Pero los abonados esperan más de él: exigen apreciaciones que sobre todo hagan interesante al periódico.

Por lo tanto, aunque no admitirá juicios adversos a las cosas que publicita por lucro, tendrá ciertos objetos y empresas que merecerán su apoyo y que, salario mediante, recomendará al público.

Toda la cuestión para él consistirá en ubicar bien sus recomendaciones y arreglárselas para que no sean contradictorias.

La probidad del periodista consiste en mantener las amistades y ser fiel y discreto con la clientela.

Es la probidad del empleado, que no hurtaría un centavo de la caja, pero cuando negocia saca ventaja como el Turco del Moro.

A partir ahí, es seguro que la prevaricación y la infidelidad presiden la confección del diario.

Ninguna garantía puede esperarse de esta oficina, sucursal de las compañías y los establecimientos que la subvencionan traficando con sus reclamos y recogiendo tributos en todos lados para salvar sus rendiciones de cuentas o balances:

bolsa, comercio, industria, agricultura, navegación, ferrocarriles, política, literatura, teatro, etc.

Hay que ser alquimista para extraer la verdad comparando sus artículos con los de sus competidores.

Es mucho peor cuando, como nunca falta, esta supuesta sociedad formada para servir a la verdad se casa con una opinión política y se convierte en órgano de un partido.

Se la puede considerar definitivamente como una fábrica de moneda falsa y una cátedra de iniquidad.

Todo medio le parece bueno contra el enemigo.

¿Habló adecuadamente alguna vez una gaceta democrática de un gobierno monárquico?

¿Hizo justicia alguna vez un diario realista a las aspiraciones de la democracia?

¡Cuántas opiniones para poner a liberales y clericales unos contra otros!

¡Qué crítica la de esos escritores aficionados, sin especialidad y a menudo sin estudios, pagados para leer y enterrar toda clase de escritos, que consideran a la justicia literaria como una retórica amplificada o una invectiva de comité político!

Cuanta más violencia y mala fe ostenta el periódico, más virtuoso se cree.

¿No es su ley suprema la fidelidad al partido, como a la tienda comercial y a la clientela?

La prensa diaria acaba de recibir el peor ultraje que pueda hacérsele:

el gobierno decidió que las rendiciones de cuentas de las cámaras serán provistas a los periódicos por la oficina de finanzas.

Sin duda, no pretendo que la oficina de finanzas sea más confiable que el propio Moniteur.

No es así como yo quisiera reformar la prensa. Sólo digo que el castigo fue merecido.

Se abusó hasta lo intolerable del travestismo, la propaganda y el insulto; y cuando los periódicos se quejan por las trabas del poder, se les puede responder que ellos mismos forjaron su destino.

Me atrevo a predecirles que si trataran al público y a la verdad como quisieran que el gobierno los tratara a ellos, muy pronto la verdad y la prensa serían libres en Francia..."

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