martes, 17 de mayo de 2016

Barsanufio y Juan de Gaza - La Filocalia


Pregunta: Padre mío, ¿querrías decirme cómo se adquiere la humildad para la oración perfecta, cómo efectuaría sin distracciones y si es útil la lectura?

Respuesta: La oración perfecta consiste en hablar a Dios sin distracción, recogiendo a la vez todos los pensamientos y todos los sentidos. 


Se llega a ello muriendo para todos los hombres, para el mundo y lo que él encierra. En la oración sólo has de decir a Dios: «¡Sálvame del malvado! ¡que tu voluntad se cumpla en mí!», y mantener tu espíritu en la presencia de Dios, hablándole. 

La oración se reconoce porque el hombre está libre de toda distracción con su espíritu colmado de alegría bajo la iluminación del Señor. 

La señal de que el espíritu ha llegado a ese estado es la imperturbabilidad, incluso si el mundo entero viniera a atacarnos. 

Ora perfectamente aquel que está muerto para el mundo y sus placeres. 

Hacer cuidadosamente su obra para Dios, no constituye una distracción, sino celo según Dios. 

Es ventajoso leer las Vidas de los Padres, pues ello es un medio de iluminar el espíritu en el Señor.

* * *

Pregunta: ¿Es necesario emplear contra los pensamientos la contradicción, las palabras imprecatorias, la cólera?

Respuesta: Las pasiones son sufrimientos. Dios no ha querido alejarlas, pero ha dicho «invócame en el día de la tribulación». 

No hay otro medio de vencer toda pasión más que invocar el nombre de Dios. 

La contradicción sólo es buena para los perfectos, los poderosos según Dios; nosotros, los imperfectos, tenemos sólo un recurso, refugiamos en la oración en el nombre de Jesús. 

Pues las pasiones son demonios que huyen ante su nombre.

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Pregunta: ¿Es mejor dedicarme al «Señor Jesucristo, tened piedad de mí» o recitar pasajes de las santas Escrituras y salmodiar? 

Respuesta: Ambas cosas son necesarias, un poco de una, un poco de otra, pues está escrito: «Es necesario hacer una cosa, sin descuidar la otra» (Mt 23, 24).

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Pregunta: Cuando entorpecido por los pensamientos, tanto en la salmodia como fuera de ella, pido ayuda al nombre de Dios, el adversario me sugiere que existe orgullo en pensar que se hace bien mencionando a Dios sin interrupción. ¿Qué debo pensar yo?

Respuesta: Es un hecho conocido que los enfermos necesitan absolutamente al médico... 

Aprendamos que es necesario, en la prueba, invocar sin interrupción al Dios de misericordia. 

Pero, invocando el nombre de Dios, no nos dejemos llevar por los pensamientos orgullosos. 

De no tenerlo en su cabeza, el culpable no concebirá el orgullo. 

Tenemos necesidad de Dios: invocamos su nombre en nuestra ayuda contra nuestros enemigos. 

Estamos en necesidad: pedimos ayuda; estamos en una prueba: corremos a ponernos al abrigo. 

Aprendamos entonces que nombrar a Dios sin interrupción es un remedio que no solamente destruye toda pasión sino incluso el acto en si mismo. 

Mirad al médico: él coloca su remedio o su cataplasma sobre la herida del paciente y esto produce su efecto sin que el enfermo tenga conciencia de cómo sucedió: del mismo modo el nombre de Dios, cuando es pronunciado, destruye todas nuestras pasiones sin que nos demos cuenta por el momento.

* * *

Pregunta: Cuando mi razón parece estar en reposo y libre de toda inquietud, ¿es bueno, incluso en ese momento, dedicarme a la invocación del nombre de Cristo, nuestro Señor? 

Mi razón me sugiere que, desde el momento en que estoy en paz, eso no es necesario.

Respuesta: No podemos conocer una paz semejante, pues nos reconocemos pecadores. 

El Señor dijo: «No hay paz para los pecadores». Si no hay paz para los pecadores, ¿qué es, entonces, esa paz que creemos experimentar? 

Temamos, porque está escrito: «Andarán diciendo: 'Paz y seguridad', y entonces, de improviso, les sorprenderá la perdición, como los dolores del parto a la mujer encinta, y no podrán escapar» (1 Tes 5, 3). 

Sucede que nuestros enemigos, mediante engaños, aportan a nuestro corazón una efímera tranquilidad para impedirle invocar el nombre de Dios. Saben bien que esta invocación los paraliza. 

Estamos advertidos: llamemos sin tregua al nombre de Dios en nuestra ayuda. He aquí la oración. Está escrito: «Orad sin cesar» (1 Tes 5, 17).

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