viernes, 20 de noviembre de 2009

Autoestima para una conciencia ambiental - Giovanni Capobianco Mucci


La educación ambiental tiene como fin la participación activa de los ciudadanos y ciudadanas en las diferentes actividades que impliquen en su comunidad el desarrollo humano sustentable y que en consecuencia conlleven a elevar la calidad de vida.

Se afirma que para ello son determinantes los valores asimilados y el conjunto de experiencias previas que van configurando la “conciencia ambiental”.

Pero, ¿Qué entendemos por conciencia ambiental?

Podríamos definirla como la comprensión que se tiene del impacto de nuestras acciones en el entorno; es decir, intuir como se afectan las condiciones normales del ámbito natural-social.

Muchas veces al hablar de problemas ambientales, a nuestra mente llegan constructos referidos por ejemplo, a la destrucción de la capa de ozono, el calentamiento global, o el alarmante aumento de la generación de desechos sólidos. Aunque esto no es inconveniente para fomentar los cambios de actitud requeridos, casi nunca percibimos una relación directa entre nuestras prácticas personales diarias con estos acontecimientos.

No queda la menor duda que los propósitos y los fines de la educación ambiental son actitudinales. Pero toda una escala de valores en este sentido requiere además, que los roles que desempeñan el hombre y la mujer en la dimensión holística de sus diferentes dominios, estén orientados por el carácter ético en interdependencia con el resto de los seres vivos, es decir con un enfoque biocentrista, entendiéndose éste como una teoría que sostiene que todo ser vivo merece un trato respetuoso pretendiéndose con ello reivindicar el valor primordial de la “vida planetaria” en contraposición al antropocentrismo.

En el acontecer de la vida diaria y particularmente en los centros urbanos, contrariamente a lo expuesto, observamos una aparente tendencia a que los ciudadanos en general actúen desvinculados del resto de los seres vivos y del entorno físico.

Las condiciones adversas del medio social representadas en altos niveles de contaminación, agresividad y diferentes formas de violencia, influyen directa y negativamente en el “ambiente interno” de los individuos:

Sus sistemas, órganos, tejidos, células, moléculas y átomos son perturbados ocasionando un estado de desequilibrio interno que impide desarrollar estados de placidez y de paz, necesarios para alcanzar estados de “conciencia” que nos permitan discernir que también los humanos somos parte dinámica de los ciclos biogeoquímicos que se verifican en la naturaleza.

Por lo anteriormente expuesto, no resulta complicado deducir que existe una relación bidireccional entre las condiciones del ambiente y la autoestima; por lo tanto requerimos conocernos a nosotros mismos haciendo una autoexploración de las cualidades y defectos que poseemos guiados por la aceptación, el cariño, la comprensión, el elogio y la valoración para aprender a convivir y relacionarnos con el mundo exterior y con los demás.

Si esto se consigue, una de las manifestaciones sería la coherencia entre el comportamiento exterior y los valores interiores significando con ello el exigirnos a actuar por gusto y convicción para lograr mejores condiciones en nuestro ambiente disfrutando, personal y colectivamente, de un “éxito ecológico-social”.

No dejemos de pensar en que nuestra especie tiene en la autoconciencia y en el control de sus emociones las mejores herramientas para ser auténticos seres en armonía con lo que ya vamos conociendo como la “casa” de todas y todos: El Planeta Tierra.

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Extraido de: http://www.desarrollosustentable.com.ve/Default.aspx?Id_Portal=1&Id_Page=23&Id_Noticia=197 - Publicado en el Diario El Periodiquito - 26-07-2009
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