Conclusión Final
La Naturaleza no abre indistintamente a todos la puerta del santuario.
Tal vez descubrirá el profano en estas páginas alguna prueba de una ciencia verdadera y positiva.
Pero no creemos que podamos alardear de convertirle, pues no ignoramos la tenacidad de los prejuicios y la fuerza enorme del recelo.
El discípulo sacará de ellas mayor provecho, a condición empero, de que no menosprecie las obras de los antiguos Filósofos,
de que estudie con cuidado y penetración los textos clásicos,
hasta adquirir la clarividencia suficiente para discernir los puntos oscuros del manual operatorio.
Nadie puede aspirar a la posesión del gran Secreto, si no armoniza su existencia al diapasón de las investigaciones emprendidas.
No basta con ser estudioso, activo y perseverante, si se carece de un principio sólido y de base concreta,
si el estusiasmo inmoderado ciega la razón,
si el orgullo tiraniza el buen criterio,
si la avidez se desarrolla bajo el brillo intenso de un astro de oro.
La ciencia misteriosa requiere mucha precisión, exactitud y perspicacia en la observación de los hechos; un espíritu sano, lógico y ponderado;
una imaginación viva sin exaltación;
un corazón ardiente y puro.
Exige, además, una gran sencillez y una indiferencia absoluta frente a teorías, sistemas e hipótesis que, fiando en los libros o en la reputación de sus autores, suelen aceptarse sin comprobación.
Quiere que sus aspirantes aprendan a pensar más con el propio cerebro y menos con el ajeno.
Les pide, en fin, que busquen la verdad de sus principios, el conocimiento de su doctrina y la práctica de sus trabajos en la Naturaleza, nuestra madre común.
Por el ejercicio constante de las facultades de observación y de racionamiento, por la meditación, el neófito subirá los peldaños que conducen al
SABER.
La imitación ingenua de los procedimientos naturales, la habilidad conjugada con el ingenio, las luces de una larga experiencia le asegurarán el
PODER.
Pudiendo realizar, necesitará todavía paciencia, constancia, voluntad inquebrantable.
Audaz y resuelto, la certeza y la confianza nacidas de una fe robusta permiritán a todo
ATREVERSE.
Por último, cuando el éxito haya consagrado tantos años de labor,
cuando sus deseos se hayan cumplido,
el Sabio, despreciando las vanidades del mundo,
se aproximará a los humildes, a los desheredados, a todos los que trabajan, sufren, luchan, desesperan y lloran aquí abajo.
Discípulo anónimo y mudo de la Naturaleza eterna, apóstol de la eterna Caridad, permanecerá fiel a su voto de silencio.
En la ciencia, en el Bien, el Adepto debe para siempre
CALLAR.
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Conclusión final de la obra de Fulcanelli, "El Misterio de las catedrales". Escrita en 1922.
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Fulcanelli es el seudónimo de un autor desconocido de libros de alquimia del siglo XX. Se han lanzado diversas especulaciones sobre la personalidad o grupo que se oculta bajo el seudónimo.
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Extraído de: http://www.elinconformistadigital.com/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=1123
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