ORACIÓN
Oh Dios, a quien todos los
corazones están abiertos,
para quien todo deseo es
elocuente
y ante quien nada secreto
está oculto;
purifica los pensamientos de mi
corazón,
y derrama tu
Espíritu,
para que yo pueda amarte con amor
perfecto
y alabarte como tú mereces. Amen.
En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. Cualquiera que seas el que tiene en
sus manos este libro, has de saber que te impongo una seria
responsabilidad y las más severas sanciones que
puedan soportar los lazos del amor. No importa que este
libro sea tuyo, que lo estés guardando para otro, o
que lo tengas prestado. No lo habrás de leer, ni
escribir o hablar de él, ni permitir que otro lo
haga, a menos que creas realmente que es una persona que,
por encima y más allá de las buenas obras, se
ha resuelto a seguir a Cristo (en la medida de lo
humanamente posible con la gracia de Dios) hasta las
más íntimas profundidades de la
contemplación. Haz lo que puedas para averiguar
primero si es de los que han sido fieles durante
algún tiempo a las exigencias de la vida activa,
pues, de lo contrario, no estará preparado para
ahondar en los contenidos de este libro.
Te encargo, además, con la autoridad del amor, que
si das este libro a otro, le adviertas, como yo te advierto
a ti, que se tome el tiempo necesario para leerlo del
principio al fin. Pues es posible que ciertos
capítulos no tengan consistencia por si mismos y
exijan la explicación dada en otros para completar su
significado. Temo que alguien lea solamente algunas partes y
caiga rápidamente en error. Para evitar semejante
desatino te pido a ti y a cualquier otro que lea este libro
que, por amor, haga lo que le digo.
Por lo que respecta a chismosos, aduladores,
escrupulosos, alcahuetes, entrometidos e
hipercríticos, les ruego que aparten sus ojos de este
libro lo más rápidamente posible. Nunca tuve
intención de escribir para ellos y prefiero que no se
entrometan en este asunto. Esto vale también para los
curiosos, sean o no personas cultas. Pueden ser buenas
personas según los principios de la vida activa, pero
este libro no se adapta a sus necesidades.
Hay sin embargo, algunos realmente comprometidos en la
vida activa a quienes la gracia va preparando para captar el
mensaje de este libro. Pienso en todos aquellos que sienten
la acción misteriosa del Espíritu en lo
más íntimo de su ser, moviéndolos al
amor. No digo que en todo momento sientas tú este
impulso, como lo sienten los contemplativos ya avezados,
pero de vez en cuando gustan algo de ese amor contemplativo
en el centro mismo de su ser. Si tales personas llegaran a
leer este libro, pienso que les serviría de gran
estimulo y aliento.
He dividido esta obra en setenta y cinco
capítulos. El último trata más
específicamente de los signos que indican si la
persona en cuestión está llamada o no a la
oración contemplativa.
Te pido, mi querido amigo en Dios, que estés alerta y atento al camino por el que avanzas en tu vocación. Y agradece a Dios esta llamada, pues con la ayuda de su gracia podrás mantenerte firme frente a los sutiles asaltos de los enemigos que te acosan desde dentro y desde fuera, a fin de que puedas ganar el premio de la vida eterna. Amén.
1 De los cuatro grados de la vida cristiana; del desarrollo de la vocación de aquel para quien he escrito este libro
Mi querido amigo: quisiera comunicarte cuanto he
observado sobre la vida cristiana. En general, esta parece
avanzar a través de cuatro etapas de crecimiento que
yo llamo la común, la especial, la singular y la
perfecta. Las tres primeras pueden iniciarse y mantenerse en
esta vida mortal, pero la cuarta, aunque iniciada
aquí, continuará sin fin hasta la
alegría de la eternidad. ¿Te das cuenta de que
he colocado estas etapas dentro de un orden concreto? Lo he
hecho porque creo que nuestro Señor en su gran
misericordia te está llamando a avanzar siguiendo sus
pasos. Descubro la llamada que te hace en el deseo hacia
él, que arde en tu corazón.
Tú sabes que durante un tiempo vivías la
forma común de la vida cristiana en una existencia
mundana y rutinaria con tus amigos. Pero creo que el amor
eterno de Dios, que te creó de la nada y te
redimió de la maldición de Adán por
medio del sacrificio de su sangre, no podía consentir
que vivieras una vida tan común alejada de
él.
De este modo, con delicadeza exquisita, despertó
el deseo dentro de ti y, atándolo rápidamente
con la rienda del ansia amorosa, te atrajo más cerca
de él, con esa manera de vivir que he llamado
especial. Te llamó a ser su amigo y, en
compañía de sus amigos, aprendiste a vivir la
vida interior con más perfección de lo que era
posible en la vida común u ordinaria.
¿Hay algo más? Sí, pues creo que,
desde el principio, el amor de Dios por ti fue tan grande
que su corazón no pudo quedar ni tan siquiera
satisfecho con esto. ¿Qué hizo? ¿No ves con
qué amabilidad y suavidad te ha traído a la
tercera vía, la vida singular? Sí, ahora vives
en el centro más profundo y solitario de tu ser
aprendiendo a dirigir tu ardiente deseo hacia la forma
más alta y definitiva de amor que he llamado
perfecta.
Anímate, pues, y frágil mortal como eres,
trata de entenderte a ti mismo. ¿Piensas que eres
alguien especial o que has merecido el favor del
Señor? ¿Cómo puede ser tu corazón
tan pesado y tan falto de espíritu que no se levante
continuamente por la atracción del amor del
Señor y el sonido de su voz? Tu enemigo te
sugerirá que descanses en tus laureles. Pero estate
alerta frente a su perfidia. No te engañes pensando
que eres mejor y más santo porque fuiste llamado o
porque has avanzado en la vía singular de la vida.
Por el contrario, serás un desgraciado, culpable y
digno de lástima, a menos que con la ayuda de Dios y
de su dirección hagas todo lo que está en tu
mano para vivir tu vocación. Lejos de
engreírte, deberás ser cada vez más
humilde y entregado a tu Señor al considerar lo mucho
que se ha abajado hasta llamarte aquel que es el Dios
todopoderoso, Rey de reyes y Señor de los
señores. Pues de todo su rebaño te ha elegido
amorosamente para ser uno de sus amigos especiales.
Te ha conducido a suaves praderas y te ha alimentado con
su amor, forzándote a tomar posesión de tu
herencia en su reino.
Te pido, pues, que sigas tu curso sin desmayo. Espera el
mañana y deja el ayer. No te importe lo que hayas
conseguido. Trata más bien de alcanzar lo que tienes
delante. Si haces esto, permanecerás en la verdad.
Por el momento, si quieres crecer has de alimentar en tu
corazón el ansia viva de Dios. Si bien este deseo
vivo es un don de Dios, a ti corresponde el alimentarlo. Ten
en cuenta esto: Dios es un amante celoso. Está
actuando en tu espíritu y no tolerará
sucedáneos. Tú eres el único a quien
necesita. Todo lo que pide de ti es que pongas su amor en
él y que le dejes a él solo. Cierra las
puertas y ventanas de tu espíritu contra la
invasión de pestes y enemigos y busca suplicante su
fuerza; si así lo haces te verás a salvo de
ellos. Insiste, pues. Quiero ver cómo caminas.
Nuestro Señor está siempre dispuesto.
Él sólo espera tu cooperación.
Pero, me preguntas, ¿cómo seguir?
¿Qué he de hacer a continuación?
He aquí lo que has de hacer. Eleva tu
corazón al Señor; con un suave movimiento de
amor, deseándole por si mismo y no por sus dones.
Centra tu atención y deseo en él y deja que
sea esta la única preocupación de tu mente y
tu corazón. Haz todo lo que esté en tu mano
para olvidar todo lo demás, procurando que tus
pensamientos y deseos se vean libres de todo afecto a las
criaturas del Señor o a sus asuntos tanto en general
como en particular. Quizá pueda parecer una actitud
irresponsable, pero, créeme, déjate guiar; no
les prestes atención.
Lo que estoy describiendo es la obra contemplativa del
espíritu. Es la que más agrada a Dios. Pues
cuando pones tu amor en él y te olvidas de todo lo
demás, los santos y los ángeles se regocijan y
se apresuran a asistirte en todos los sentidos, aunque los
demonios rabien y conspiren sin cesar para perderte. Los
hombres, tus semejantes, se enriquecen de modo maravilloso
por esta actividad tuya, aunque no sepas bien cómo.
Las mismas almas del purgatorio se benefician, pues sus
sufrimientos se ven aliviados por los efectos de esta
actividad. Y por supuesto, tu propio espíritu queda
purificado y fortalecido por esta actividad contemplativa
más que por todas las demás juntas. En
compensación, cuando la gracia de Dios llegue a
entusiasmarte, se convierte en la actividad más
liviana y una de las que se hacen con más agrado. Sin
su gracia, en cambio, es muy difícil y, casi
diría yo, fuera de tu alcance.
Persevera, pues, hasta que sientas gozo en ella. Es
natural que al comienzo no sientas más que una
especie de oscuridad sobre tu mente o, si se quiere, una
nube del no-saber Te parecerá que no conoces ni
sientes nada a excepción de un puro impulso hacia
Dios en las profundidades de tu ser. Hagas lo que hagas,
esta oscuridad y esta nube se interpondrán entre ti y
tu Dios. Te sentirás frustrado, ya que tu mente
será incapaz de captarlo y tu corazón no
disfrutará las delicias de su amor.
Pero aprende a permanecer en esa oscuridad. Vuelve a ella
tantas veces como puedas, dejando que tu espíritu
grite en aquel a quien amas. Pues si en esta vida esperas
sentir y ver a Dios tal como es, ha de ser dentro de esta
oscuridad y de esta nube. Pero si te esfuerzas en fijar tu
amor en él olvidando todo lo demás -y en esto
consiste la obra de contemplación que te insto a que
emprendas-, tengo la confianza de que Dios en su bondad te
dará una experiencia profunda de si mismo.
4 De la simplicidad de la contemplación; que no se ha de adquirir por el conocimiento o la imaginación
Acabo de describir un poco de lo que supone la actividad
contemplativa. Ahora quiero estudiarla con más
detenimiento, tal como yo la entiendo; a fin de que puedas
proceder en ella con seguridad y sin errores.
Esta actividad no lleva tiempo aun cuando algunas
personas crean lo contrario. En realidad es la más
breve que puedes imaginar; tan breve como un átomo,
que a decir de los filósofos es la división
más pequeña del tiempo. El átomo es un
momento tan breve e integral que la mente apenas si puede
concebirlo. No obstante, es de suma importancia, pues de
esta medida mínima de tiempo se ha escrito:
«Habréis de responder de todo el tiempo que os
he dado. Y esto es totalmente exacto, pues tu principal
facultad espiritual, la voluntad, sólo necesita esta
breve fracción de un momento para dirigirse hacia el
objeto de su deseo.
Si por la gracia fueras restablecido a la integridad que
el hombre poseía antes de pecar, serías
dueño total de estos impulsos. Ninguno de ellos se
extraviaría, sino que volaría al único
bien, meta de todo deseo,
Dios mismo. Pues Dios nos creó a su imagen y
semejanza, haciéndonos iguales a él, y en la
Encarnación se yació de su divinidad,
haciéndose hombre como nosotros. Es Dios, y
sólo él, quien puede satisfacer plenamente el
hambre y el ansia de nuestro espíritu, que,
transformado por su gracia redentora, es capaz de abrazarlo
por el amor. El, a quien ni hombre ni ángeles pueden
captar por el conocimiento, puede ser abrazado por el amor.
El intelecto de los hombres y de los ángeles es
demasiado pequeño para comprender a Dios tal cual es
en si mismo.
Intenta comprender este punto. Las criaturas racionales, como los hombres y los ángeles, poseen dos facultades principales: la facultad de conocer y la facultad de amar.
Nadie puede comprender totalmente al Dios increado con su
entendimiento; pero cada uno, de maneras diferentes, puede
captarlo plenamente por el amor. Tal es el incesante milagro
del amor: una persona que ama, a través de su amor,
puede abrazar a Dios, cuyo ser llena y trasciende la
creación entera. Y esta maravillosa obra del amor
dura para siempre, pues aquel a quien amamos es eterno.
Cualquiera que tenga la gracia de apreciar la verdad de lo
que estoy diciendo, que se tome a pecho mis palabras, pues
experimentar este amor es la alegría de la vida
eterna y perderlo es el tormento eterno.
Quien, con la ayuda de la gracia de Dios, se da cuenta de
los movimientos constantes de la voluntad y aprende a
dirigirlos hacia Dios, nunca dejará de gustar algo
del gozo del cielo, incluso en esta vida. Y en el futuro,
ciertamente lo saboreará plenamente. ¿Ves ahora
por qué te incito a esta obra espiritual? Si el
hombre no hubiera pecado, te habrías aficionado a
ella espontáneamente, pues el hombre fue creado para
amar y todo lo demás fue creado para hacer posible el
amor. A pesar de todo, el hombre quedará sanado por
la obra del amor contemplativo. Al fallar en esta obra se
hunde más a fondo en el pecado y se aleja más
de Dios. Pero, perseverando en ella, surge gradualmente del
pecado y se adentra en la intimidad divina.
Por tanto, está atento al tiempo y a la manera de
emplearlo. Nada hay más precioso. Esto es evidente si
te das cuenta de que en un breve momento se puede ganar o
perder el cielo. Dios, dueño del tiempo, nunca da el
futuro. Sólo da el presente, momento a momento, pues
esta es la ley del orden creado. Y Dios no se contradice a
sí mismo en su creación. El tiempo es para el
hombre, no el hombre para el tiempo. Dios, el Señor
de la naturaleza, nunca anticipará las decisiones del
hombre que se suceden una tras otra en el tiempo. El hombre
no tendrá excusa posible en el juicio final diciendo
a Dios: «Me abrumaste con el futuro cuando yo
sólo era capaz de vivir en el presente».
Veo que ahora estás desanimado y te dices a ti
mismo: «¿Qué he de hacer? Si todo lo que
dice es verdad, ¿cómo justificaré mi
pecado? Tengo 24 años y hasta este momento apenas si
me he dado cuenta del tiempo. Y lo que es peor, no
podría reparar el pasado aunque quisiera, pues
según lo que me acaba de enseñar, esa tarea es imposible por naturaleza, incluso con la
ayuda de la gracia ordinaria. Sé muy bien,
además, que en el futuro probablemente no
estaré más atento al momento presente de lo
que lo he estado en el pasado. Estoy completamente
desanimado. Ayúdame por el amor de
Jesús».
Bien has dicho «por el amor de Jesús. Pues
sólo en su amor encontrarás ayuda. En el amor
se comparten todas las cosas, y si amas a Jesús, todo
lo suyo es tuyo. Como Dios, es el creador y dispensador del
tiempo; como hombre, aprovechó el tiempo de una
manera consciente; como Dios y hombre es el justo juez de
los hombres y de su uso del tiempo. Únete, pues, a
Jesús, en fe y en amor de manera que
perteneciéndole puedas compartir todo lo que tiene y
entrar en la amistad de los que le aman.
Esta es la
comunión de los santos y estos serán tus
amigos: nuestra Señora, santa María, que
estuvo llena de gracia en todo momento; los ángeles,
que son incapaces de perder tiempo, y todos los santos del
cielo y de la tierra, que por la gracia de Jesús
emplean todo su tiempo en amar. Fíjate bien,
aquí está tu fuerza. Comprende lo que digo y
anímate. Pero recuerda, te prevengo de una cosa por
encima de todo. Nadie puede exigir la verdadera amistad con
Jesús, su madre, los ángeles y los santos, a
menos que haga todo lo que está en su mano con la
gracia de Dios para aprovechar el tiempo. Ha de poner su
parte, por pequeña que sea, para fortalecer la
amistad, de la misma manera que esta le fortalece a
él.
No debes, pues, descuidar esta obra de
contemplación. Procura también apreciar sus
maravillosos efectos en tu propio espíritu. Cuando es
genuina, es un simple y espontáneo deseo que salta de
repente hacia Dios como la chispa del fuego. Es asombroso
ver cuántos bellos deseos surgen del espíritu
de una persona que está acostumbrada a esta
actividad. Y sin embargo, quizá sólo una de
ellas se vea completamente libre de apego a alguna cosa
creada. Q puede suceder también que tan pronto un
hombre se haya vuelto hacia Dios, llevado de su fragilidad
humana, se encuentre distraído por el recuerdo de
alguna cosa creada o de algún cuidado diario. Pero no
importa. Nada malo ha ocurrido: esta persona volverá
pronto a un recogimiento profundo.
Pasamos ahora a la diferencia entre la obra contemplativa
y sus falsificaciones tales como los ensueños, las
fantasías o los razonamientos sutiles. Estos se
originan en un espíritu presuntuoso, curioso o
romántico, mientras que el puro impulso de amor nace
de un corazón sincero y humilde. El orgullo, la
curiosidad y las fantasías o ensueños han de
ser controlados con firmeza si es que la obra contemplativa
se ha de alumbrar auténticamente en la intimidad del
corazón. Probablemente, algunos dirán sobre
esta obra y supondrán que pueden llevarla a efecto
mediante ingeniosos esfuerzos. Probablemente forzarán
su mente e imaginación de un modo no natural y
sólo para producir un falso trabajo que no es ni
humano ni divino. La verdad es que esta persona está
peligrosamente engañada. Y temo que, a no ser que
Dios intervenga con un milagro que la lleve a abandonar
tales prácticas y a buscar humildemente una
orientación segura, caerá en aberraciones
mentales o en cualquier otro mal espiritual del demonio
engañador. Corre, pues, el riesgo de perder cuerpo y
alma para siempre. Por amor de Dios, pon todo tu
empeño en esta obra y no fuerces nunca tu mente ni
imaginación, ya que por este camino no
llegarás a ninguna parte. Deja estas facultades en
paz.
No creas que porque he hablado de la oscuridad y de una
nube pienso en las nubes que ves en un cielo encapotado o en
la oscuridad de tu casa cuando tu candil se apaga. Si
así fuera, con un poco de fantasía
podrías imaginar el cielo de verano que rompe a
través de las nubes o en una luz clara que ilumina el
oscuro invierno. No es esto lo que estoy pensando;
olvídate, pues, de tal despropósito. Cuando
hablo de oscuridad, entiendo la falta o ausencia de
conocimiento. Si eres incapaz de entender algo o si lo has
olvidado, ¿no estás acaso en la oscuridad con
respecto a esta cosa?
No la puedes ver con los ojos de tu mente. Pues bien, en
el mismo sentido, yo no he dicho «nube», sino
«nube del no-saber». Pues es una oscuridad del
no-saber que está entre ti y tu Dios.
5 Que durante la oración contemplativa todas las cosas creadas y sus obras han de ser sepultadas bajo la nube del olvido
Si deseas entrar en esta nube, permanecer en ella y
proseguir la obra de amor de la contemplación, a la
cual te estoy urgiendo, tienes que hacer otra cosa.
Así como la nube del no-saber está sobre ti,
entre ti y tu Dios, de la misma manera debes extender una
nube del olvido por debajo de ti, entre ti y todo lo creado.
la nube del no-saber te dejará quizá con la
sensación de que estás lejos de Dios. Pero no,
si es auténtica, sólo la ausencia de una nube
del olvido te mantiene ahora alejado de él. Siempre
que digo «todas las criaturas», me refiero no
sólo a todo lo creado, sino a todas sus
circunstancias y actividades:
No hago excepción
alguna. Tu obligación es no vincularte a criatura
alguna, sea material o espiritual, ni a su situación
ni hechos, sean buenos o malos. Para expresarlo brevemente,
durante este trabajo has de abandonarlos a todos ellos bajo
la nube del olvido.
Pues aunque en ciertos momentos y circunstancias es
necesario y útil detenerse en situaciones y
actividades concretas que atañen a personas y cosas,
durante esta actividad es casi inútil. El pensamiento
y el recuerdo son formas de comprensión espiritual en
las que el ojo del espíritu se abre y se cierra sobre
las cosas como el ojo del tirador sobre su objetivo. Pero te
insisto en que todo aquello en lo que te detienes durante
esta actividad resulta un obstáculo a la unión
con Dios. Pues si tu mente está bloqueada con estas
preocupaciones, no hay lugar para él.
Y con toda la debida reverencia, llego hasta a afirmar
que es completamente inútil pensar que puedes
alimentar tu obra contemplativa considerando los atributos
de Dios, su bondad o su dignidad; o pensando en nuestra
Señora, los ángeles o los santos; o en los
goces del cielo, por maravillosos que sean. Creo que este
tipo de actividad ya no te sirve para nada. Desde luego, es
laudable reflexionar sobre la bondad y el amor de Dios y
alabarle por ello. Sin embargo, es mucho mejor que tu mente
descanse en la conciencia de él mismo, en su
existencia desnuda y le ame y le alabe por lo que es en si
mismo.
Pero tú dices: «¿Cómo puedo hacer
para pensar en Dios tal cual es en si mismo?». A esto
sólo puedo responder: «No lo
sé».
Con esta pregunta me llevas a la misma oscuridad y nube
del no-saber a la que quiero que entres. El hombre puede
conocer totalmente y ponderar todo lo creado y sus obras, y
también las obras de Dios, pero no a Dios mismo. El
pensamiento no puede comprender a Dios. Por eso, prefiero
abandonar todo lo que puedo conocer, optando más bien
por amar a aquel a quien no puedo conocer. Aunque no podemos
conocerle, sí que podemos amarle. Por el amor puede
ser alcanzado y abrazado, pero nunca por el pensamiento. Por
supuesto, que hacemos bien a veces en ponderar la majestad
de Dios o su bondad por la comprensión que estas
meditaciones pueden proporcionar. Pero en la verdadera
actividad contemplativa has de dejar todo esto aparte y
cubrirlo con una nube del olvido. Deja, pues, que tu devoto,
gracioso y amoroso deseo avance, decidida y alegremente,
más allá de esto, llegue a penetrar la
oscuridad que está encima. Si, golpea esa densa nube
del no-saber con el dardo de tu amoroso deseo y no ceses,
suceda lo que suceda.
7 Cómo se ha de conducir una persona durante la oración respecto a los pensamientos, especialmente respecto a los que nacen de la curiosidad e inteligencia natural
Es inevitable que las ideas surjan en tu mente y traten
de distraerte de mil maneras. Te preguntarán
diciendo:
«¿Qué es lo que buscas?,
¿qué quieres?». A todas ellas debes
responder: «A Dios solo busco y deseo, a él
solo».
Y si te preguntan: «¿Quién es este
Dios?», diles que es el Dios que te creó, que te
redimió y te trajo a esta obra. Di a tus
pensamientos: «Sois incapaces de captarle.
Dejadme». Dispérsalos volviéndote a
Jesús con amoroso deseo. No te sorprendas si tus
pensamientos parecen santos y valiosos para la
oración. Con toda probabilidad te encontrarás
a ti mismo pensando en las maravillosas cualidades de
Jesús, su dulzura, su amor, su gracia, su
misericordia. Pero si prestas atención a estas ideas,
verás que han conseguido lo que deseaban de ti, y
continuarán hablándote hasta inclinarte hacia
el pensamiento de la Pasión. Vendrán
después ideas sobre su gran bondad y si
continúas atento, estarán complacidas.
Pronto
te encontrarás pensando en tu vida pecadora y
quizá con este motivo te podrás acordar de
algún lugar en que viviste en tu vida pasada, hasta
que de repente, antes de que te des cuenta, tu mente se
habrá disipado por completo.
Y, sin embargo, no eran malos pensamientos. En realidad
eran pensamientos buenos y santos, tan valiosos que todo el
que desee avanzar sin haber meditado con frecuencia en sus
propios pecados, en la
Pasión de Cristo, la
mansedumbre, bondad y dignidad de Dios, se extraviará
y fracasará en su intento.
Pero una persona que ha meditado largamente estas cosas ha de dejarlas detrás, bajo la nube del olvido, si es que quiere penetrar la nube del no-saber que está entre él y su Dios.
Pero una persona que ha meditado largamente estas cosas ha de dejarlas detrás, bajo la nube del olvido, si es que quiere penetrar la nube del no-saber que está entre él y su Dios.
Por eso, siempre que te sientas movido por la gracia a la actividad contemplativa y estés determinado a realizarla, eleva con sencillez tu corazón a Dios con un suave movimiento de amor. Piensa solamente en Dios que te creó, que te redimió y te guió a esta obra. No dejes que otras ideas sobre Dios entren en tu mente. Incluso esto es demasiado. Basta con un puro impulso hacia Dios, el deseo de él solo.
Si quieres centrar todo tu deseo en una simple palabra
que tu mente pueda retener fácilmente, elige una
palabra breve mejor que una larga. Palabras tan sencillas
como «Dios» o «Amor» resultan muy
adecuadas. Pero has de elegir una que tenga significado para
ti. Fíjala luego en tu mente, de manera que
permanezca allí suceda lo que suceda. Esta palabra
será tu defensa tanto en la guerra como en la paz.
Sírvete de ella para golpear la nube de la oscuridad
que está sobre ti y para dominar todas las
distracciones, fijándolas en la nube del olvido, que
tienes debajo de ti. Si algún pensamiento te siguiera
molestando queriendo saber lo que haces, respóndele
con esta única palabra. Si tu mente comienza a
intelectualizar el sentido y las connotaciones de esta
«palabrita», acuérdate de que su valor
estriba en su sencillez. Haz esto y te aseguro que tales
pensamientos desaparecerán. ¿Por qué?
Porque te has negado a desarrollarlos discutiendo con
ellos.
8 Una buena exposición de ciertas dudas que pueden suscitarse respecto a la contemplación; que la curiosidad del hombre, su saber y su natural inteligencia han de abandonarse en este trabajo; de la distinción entre los grados y las partes de la vida activa y contemplativa
Pero ahora me dices: «¿Cómo he de juzgar
estas ideas que actúan sobre mí cuando rezo?
¿Son buenas o malas? Y si son malas, me extraña
mucho porque despiertan grandemente mi devoción. A
veces son un alivio real e incluso me hacen llorar de pena
ante la Pasión de Cristo o de mis propios
pecados.
Por otras razones también estoy inclinado a creer
que estas santas meditaciones me hacen un gran bien.
Por
eso, si no son malas sino positivamente buenas, no comprendo
por qué me aconsejas que las deje debajo de una nube
del olvido».
Las preguntas que me haces son muy buenas y
trataré de responderlas lo mejor que pueda. Quieres
conocer, en primer lugar, qué clase de pensamientos
son, ya que parecen ser tan útiles. A esto respondo:
son las ideas claras de tu inteligencia natural que la
razón concibe en tu mente. A lo de si son buenas o
malas, insistiré en que son siempre buenas en si
mismas, ya que tu inteligencia es un reflejo de la
inteligencia divina. Son buenas, ciertamente, cuando con la
gracia de Dios te ayudan a comprender tus pecados, la
Pasión de Cristo, la bondad de Dios o las maravillas
que obra a través de la creación. Nada de
extraño si estas reflexiones arraigan tu
devoción. Pero son malas cuando, hinchadas por el
orgullo, la curiosidad intelectual y el egoísmo,
corrompen tu mente. Pues entonces has dejado a un lado la
mente humilde de un sabio, de un maestro en teología
y ascética para ser como esos sabios orgullosos del
demonio, expertos en vanidades y mentiras. Lo digo como una
advertencia para todos. La inteligencia natural se inclina
al mal siempre que se llena de orgullo y de curiosidad
innecesaria sobre negocios mundanos y vanidades humanas o
cuando egoístamente anhela las dignidades mundanas,
las riquezas, los placeres vanos, o la vanidad.
Me preguntas ahora: si estos pensamientos no sólo
son buenos en si mismos sino que además pueden usarse
para bien, ¿por qué los debo dejar bajo una nube
de olvido? Responder a esto precisa cierta
explicación. Comenzaré diciendo que en la
Iglesia hay dos clases o formas de vida, la activa y la
contemplativa. La vida activa es inferior, y la
contemplativa superior. Dentro de la vida activa hay
también dos grados, uno bajo y otro más alto.
Pero estas dos vidas son tan complementarias que, si bien
son totalmente diferentes entre sí, ninguna de las
dos puede existir independientemente de la otra. Pues el
grado superior de la vida activa se introduce en el grado
inferior de la contemplativa, de manera que, por activa que
sea una persona, es también al mismo tiempo
parcialmente contemplativa. Y cuando el hombre es tan
contemplativo como puede ser en esta vida, en cierta medida
sigue siendo activo.
La vida activa es de tal naturaleza que comienza y
termina en la tierra. La contemplativa, sin embargo, puede
ciertamente comenzar en la tierra pero continuará sin
fin en la eternidad. Y ello porque la vida contemplativa es
la parte de María que no le será quitada. La
vida activa, en cambio, se ve turbada y preocupada por
muchas cosas, pero la contemplativa se sienta en paz con la
única cosa necesaria.
En el grado inferior de la vida activa la persona hace
bien ocupándose en buenas acciones y obras de
misericordia. En el grado superior de la vida activa (que se
funde con el grado inferior de la vida contemplativa) el
hombre comienza a meditar en las cosas del espíritu.
Ahora es cuando debe ponderar con lágrimas la maldad
del hombre hasta adentrarse en la Pasión de Cristo y
los sufrimientos de sus santos con ternura y
compasión. Es ahora también cuando crece en el
aprecio de la bondad de Dios y de sus dones y comienza a
alabarle y darle gracias por las maravillosas maneras con
que actúa en su creación. Pero en el grado
más alto de la contemplación -tal como la
conocemos en esta vida- todo es oscuridad y una nube del
no-saber Aquí uno se vuelve a Dios con deseo amoroso
de sólo él mismo y permanece en la ciega
conciencia de su desnudo ser.
Las actividades del grado inferior de la vida activa
dejan gran parte del potencial humano natural del hombre sin
explotar. En esta etapa vive, como si dijéramos,
fuera de si mismo o por debajo de si mismo.
A medida que
avanza hacia el grado superior de la vida activa (que se
funde con el grado inferior de la vida contemplativa) se va
haciendo más interior, viviendo más desde las
profundidades de si mismo y haciéndose más
verdaderamente humano. Pero en el grado superior de la vida
contemplativa se trasciende a si mismo porque consigue por
la gracia lo que por naturaleza está por encima de
él. Pues ahora se encuentra unido a Dios
espiritualmente en una comunión de amor y de deseo.
La experiencia enseña que es necesario dejar a un
lado por un tiempo las obras del grado inferior de la vida
activa, a fin de adentrarse en el grado superior de la vida
activa, que, como dijimos, se funde en el grado inferior de
la vida contemplativa. De la misma manera, llega un momento
en que es necesario dar de lado estas obras también a
fin de avanzar hacia el grado superior de la vida
contemplativa. Y así como es error que una persona
que se sienta a meditar piense en las cosas que ha hecho o
que hará sin mirar si son buenas y dignas en si
mismas, de la misma manera no está bien que una
persona que debiera estar ocupada en la obra de la
contemplación en la oscuridad de la nube del no-saber
deje que las ideas sobre Dios, sus dones maravillosos, su
bondad o sus obras le distraigan de la atención a
Dios mismo. Es esta una cuestión distinta del hecho
de que se trate de pensamientos buenos que reportan confort
y gozo. No tienen lugar aquí!.
Por ello te apremio a que deseches todo pensamiento sabio
o sutil por santo o valioso que sea. Cúbrelo con la
espesa nube del olvido porque en esta vida sólo el
amor puede alcanzar a Dios, tal cual es en sí mismo,
nunca el conocimiento. Mientras vivimos en estos cuerpos
mortales, la agudeza de nuestro entendimiento permanece
embotada por limitaciones materiales siempre que trata con
las realidades espirituales y más especialmente con
Dios. Nuestro razonamiento, pues, no es jamás puro
pensamiento, y sin la asistencia de la misericordia divina
nos llevaría muy pronto al error.
9 Que los pensamientos más sublimes son más obstáculo que ayuda durante el tiempo de la oración contemplativa
Así, pues, has de rechazar toda
conceptualización clara tan pronto como surja, ya que
surgirá inevitablemente, durante la actividad ciega
del amor contemplativo. Si no las vences, ellas ciertamente
te dominarán a ti. Pues cuando más desees
estar solo con Dios, más se deslizarán a tu
mente con tal cautela que sólo una constante
vigilancia las podrá detectar. Puedes estar seguro de
que si estás ocupado con algo inferior a Dios, lo
colocas por encima de ti mientras piensas en ello y creas
una barrera entre ti y Dios. Has de rechazar, por tanto, con
firmeza todas las ideas claras por piadosas o placenteras
que sean.
Créeme lo que te digo: un amoroso y ciego
deseo hacia Dios sólo es más valioso en si
mismo, más grato a Dios y a los santos, más
provechoso a tu crecimiento y de más ayuda a tus
amigos, tanto vivos como difuntos, que cualquier otra cosa
que pudieras hacer. Y resulta mayor bendición para ti
experimentar el movimiento interior de este amor dentro de
la oscuridad de la nube del no-saber que contemplar a los
ángeles y santos u oír el regocijo y la
melodía de su fiesta en el cielo.
¿Te sorprende esto? Se debe solamente a que no lo
has experimentado por ti mismo. Pero cuando lo experimentes,
como creo firmemente que lo harás con la gracia de
Dios, entonces podrás entenderlo.
Por supuesto que en
esta vida es imposible ver y poseer plenamente a Dios; pero,
con su gracia y a su tiempo, es posible gustar algo de
él tal como es en si mismo. Así, pues, entra
en esta nube con una gran ansia de él. Q más
bien, diría yo, deja que Dios despierte en ti esta
ansia y arrójate a él en esta nube, mientras
con la ayuda de su gracia te esfuerzas por olvidar todo lo
demás.
Recuerda que si las ideas claras que surgen sin querer y
que tú rechazas pueden molestarte y apartarte del
Señor, privándote de la experiencia de su
amor, mucho más lo harán aquellas que
tú cultivas voluntariamente. Y si el pensamiento de
un santo particular o de alguna realidad puramente
espiritual crea un obstáculo a esta actividad,
cuánto más el pensamiento del hombre mortal o
de cualquier otro interés material o mundano. No digo
que estos pensamientos, deliberados o indeliberados, sean
malos en si mismos. Dios me libre de que me entiendas mal.
No, lo que he querido decir es que son un obstáculo
más que una ayuda. Pues si buscas de verdad a Dios
solo, nunca encontrarás descanso ni contento en algo
inferior a Dios.
_______________________________________________________________________
_______________________________________________________________________
.