domingo, 1 de noviembre de 2015

El Latido Vital - Carlos Costa


Un abejorro con tonos naranjas y azules levanta el vuelo y permanece atento como un satélite a mi alrededor. 


La brisa vespertina se despereza, pido un café corto a una mulata caboverdiana que sonríe como solo estas gentes saben. 

Las hojas del cocotero ya están en danza con su sonido refrescante, cuando el tiempo se detiene, la marea muda su sentido y las aves buscan las atalayas del manglar para iniciar la pesca de la tarde.

Los chavales de la tabanka (aldea) chapotean en la orilla de la ensenada, como desde siglos siempre hicimos cuando niños, ó es qué no recuerdas?

Llevo impregnado este aroma marino en cada célula, en cada átomo de mi ser. Hasta en el vacío en el que flotan planetas y galaxias fluyen hilos luminosos con estos aromas, estas armonías musicales, estas sonrisas.

Doy gracias por poder recordarlo, por recordar que el amor no es posesión sino un simple compartir, que fluye libremente con la brisa, por la tierra , el agua cristalina y el fuego.

Veo una pareja de ancianos, como se refrescan juntos en la orilla, sus cuerpos están añejos, pero rezuman cariño renovado a cada instante. 

Se sientan juntos y despiden ondas en el agua cristalina que se entrelazan a cada sacudida, formando geometrías de amor. Ella le musita palabras, él la sonríe. Cabe más dicha? 

La mar sigue lanzándose suavemente hacia la selva, esmeralda, limón y cualquier faceta de verde. Un verde receptivo y amoroso que encierra miles de vidas y existencias.

Cuanto más agradezco más profundo buceo, mejor respiro, más variados son los matices.

Una niña con trenzas y tirabuzones bien étnicos lanza un llanto y me despierta de este ensueño mostrándome donde tengo puestos los pies.

Mostrándome ese llanto atávico vital, rotundo.



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Extraído del muro de Carlos Costa en Facebook
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