Alfonso X el Sabio (1221-1284), rey de Castilla y de León desde 1252, al igual que Federico II Barbarroja, se rodeó de sabios musulmanes y aprendió a leer y escribir el árabe. Fue escritor y poeta. Bajo su protección se tradujeron del árabe al latín numerosas obras sobre astronomía, mineralogía, geografía, óptica y muchas otras ciencias que afianzaron el camino hacia el Renacimiento de Europa. Son muy conocidas sus Tablas Astronómicas o Tablas Alfonsíes. Dentro de este grupo cabe citar también sus Libros de ajedrez (1283), basados en la sabiduría de los científicos musulmanes.
Desde 1086, cuando fue conquistada por el rey Alfonso VI, la ciudad de Toledo, cuna de Alfonso X el Sabio se había convertido en La Meca de los eruditos cristianos venidos de todas partes de Europa, atraídos por la fascinación del Islam. Allí residió el inglés Adelardo de Bath, quien tradujo del árabe los Elementos de Euclides, e introdujo la trigonometría musulmana en occidente traduciendo las Tablas Astronómicas de Al-Juarizmi en 1126.
En 1141, Pedro el Venerable (1092-1156), abad de Clunny, con ayuda de un sabio musulmán, tradujo el Corán al latín. La alquimia y química musulmanas entraron en el mundo latino en una traducción de un texto arábigo hecha por Robert de Chester (que vivió en España entre 1114-1147) en 1144. El más grande de los traductores fue Gerardo de Cremona (1114-1187). Llegado a Toledo hacia 1165, le impresionó profundamente la riqueza de la bibliografía islámica en ciencias y filosofía. Decidió traducir lo mejor de ella al latín y pasó nueve años traduciendo sin parar hasta alcanzar un total de sesenta y una obras. Entre ellas figuraban once libros de medicina, que incluían las obras más extensas de Al-Kindi y Avicena, catorce obras de matemáticas y astronomía, siete de geomancia y astrología, y otras tantas de filosofía, como Del Silogismo, de Al-Farabi.
Más tarde, otro visitante, Miguel Escoto, que debía su apellido a su Escocia nativa, estará en Toledo en 1217. Su primera traducción importante fue la Esférica de al-Bitruji (siglo XII), el Apetragius de los latinos, que era una crítica de Tolomeo. Fascinado al descubrir el alcance y libertad del pensamiento de Aristóteles, comentado por al-Farabi y Averroes, Escoto tradujo al latín, de versiones arábigas, la Historia de los animales, la Metafísica, Del Alma, Del cielo, y la Ética. Las versiones de Aristóteles hechas por Miguel llegaron a Alberto Magno (1200-1280) y Roger Bacon (1214-1292) e impulsaron el desarrollo de la ciencia en la Europa cristiana del siglo XIII.
El contacto con el Islam mediante las cruzadas y las traducciones de los eruditos ya nombrados acercaron a Europa y el mundo Islámico. El descubrimiento de que otra religión existía y había producido hombres excelentes y caballerescos como los sultanes Saladino y al-Kamil, filósofos como Avicena y Averroes, y científicos como al-Haitham y al-Razi, era algo que turbaba y conmocionaba. Hacia 1240 el averroísmo llegó a estar casi de moda entre los seglares instruidos en Italia. No fue ninguna casualidad la influencia islámica que embargó el pensamiento y la obra del famoso teólogo Tomas de Aquino (1224-1274), muy visible en su Suma Teológica (1267).
Hacia fin del siglo XIII, y durante el XIV y el XV, la Universidad de París fue un turbulento centro de averroísmo. Pedro de Abano (1250-1316), el profesor de medicina en París y luego de filosofía en Padua, escribió en 1303 un libro, Conciliator Controversiarum, destinado a armonizar las teorías médicas y filosóficas de musulmanes y cristianos. Los inquisidores lo acusaron de herejía, pero el marqués Azzo d’Este y el Papa Honorio IV, que figuraban entre sus pacientes, lo protegieron. Fue acusado de nuevo en 1315, y esta vez escapó al proceso muriendo naturalmente. Los inquisidores condenaron su cadáver a la hoguera, pero sus amigos escondieron tan bien sus restos que la sentencia tuvo que ser ejecutada en efigie.
Siger (1235-1281), un sacerdote secular, fue un hombre muy docto que estudió a al-Kindi, al-Farabi, al-Gazali, Avicena, Avempace, Avicebrón, Averroes y Maimónides. Que Siger tenía muchos seguidores en la Universidad de París se deduce de la presentación de su candidatura al rectorado en 1271, aunque no prosperó. En octubre de 1277 Siger fue condenado por la inquisición bajo el cargo de herejía, y “de estar poseído por los paganos musulmanes”. Pasó sus últimos años en Italia como preso de la curia romana y lo mató en Orvieto un asesino medio loco.
El más famoso de los hombres de ciencia medievales fue Rober Bacon (1214-1292). Estudió en Oxford bajo Robert Grosseteste o Grosthead o Robert de Lincoln (1175-1253), quien fue un ardiente partidario del conocimiento griego, hebreo y árabe. Hacia 1240 fue a París y más tarde a Italia, donde estudió el griego y conoció numerosas obras de medicina islámica. En 1251 regresó a Oxford y entró a formar parte de la universidad. Hacia 1253 ingresó en la orden franciscana. Por entonces era un gran admirador del Islam y sus sabios. Su pensamiento, considerado “muy sospechoso y peligroso” por sus contemporáneos, fue protegido en su primer momento por el liberal Clemente IV (Papa entre 1265-68). Al fallecer el pontífice, se inició la persecución en su contra. Fue encarcelado en 1278 hasta su muerte, acusado de hereje y de enseñar “novedades sospechosas”, como la filosofía averroísta.
Es muy interesante el movimiento pro-islámico que se dio entre los monjes franciscanos, que empezó con el propio Francisco de Asís (1182-1226), cuando éste se entrevistó amistosamente con el sultán Malik al-Kamil cerca de Damietta, en Egipto, en 1219. Ya vimos el ejemplo de Bacon. Otro fue el de Ramón Llull o Raimundo Lilio (1232-1315). Mallorquino, que estudió la lengua arábiga, fundó un colegio de estudios árabes en Mallorca y mandó una petición al concilio de Viena (1311) para que estableciera escuelas de idiomas y literaturas orientales para preparar misioneros que actuasen entre los musulmanes y judíos. Así vemos que, con Raimundo Lulio y muchos otros, la espiritualidad europea cambia de táctica y política luego de la derrota militar de las cruzadas, y se lanza entonces al nuevo intento de conquistar el Islam a base de conocerlos. Por esta inteligente labor evangelizadora, que impulsa en buena medida las traducciones en masa de libros de religión y sabiduría musulmana y la fundación de enclaves en tierras islámicas para aprender mejor el árabe, tiene un resultado secundario probablemente inesperado: la islamización de Europa. La intelligentsia cristiana europea –aún la más militante- no se puede sustraer a la poderosa influencia intelectual del Islam, que admira en más de un sentido. Y así aparecen Alfonso el Sabio, Bacon y el propio Lulio. Lulio se inspira principalmente en un místico hispano-musulmán como Ibn Arabi de Murcia (1164-1240). Al igual que su paradigma islámico, Lulio piensa que las ciencias se logran por fe y entendimiento, aunque la primera es la reina, que domina sobre todo discurso, y la iluminación divina hace sabios a los hombres con la más sublime sabiduría.
Este camino será recorrido por otro célebre franciscano Fray Anselmo de Turmeda (1352-1432), nacido también en Mallorca. Hizo estudios en Lérida y Bolonia. Luego fue enviado a Tunicia, donde se convirtió al Islam con el nombre de ‘Abdal·lah, lo que le valió el nombramiento de intérprete de lengua y jefe de aduanas por parte del sultán ‘Abdul ‘Abbas Ahmad, y luego la confirmación en el cargo por su hijo Abu Farid ‘Abd al-‘Aziz, ganando así su sobrenombre de al-Taryumán (el traductor). Hacia 1402 escribió Turmeda una apología del Islam llamada Tuhfa (regalo u obsequio). Murió entre los musulmanes con fama de piadoso, siendo sepultado honoríficamente, y conservando todavía hoy su sepulcro un prestigio de santidad que le hace meta de visitas y peregrinaciones.
Durante el siglo XVI se incrementará la influencia del Islam en toda Europa, particularmente sobre la espiritualidad española del llamado siglo de oro. El caso de Miguel Servet (1511-1553) es muy destacado. Nacido en Tudela, fue médico y teólogo. Estudió en Toulouse, Lyon y París. Al exponer su teología antitrinitaria Tritinatis erroribus, en 1531, revolucionó a su tiempo. La fama de islamizante de Miguel de Servet hubo de hallarse muy extendida, como se deduce del hecho de que en el juicio que se le siguió en Ginebra, concretamente en la sesión del 23 de agosto de 1553, el procurador general le preguntara entre otras cosas: “¿Por qué había leído el Corán?” Acusado por Calvino (1509-1564), Miguel Servet fue quemado vivo en Champel, cerca de Ginebra. “El unitarismo antitrinitario de Servet –dice el estudioso español Cristóbal Cuevas-, vuelve a coincidir con el pensamiento musulmán en la idea de que la doctrina trinitaria no es sino una burda manifestación del politeísmo. Por eso piensa que las personas de la Trinidad son solamente modos o dispensaciones de la esencia divina… por eso llama a los católicos triteístas, acusándolos de tener ‘un Dios tripartito’ y de adorar falsas y múltiples efigies de lo divino”.
El historiador español Américo Castro (1885-1972) fue uno de los primeros en señalar la influencia del misticismo islámico en la escuela carmelitana, y en especial de Santa Teresa de Jesús (1515-1582) y su obra Las moradas o Castillo interior (1578), que luego fuera tan brillantemente expuesta y analizada por la islamóloga portorriqueña Luce López-Baralt en Huellas del Islam en la literatura española.
San Juan de la Cruz (1542-1591) conoció a los 25 años a Santa Teresa, y en Duruelo decidieron iniciar la reforma de sus respectivas órdenes de carmelitas (1568). A consecuencia de sus ideas islamizantes (explicadas con gran detalle por Luce López-Baralt en San Juan de la Cruz y el Islam, y por Juan Goytisolo en Las virtudes del pájaro solitario), en 1577 fue conducido preso a Toledo, donde permaneció recluso en un convento durante ocho meses, hasta que logró escapar refugiándose en Almodóvar. Desde entonces residió hasta su muerte en Andalucía.
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