lunes, 28 de junio de 2010
Mitos Chinos - El Vacío Central - El Dragón y el Fénix - Mitos Raíces Universales - Silo
El Vacío Central
El Tao es un recipiente hueco, difícil de colmar. Lo usas y nunca se llena.
Tan profundo e insondable es que parece anterior a todas las cosas...
No se sabe de quién es hijo. Parece anterior a los dioses.
Treinta rayos convergen hacia el centro de una rueda, pero es el vacío del centro el que hace útil a la rueda.
Con arcilla se moldea un recipiente, pero es el espacio que no contiene arcilla el que usamos como recipiente.
Abrimos puertas y ventanas en una casa, pero es por sus espacios vacíos que podemos utilizarla.
Así, de la existencia provienen las cosas y de la no existencia su utilidad.
Todo era vacío y Pangu dormía en el interior de eso que estaba unido, de eso que fue llamado «infinita profundidad».
Entonces despertó. De inmediato rompió con su hacha, el huevo que lo encerraba.
En miríadas de pedazos aquello se separó velozmente. Los trozos más livianos y los más pesados fueron en diferente direcciones.
Para evitar que nuevamente se juntaran, Pangu se colocó en el centro vacío solidificando el cielo y la tierra.
Él fue como una columna que dio equilibrio a la creación. Luego descansó y se fue durmiendo nuevamente hasta que su cuerpo dio lugar a numerosos seres.
De un ojo salió el sol y del otro la luna. Con su sangre se formaron los ríos y los lagos.
Los animales salieron de su piel. El pelo se tornó en hierbas y sus huesos en minerales.
En esos primeros tiempos vivían en la tierra dioses, gigantes y monstruos.
La diosa madre Nüwa, era en su mitad superior muy hermosa y en su mitad inferior se asemejaba a un dragón.
Recorría y visitaba todos los lugares pero finalmente descubrió que faltaban seres más perfectos e inteligentes que los gigantes.
Entonces fue hasta el Río Amarillo y moldeó con arcilla a los primitivos seres humanos.
Los hizo parecidos a ella pero en lugar de cola de dragón les puso piernas para que caminaran erguidos.
Viéndolos graciosos, decidió hacer muchos. Para ello tomó un junco y fue lanzando gotas de limo que al caer sobre la tierra se convirtieron en mujeres y hombres.
De este modo, cuando ellos empezaron a reproducirse por sí mismos, la madre celestial se dedicó a crear otros seres.
Fushi, compañero de la diosa, vio que los hombres aprendían y entonces se ocupó en enseñarles a hacer fuego frotando maderas.
Luego les dio cuerdas y les indicó cómo protegerse del hambre y de la intemperie.
Finalmente, les otorgó el arte de los hexagramas al que llamó I Ching.
Este fue con el tiempo conocido como el Libro de las Transformaciones y de la adivinación.
Llegó el día en que los inmortales discutieron y, entrando en guerra, pusieron en peligro al Universo. Diluvios y catástrofes asolaron la tierra.
Hasta que, por último, el dios del fuego prevaleció sobre las aguas.
Todavía los gigantes quisieron disputar el poder a los eternos, pero los dioses en indecible cólera cortaron sus cabezas, haciéndolas rodar hasta el fondo de los obscuros abismos.
El Dragón y el Fénix
Cuando todavía las aguas no estaban controladas y los ríos en su desborde arrasaban los campos, la diosa madre procreó benéficos descendientes que terminaron ordenando ese caos diluvial.
Trabajando en el control de los ríos, de los lagos, del mar y de las nubes, los brillantes dragones navegaron por las aguas y el cielo.
Con zarpas de tigre y garras de águila, rasgaban con estruendo las cortinas de lo alto que chispeando ante el descomunal embate dejaban en libertad a las lluvias.
Ellos dieron cauce a los ríos, contención a los lagos y profundidad a los mares.
Hicieron cavernas de las que brotaba el agua y por conductos subterráneos las llevaron muy lejos para que surgieran de pronto, sin que el asalto abrazador del sol las detuviera.
Trazaron las líneas que se ven en las montañas para que la energía de la tierra fluyera, equilibrando la salud de ese cuerpo gigantesco.
Y muy frecuentemente tuvieron que luchar con las obstrucciones que provocaban los dioses y los hombres ocupados en sus irresponsables afanes.
De sus fauces brotaba como un humo la niebla, vivificante y húmeda, creadora de mundos irreales. Con sus escamosos cuerpos serpentinos cortaban las tempestades y dividían los tifones.
Con sus poderosos cuernos; con sus afilados dientes, ningún obstáculo era suficiente, ningún enredo podía permanecer. Y gustaban de aparecerse a los mortales.
A veces en los sueños, a veces en las grutas, a veces en el borde de los lagos, porque en éstos solían tener sus escondidas moradas de cristal en las que bellos jardines se ornaban con frutos destellantes y con las piedras más preciosas.
El Long inmortal, el dragón celeste, siempre puso su actividad (su Yang) al servicio del Tao y el Tao lo reconoció permitiéndole estar en todas las cosas, desde lo más grande a lo más pequeño, desde el gran universo hasta la partícula insignificante.
Todo ha vivido gracias al Long. Nada ha permanecido inmutable salvo el Tao innombrable, porque aún el Tao nombrable muda y se transforma gracias a la actividad del Long. Y ni aún los que creen en el Cielo y el Infierno pueden asegurar su permanencia.
Pero el Long ama al Feng, al ave Fénix que concentra el germen de las cosas, que contrae aquello que el Long estira.
Y cuando el Long y el Feng se equilibran el Tao resplandece como una perla bañada en la luz más pura.
No lucha el Long con el Feng porque se aman, se buscan haciendo resplandecer la perla.
Por ello, el sabio arregla su vida conforme al equilibrio entre el Dragón y el Fénix que son las imágenes de los sagrados principios del Yang y el Yin.
El sabio se emplaza en el lugar vacío buscando el equilibrio.
El sabio comprende que la no-acción genera la acción y que la acción genera la no-acción.
Que el corazón de los vivientes y las aguas del mar, que el día y la noche, que el invierno y el verano, se suceden en el ritmo que para ellos marca el Tao.
Al fin de esta edad, cuando el universo haya llegado a su gran estiramiento, volverá a contraerse como piedra que cae.
Todo, hasta el tiempo, se invertirá volviendo al principio.
El Dragón y el Fénix se reencontrarán. El Yang y el Yin se compenetrarán, y será tan grande su atracción que absorberán todo en el germen vacío del Tao.
El cielo es alto, la tierra es baja; con esto están determinados lo creativo y lo receptivo... con esto se revelan los cambios y las transformaciones.
Pero nadie puede saber realmente cómo han sido ni cómo serán las cosas, y si alguien lo supiera no podría explicarlo.
El que sabe que no sabe es el más grande; el que pretende que sabe pero no sabe, tiene la mente enferma.
El que reconoce la mente enferma como que está enferma, no tiene la mente enferma.
El sabio no tiene la mente enferma porque reconoce a la mente enferma como la mente enferma.
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