sábado, 30 de octubre de 2010
El Señor del Sí - Norma Coronel
Este es uno de los relatos que mi bisabuelo nos contara durante nuestra niñez cuando lo visitábamos.
Él tuvo la sabiduría de volcarlos en un pequeño cuaderno del cual he rescatado éste, el que más me atrajo siempre y que cada tanto relato en encuentros familiares a pedido de mis hijos.
Atenta y profunda su mirada, posada en la lejanía del paisaje andino, ¿o era, quizás, en los confines de su propia conciencia donde la fijaba?
Cuenta una de las leyendas que en el pueblo nadie sabía a ciencia cierta cómo sucedió todo, pero un buen día, el Señor del Sí se instaló en la pequeña casa de piedras que él mismo construyó en medio de esas imponentes montañas y allí se quedó por un cierto tiempo.
Los cuchicheos abundaban entre la gente del lugar apenas supieron de su existencia en aquel paraje.
Se preguntaban sobre su origen pero sobre todo querían saber qué estaba haciendo allí, en semejante lugar donde solamente se encontraban las piedras y unas escuálidas matas.
- ¡Y bueno, seguro que las alimañas lo irán a visitar! – decían algunos.
- ¡En una de esas las escucha hablar!- bromeaban otros.
- El sábado pasado fui a visitar a unos parientes que viven en la ciudad, ¿se acuerdan de ellos? – dijo otro.
Vinieron por acá el mismo año de la gran nevada. Bueno, fui a verlos por unos días y lo primero que hice fue contarles sobre este hombre extraño y solitario que estaba viviendo en la montaña, donde el tiempo dobla.
Ellos me dijeron que habían escuchado algo de eso y que se rumoreaban cosas raras de él, allá. Unas semanas atrás, Rosa, mi prima, había oído decir en la panadería que este señor había bajado de un plato volador cerca del Tata pero ahí mismo, Juancito, el hijo mayor, la paró en seco, como quien dice, y dijo:
que lo que se hablaba eran todas pavadas. Que en realidad ese hombre había nacido en la montaña y se había criado solo entre cóndores y pumas, que había bajado a la ciudad a estudiar, que sabía mucho de todo, que era bueno y que si ahora estaba por allá arriba viviendo solo otra vez seguramente era porque estaba pensando, ya que la ciudad estaba contaminada.
Yo no entendí bien eso de que estaba contaminada pero no quise preguntar nada, ya me había dado cuenta de que ellos tampoco sabían mucho.
- No sé quién será este hombre pero me gustaría ir a visitarlo, en una de esas tiene buen charqui y buen vino y los convida - dijo Josecito.
- Ah, tenía que salir el interesado, nomás - le retrucó el Osco, que casi nunca emitía palabra alguna.
Se hizo un silencio amable cargado de interrogantes no expresados; era evidente que se esperaba que alguno de los baqueanos abriera la boca. Finalmente, habló el más anciano de todos.
- Es que los de la ciudad no conocen nada de la montaña, ¡y ustedes parece que tampoco! - dijo sonriendo, mirándolos con ojos pícaros. – Cuando eran niños les conté que el Tata habla y parece que lo han olvidado. Será bueno repetírselo.
- Los habitantes de esos lugares llamaban “tata” – padre – o simplemente “la montaña”, al pico más alto de occidente, como si el resto de las altas montañas fueran solamente guardianas de aquél, el gran centinela de piedra.
- Mi abuela, que aunque nunca lo había visitado en las alturas lo conocía mejor que nadie - continuó el baqueano mayor - me contó que un día, cuando estaba con sus cabras cerquita del Tata, él le habló y le dijo que iba a despertarse completamente cuando alguien con el corazón de un león alado entrará en el suyo y fueran uno.
– Lo que tú ves de mí, es sólo una parte, pero yo soy como una serpiente muy larga de la que sólo se ve la cabeza y parte de su cuerpo.
En verdad llego muy lejos; alcanzo el norte y el sur, el este y el oeste.
Cuando llegue a mí ese hombre, despertaré, entonces serán los tiempos del gran cambio y tus hijos y los hijos de tus hijos tienen que prepararse para ese día.
Ellos serán el eco que repita la buena nueva para que todo vuelva a estar bien en este mundo.-
- Así habló la montaña y luego enmudeció - continuó el anciano sabio, y concluyó diciendo: si este buen hombre que ha venido aquí habla con las alimañas, no lo sé, pero seguro sabe cómo hablarle al Tata. En una de esas él es quien logra despertarlo.
Un buen día, cuando nadie lo esperaba, el misterioso personaje se apareció en el almacén de ramos generales del pueblito. Justamente ese día había ido con mi hijo a entregar la mercadería que me había encargado el dueño del almacén, así que fui testigo de lo que ocurrió.
Las voces de los parroquianos enmudecieron de repente al verlo, hasta el viento parecía haberse silenciado.
Algunos lo miraban de reojo, otros se hacían los desentendidos. Casi ninguno de los presentes lo había visto antes, ni yo tampoco.
Si bien los habitantes de La Esperanza eran curiosos como la mayoría de las personas, también eran algo ariscos para entablar nuevas relaciones.
Evidentemente el Señor del Sí no se amedrentó con la reserva que mostraba la gente y saludando con voz potente y amable a todos, se acercó al mostrador entablando conversación con el dueño sobre la salud del viejo sabio, como llamaban al baqueano más anciano, sobre la posible nevada, el cierre del paso fronterizo y alguna broma que no alcancé a escuchar habrá hecho porque don Raúl, el dueño, largó una carcajada seca.
Preguntó luego por las provisiones que quería comprar para llevar a su casa: alimentos, fósforos, un jarro de metal y finalizó diciendo – sírvales un vino a todos los presentes de mi parte.- Ahí sí la gente abrió la boca para agradecerle el gesto y gustosamente aceptaron el regalo.
-Bueh! - dije para mis adentros - ¿y éste es el raro?
Podía ser extraño su cuerpo tan delgado, como un álamo pelado; su mirada penetrante o su forma de vestir, con esos pantalones que le quedaban un poco cortos, pero evidentemente había mucho de imaginación en todo lo que se decía de él.
Pensé que no podía haber una persona más normal que este señor, pero poco me iba a durar esa idea porque al pasar junto a mí, me guiñó un ojo y me dijo
– por supuesto que uno es normal, ¡de carne y hueso, caramba! Ante lo cual me quedé boquiabierto como un bobo pensando con asombro ¿cómo supo que…?
Ya en la ciudad, empecé a prestar más atención cuando algún vecino lo nombraba, contando una que otra anécdota de lo que hacía. Me quedaba embelesado como un niño frente al nuevo juguete escuchando esos relatos y la verdad es que no sabía qué pensar de todo eso pero no tenía dudas de que aquel hombre era especial.
Cada vez que iba al pueblito La Esperanza las conversaciones terminaban en relatos de historias fantásticas vividas con ese hombre. No es que ellos quisieran hablar mucho de esas cosas pero cuando no era uno, era otro que sacaba el tema como quien no quiere la cosa y ahí comenzaba el “baile”; es decir, todos tenían algo para agregar. Historias nuevas, historias viejas.
Me entretenían estas visitas que realizaba al almacén.El hijo de don Raúl era quien más abría la boca ya que solía visitarlo a menudo junto con un par de amigos, incluyendo a Josecito, quien no recibía ni charqui ni vino pero sí un chocolate caliente que el cuerpo agradecía, expuesto como estaba a las bajas temperaturas de invierno de aquel lugar.
Así fue corriendo el tiempo y también los vientos, removiendo memorias, trayendo el mañana. Lo cierto es, sí, que aquél hombre hizo prosperar al pueblo y sacó de apuros a más de un parroquiano
Desde hacía años, gente de todas las edades y latitudes del planeta iba a visitarlo y poco a poco, en el espacio que rodeaba a su casa, fueron apareciendo nuevas construcciones simples pero tecnológicamente equipadas para telecomunicaciones, una antena parabólica se alcanzaba a ver detrás de una de ellas. Se levantaban cabañas, casas, una construcción de forma extraña.
Algunos decían que en ese lugar él habló por primera vez a la gente que se había acercado años atrás para escucharlo. Habló sobre el sufrimiento y cómo superarlo; alentó a lograr la paz interna y a llevársela a otros.
Algunas personas decían que allí había una gran energía y si uno ingresaba al lugar salía sintiéndose mejor, ¡hasta físicamente!, decían, pero esto último yo lo dudaba. Para mí, como para tantos otros, el lugar era una referencia en el camino, como un faro.
Recién volví a ver al Señor del Sí luego de muchos años, a la distancia solamente.Me encontraba en la ruta camino a otro pueblo de alta montaña y me detuve a la altura del lugar donde él aún mantenía en pié la pequeña casa.
Él estaba solo, parado sobre el montículo más alto de ese espacio. Erguido, con sus manos hacia atrás, mirando a la distancia y hacia arriba; el sol a sus espaldas, casi sobre su cabeza.
No podía ver su rostro, por supuesto, pero recordaba su mirada, la de aquella única vez en que nos encontramos cara a cara: pícara, bondadosa, penetrante, insondable.
Los cóndores empezaron a sobrevolar el lugar en donde él se encontraba. Dos, cinco, once, diecinueve; ¡diecinueve cóndores volando a baja altura!Mi corazón latía con fuerza ante esa maravilla y ¡pucha!, una lágrima rodó por mi mejilla. Jamás olvidaré aquella imagen imponente y sagrada.
Mis biznietos habían escuchado todo este extenso relato sin moverse, compenetrados en la historia. Luego, se despidieron pensativamente. Ellos habían nacido ya en el nuevo mundo.
Un relato había quedado oculto en la trastienda de mi memoria. Según comentaron un día los del pueblo, a este hombre se le había dado por pelear contra su sombra; parece que quería alejarse de ella, que dejara de acecharlo constantemente y andaba por ahí lidiando con ella.
Decían, además, que en el atardecer de un día, su sombra casi lo ahoga, cubriéndolo totalmente pero él supo cómo vencerla.
- ¿Pero están seguros de que peleaba con su sombra?, pregunté.
Esto me parecía casi demencial pero me intrigaba, alguna verdad debería haber en todo eso.
- Ajá, don, es así nomás, - alguien dijo.
- ¿y la sombra tapó todo su cuerpo?
- Y su cabeza también. Todo era una gran oscuridad. Luego él salió a la luz y ya no tuvo más sombra.
- ¿Usted lo vio? – pregunté incrédulo.
- Bueno, no, me lo han contado pero es como si lo hubiera visto con mis propios ojos – dijo Jacinto
- Yo lo he visto, don – dijo el Osco.
Todos clavamos la mirada en él. Que el Osco dijera eso, era palabra mayor y nos dispusimos a escucharlo atentamente.
-Iba con la mula a llevarle leña. Antes de pegar la vuelta cerca del río escuché que hablaba en voz alta con alguien. Creí que se iba a armar una trifulca.
La mula se echó y no quiso continuar, así que me quedé esperando.
Se vino la oscuridad y el silencio. Ni mi mula ni yo nos movíamos.
Después de un rato, sale él de su casa y al verme hace señas para que me acerque.
La mula entonces se levantó y al paso fuimos andando. No había nadie más en su casa; bueno, su casa es sólo una pieza chica.
Entré la leña y después de pagarme, sirviéndome el chocolate caliente, me dijo:
– Seguro que ha escuchado el griterío. No vaya a creer que peleaba con alguno; es que a veces uno habla en voz alta como si un amigo, o enemigo, lo estuviera acompañando.
- Ajá, le dije. - Bien sabía yo de eso porque la María lo hace todo el tiempo.
Con picardía en sus ojos agregó, - otros son hombres de pocas palabras y estas cosas no le suceden. Mientras tomamos el chocolate le voy a contar en qué andaba, pero dígame si prefiere el silencio.
- Soy bueno para escuchar – le dije – y ahí comenzó a contarme.
- Lo que le voy a contar no me ha sucedido sólo a mí. Desde que el hombre es hombre, se ha dado cuenta de que nació un día y otro morirá.
Entonces, se ha plantado frente a la muerte, a veces abatido, otras resentido o sin comprender, pero también rebelándose sabiamente y así fue abriendo la brecha, como se hace después de las nevadas, para que otros pudieran avanzar en el camino de la historia.
Hubo un momento en que dos senderos se abrieron frente a él: el sendero del sí y el sendero del no.
En ese mismo momento, la duda cubrió sus pensamientos, sus sentimientos y todo lo que hacía.
El sí creó todo aquello que hizo superar el sufrimiento.
El no aumentó el sufrimiento.
Y cada persona quedó atrapada en su interno sí y su interno no.
¿Qué hará el hombre para vencer a su sombra?
¿Se distraerá con cosas del momento para no verla, creyendo alejarse así de la muerte que acecha?
¿Tal vez la mirará a los ojos, con sus puños apretados para luchar contra ella violentamente?
Si lo que ha hecho progresar al ser humano ha sido su rebelión contra la muerte,
rebélate ahora contra la frustración y la venganza.
- Así me hablaba. Yo siempre había pensado que no servía de nada vengarse porque el corazón se ennegrecía.
Nos quedamos sin decir nada más.
Aunque no entendía del todo sus palabras, sentía algo bueno en mi pecho.
Hoy les cuento esto para que ustedes les digan a otros que vengarse no le hace bien a nadie y que hace falta no quedarse con rencores.
Más bien, mejor reconciliarse con el vecino, con la familia y con quien nos ha ofendido.
Entonces también ustedes sentirán algo grande y bueno como me pasó a mí.
Me quedé sentado en mi silla preferida pensando en este relato escondido, agradeciendo como todos los del pueblo, a aquél Señor.
Miraba las hojas otoñales esparcidas en el jardín.
El sol me regalaba sus últimos rayos de luz por entre los árboles, dándole un tinte especial a los amarillos, marrones y verdes de las hojas, desplegando su belleza.
Una cálida emoción surgió en mi pecho frente a los recuerdos y lo bello.
El cóndor apareció inesperadamente en los cielos con su vuelo fluido por un momento, para luego remontar raudamente hacia las alturas.
En ese instante, me pareció ver ya en la lejanía, la silueta del Señor del sí, montado sobre sus alas.
Norma Coronel - Buenos Aires, Julio del 2010
Extraído del muro de Juan Jose Castro en Facebook
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