¿Es correcta mi meditación? ¿Cuándo sólo haré progresos? Nunca lograré el nivel de mi maestro espiritual.
Haciendo malabares entre la esperanza y la duda, nuestra mente nunca está en paz.
Según como ande nuestro humor, un día practicaremos intensamente y nada en absoluto al siguiente.
Nos quedamos enganchados a las experiencias agradables que emergen del estado de calma mental, y deseamos abandonar la meditación cuando no podemos retrasar el flujo de los pensamientos.
Esta no es la manera apropiada de practicar.
Sea el estado que fuera de nuestros pensamientos, debemos dedicarnos con constancia a la práctica regular, día tras día; observando el movimiento de nuestros pensamientos y de nuevo remontarlos a su fuente.
No debemos creer que inmediatamente seremos capaces de mantener el flujo de nuestra concentración día y noche.
Cuando comencemos a meditar en la naturaleza de la mente es preferible hacer sesiones cortas de meditación, varias veces al día.
Con perseverancia, realizaremos progresivamente la naturaleza de nuestra mente, y esa realización llegará a ser más estable.
En esta etapa, los pensamientos perderán su poder de disturbarnos y dominarnos.
La vacuidad, la naturaleza última del Dharmakaya, el Cuerpo Absoluto, no es la simple inexistencia.
Ella posee intrínsecamente la facultad de conocer todos los fenómenos.
Esta facultad es el aspecto luminoso o cognoscitivo del Dharmakaya, cuya manifestación es espontánea.
El Dharmakaya no es el producto de causas y de condiciones; es la naturaleza original de la mente.
El reconocimiento de esta naturaleza primordial se parece al levante del sol de la sabiduría en la noche de la ignorancia: la oscuridad se disipa inmediatamente.
La claridad del Dharmakaya no crece ni disminuye como la luna; es como la luz inmutable que brilla en el centro del sol.
Cada vez que las nubes se agrupan, la naturaleza del cielo no se corrompe, y cuando se dispersan, ella no se mejora. El cielo no disminuye ni resulta más amplio. No cambia.
Igual es con la naturaleza de la mente: no resulta estropeada por la llegada de pensamientos; ni mejorada por su desaparición.
La naturaleza de la mente es vacuidad; su expresión es claridad.
Estos dos aspectos son esencialmente imágenes sencillas diseñadas para indicar las diversas modalidades de la mente.
Sería inútil unir a la vez en uno mismo la noción de vacío y luego la de claridad, como si fueran entidades independientes.
La naturaleza última de la mente está más allá de todos los conceptos, de todas las definiciones y de toda fragmentación.
‘¡Puedo caminar en las nubes!' dice un niño. Pero si él alcanzara las nubes, se encontraría con que no hay donde asentar sus pies.
Asimismo, si uno no examina los pensamientos, ellos presentan una sólida apariencia; pero si uno los examina, no hay nada allí.
Eso es lo que se llama ser al mismo tiempo vacuidad y apariencia.
La vacuidad de la mente no es nada, ni un estado de aletargamiento, porque posee por naturaleza una facultad luminosa de conocimiento que se llama Conciencia.
Estos dos aspectos, vacuidad y conciencia, no pueden ser separados.
Son esencialmente uno, como la superficie del espejo y la imagen que se refleja en él.
Los pensamientos se manifiestan dentro de la vacuidad y se reabsorben en ella tal como un rostro aparece y desaparece en un espejo; el rostro nunca ha estado en el espejo, y cuando deja de estar reflejado en él, no ha dejado realmente de existir.
El espejo en sí mismo nunca ha cambiado.
Así pues, antes de iniciar el camino espiritual, permanecemos en el llamado estado ‘impuro’ del samsara, el que, en apariencia, es gobernado por la ignorancia.
Cuando nos comprometemos en este camino, cruzamos un estado donde se mezclan la ignorancia y la sabiduría.
Al final, en el momento de la iluminación, solamente existe la sabiduría pura.
Pero a lo largo de todo este viaje espiritual, aunque hay una apariencia de transformación, la naturaleza de la mente nunca ha cambiado:
no fue corrompida al entrar en el camino y no fue mejorada en el momento de la realización.
Las cualidades infinitas e indescriptibles de la sabiduría primordial ‘el verdadero nirvana' son inherentes en nuestra mente.
No es necesario crearlos, para elaborar algo nuevo.
La realización espiritual solamente sirve para revelarlos con la purificación, que es el camino. Finalmente, si uno las considera desde un último punto de vista, estas cualidades son ellas mismas solo vacuidad.
Así el samsara es vacuidad, el nirvana es vacuidad y, por lo tanto, uno no es el ‘malo' ni lo otro `bueno'.
La persona que ha realizado la naturaleza de la mente es libre desde el impulso de rechazo al samsara y el logro del nirvana.
Es como un jovencito que contempla el mundo con inocente simplicidad, sin conceptos de belleza o de fealdad, bueno o malvado.
Él no es más presa de tendencias que están en conflicto, de la fuente de deseos o de aversiones.
No responde a ningún propósito el preocuparse de las irrupciones de la vida cotidiana, como otro niño que goza con la construcción de un castillo de arena, y llora cuando se derrumba.
Vea cómo los seres infantiles enfrentan las dificultades, como una mariposa que cae en la llama de una lámpara, para apropiarse de lo que codicia, y conseguir librarse de lo que odia.
Es mejor dejar la carga que traer con uno todos estos agregados imaginarios.
El estado de Buddha contiene en sí mismo cinco ‘cuerpos’ o aspectos de la Budeidad:
el Cuerpo Manifestado, el Cuerpo del Perfecto Gozo, el Cuerpo Absoluto, el Cuerpo Esencial y el Cuerpo de Diamante Inmutable.
Éstos no deben ser buscados fuera de nosotros: son inseparables de nuestro ser, de nuestra mente.
Tan pronto como hayamos reconocido esta presencia, se termina con la confusión.
No tenemos ninguna otra necesidad de buscar la iluminación afuera.
El navegante que desembarca en una isla hecha enteramente de oro fino, no encontrará una sola pepita, no importa cómo la busque arduamente.
Debemos entender que todas las cualidades de Buddha han existido siempre intrínsecamente en nuestro ser...".