El maestro regaló a la asamblea de sus discípulos un pastel mágico, del que se podía comer tanto cuanto se deseara, sin que por ello menguara en sus dimensiones.
La condición era comer una sola vez al día.
Ese presente dio el maestro, al emprender un largo viaje y para evitar problemas menores a la comunidad de monjes.
Un primer discípulo probó el pastel y quedó maravillado por el sabor exquisito.
Pero a poco de saciarse, comenzó a imaginar la ración del día siguiente.
Así, de día en día su obsesión fue creciendo.
Tan intolerable se hizo aquello que decidió poner termino a la situación comiendo una porción tal que su deseo quedara satisfecho hasta la ración siguiente.
Pero todo terminó con una indigestión tan tremenda que lo llevó al borde de la muerte.
En recuerdo de aquello, se colocó en el frente del monasterio una placa con la siguiente inscripción:
"Sufre el que busca y el que desea conservar".
Un segundo discípulo tomando en cuenta lo sucedido no quiso probar al principio del pastel, no obstante su gran deseo.
Se había dicho que el placer llevaba al dolor y que, por tanto, para no sufrir no había tampoco que gozar.
Una cosa llevaba a la otra según probaba la experiencia.
Pero sucedió no obstante que diariamente el asceta imaginaba montañas de pasteles sin poder probar un solo bocado.
A veces, al dormir, enormes pasteles poblaban sus sueños y despertaba sobresaltado como alguien que es mordido por una de las grandes hormigas solitarias.
En fin, que para evitar mayores sufrimientos, un día probó un trozo del maravilloso alimento, logrando con esto traicionar sus convicciones y además, aumentar la obsesión.
En el frente del monasterio se fijó una segunda placa que decía:
"El pecado no esta en el pastel ni en la barriga, sino en lo que se sueña y piensa por arriba".
Finalmente, un tercer discípulo se preguntó por las tareas que había encomendado el maestro antes de la partida. Vio que el monasterio y la chacra y los animales habían quedado descuidados, que las diversas opiniones en torno al asunto del pastel habían dividido a la comunidad.
Y entonces, empezó a hacerse cargo de todo antes del regreso del maestro.
Mientras ponía orden en uno de los recintos, encontró el motivo del escándalo. Se detuvo un momento, cortó un buen trozo y lo saboreó lentamente.
Luego, se olvidó del asunto tan atareado como estaba con el trabajo del monasterio.
Al regresar el maestro, se encontró con los dos carteles en la entrada de la casona y pidió que se le explicara todo aquello.
Esto motivó que el maestro se deshiciera del pastel.
Luego dijo: "Se ha cometido una gran injusticia. Poned una tercera placa que proclame:
El exceso de un tonto fuerte y el ascetismo de un docto débil, llevan al mismo resultado.
Para el santo es el trozo, que tanto problema deja al codicioso".
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