Introducción
Vamos a exponer a vuestra consideración un mito, es decir, examinaremos un texto simbólico, muy parecido a una parábola.
Se trata de una narración alegórica, que da a entender una cosa explicando otra.
Todo mito lleva escondido bajo su piel un sentido diverso al que literalmente expresan las palabras que lo componen.
El término mito deriva del concepto griego de Silencio.
El simbolismo es el lenguaje del silencio, se refiere a experiencias no asibles mediante el lenguaje ordinario. Sugiere lo inexpresable.
En el mito se dice otra cosa de lo que parece que se dice. Guarda silencio al mismo tiempo que habla.
El mito teje en soterrada expresión: el lenguaje, el pensamiento y la acción de la tradición Iniciática, cuyo contenido escapa a los que sólo se nutren de lo literal.
El Maestro esenio Jesús utilizó la parábola, que es similar al mito, y dijo que la utilizaba con aquellos que están afuera (profanos):
"Yo les hablo en parábolas, de manera que viendo no vean y que escuchando no entiendan, porque solo aprehenden lo literal y no son aptos para captar lo inexpresable".
De esta suerte, el contenido secreto de este mito, proveniente de la gozosa tierra del Pan y Dionisios, nos habla, quedo al oído, del constante pulir de nuestra piedra bruta, pues aquél que domina, paso a paso, su parte obscurecida, despeja las vías por donde accede el saber de la verdadera Maestría.
Es tal la profundidad y altura tanto del curso como del desenlace de este Mito, que sería deseable aspirar a una interpretación iluminada que sea capaz de aludir a la real esencia de lo escondido que se insinúa de soslayo en su contenido.
Los Trabajos de Hércules describen crudamente los estados distorsionados del hombre y de la mujer, quienes en su desconocimiento de dónde vienen, quienes son y a dónde se dirigen, son hoja en el viento, nautas sin dirección ni norte, carente de almadía o barco de paso, y perdidos en gélidas y obscuras aguas.
Estamos representados en cada sección del Mito, allí se resalta grotesca la parte oscurecida de nosotros mismos, la que no hemos percibido por nuestro propio esfuerzo y que el análisis del escrito que exponemos, puede desenmascarar.
La reflexión sobre las aventuras y desventuras de Heracles, que constituyen experiencias antiquísimas y permanentemente reeditadas en nuestro ser, nos guían para aprehender lo más íntimo de nosotros, y avizorar la huella que debemos recorrer con paso más seguro para arribar al puerto de la Luz.
Estos Mitos, examinados al trasluz, te darán a conocer al Hércules que alienta en tus entrañas y que, hasta hogaño, no le has dejado combatir en ti.
Si el Mito simboliza tus estados de conciencia, desde ahora descubre que eres tú el principal actor de esta leyenda.
Tu sabes que el fruto de luz que posees lo has logrado trabajando, de sol a sol, tu propia materia. Sabes igualmente que no puedes transferir tu experiencia viva a terceros, puesto que la has logrado arrancando lo superfluo de tu propia tierra, para que tu heredad madure en oro puro.
Estos trabajos hablan de ese quehacer tan propio e individual.
Esta no es una simple exposición. Es el desafío que te reta a conocer de las efervescencias y subversiones de tu sangre, como del marasmo de tu voluntad y la insoslayable ley del imperio de lo claro sobre lo oscuro.
El mismo Hércules, sus trabajos, el entrechocar de fuerzas horrísonas, monstruos, forestas, bosques malsanos e infectos, son aspectos vivos de tu ser, así como también tú eres Mazo, Cincel y Piedra. Este mito habla de tus esfuerzos, de tus luchas, y vencimientos, para ascender por la espiral de la Luz Superior.
Cierra tus párpados y abre los ojos de la imaginación. Revive al Hércules que llevas dentro y acompáñale en esta secuencia heroica de la cual tú eres el verdadero autor y protagonista.
1. - El león de Nemea
La limpidez del alba despeja las tinieblas y ya Hércules camina bajo el radioso sol griego que se quiebra en la blanca roca y tiñe de tonos violáceos las sombras.
El Titán embriagado de luz y horizontes va a medirse con el León de Nemea, bestia feroz, devoradora de hombres y ganado, que se oculta en el bosque de la Argólida.
Ya el héroe se aproxima, y cuando bordea el boscaje, todo: Luz, aire, llanuras y montes pierden de cuajo su armonía placida.
Tan solo el asentar la planta en la hosca espesura hace sentir, sin transición, un frío súbito, que cala hasta la médula, como el de la alta cordillera al tiempo del ocaso. Atrás queda el día exuberante de colores y aromas, Hércules ya se interna en la maraña espesa, en el matorral húmedo, de espinas cáusticas, entorno fétido y pegajoso.
En parte de la agreste floresta, la maleza se ha dejado crecer hasta conformar añosos y defectuosos árboles, casi imposibles de desarraigar, símbolo del pequeño defecto que nos toleramos en el pasado, y ahora, desmesurado, nos plasta y agobia innecesariamente.
Ese bosque verdinegro y siniestro es la efigie palpitante de tu naturaleza obscura.
Es la maraña ponzoñosa y espesa de aquella parte no cincelada de tu piedra bruta, el acicate de todo pensamiento y acción innoble.
Esa espesura amenazadora se nutre de todo pensamiento torvo, desequilibrado, descompasado e involutivo, alimento permanente que torna al bosque en eterno y al león de Nemea en casi invencible.
Hércules hace un parangón entre ese bosque y su persona, y se dice:
¿Esa enredada selva representa mis propias entrañas? ¿De qué materia estoy hecho? ¿Porqué es preciso que dependa de mi piedra bruta y vil para ascender espiritualmente? ¿Porqué debo modificarla sin sentir repugnancia por su aspecto duro, insoluble, su olor infecto, su coloración negra y sus jirones sórdidos?
¿Porqué ésta, mi materia, aún tan imperfecta, es el material reservado por la Divinidad para sus elegidos? ¿Porqué en su basto y torpe contenido, efectivamente encuentro todo lo que desean hallar los filósofos? ¿Porqué esta masa informe hecha de tinieblas y de luz, de mal y de bien, mezclados en la peor de las confusiones que aparentemente nada contiene, encuentro los medios de mi propia superación?
Hércules avistó a la fiera pronta a saltar sobre él. Sintió intuitivamente que ese bruto representaba lo perverso que anida en todo hombre. Es lo instintivo. Es la irrupción de las ambiciones injustas y atropelladoras, es la fuerza ancestral no dominada, que tuerce el accionar de las personas y las prende a sus sentidos inferiores.
Cada ser humano lleva agazapada dentro de sí la fiera de Nemea, y mientras no lo acepte y asuma, no podrá realizar un trabajo de limpieza ética y espiritual en sí mismo, pues ese monstruo le exige ser alimentado con permanentes sensaciones fuertes y negativas, que le obligan a generarlas, una y otra vez, cuando se ha dejado subyugar por ese poder tiránico.
Hércules tiende su mano hacia su carcaj, y dispara sus certeras saetas, que rasgando el aire, dan de pleno en el pelaje del León de Nemea, más rozando esa piel, los dardos ruedan al suelo. Seguidamente blande su pesada maza y la descarga sobre la soberbia cabeza del león, la clava se disgrega en mil pedazos.
Ninguna arma es suficiente. Quien espera encontrar esa fuerza liberadora fuera de sí, da más impulso a la fiereza y poder de la bestia.
Por otra parte, quien neciamente disipa su fuerza en el placer vano y emaciador, divide y debilita sus energías y no puede desalojar sus actos errados.
Hércules vence al León de Nemea en la única forma posible, le estrecha y estrangula con sus manos, privándole de su aire nauseabundo. El iniciado también ha de cortar de raíz el fluir emocional y mental descompasados que le avasallan, y le hacen conocer la ansiedad y el dolor de saberse incapaz de acciones nobles y enaltecidas.
Al liberarse el Héroe del dominio de sus sentidos y alcanzar la ausencia de deseos incontrolados, sobrepasa lo postizo y la artificial atracción retentiva y paralizadora de lo inferior, comprendiendo que existe un mundo diverso, digno de conocerse mediante una superior percepción.
El luchador que hay en nosotros ha vencido la bestia interior, que se ha diluido para reaparecer en la forma de la Hidra de Lerma.
2. La hidra de Lerma
Cada testa enhiesta y babeante representa a las fuerzas oscuras y poderosas que interpenetran y ahogan al mundo, las que renacen, una y otra vez, nutridas por el erróneo actuar de los hombres, que se enredan, desorientan y trastabillan en los grilletes de sus propias limitaciones.
Hércules y su amigo Iolas desafían a la bestia. La broncínea y pesada espada del titán ejecuta vertiginosos molinetes y las cabezas caen y se deshacen en el suelo rocoso, para renacer duplicadas en los cuellos cercenados.
Iolas, provisto de una tea de fulgurante fuego Iniciático, chamusca los cuellos mutilados, en tanto son cortados, para evitar el resurgimiento de cabezas en progresión geométrica. Así, la portentosa serpiente es finalmente abatida.
Iolas, el camarada de Hércules, representa a la Luz de Oriente que con su toque, transmuta el mal en bien.
En este relato, cada deseo escondido y torvo representa una monstruosa cabeza que debe ser cercenada de raíz, mediante la absorción mercurial, y la posterior formación del oro secreto de los Filósofos.
Al situarse perseverante en lo intrínsecamente benéfico, el buscador de la Verdad acumulará en sí potente energía interna, que no será vampirizada por las cabezas de hidra, las que, a su vez, privadas de su nutrición malsana, podrán ser extirpadas.
Antes que se conozca la luz no hay un verdadero y real conocimiento de la oscuridad, y cuando se está en la obscuridad se desconoce cual ha de ser el comienzo de la verdadera Luz.
De similar dureza es el proceso que el hombre debe librar para desarraigarse de la pétrea y falsa piel que envuelve a sus sentidos.
Otros mitos y leyendas aseveran que la Naturaleza es un pulimentado espejo de dos caras. Una facie refleja lo exclusivamente material, la otra, lo enaltecido.
Todo pensamiento profano, o cabeza de hidra, arrastra a la contemplación exclusiva de la superficie que refleja a la materia sin espíritu, para forzar al caminante a nutrirse de piltrafas, ignorándose la otra luna, que proyecta la refulgencia del principio de Luz y Sabiduría.
Si se desconoce el proceso Iniciático y liberador, ha de ser la fuerza descontrolada la que imponga su impronta o sello en las funciones físicas, emocionales y mentales de la personalidad, centrando todo el quehacer de la maquina humana, en la persecución de lo ilusorio y destructor. Tal situación dará origen al brote de innúmeras cabezas de Hidra, y cuando, careciendo de la Luz de Iolas o Alkahest, se trate de destruir tan sólo una de ellas, tal será su poder hacia el mal que renacerá doblada y con mayor peligrosidad.
Desde siempre se ha reconocido que el hombre cultiva aceradas cadenas que atenazan su mente y corazón, y quien así esté aherrojado permanecerá esclavo, aunque sea rey.
Para desarraigar estas tendencias altamente negativas, es menester admitir que ellas se han adueñado de nuestra personalidad, y, con ello, hacerla aflorar a la superficie para enfrentarla y quitarle la fuerza que graciosamente le hemos entregado, y destruirla.
No todos los seres tienen la misma disposición y tesón para encausarse hacia lo elevado y, por otra parte, lo que es benéfico y propicio para unos, no lo es para otros. Por ello, toda enseñanza, toda iniciación es meramente virtual, y quienes carezcan de interés permanecerán adormidos, y no se nutrirán de ella quienes, con separatividad y egoísmo, las cultivan, sin compartir lo aprendido con sus hermanos preparados para recibirla.
El sincero buscador de verdad, incursionará en su mente y evidenciará que su quehacer cotidiano es dirigido por principios alternadamente ciertos y alternadamente falsos; conocerá con detalle a cada una de las intenciones que bullen dentro de él, conocerá con minucia cada impulso y acción gestados en su mundo interior.
Entenderá que si permite que sus bajos sentidos dirijan su mente, su pensar menguará en claridad y claudicará en acciones obscurecidas y, entonces, cada cabeza de Hidra, o pensamiento entenebrecido, irá desmedrando su fuerza hasta convertirlo en un muñeco mecánico de poderosa fachada.
Destruir las cabezas de la Hidra del Lerna equivale a comprometerse a cercenar la cabeza de todo pensamiento innoble, aplastándolo con una dialéctica que se fundamente en el adecuado opuesto iluminador.
3. El jabalí de Herimanto
El Jabalí de Herimanto simboliza al monstruo que se agazapa detrás de nuestra mente, desde donde desestabiliza los valores superiores a los que debemos prendernos.
La fiera, tozuda e hiperquinética, se esconde en el enmarañado bosque de las emociones e imágenes mentales desatadas, desde donde solapadamente induce al error y oculta su garra, para inculpar al hombre de su actuar devastador.
El bruto se alimenta de los sentidos arrebañados, propios del hombre descentrado que es el incompetente pastor de sus percepciones, y no advierte que con el gran enredo de su precaria vida confecciona su propia trampa.
¿Podemos cazar este monstruo, sin antes reconocer que ocupa un lugar privilegiado en nuestras vidas? No puede ser reconocido, sin que antes se acepte que lo que realizamos para sí y los demás, se hace artificialmente en una continua maraña de engaños.
Para desenmascarar al Jabalí de Herimanto se deben cuestionar todos aquellos efectos que se producen y arraigan en nosotros, cada vez que nos dejamos dirigir y vencer por esa fuerza negativa.
Tras muchas experiencias y errores, paulatinamente advertiremos que esa innoble tendencia anida en nuestro ser. Con posterioridad a este reconocimiento, el jabalí, como señala el mito, comienza a blanquear.
La captura del Jabalí de Herimanto, implica tanto del dominio de las tendencias inferiores, como la adecuada utilización de nuestras superiores facultades.
Cuando Hércules vence a la fiera, encuentra su centro y se transforma en un ser realmente vivo, señor y dueño de sus resultados.
4. La cierva con patas de bronce, de Arcadia
Hércules emprende la caza de la cierva que corre por las lomas y valles de Arcadia.
Este animal se caracteriza por su cornamenta de oro y sus patas de bronce.
Esta indómita cierva es presa de un movimiento constante, alentada por su mente desbocada e incoercible, sólo un avezado cazador puede intentar batirla y salir triunfante en la empresa.
Sus grandes cuernos de oro indican la posibilidad de elevar la materia mediante la luz Iniciática, o Mercurio Divinizador de los masones del medievo.
La constitución broncínea de sus extremidades, alude a la impureza de su materia endurecida e impenetrable, refractaria a toda irradiación ennoblecedora que pueda amasarla, ablandarla y depurarla. Ese bronce representa a la parte impura que atrae más impureza.
El arte de la caza requiere sigilo, audacia, y valentía, requisitos no susceptibles de ser desarrollados por todos. Sólo aquél que se hace invisible, incluso para sí mismo, y silencia su sonido desarmónico, puede despertar pausadamente sus verdaderos sentidos adormecidos, y devenir en un buen cazador.
Con todo, no es fácil aceptar que la guerra se desarrolla dentro de uno mismo, y no se libra en el exterior, y que el verdadero guerrero es tal cuando es un vencedor de sí.
Muchas serán nuestras pendencias y enfrentamientos exteriores, antes que advirtamos que el único enemigo es el obscuro y artificial mecanismo que nos envuelve.
Así, ¡Tú, Oh buscador! No oses acercarte a la luz contendiendo con aquellos que hacen tu mismo camino. Vence a tu propio ejército, esa hueste salvaje que no apaga su sed de eterna lucha.
Cambia la posición de tu escudo, y defiéndete de ti mismo, entonces aprenderás a ser un buen cazador.
Si tu reacción animal está muy viva, reconócela, hazte responsable de ella y derrótala. En ese vencimiento radica el verdadero encanto o hechizo que no necesita palabras. Es la acción de tu Maestro interno que vela porque se cumpla la ley Iniciática.
5. Los pájaros de Estínfalo
Los pájaros de Estínfalo representan a todos los vicios que envilecen al hombre y la mujer, y hacen de su cuerpo, tierra o materia, un pozo ennegrecido que hiede a pestilencias.
En ese centro obscurecido se idean y desarrollan las más bajas e innobles pasiones y con sus hedores putrefactos arrastran al hombre a adherirse con más intensidad a sus lacras.
El vicioso, familiarizado con sus bajas disposiciones, no se siente ni rebajado, ni corrupto, porque al aceptar su erróneo proceder, se ha privado de su fuerza discriminatoria y como después de complacerse en sus bajas costumbres, se siente débil, vuelve una y otra vez a hundirse en sus vicios.
Para el necio esa es una forma de reponer sus fuerzas menguadas, pero ese actuar es artificial y engañoso, porque mientras más reitera esa acción, el placer que le envuelve temporalmente le consume y transforma en un ente, haciendo de su vida un permanente estado de penumbras, cuya influencia extravasa su propio cuerpo, infectando a otras tierras, pudriendo a las buenas semillas.
El degenerado, con sus hedores, infecta, en primer término sus propias aguas, que simbolizan el estanque de su emocionalidad, donde finalmente se bañan todos sus actos. Y ese espejo de aguas estancas y cenagosas es donde habrá de observar todas las miserias que porta.
En efecto, aquellos que logran separarse de su autoengaño, recién pueden observar las múltiples excrecencias que flotan cubriendo la superficie de su propio lago.
¿Quién conoce del propio lago sus profundidades y contenidos?
Las alas y patas de bronce que en forma de garfios guarnecen a los pájaros de Estínfalo, tienen por fin atacar a hombres y animales, cuyos restos dispersan, y simbolizan a la parte lujuriosa de la materia, que se ha endurecido, trocándose en un frío metal, del cual emana una substancia pegajosa y mal oliente que impregna por igual a la Naturaleza, al hombre y animales, infectado toda materia sensible.
Cuando se evidencia la presencia de este mundo ciego, donde todos sus hilos y tramas se han enredado y anudado, se comprende cuan efímero es el poder que sostiene a los deseos incontrolados.
Desde ese instante de discernimiento, se puede empezar a romper el hechizo que nos engaña, y esos poderosos pájaros de Estínfalo comenzarán a retirarse.
Sin embargo, es sencillo decirlo y muy dificultoso realizarlo, pues quien ha comprobado el vacío que lleva dentro y que también le rodea, queda oscilante e indeciso, y esa condición dificulta el llegar a la propia Luz, que le eleve, y le hile con cuerdas brillantes, dando lugar a un cuerpo luminoso, superpuesto al actual, para que desde allí surjan las saetas y dardos que rompan el artificial y negruzco esquema que le comprime.
6. El Minotauro de Creta
Minos, rey de la isla de Creta, ebrio de poder y ostentación, extraviado de sí, impetra del Dios Neptuno un obsequio de incalculable precio, para dedicarlo a ensalzar a ese mismo Dios, sin advertir que sólo busca su propio endiosamiento.
Se sella el pacto entre la realeza y la divinidad. Las ondas del mar Egeo, impulsan hacia la playa y depositan a los pies del enajenado monarca, un portentoso, colosal y formidable toro, de una magnificencia nunca vista en esa región.
Un a vez a solas con la bestia, más pudo en Minos su quemante deseo de posesión que el cumplimiento de la promesa empeñada. Se apoderó de la soberbia presea y, mañosamente, la sustituyó por un rumiante maltrecho, flaco y raquítico, que sacrificó a Neptuno con el más esplendente de los rituales.
Airado el burlado Dios, insufló en la bestia subsistente, desatadas furias que posteriormente debió sofrenar Hércules, el Titán.
Es este es el drama que atenaza al Minos que todos llevamos dentro.
Anhelante de notoriedad, esboza en las cenagosas aguas de su mente, la imagen de una disparatada y egoísta quimera, que saborea, adoba y manipula mil veces desde mil perspectivas diversas, situándose siempre en el centro de ese sueño alucinante, como el redentor de los mundos, sin advertir lo artificioso de esa maquinara de ensoñación y espejismo.
Con esa torpe acción Minos ya ha desatado el ciego e ineluctable mecanismo de Causa y Efecto. Ha quebrantado la ley natural del debido equilibrio, que es fluctuante, vivo y no estático, y debe atenerse a las consecuencias.
Como todo insensato que emplea su fuerza en la exclusiva satisfacción de innobles deseos, es atraído hacia el mundo ilusorio de las sombras que el mismo crea. Es un ciego incapaz de aquilatarse con justeza, ni de distinguir la resultancia de sus desatinos. Es un necio que sacrifica su existencia a un fin falso, enfermizo y escuálido.
Queda prisionero, subyugado por la misma forma mental que ideó, ya no es más su dueño, sino el mesonero que, con su vida da vida a esa creación anómala, se torna en su prisionero, atribuyéndole cualidades tan artificiales como falsa es su creación.
Al adherirse a la humareda caótica que el mismo ha desatado, se quema y es reducido a escorias, condición que le fuerza a desencadenar tempestades, al menor atisbo de una voluntad que contradiga sus disparatados designios. Ha creado su personal infierno.
La presencia rectificadora de Hércules, simboliza el poder de la verdadera Fuerza, que actúa desde los niveles superiores del intelecto, y desde allí domina nuestras expresiones inferiores, que se doblegan ante lo puro y correcto.
El triunfo sobre el minotauro de Creta, implica el logro de un estado de conciencia que se simboliza por la unión de la propia luz con la flama que proviene del Oriente. Es la amalgama de la Mónada pitagórica o chispa divina con la Luz del Grande Arquitecto, cuyo efecto y producto se proyectará en la futura acción que emprenda el iniciado.
No obstante, si poseyendo tal estado de comprensión, se persiste en reiterar pensamientos, emociones y actos ya superados, toda acción ha de degenerar en el uso incorrecto de la fuerza otorgada.
7. Las yeguas de Diómedes
Diómedes es el poseedor de un hato de yeguas indómitas y feroces, que resoplando con estruendo, arrojan fuego por las fauces. Representan las tenebrosas fuerzas del Caos cuando dominan la mente de los hombres débiles.
Son las incontroladas energías de elevada violencia, que se nutren de la abulia y del desaliento de aquellos que persisten en entregarse y ser dirigidos por las bajas pasiones, la lujuria, el orgullo o el desmedido anhelo de poder.
La estrategia de Hércules consiste en atacar y destruir la raíz misma del mal que da vida a la soberbia desenfrenada de los hombres, representada, en este caso, por Diómedes. El cadáver de Diómedes es devorado por sus propias bestias, pues en el sector de las energías desordenadas y contrapuestas, no existe la solidaridad entre sus componentes, y a falta de un enemigo común que las aglutine y les ofrezca una dirección, se destrozan unas con otras.
Dominar las yeguas de Diómedes significa liberase del deseo que consume. Es el desasirse de la pesada carga que se ha acumulado, atizada por obscuros devaneos y desvelos, que concluirá por aniquilar a su autor.
8. El cinturón de Hipólita, reina de las Amazonas
Hércules captura a Hipólita, reina de las amazonas, arrebatándole su cinturón, que obsequia a Admeta, sobrina del Titán.
Las amazonas, mujeres de raza guerrera, representan a la potencia femenina, a la matriz que debe ser interpenetrada por la energía del Grande Arquitecto del Universo, e inseminada por la energía masculina, para lograr la multiplicación de las formas físicas.
La fuerza femenina es, también, representada por la tierra que se prepara mediante ciclos para ser depurada, y ciclos para ser fecundada por la fuerza solar o masculina que ha de depositar en ella su simiente.
La energía femenina depende absolutamente de la energía masculina, porque ésta conforma una parte integrante y activa de su propia función.
La Naturaleza misma establece períodos de atracción en que lo masculino y lo femenino se aproximan, se aceptan y se amalgaman, dando lugar a la multiplicación de las formas físicas.
Necesariamente ambas energías son diferentes entre sí, la una desarrolla lo masculino, la otra lo femenino, no obstante ello, cada energía lleva oculto en sí el complemento contrario no desarrollado.
No obstante lo anterior, en este caso, las fuerzas femeninas errónea e inmaduramente se manifiestan en forma separada, autónoma, repeliendo todo contacto con lo masculino. Tal actitud desequilibra todo el proceso natural, toda vez que lo femenino es requerido por lo masculino para alcanzar un estado superior. Esa separación arbitraria es contraria a la evolución.
Con todo, dentro de ese aislamiento antinatural, las fuerzas femeninas desarrollan hasta cierto punto su aspecto netamente femenil, en cuanto a amplitud y potencia, vale decir alcanzan pequeños logros representados por su adiestramiento en el arte de la arquería y el arte de la equitación, pero, en definitiva, ambas fuerzas no pueden actuar separadamente.
El hecho que las amazonas ignoren voluntariamente el polo contrario y complementario de su naturaleza, las desequilibra y pierden parte de la potencia del combustible que las mueve, distorsionando la necesaria asimilación de la fuerza masculina que las completa.
La circunstancia que las amazonas se vistan con pieles de fiera, indica que la separación que caracteriza su actuar errado, tiene un cariz rebelde, plasmándose en deseos bestiales que las aniquilan, consumidas por su naturaleza inferior.
Hércules debió luchar contra las amazonas para suprimir la separación impuesta por ellas, y unificar en un todo al polo masculino y femenino, para elevar lo viril y lo femenil a un alto estado de armonización.
9. La limpieza de los establos de Augias
Augias, rey de Elida, poseía más de 3.000 bueyes, que permanecían en establos inmundos, y no aseados por más de 30 años.
Se encomendó a Hércules que limpiara tal muladar, a cambio de la recompensa de 300 bueyes.
La montaña de estiércol encostrada en esas cuadras, representa lo innoble que se anida muy a sus anchas en nosotros, y que no se evidencia mientras no sea tocado en sus intereses por una fuerza contraria y elevada.
Hércules sabía que nada puede ser limpiado sin antes encausar hacia la inmundicia o fiemo la corriente capaz de depurarla. Es decir, para cambiar el contenido de lo obscurecido, que hasta el presente ha extraviado al discípulo buscador de verdad, impulsándolo por derroteros contrarios a sus propósitos, es preciso empaparlo con esa luz de Oriente, que queme, funda, y limpie su detritus, tal como lo haría el impetuoso caudal del río Alfea, que Hércules desvió para perforar las gruesas murallas de los establos de Augias y arrastrar la inmundicia.
El hombre común reproduce un estilo de vida reiterativo, que automáticamente copia de su entorno, fincando en este subproducto su eventual desarrollo. Resulta inevitable, entonces, que este hombre autómata descubra, cuando ya ha recorrido cierta etapa de su vida, que lo que ha aprendido ha sido la enseñanza desgajada de un programa artificial y maquinal, que infló sus cáscaras de vanidad y orgullo. Allí, en esa superficie vana, están aposentados y pastando los tres mil animales vivos de los establos de Augias.
Estas 3.000 bestias se nutren de su mesonero, el hombre robótico, de él extraen las energías suficientes para dar nacimiento a rotativas formas emocionales y mentales de pesada estructura, a sensaciones que, vividas por el hombre, entregan a estos parásitos el contenido obscurecido que les alimenta y les permite dirigir a este hombre dormido. Este durmiente, privado de la luz, se forma una falsa personalidad que detiene su proceso de elevación y veraz conexión con los planos superiores.
Una vez que el aprendiz ha atenuado la atenazante tenebrosidad de su ser inferior, está en condiciones de avanzar hacia su ser interno, y se hace apto para atraer la superior luminosidad de Oriente. Despertará sus fuerzas adormidas y hará circular en sus entrañas el oro líquido que disolverá cada mole que entorpece la natural eclosión y fluidez de su esencia escondida.
10. Los bueyes de Gerión
Gerión, el poseedor de un formidable hato de bueyes rojos y salvajes, tiene tres cuerpos y pasa por ser el hombre más fornido del lugar.
Su rebaño de bestias es vigilado por un perro de dos cabezas y un dragón de siete bocas.
Sus tres cuerpos, representan nuestros tres campos de expresión: físico, emocional y mental que, en el caso de Gerión, evidencian una actividad simultáneamente descordinada y contrapuesta, e inconsciente de su accionar, por carecer de un poder superior y armonizador que los guíe.
En el aprendiz muchas son las experiencias a que deberá someterse, antes que sus tres cuerpos se unifiquen y tomen un ritmo que frene la impulsiva negatividad que los activa y altera.
Para lograr una serena y equilibrada maestría, es necesario someter a permanente juicio el artificioso actuar de nuestra materia, expresada a través de esos tres vehículos: El físico, el emocional y el mental.
Es posible, dicen los maestros del pasado, obtener ese dominio pues cada uno de esos vehículos o cuerpos tendrían su símil o contraparte en la región Oriental, a guisa de arquetipos. En esa forma la naturaleza inferior se enlaza con la Naturaleza superior, la que penetra hasta el fondo de cada ser, para revivir su esencia escondida.
El camino de perfección es posible por la comunicación que existe entre Oriente y Occidente. Del Levante emerge la llama invisible que incrementa toda fuerza viviente, es un rayo de luz que interpenetra y traspasa a toda manifestación de vida. La amalgama de este Oriente y ese Occidente conforma el escondido procedimiento donde se entrelazan, fusionan y circulan permanentemente innumeras fuerzas destinadas a construir el Templo Universal.
En otro orden de consideraciones, el rebaño de feroces bueyes rojos, representa a la multitud de incoherentes acciones que distorsiona y tuerce el quehacer del hombre, enturbiando el agua de sus sentidos que, engañados, concluyen por enredarse en acciones vanas o vulgares.
La acción de estas desordenadas y turbulentas fuerzas al rojo vivo, enciende y consume a los individuos, infundiendo en ellos la reiteración ad infinitum de actividades negativas que consumen toda su energía psicofísica.
Recordemos que el ganado de Gerión está custodiado por un perro de dos cabezas y un dragón de siete bocas.
El perro de dos cabezas representa al mundo de la vida terrenal, entretejido de luz y tinieblas. Estructura dual que perturba la conexión permanente con un mundo superior, cuyo enlace permitiría entrever, en cada forma material, una consistencia real y no superficial y efímera.
Con todo, la continua reflexión sobre esa dualidad de Materia y Espíritu, ha de llevar al neófito, algún día, a fusionar en su mente y corazón estos dos conceptos, y quizá llegue a comprender la razón de porqué nos encontramos a eones de distancia de la esencia de la Luz, permaneciendo en este círculo de resplandores fatuos y tinieblas que envuelven nuestra materia y que hemos creado nosotros mismos.
El dragón de siete bocas, alude a los siete canales o vías que nutren la percepción de los hombres. A saber: la mente, la emoción, los ojos (1 par), los oídos (1 par) .
Estos conductos receptores siempre ávidos de sensaciones placenteras, atraen hacia sí el efímero goce personal, y una vez satisfechos, vuelven a sufrir nuevos y artificiales anhelos.
Con pertinacia infatigable estas siete vías aspiran las influencias negativas externas, aumentando la fuerte presión interna que mantiene vivas en nosotros las excrecencias muertas.
El hombre ha creado dentro de sí un antro falso y mendaz, donde alientan todas las más inimaginables, peregrinas y extravagantes necesidades más bajas, que deben ser alimentadas con la vitalidad de sus cultores. Estas necesidades ilegítimas conforman al ganado de Gerión, que debe ser nutrido por las siete vías o dragón de siete bocas.
Hércules es la nueva energía que despeja la obscuridad y atrae la Luz.
Hércules representa a la Fuerza o Fuego Cósmico que está por sobre lo obscurecido, es el Mercurio de los Filósofos, aludido por los masones del medievo, que con su elevado poder energético, funde toda malignidad escondida, evidenciando, con su proceder, la potestad de lo superior sobre lo inferior, y permitiendo cambiar y superar los propios estados de conciencia.
Hércules es la flama que pone orden en el Caos.
El aprendiz ha de saber que sólo es posible realizar el trabajo espiritual cuando se ha logrado elevar el estado de la materia, para situarla en un nivel o grado de transparencia sutil, a fin de que su negrura pueda ser destilada, gota a gota.
Cuando la tierra o materia es recalentada por la potente combustión de la Luz de Oriente, ya el embrujo de lo ilusorio se desintegra, para dar paso a un nuevo nacimiento, y es aquí donde Hércules se transforma en la pujante energía transmutadora que metamorfosea la forma, produciendo en ella un cambio profundo desde su raíz.
Llegará un momento, en la vida del estudiante, en que el acrecentamiento de su conciencia superior, barrerá esa superficialidad artificial de lo inferior, para que él se transforme en una elevada conciencia receptora de Luz.
11. El jardín de las manzanas de las Hespérides
Hércules va en busca de las manzanas del jardín de las Hespérides, con ese propósito debe requerir de Atlas para que vaya a buscarlas, pues éste, aunque inmovilizado por el peso de la esfera celeste, está al tanto de la de la ubicación del referido jardín. Atlas accede, siempre que Hércules sostenga la esfera celeste mientras dura el cometido.
Hércules representa la materia evolucionante, separada de su origen primigenio, razón por la cual aún está sometido al proceso de ciclos de perfección, por ello, no obstante su grado de notable desarrollo, aún no es digno de entrar al Jardín de las Hespérides, centro de energía sidérea que todo lo sustenta, ello le obliga a encargar a Atlas la misión de sustraer las Manzanas de Oro. Así Atlas pasa, por un instante, los mundos al Titán y le hace sentir la pesantez del gran linaje de fuerzas que se cruzan y entrecruzan en el sector de Oriente, mientras él va en busca de una mínima parte de la esencia real.
Se permite que Hércules sostenga al orbe, más debe reintegrarlo a quien realmente debe sostenerlo, evidenciándose con ello que la gradación evolutiva está jerarquizada y reglada.
Con todo, ni Hércules, ni Atlas, tienen una potestad suficiente sobre la materia, como para destruirla o aumentarla, ni determinar hasta cuando aquella ha de permanecer en el círculo de la no muy evolucionada pluralidad de formas. Ello corresponde a una conciencia mucho más elevada que denominamos Grande Arquitecto del Universo.
Las manzanas de oro las Hespérides simbolizan una elevadísima etapa del Arte Real, instancia en la cual la materia humana, tras innumerables transmutaciones, se libera de la red oscurecida que la mantiene prisionera y, por primera vez, puede ascender por sobre su naturaleza transitoria, para situarse a la altura del sol naciente de Oriente, y experimentar la proyección de su calor que toca hasta la última partícula de su vida, despertándola de su persistente y pesado sueño.
Así, el hombre se transforma en un ser de alta luminosidad, apto para atraer la belleza indescriptible que emana desde el Grande Arquitecto del Universo, de donde fluye la energía que alienta a cada ínfima partícula del orbe, cuya raíz es también similar a la que el hombre lleva latente en su interior, y que espera eternamente su fraguación, para ser activada.
12. – El perro Cancerbero
Hércules desciende a los infiernos para robar a Cancerbero, perro de tres cabezas, guardián del Averno.
Se le concedió el permiso para descender a los reinos de Plutón, bajo la condición que se presentara sin armas de ninguna especie.
El ir desarmado responde al hecho que las armas externas no son aptas para dominar a la bestia infernal, que astutamente se oculta entrelazándose con los tejidos más ínfimos de la humana estructura, desde donde emite el pulsar que encenaga a cada célula y ahoga cada brote de bien, desde su misma raíz.
Cancerbero se esconde tras los sentidos físicos a los cuales dirige y domina con su maléfica disposición que envuelve, a mente y corazón, en vulgar automatización y prejuiciosos obscurantismos.
El profano que sucumbe al disimulado dominio de esa fiera, es lentamente envilecido, perdiendo todo noble principio rector de sus acciones, hundiéndole en el reiterado error y transformándole en presa fácil del decaimiento y frustración.
Aquellos insensatos que se doblegan ante el guardián de los infiernos, viven en impenetrable obscuridad y tan sólo se aproximan una vez, un instante en su vida a la lucidez, cuando arrecian en contra de ellos las experiencias que sacuden mente, corazón y físico, formidables embates que por un instante les hace desasirse de la atracción de las fuerzas que les consumen, para experimentar el profundo dolor de saber que nada real han hecho en su existencia (tal como a Peer Gynt, de Ibsen), comprobando su dependencia y entrega a lo ilusorio, cuya profunda raigambre nunca cercenaron.
El individuo es, esencialmente, un creador de sí mismo y de su medioambiente. Si carece de la debida conexión con lo superior que lo informe e ilumine, se ve forzado a idear y modelar sus propios calabozos, cuya atmósfera negativamente enrarecida le impulsan a un torpe afán que le implanta una falsa suficiencia, que le extenúa y destruye, aislándole de ese influjo superior y vitalizante que proviene del Oriente.
Los árabes denominan Modhallam a la tenebrosa obscuridad que aprisiona a la materia.
Ese mar obscuro, tenebroso y atenazante, equivale a las ideas distorsionadas con que el profano dirige sus emociones y pensamientos.
Es preciso, que en la superación de este smog personal, el hombre aprenda a dividirse en observador y en actor.
De modo que cuando cada neófito se separe de sí, para pensar lo que piensa, analizar lo que su mente está concluyendo, y separarse de lo que realiza, podrá descubrir en que profundidad actúa el Caos que alienta en sí mismo, y tiñe todo su quehacer cotidiano.
Cada cual cree que su propia fuerza emocional, mental y física constituye un todo unitario y perfectamente afinado, sintiendo que su personalidad o máscara, es la única artífice de sí misma.
Es menester que se rompa esa costra, ese magma de ignorancia, para llegar a pensar a través de prisma y filtro de la Naturaleza, para que, a través de la contemplación del domo constelado de una serena noche, se perciba, quizás, que hay una fuente o raíz sin raíz referida por el Zohar, que le contiene a él y a todo cuanto aliente desde el principio de los mundos, fuente perenne de nutrición, y ha de soñar, tal vez, que sintiéndose al nivel de esa energía, la atrajese con cada respiración para iluminar cada corpúsculo de su cuerpo y expulsar toda la negrura de su obscuro mar.
Eso es más que el orar y meditar largas horas, porque para el iniciado lo más importante es estar trabajando en todo instante aquí y ahora.
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Extraido de: http://www.angelfire.com/zine/cas/hercules.html
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