El estado es resultado, y profundiza a su vez, la división social del trabajo.
El trabajo no sólo produce las condiciones materiales de la vida humana,
sino las relaciones donde el hombre mismo se constituye como tal.
La práctica política produce relaciones sociales específicas: relaciones de poder.
Por un lado, las de dominación y de resistencia;
por el otro, las de amistad (alianza) o de enemistad (lucha).
Por eso la iniciativa de la acción, la producción de nuevas relaciones sociales,
también se incluyen en la práctica política.
Ella produce dirigentes y dirigidos, por una parte,y aliados o adversarios, por la otra.
Las relaciones políticas resultan de las otras relaciones sociales
(en la producción material y semiótica); son su condensación.
Foucault explica esa condensación en las formas jurídicas, de acuerdo a las cuales se dirimen las disputas entre individuos, grupos y hasta naciones.
Simplificando, podríamos decir que las relaciones de poder se resuelven en las formas ritualizadas de la guerra (las pruebas, las ordalías, los duelos)
o en los juicios de un mediador estatal, un representante del soberano o de la Iglesia, que ya ha acumulado la autoridad simbólica suficiente como para decidir y dictar sentencia.
Así, el estado se distingue de las relaciones inmediatas entre tribus, grupos o individuos,
incorporando o capitalizando las formas y reglas culturales con las que resolvían sus conflictos.
Es precisamente, por la lucha de clases que surge el estado como diferenciación de un tipo específico de trabajo: la práctica política.
El estado se presenta como un poder que media y afronta, desde afuera y desde arriba, la lucha de clases, para evitar que éstas se destruyan entre sí.
Como señala Pierre Clastres: es necesaria la dominación política para que haya explotación de clase, es decir, la lucha de la clase explotadora.
Siendo las relaciones de clase en una formación social, relaciones de explotación,
la resistencia y la lucha de las clases explotadas sólo se estabilizan y superan,
si hay una práctica política que haga de unos los dominantes, y de otros los dominados.
El estado es una profundización de la división social del trabajo, necesaria porque las otras relaciones sociales (de producción material, etc.) requieren del efecto de la práctica política para producirse y reproducirse.
En este sentido, se aplica la definición marxista del estado como aparato de dominación de clase, con sus variantes represivas e ideológicas.
Un estado puede caracterizarse como burgués si hace valer la concentración de poder lograda para instaurar, defender y sostener las relaciones sociales capitalistas.
En primer lugar, el control territorial.
El estado burgués, al establecer un control unificado sobre un territorio,
también crea las condiciones para la creación de un mercado nacional
propicio al crecimiento del capitalismo.
En segundo lugar, el estado, al adquirir su propio capital simbólico
o de autoridad, expropiándolo de las relaciones inmediatas, logra una autonomía relativa respecto a las relaciones sociales de producción material;
o sea, de las relaciones de clase.
Esa autonomía se concreta en el derecho y las formas jurídicas que,
al distinguir lo público de lo privado y respaldar el cumplimiento de los contratos,
consolida las relaciones interindividuales como relaciones entre compradores y vendedores equivalentes, posibilitando la expansión de las relaciones sociales capitalistas.
Al mismo tiempo, permite el surgimiento de una nueva categorías social, la burocracia, que puede llegar a concebir intereses particulares, de casta,
cuya proveniencia puede ser de clases sociales subordinadas “en ascenso” (las clases medias) que muchas veces asumen, con gran convicción y fervor, los intereses de las clases verdaderamente dominantes.
Pero éstas son sólo las lógicas más generales que explican al estado:
división social del trabajo; distinción de la práctica política;
condensación de las relaciones de poder presentes en las relaciones sociales;
refuerzo, permanencia y reproducción de la dominación de clase; lucha de clases.
Para determinar las tendencias específicas de la formación del estado,
hay que comprenderlas en el marco de un proceso de concentración y distribución de poder que,
a su vez, signa a todas las relaciones que se establecen en los diversos campos sociales donde se disputan ciertos valores o (para decirlo con Bourdieu) capitales.
Dice Pierre Bourdieu:
El Estado es el resultado de un proceso de concentración de diferentes especies de capital,
capital de fuerza física o de instrumentos de coerción (ejército, policía),
capital económico, capital cultural o, mejor, informacional, capital simbólico,
concentración que, en tanto tal, constituye al Estado en detentor de una suerte de meta-capital que da poder sobre las otras especies de capital y sobre sus detentores.
La concentración de diferentes especies de capital (que va a la par de la construcción de los diferentes campos correspondientes)
conduce, en efecto, a la emergencia de un capital específico, propiamente estatal,
que permite al Estado ejercer un poder sobre los diferentes campos y sobre las diferentes especies particulares de capital y,
en particular, sobre la tasa de cambio entre ellas
(y al mismo tiempo, sobre las relaciones de fuerza entre sus detentores).
Se sigue que la construcción del Estado va de la mano de la construcción del campo del poder entendido como el espacio de juego en el interior del cual los detentores de capital (de diferentes especies) luchan especialmente por el poder del Estado,
es decir sobre el capital estatal que da poder sobre las diferentes especies de capital y sobre su reproducción (a través, principalmente, de la institución escolar).
Hay aquí, por una parte, una génesis del estado, pero también una totalización del campo del poder,
donde se materializa y funciona en toda su especificidad unificadora y mediadora de y entre los demás campos sociales.
De ello se desprende que el campo social de poder establece relaciones de equivalencia o intercambio entre el capital económico,
la disposición de fuerza armada (humana y técnica),
la autoridad y la legitimidad, la información y el conocimiento,
la producción y divulgación de las significaciones y los valores prácticos.
El poder es todos y cada uno de esos tipos de capital, pero trasciende a todos y cada uno al mismo tiempo.
Es siempre algo más que su agregación:
es el complejo de sus tensiones dinámicas, su totalización y sistematización.
Es por efecto de la formación del campo de poder, que los estados se condensan como complejos institucionales que concentran el uso legítimo de la fuerza sobre los habitantes de un territorio, como reza la clásica definición weberiana.
En ese sentido, se coordinan solidaria e interactivamente las categorías de Soberanía, Nación, Pueblo y Estado (Negri) como entidades trans-subjetivas que, a su vez, delimitan las formaciones socioeconómicas.
Desde el exterior, los equilibrios estratégicos inestables y las guerras entre estados, contribuyeron a su institucionalización, fortalecimiento y estructuración, en el caso de los que lograron hacerse pares en poder.
Las relaciones internacionales constituyen también un campo de poder,
donde se valoran capitales tales como la ubicación geográfica
(ventajas de comunicación, acceso o defensas militares naturales),
la disposición de riquezas naturales (suelo y subsuelo) y la extensión.
Tan importantes son estos aspectos geográficos, que los intelectuales de los imperialismos europeos, concibieron toda una ciencia, la geopolítica,
en la cual desarrollaron teorías que justificaban las prácticas políticas de dominio con supuestos “determinantes geográficos”.
Los estados surgidos de una primera descolonización (como el venezolano), entran en las relaciones valorizadoras del campo de poder internacional en calidad de subordinados que buscan llegar a ser pares (insurgencia).
Formal y jurídicamente lo son, pero a través de relaciones de fuerza militares, políticas y económicas, se subordinan y caen en el campo de un imperio (o imperialismo).
Hacia lo interno, también contribuye a la formación del estado la relativa estabilización de la lucha de clases, luego de derrotas populares y pactos entre pares dominantes.
Lo político, en este sentido, delimita el complejo institucional estatal;
es el aspecto de la práctica política que produce, a unos como dominadores, y a otros como dominados;
mientras que la política se refiere a la práctica especializada en disputar, controlar y manipular ese aparato especial de dominación,
lo cual remite a la pugna estratégica entre los pares (amigos y enemigos).
Lo político produce la sujeción y la normalización, es decir, lo policial y lo jurídico.
La política define el espacio público, los recursos y marcos institucionales, la hegemonía, las estrategias, las alianzas y los antagonismos.
Los regímenes políticos, lo que la tradición del pensamiento tematizaba como formas de estado (monarquía, aristocracia, democracia, y sus degeneraciones despotismo, oligarquía y demagogia),
son configuraciones de lo político que delimitan la política, en tanto luchas de clase.
Las lógicas de la política vienen dadas por las estrategias de acrecentamiento de poder de cada detentor de algún capital convertible en el campo estatal.
La disposición de las armas o el dinero, la autoridad legal o simbólica en general, no acrecientan poder por sí solos, sino en relación a los demás
y al complejo institucional del estado que va acotando un número limitado de opciones de acción, que cristaliza cierta correlación de fuerzas,
por lo que la lucha de algunos subordinados por devenir pares irrumpe contra los órdenes institucionales.
A estos casos los llamamos revoluciones.
Los Poderes Públicos son resultado de las relaciones conflictivas entre los detentores de los capitales convertibles en poder.
Las distinciones del Poder estatal en un esquema tripartito de “pesos y contrapesos” (elogiadas por Montesquieu),
tienen su origen histórico en acuerdos estratégicos entre las aristocracias y el monarca luego de una cruenta guerra civil.
El esquema de separación de poderes formaliza los mecanismos de repartición del poder entre los participantes del campo social de poder.
Las formas republicanas y electorales son marca de la irrupción de las masas populares como otro detentor más de capital simbólico o específicamente político.
Indican un nivel de la lucha de clases, en el cual se reconoce formalmente la soberanía popular,
pero los actores reales de la política son los detentores de los distintos tipos de capital que se invierten, intercambian y destruyen en el campo del poder.
El proyecto de democracia burguesa, por un lado, institucionaliza la paridad política de los propietarios (la burguesía en su conjunto),
pero, por otra parte, lo hace a costa de acumular un capital simbólico basado en la ideología de la igualdad formal legal.
Así logró la burguesía históricamente la hegemonía sobre sus opuestos de clase e instituyó una legitimidad específica.
Pero ello siembra un conflicto crónico entre la política de subordinar a las clases populares y, al mismo tiempo, hacerlas pares en el “juego democrático”.
Es por ello que toda la historia de la democracia burguesa (representativa) ha sido un forcejeo entre ambos aspectos de la política.
La última expresión de esta problemática gira en torno al concepto de “gobernabilidad”.
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Extraido de: Centralización y Descentralización en el Proceso del Estado Venezolano - Jesús Arturo Puerta - http://omarpal.blogspot.com/2010/05/centralizacion-y-descentralizacion-en.html
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