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¿Por qué dejamos morir al Principito? - Arturo Jaque Rojas
Hay libros que siempre debieran estar presentes; y, no me refiero sólo a una metáfora: dentro de nuestro contacto con objetos y cosas materiales e inmateriales que forman nuestro universo personal, nuestro mundo, nuestra casa, nuestra habitación:
“El Principito”, debe ocupar, el centro del corazón, por derecho propio; de modo de volver a nacer, cuando sea preciso y cuanto sea necesario, para evitar el envejecimiento interior; y que lo que hay dentro se marchite y pudra.
Si en algún andurrial de la vida, nos topáramos con lo inesperado, lo insólito, lo inaudito, lo inverosímil, encarnado en la forma de un Principito, tal vez las preguntas que nos hiciese, quedarían dando vuelta en la mente; no interrogantes ingenuas o tontas, sino contaminadas por el veneno del pensamiento; pero que, inclusive así: de algo pueden servir para mejorar nuestro apertura, nuestra escucha, nuestra meditación.
¿Por qué desaparece el niño, la niña interior cuando nos convertimos en adultos?;
¿por qué, se extingue e la mirada de pureza, inocencia, confianza, entrega plena e incondicional al flujo de la vida misma, que caracteriza aquella etapa que pudiera ser llamada un paraíso?;
¿por qué los mayores no son capaces de contemplar cada nuevo suceso con la admiración, el arrobamiento, la fascinación que embarga a un pequeño, una pequeña, como si éste ocurriera por vez primera, con toda la carga de novedad subsecuente;
y prestar toda la atención que demanda su petición, y comprometer todo el ser en dicha participación;
es decir, no sólo ser testigo del cosmos infantil, sino ser copartícipe; pudiendo encarnar el mensaje sempiterno: “ sed como niños”?.
¿Acaso en posible que, en medio del paisaje de la rutina, la cotidianeidad, la opacidad de la existencia, donde sólo parece reinar el desierto, que es presagio de sequedad y muerte: pueda aparecer la magia, la poesía, la luz, la belleza;
es decir, todo aquello que entraña el misterio sublime y divino de la niñez, su realización, plenitud y culminación?.
¿Cuántos y cuántas tenemos la capacidad de girar la vista en cualquier dirección; y, como por ensalmo, darnos cuenta de que ha aparecido un niño, una niña?.
¿Por qué las personas mayores conceden tanta importancia a asuntos que no tienen ninguna, en tanto no ayudan a florecer el espíritu, en todo su esplendor, majestad, perfección como un astro que reina soberano, en la infinitud?;
en sentido contrario, ¿ por qué piensan que, si conocen datos y cifras sobre tal o cual semejante, sabrán a ciencia cierta quién es y de quién se trata;
cómo es su alma, su interioridad; los tesoros que descansan en sus entresijos y profundidades; su idiosincrasia; sus sueños, sus esperanzas, sus emociones, sus afectos, sus compromisos, sus devociones, sus utopías vívidas y aquéllas que tienen las alas rotas, y que están abandonadas en algún rincón, cubiertas por la pátina de la desolación?.
¿Dentro de los imposibles que se pueden dar, acaso hay otro mayor que desatender el llamamamiento de un acento infantil, para que uno abandone la falsa gravedad, la seriedad de adulto; las estructuras petrificadas del propio ser; las falsas ocupaciones que consumen nuestra energía, y chupan la luz interior como parásitos; para que, un vez en franquía, podamos con toda la atención de que somos posibles: responder “aquí y ahora” a la vocecilla, que habla de lo que realmente importa?.
¿Por qué permitimos que se expanda como un cáncer el peligro que amenaza con destruir lo esencial de nuestra persona, nuestra condición humana, su ser, que, inclusive, va más allá de su mera salud y subsistencia hasta el momento de ir hacia otro estado, cualquiera que éste fuere;
y, que cubre por completo la superficie del corazón; y que, con sus raíces de baobabs, destruya la inocencia, y agoste la gracia de la mirada límpida; y asfixie la chispa de que mora en nosotros?.
¿Acaso toda la tragedia comienza cuando pensamos que los sentimientos, las emociones, los afectos, los amores se deben explicar con palabras; y no vivirse plenamente tal como lo hacen los infantes?...
¿Tal vez es imposible recrear la vivencia del “Principito” que alguna vez fuimos?;
¿ es posible escapar a los ojos de la Gorgona, que trasmuta en piedra lo que antes fuera carne y espíritu?;
entonces: ¿ sólo se trata de materia, de actividad cerebral, latidos cordiales, pulsaciones?;
¿ es que a eso se reduce y limita el ser humano; es que no hay nada más?.
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Extraído del muro de Arturo Jaque Rojas en Facebook
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