La soledad del tiempo - Arturo Jaque Rojas
El designio inescrutable: recibir el don robado a la Nada,
no deseado por la carne trepidante,
abandonar la matriz donde se cuece la retorta del Tao,
fluye y refluye por venas y arterias siderales,
hasta el regreso al origen.
La ofrenda de la luz,
en manos de simples huesos
y carne,
que no soportan la levedad del absoluto
relativizado en miseria.
Ya lo dijo Heráclito, en un río que
lo arrastró a él mismo, y borró su rostro;
y Agustín, que sabía lo que era,
pero su palabra era paralítica y muda,
cuando trataba de explicarlo;
y Borges, como una metáfora de bibliotecas y laberintos,
que obsesionó el fuego de su obscuridad.
Un segundo, en esta corriente que avanza lenta, sin fatigarse jamás,
que descuaja y pulveriza los cubículos intangibles,
que derruye y arrasa las furias de la lucha entre la noche y el día.
Cuando abrimos los ojos a la fantasmagoría de otra alborada;
y el agua desprende las excrecencias oníricas de la locura;
madeja de incógnitas, desvíos, retrocesos,
escondrijos, dioses y espantajos, monstruosos hallazgos;
cuando la otredad es una capa de hielo
imposible de quebrar;
y se fugan hacia otros horizontes
los misterios del corazón humano,
y se pierden las palabras entre
los taladros, los bocinazos, los gritos,
los celulares que reemplazaron a las bocas;
y los rostros se tornan sombras y recuerdos;
y la mismidad explota como una bomba anarquista,
único mensaje válido en el pandemónium 21,
nos damos cuenta que el tiempo es condena, cárcel, patíbulo, ejecución.
Extraído del muro de Arturo Jaque Rojas en Facebook
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