lunes, 1 de julio de 2013

Etnocidio - El etnocidio contra los pueblos: Mecánica y consecuencias del neo-colonialismo cultural - José Javier Esparza


Etnocidio

Etnocidio es la destrucción de la cultura de un pueblo. Este concepto fue expuesto por Robert Jaulin, quien partió de la denuncia del genocidio cultural, que hizo Jean Malaurie en 1968, para referirse a la liquidación de las culturas indígenas. Antes esta temática había sido expuesta por Georges Condominas en 1965 en Lo exótico es lo cotidiano.

Para Pierre Clastres el etnocidio es la destrucción sistemática de los modos de vida y pensamiento de gentes diferentes a las que imponen la destrucción. El genocidio considera a "los otros" como absolutamente malos, el etnocidio considera a "los otros" relativamente malos y cree que puede "mejorarlos" al transformarlos de manera que se parezcan al modelo propio; el etnocidio se ejerce "por el bien del salvaje". Si el genocidio liquida los cuerpos, el etnocidio mata el espíritu.

El conocimiento por Jaulin de la experiencia de los Barí de Colombia y Venezuela; por Malaurie de los esquimales de Groenlandia, por los pipiles en El Salvador y por Condominas de los Mnong Gar de Sar Luk, Vietnam, coincidían en poner al descubierto los efectos demoledores de la colonización sobre los pueblos originarios, su identidad cultural y sus culturas.

La base ideológica del etnocido es el etnocentrismo que pregona la superioridad de una cultura sobre otras. Así, la cultura "occidental" etnocentrista ha pretendido sustituir las culturas "primitivas" por su propia cultura que considera "superior". Occidente se ha hecho etnocida porque se considera a sí mismo "la civilización". Las culturas son juzgadas como simples escalones en el camino hacia una única civilización, la propia de la humanidad, que hoy estaría representada por el sistema occidental.

Contra este universalismo etnocida de la conformidad y la reducción del otro a sí mismo, Jaulin defendió un universalismo del encuentro y la compatibilidad, del respeto al otro y la diversidad cultural.
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El etnocidio contra los pueblos: Mecánica y consecuencias del neo-colonialismo cultural - José Javier Esparza

Todo el mundo sabe lo que es el Genocidio. Pero muy poco o nada se ha hablado del etnocidio, mecanismo de desarraigo cultural que hoy azota la mayor parte del mundo. Sus víctimas: los pueblos, las culturas, la especificidad étnica, en provecho de un mundo artificial y homogéneo. La defensa de la Causa de los Pueblos exige, como acto previo, señalar al enemigo; el enemigo, en esta dinámica, es el etnocidio.

El “Hombre” es cultural. Tanto como la especie humana es una noción biológica. En ese plano, zoológico, todos los hombres son iguales. Pero los hombres no se definen por su constitución biológica —o no sólo por ella— sino por su pertenencia a una cultura. El hombre, desprovisto de instintos programados, como confirma la etología de un Lorenz o la antropología de un Gehlen, tiene que construir su comportamiento ante el medio. Esa construcción es cultural. De modo que, en palabras de Gehlen, el hombre es un ser cultural por naturaleza.

Lo mismo vale para las sociedades humanas. Los hombres se agrupan en comunidades de cultura. No hay cultura universal ni hombre universal. Hay pueblos con culturas y hombres. El mundo humano es esencialmente polifónico. Las culturas se constituyen así en medios de los hombres para crear su entorno. Esa cultura no puede ser reducida a “producción cultural”; la cultura aquí está configurada por las costumbres, los ritos, la visión del mundo, la concepción de la sociedad, la idea de lo sagrado, la particular manera de cada cultura de entender la relación entre el hombre y el mundo. Cualquier tentativa de homogeneizar las culturas, de reducirlas a un modelo universal, atenta contra lo que es específicamente humano: la diversidad cultural. El Etnocidio se inscribe en esa dinámica homogeneizadora. Provocando la muerte de la diversidad cultural, implica la lenta desaparición de la especificidad de los hombres y de los pueblos. Implica la muerte de lo humano.

Asistimos hoy a la elaboración de una nueva configuración ideológica del mundo, que se basa en un sistema de valor unicista. La vieja colonización violenta ha dejado paso a un neocolonialismo pacífico y mercantil, que pretende imponer por todas partes su visión del mundo. Para ello lo primordial no es tanto dominar físicamente las naciones como psíquica y culturalmente las poblaciones de las potenciales áreas de expansión. El agente privilegiado, de este neo-colonialismo es el etnocidio, fenómeno que podríamos definir, en una primera aproximación, como un genocidio cultural, genocidio de “buena conciencia”, ejercido “por el bien del salvaje”. Sus resultados son tanto o más atroces que los de la exterminación física.

Etnocentrismo y Proselitismo

Profundizar en el fenómeno exige remontarnos a la innegable, radical realidad de lo étnico, y a un hecho que con frecuencia le es inherente: el etnocentrismo. Este término, sinónimo de autocentrismo cultural, fue definido en 1906 por W.G. Summer como la concepción del mundo según la cual el grupo al que se pertenece es el centro, y los demás grupos son pensados por referencia a él. Se manifiesta (sobre todo en el nivel inferior de una comunidad) como elogio de lo propio y desprecio de lo ajeno. Este fenómeno no es intrínsecamente negativo; se da en la casi totalidad de los pueblos: los esquimales se dicen a sí mismos Innuit, “los hombres”; los indios Guaraníes se dicen Ava, “hombres”; los Guyaki, se dicen Ache, “las personas”; lo mismo ocurría en todos los pueblos indoeuropeos. C. Levy-Strauss ha escrito que el etnocentrismo es un fenómeno natural, resultado de las relaciones directas o indirectas entre las sociedades (1). Todos los pueblos son etnocéntricos. Ahora bien, sólo la civilización occidental es etnocida, porque tiende al proselitismo, variante “pacífica” de la “alterofobia”, manifestación del “odio al otro”.

El etnocidio se inscribe en la dinámica homogeneizadora del mundo. Provocando la muerte de la diversidad cultural, implica la muerte de lo humano.

Alterofobia: odio al Otro

Todos los pueblos tienden al etnocentrismo, y se puede decir que una cierta dosis de etnocentrismo es imprescindible para el equilibrio de la comunidad porque refuerza su auto-concepto, es decir, dignifica la imagen que la comunidad se hace de sí misma. Cuando el etnocentrismo degenera, surgen las manifestaciones de alterofobia, de “odio al Otro”, de odio a lo diferente de uno mismo. Generalmente, tras la alterofobia se esconde no un complejo de superioridad, sino al contrario, un complejo de inferioridad, una insatisfacción cultural —provocada con frecuencia por la pérdida del auto-concepto de la comunidad étnica, es decir, por una desviación o una insuficiencia de etnocentrismo. Las manifestaciones de alterofobia son fundamentalmente dos: la repudiación y la asimilación.

La repudiación consiste en que la relación de un grupo con el otro se interpreta según el esquema dualista naturaleza/cultura. La “sociedad civilizada” juzga a la “sociedad salvaje” como inferior, infra-humana. Las culturas diferentes a la de uno pasan a ser consideradas “infra-culturas”, “naturas”. En esta lógica, las culturas “salvajes” están destinadas a ser “elevadas”, “redimidas” mediante la dominación. Esta dominación no excluye la violencia física o la aniquilación de una raza (genocidio); tampoco excluye el etnocidio, pero aquí éste se produce como consecuencia directa del ejercicio de la dominación violenta, lo que la diferencia de la otra manifestación de alterofobia: la asimilación.

La asimilación es una manifestación alterofóbica más sutil, menos polémica. Consiste en la negación de la diferencia mediante la asimilación a sí mismo. El Otro es idéntico a uno, lo que evita plantear el problema de la diferencia de la otra cultura. La distancia es censurada. Se trata de un etnocidio con “buena conciencia”, que corresponde el fenómeno neo-colonialista de nuestros días. El etnocidio actúa en dos movimientos consecutivos: a) la aculturación, que genera una heterocultura; b) la asimilación efectiva, el etnocidio propiamente dicho.

Por aculturación entendemos el conjunto de contactos e interacciones recíprocas entre las culturas. El término fue formulado a finales del siglo XIX por diversos antropólogos norteamericanos, sobre todo el etnólogo J.W. Powells (en 1880), para designar la “Interpretación de las civilizaciones”. Como ha explicado Pierre Berard (2), el fenómeno acontece en varias secuencias. En primer lugar, la cultura autóctona se opone a la conquistadora. Después, con la prolongación del contacto, se empiezan a aceptar algunos elementos y se rechazan otros, pero se siempre el germen de una cultura sincrética. Es en la tercera fase cuando se puede hablar de heterocultura; este concepto, acuñado por J. Poirier (3), puede aplicarse cuando el etnotipo o mentalidad colectiva, que constituye con la lengua uno de los sustratos de la cultura, es afectado definitivamente por intervenciones exteriores; los individuos, cortada la memoria, con su sistema social transformado, se convierten en los agentes operacionales del etnocidio (auto-etnocidio). Se produce entonces la asimilación completa, la desaparición definitiva de la cultura original, que acepta los valores del otro. Los canales fundamentales de este proceso son tres: la religión, la escuela y la empresa. Consumada la aculturación e instalada la heterocultura, puede ya hablarse de etnocidio por asimilación.

El Etnocidio: muerte de la diferencia

El concepto de Etnocidio fue sugerido en 1968 por Jean Malaurie, a partir del libro de G. Condominar Lo Exótico es lo Cotidiano. El etnocidio comparte con el genocidio una cierta visión del Otro, pero no adopta una actitud violenta, sino, al contrario, una actitud “optimista”: los otros, sí, son “malos”, pero se les puede “mejorar” obligándoles a transformarse hasta devenir idénticos al modelo que se les impone; el etnocidio se ejerce “por el bien del salvaje”.

Esta actitud se inscribe en el axioma de la unidad de la humanidad, en la idea del hombre universal y abstracto, en el arquetipo del hombre genérico —arquetipo que basa la unidad de la especie en un dato zoológico, con lo que la cultura es reconducida a la naturaleza: es una especie de regresión anti-cultural. De hecho, la Etnología como disciplina derivó de esta idea. Así se estima, por ejemplo, que la indianidad no es algo constitucional del indio, sino que, al contrario, es un obstáculo para la dignidad del individuo indio (que pasa a ser, simplemente, un “ser humano de color”); despojado de su identidad (la indianidad), el indio accederá a la “dignidad de hombre”, se occidentalizará.

"Axiomas como “la unidad de la humanidad” o la “natural convergencia de las culturas en el sistema occidental” constituyen la matriz ideológica del etnocidio. El “hombre occidental” deviene modelo planetario."

En lo socioeconómico, este proceso se manifiesta en tres fases fundamentales: a) Espectáculo: las poblaciones entran en contacto con el modelo a imponer; instrumento: las élites occidentales, que actúan como vitrinas del progreso; b) Normalización: se eliminan las “escorias” culturales indígenas, relegándolas a zonas “retrasadas” o “subdesarrolladas” que previamente se ha contribuido a crear; instrumento de penetración: la ideología humanitaria de la pretendida lucha contra la pobreza; y c) Consolidación: propia de los países industriales, la cultura dominante se incorpora totalmente a la economía; instrumentos: las modas de masas, la ideología del bienestar...

Las consecuencias de este proceso han sido puestas de relieve por Guillaume Faye: “a la par que los individuos se despersonalizan en una existencia narcisista e hiper-pragmática, las tradiciones de los pueblos devienen sectores de un sistema económico y técnico. Hay recuerdo, pero no memoria. El pasado es visitado, pero ya no es habitado. Un verdadero pueblo interioriza su pasado y lo transforma en modernidad. El Sistema lo transforma en adorno mediatizado y aséptico” (4).

Matriz filosófica del etnocidio

Tanto el espíritu del proceso de asimilación como la legitimación del etnocidio, reposan sobre una serie de prejuicios muy anclados en la ideología moderna y que se inscriben en el marco de la filosofía lineal de la historia. En primer lugar, encontramos el ideologema de la natural convergencia de todas las civilizaciones hacia el sistema occidental: es posible transferir el desarrollo cultural de una población a otra, porque las culturas son juzgadas como simples accidentes transitorios, grados inferiores, escalones en el camino hacia una única civilización, la propia de la humanidad, que hoy estaría representada por el sistema occidental. Esto está en relación directa con el segundo ideologma, el de la unidad de la historia en un sentido único: la civilización es un proceso que con el desarrollo deviene estado, el tiempo es acumulativo y común a todos los pueblos; se encarcela así a los pueblos en un proceso abstracto y continuo, un tiempo único que evoluciona hacia el omega de la mercancía y del bienestar de masas. Estos ideologemas (unicidad de la historia y convergencia natural de las civilizaciones) alimentan la ideología de la unidad de la humanidad: el “ogro filantrópico de las etnias” (Berard). Resultado: el hombre occidental, prototipo acabado de la humanidad única, deviene modelo planetario.

Patología sociocultural del etnocidio

Este tipo de ideas, que se intentan inculcar en los pueblos de todo el mundo, no son inofensivas. Por el contrario, generan una serie de patologías en los campos de la psicología social e individual que provocan desequilibrios sociales. El hombre en cuyo interior combaten dos culturas es un hombre marginal, que no se encuentra a sí mismo, que ya no siente los vínculos con su comunidad de origen, pero tampoco encuentra esos vínculos en el modelo cultural que se le pretende imponer. Y esos vínculos, el sentimiento de arraigo y pertenencia colectiva, son imprescindibles para el equilibrio social. Se ha creado así una auténtica patología de la aculturación cuyos síntomas fueron cifrados por Rivers, en 1922, en la erosión de la alegría de vivir y en la tanatomanía. En 1941, también Keesing observó en sujetos de etnias sometidas a aculturización los terribles efectos desestabilizadores de la dualidad de códigos axiológicos (el código penal original y el impuesto); con frecuencia, el comportamiento impuesto por la ideología occidental es percibido por la cultura indígena como delictivo, y viceversa, lo que origina estados de ansiedad y desprecio de sí mismo.

¿Es irreversible el proceso de aculturación? Los pueblos víctimas del etnocidio, o todavía en situación de heterocultura, ¿tienen alguna posibilidad de sobrevivir en tanto que pueblos, es decir, con su sistema de valores?

Cuando antes aludíamos a las secuencias o fases de la aculturización (oposición, cultura sincrética, heterocultura y asimilación) dejábamos de lado deliberadamente una última y sólo potencial fase que ha sido señalada por Pierre Berard, la contra-aculturación: la cultura amenazada de desaparición, inesperadamente, pretende restaurar los valores fundamentales de un principio. Este fenómeno, aunque difícil y complejo, puede producirse. Las revoluciones islámicas, y en concreto la de Irán, lo ilustran a la perfección; también se inscriben en esta dinámica contra-aculturativa los fenómenos nacionalistas europeos de la actualidad (los históricos: bretones, flamencos, vascos...) y las reivindicaciones de los países del Tercer Mundo.

Hoy, posiblemente, sólo una reacción contra-aculturativa puede enmendar la degeneración de las culturas populares en todo el mundo e impedir su desaparición. El primer obstáculo para esta reacción es la ideología universalista y mercantil implantada desde las estructuras internacionales de dominación tecno-económica, cuyo poder se extiende a todos los órdenes de la vida. Una esperanza: que el sistema tecnoeconómico internacional sea un gigante con pies de barro.


Notas:

(1) Lévy-Strauss, C. Anthropologie Structurale, Plon, 1973.

(2) Berard, P. “Ces cultures qu’on assasine”, en op. col. La Cause des Peuples, GRECE – Labyrinthe, 1982.

(3) Poirier, L. Identités Collectives et Relations Interculturelles, Complexe, Bruselas, 1978.

(4) Faye, G. “Les Systemes contre les peuples”, en op. Col. La Cause des Peuples, op. Cit. Guillaume Faye ha escrito un libro sobre el sistema tecnoeconómico que amenaza la identidad de los pueblos sometiéndolos a la servidumbre de un modelo uniforme: Le Systéme á tuer les peuples, Copernic, París, 1981.
[Extraido de la revista Punto y Coma, nº 4]
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Extraído de:  http://es.wikipedia.org/wiki/Etnocidio , y de: http://foster.20megsfree.com/101.htm
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