Introducción
Los tres capítulos de este libro se proponen en la medida de lo posible, a través de la palabra, darte una idea acerca de lo que te espera cuando la extinción de tu vida corporal terrestre te haya liberado de este mundo de los fenómenos sensibles a los sentidos físicos.
Así como un manual de viajes te habla de regiones de la tierra que jamás has visto, del mismo modo estas páginas se proponen contarte acerca de las cosas esenciales de esa “región,“ que tu aun no conoces y en la cual te encontrarás, algún día, después de tu muerte, creas o no, actualmente, en la posibilidad de vivir semejante experiencia.
Al mismo tiempo, este libro quiere libertarte de muchos errores que aun te mantienen encadenado cuando piensas en los difuntos que has amado en la Tierra.
En el pasado, al igual que en la actualidad, creencias timoratas y supersticiones aberrantes han acumulado tantas imágenes fantasiosas respecto del “Más allá,“ que es necesario someter todo este revoltijo a un serio examen, para que tu imaginación no te saque más adelante del camino.
Los únicas personas que están en condiciones de decir algo realmente auténtico sobre la vida después de la muerte del cuerpo físico visible, son los escasos seres humanos escogidos de esta Tierra que, por su propia y segura experiencia, conocen esta vida para la cual el cuerpo material ha dejado de ser necesario, aunque, simultáneamente, como te ocurre a ti en tu hábito terrestre, siguen participando de los sufrimientos y alegrías en esta Tierra.
Siendo uno de esos escasos hombres concientes del Más allá, transmito aquí aquello que las palabras permiten expresar, porque sentimos nostalgia del tiempo en que ya no sea necesario guardar como un “saber secreto,” aquello que en algún lugar ya fue experiencia espiritual de unas pocas personas.
¡Que esto que estoy en condiciones de decirte, te haga bien!
¡Que mis palabras consigan despertar en ti la sensación más íntima de ti mismo, para que obtengas por ti mismo la única certeza que puede verdaderamente darte garantías contra un escepticismo estéril, así como contra una entrega crédula e ingenua a toda suerte de fantasías propias de cerebros excitados!
Debes encontrar en ti mismo los criterios que te permitirán, de aquí en adelante, evaluar lo que hay de verdadero y lo que hay de falso en las representaciones que el ser humano terrestre se ha forjado desde tiempos inmemorables, para conseguir soportar la impenetrable oscuridad de los enigmas profundos que se le presentaban cada vez que se encontraba frente a un cadáver.
Eso que tú crees, eso que tu tomas por verdadero, poco importa para el caso, porque las cosas que digo son independientes a tu consentimiento o rechazo. No te doy aquí una doctrina; sólo te muestro una forma de manifestación de la realidad, que por el momento aun no puedes aprender a conocer, sino apenas a través de las imágenes surgidas de las palabras del lenguaje humano.
Dentro de poco, viviendo tú mismo en tu propia medida, tomarás conocimiento de las regiones que te corresponden en este campo de manifestación de la realidad.
En todas las épocas, seres humanos conscientes del Más allá dieron testimonio de esa realidad, pero su testimonio fue albo de filibusteros sin mandato y de falsificadores inescrupulosos, de modo que hoy ya no puedes deshilvanar, sin ayuda, lo que hay que deshilvanar, para que el mensaje de auténticos iniciados llegue a todos los seres humanos rectos y de corazón puro y no pase a confundirse con las elucubraciones de fantasías brumosas y desacreditadas,
Si quieres reconocer lo que se te ofrece aquí, debes deshacerte de todo prejuicio e intenta escuchar las profundidades íntimas de tu ser, ya que por más que tu quieras estar atento, es desde allí que te llegará toda respuesta a las preguntas que mis palabras dejan aun abiertas porque, tú mismo debes aprender a respondértelas.
En verdad, no se trata aquí de una obra de proselitismo en favor de una hipótesis de filosofía religiosa y aun menos, de una tentativa de generar una nueva forma de religión. Se trata apenas de un testimonio de la experiencia original y espiritual (y no “cerebral”) que existió en el origen de todas las grandes religiones antiguas surgidas del Espíritu de Dios.
Se trata de decir que, para llegar a sentir de forma viviente eso que aquí se ofrece, no es de ninguna manera necesario abandonar la religión ancestral que el individuo considere como sagrada. Allí, por el contrario, donde ritos y dogmas antiguos dignos de veneración aun responden verdaderamente a una necesidad vital, esta facultad apenas profundizará y consolidará la fe, a la par que ayuda a la necesidad de adquirirla.
Aun más, para aquellos que desde hace tiempo se han liberado de todo nexo confesional, mis palabras despejarán de nuevo la vía que conduce a las regiones espirituales cuyo acceso sigue siendo la más alta aspiración del ser humano terrestre, inclusive cuando las creencias de sus ancestros no lo hayan conducido a esa realización tan ardientemente deseada.
El Arte de Morir
Ciertamente estás de acuerdo con que morir no es un “arte”, sino, más bien, una dura necesidad que se aprende por si sola.
Son innumerables los seres humanos que piensan como tú; y son innumerables también aquellos que diariamente, al morir, abandonan su cuerpo terrestre sin jamás haber aprendido el arte de morir.
Para muchos, la muerte sorprende inesperadamente, “tal como un ladrón en la noche” para otros, ella se aproxima como un fantasma temido, algunos la acogen como libertadora, que por fin los libera de sus sufrimientos, – y aun otros la llaman ellos mismos, porque al actuar de esa forma, esas personas esperan en ella la liberación de las preocupaciones y las miserias psíquicas y corporales.
Pero es poco común que la muerte encuentre a una persona que conoce el arte de morir.
¡Para comprender este arte, es necesario que hayas aprendido en la plenitud de tu vida, aquello que es la “muerte” y lo que significa “morir”!
De cierta manera, es necesario que en la plenitud de tus fuerzas, te ejercites a morir, “ensayándolo,” para saber como morir cuando la muerte te sorprenda.
Morir no es tan fácil como muchos lo creen, pero tampoco es tan difícil cuando previamente lo han aprendido en la plenitud de sus fuerzas.
Todo arte exige ser ejercitado, y el arte de morir tampoco se aprende sin ejercicio.
Sin embargo, un día es necesario pasar por ello, hayamos o no aprendido este arte.
La mayoría de los humanos sienten temor a la muerte, porque no saben bien lo que ocurre durante su transcurso.
Pero aquellos que, no obstante, dicen no sentir temor, son como los niños que parten para alta mar en una barca sin conocer los peligros del mar.
Ahora bien, debes necesariamente asemejarte a un timonel familiarizado con los vientos y corrientes, y que conoce cuales países le esperan del otro lado del océano.
Necesitas aprender a determinar la ruta que debe seguir tu barca, bien equipada.
Se llama “morir” al hecho de tener que renunciar al cuerpo terrestre y a sus órganos sensoriales, cuando esta renuncia se produce para siempre y sin retorno, porque el cuerpo, por motivos físicos, no está más en condiciones de mantenerse.
Un fenómeno muy análogo se produce cada vez que tú te duermes para descansar, abandonándote al sueño: – en este caso, sin embargo, tú no pierdes más que en parte el dominio de tu cuerpo y de tus sentidos, mientras que, en la muerte, ello se te escapa por completo, irrevocablemente.
¡Ves como la naturaleza te enseña de esta manera a morir!
Del mismo modo, tú puedes sentir de antemano una sensación análoga a aquella de la muerte en el caso de desmayo, o cuando tú conciencia es eliminada artificialmente de tu cuerpo.
En todos estos casos, sin embargo, tu apenas experimentas la primera parte del proceso, a no ser que tus “sentidos“ interiores espirituales ya estén tan despiertos, que consigas volver a ti “del otro lado” de la existencia y, para tu propio asombro, encontrarte con vida, inclusive sin tu cuerpo terrestre.
Pero si aun no has registrado esta experiencia, los sueños de tu reposo nocturno pueden entonces, como mínimo, servir para hacerte comprender, en cierta medida, eso que es la vida conciente sin el cuerpo físico, aun cuando la vida “en el Más Allá” sea verdaderamente otra cosa, y no un simple “sueño”.
Si me es necesario hacer aquí una nueva llamada a la vida de los sueños, es solamente para ayudarte en tu comprensión.
Del mismo modo que en tus sueños, tú te reencuentras consciente, apto a sentir, a pensar y a actuar, del mismo modo como al soñar tu vives en un “cuerpo” del cual te sirves libremente, aun cuando tu envoltura física reposa sobre tu cama, sumergida en un profundo sueño, del mismo modo también tu te reencontrarás en una forma corpórea, consciente, sensible, pensante y activa, cuando tu sepas emplear tus “sentidos” espirituales del otro lado de la existencia, y tomar de ese modo conciencia de ti, sea de forma pasajera o como en la muerte del cuerpo terrestre para siempre.
Una diferencia esencial reside en que tu ves, en sueño, simplemente los productos evanescentes, constantemente movedizos de tu imaginación creadora a la cual mil causas de excitación física y psíquica confieren una apariencia de vida propia, mientras que para estar despierto en el mundo espiritual objetivamente existente, sea cual fuere la región de ese mundo en la cual tu despertar pueda producirse, tú necesariamente debes abandonar el mundo de los sueños, del mismo modo que lo abandonas para despertarte en el mundo de los fenómenos perceptibles a los sentidos físicos.
Solamente después de haber “trascendido” el reino de los sueños, tu penetras el reino del Espíritu, que es fácil distinguir como siendo algo distinto a tus sueños, inclusive los más vivos y “los más naturales", porque, gracias a tus sentidos espirituales, te encuentras allí en un estado de conciencia respecto del cual la vida diurna en el estado de vigilia, aquí en la Tierra, te aparece como un deambular de sonámbulo.
Tu ves, escuchas y sientes el mismo “mundo” causal que, estando conciente de tu existencia física, percibes en el estado de vigilia como mundo de los fenómenos físicos; solamente que apenas es “del otro lado” que tu percibes la sensación.
La conformación del mundo esencial de las causas, que en tu cuerpo físico no podías percibir, te resulta de pronto como apareciéndote súbitamente perceptible, y las cosas que sólo los sentidos físicos podían percibir, y que tu calificabas hasta entonces de mundo “real”, se te convierten apenas en “aire o vacío”.
Por reducido que sea el número de humanos que, estando vivos ya han experimentado ese estado en ellos mismos, y aun lo experimentan en la actualidad, ese número es, no obstante, bastante más considerable de lo que se supone, porque la mayoría de quienes han vivido esta experiencia la disimulan instintivamente respecto a terceros, ya sea porque dudan de la incredulidad de sus semejantes y el “ridículo” a que se verían expuestos, ya sea por el temor a que la gracia particular de una experiencia espiritual le sea revocada, al no haber sabido guardar secreto.
Para comenzar, no se trata de ninguna de las regiones espirituales elevadas a las que tienen acceso estos humanos capaces de vivir concientemente experiencias interiores de este tipo; no obstante, se trata de la “otra ribera” a la que siempre se llega, inclusive cuando aquellos que se encuentran concientemente despiertos en ella están aun lejos de poseer la aptitud para penetrar hacia el “interior” de la “región” descubierta y, menos aun, para subir las pendientes abruptas de sus altas “montañas".
Durante la vida terrestre no llegan hasta allá sino unos pocos seres humanos, extremadamente escasos, a quienes aquí, en este lado físico del mundo de las causas, se les ha confiado la antigua “herencia” de una experiencia espiritual secreta: son los “Grandes Sacerdotes” predestinados, los “Maestros” de la acción espiritual escondida y sus sucesores legítimos que nacen como tales, aquí en la Tierra.
¡Aquí te ofrecemos lo que sabemos por experiencia cierta, porque nosotros lo vivimos conscientemente en el “más allá”!
Nosotros vemos a cada día y a toda hora, a millares de seres humanos que abordan para siempre “la otra orilla,” sin que podamos ayudarlos, porque al no haber aprendido el arte de morir, fracasan sobre “la otra orilla” sin haber sido preparados, como náufragos que la tempestad arroja sobre la playa.
Desamparados, vagan perplejos inmersos en la aventura que representa sus nuevas formas de existencia, incapaces de agarrar las manos caritativas que se les extiende en ayuda.
Les falla el discernimiento, lo que les impide distinguir si aquello que encuentran representa para ellos un peligro o una ayuda, y se ocultan temerosamente apenas intenta aproximarse a ellos uno de aquellos que podría guiarlos.
Continúan por ello a vagar solitarios, sin alejarse jamás de la “orilla” del mar, según sus sentimientos que, como mínimo, aun los religa al lado físico de la existencia que ellos abandonaron; hasta que de pronto, “magnéticamente” atraídos, por así decir, descubren una de las “regiones ribereñas” : una de las regiones más inferiores de su lado espiritual del Cosmos imperceptible a los sentidos terrestres, una región que corresponde a las expectativas y a las aspiraciones que a esas personas les fueron propuestas durante su vida física sobre la tierra.
Entonces, se engañan imaginando haber encontrado su “paraíso,” y tanto mejor, ya que igualmente, dicha creencia es la de todos los demás humanos que ellos encuentran en la misma región.
Una vez atrapados en estas regiones, permanecen de ese modo sucumbidos a sus destinos por un período interminablemente largo.
Es extremadamente escaso el caso y entonces a precio de enormes dificultades, que conseguimos desprender y liberar de su “beatitud”, a alguno de estos extraviados.
Pero como nosotros queremos enseñarle a evitar los desvíos, y porque el Amor eterno nos prescribe hacerlo, nosotros le enseñamos el arte de bien morir.
Lo esencial de este arte consiste en lo siguiente: en todo instante, en medio de los proyectos de futuro y en la actividad más intensa, con pleno vigor y floreciente de salud, estar listo para embarcar para siempre a “la otra orilla”, con una alegre serenidad y una firme confianza, – sin posibilidad de retorno.
Aquí se requiere de un cierto estado anímico y de espíritu.
Y aun cuando no le parezca fácil a cada uno alcanzar tal estado de espíritu, ninguno no obstante debe perder de vista que es únicamente este estado el que determina la aptitud a bien morir. –
Aquel a quien las cosas de la vida terrestre física consiguen cautivarlo, al punto de que piense no poder liberarse de ellas, – aquel que no sabe concebir ningún estado en el que los objetos del deseo terrestre pasen a ser inconsistentes. – ese, aprenderá con mucha dificultad el arte de bien morir
Ahora bien, solo es capaz de vivir sobre la tierra en el orden y la alegría, aquel que a cada día y a toda hora sabe crear en él, a su antojo, el estado de aceptación de la muerte, –libre de todo temor y sin ninguna tristeza–.
Ese allí sabe que nada de lo que tendría que dejar aquí en la Tierra, – inclusive, trátese de sus prójimos más queridos o de aquellos que más necesitan de su solicitud, – ese allí jamás podrá estar separado de si mismo, si no está dispuesto a realizar una verdadera separación, creándola por su propia voluntad.
Él sabe que permanecerá “aquí,” en el mismo “lugar” cósmico, – aun más próximo de aquellos que él ama y de los que jamás pudo aproximarse en su cuerpo terrestre. –
Él sabe que después de la muerte, ciertamente no será transformado en algún ser divino, ni se convertirá de ninguna manera en algún ser “omnipotente” sobre la tierra; pero que para quienes tienen necesidad de su ayuda, él podrá aportar una ayuda mucho mayor de la que jamás hubiese podido dar durante su vida física. – –
Aquel que de esta manera se ejercita en el arte de morir, sabe a partir de ahora que le será fácil morir real e irrevocablemente, inclusive si la muerte le sorprende de modo inesperado...
Ciertamente estás de acuerdo con que morir no es un “arte”, sino, más bien, una dura necesidad que se aprende por si sola.
Son innumerables los seres humanos que piensan como tú; y son innumerables también aquellos que diariamente, al morir, abandonan su cuerpo terrestre sin jamás haber aprendido el arte de morir.
Para muchos, la muerte sorprende inesperadamente, “tal como un ladrón en la noche” para otros, ella se aproxima como un fantasma temido, algunos la acogen como libertadora, que por fin los libera de sus sufrimientos, – y aun otros la llaman ellos mismos, porque al actuar de esa forma, esas personas esperan en ella la liberación de las preocupaciones y las miserias psíquicas y corporales.
Pero es poco común que la muerte encuentre a una persona que conoce el arte de morir.
¡Para comprender este arte, es necesario que hayas aprendido en la plenitud de tu vida, aquello que es la “muerte” y lo que significa “morir”!
De cierta manera, es necesario que en la plenitud de tus fuerzas, te ejercites a morir, “ensayándolo,” para saber como morir cuando la muerte te sorprenda.
Morir no es tan fácil como muchos lo creen, pero tampoco es tan difícil cuando previamente lo han aprendido en la plenitud de sus fuerzas.
Todo arte exige ser ejercitado, y el arte de morir tampoco se aprende sin ejercicio.
Sin embargo, un día es necesario pasar por ello, hayamos o no aprendido este arte.
La mayoría de los humanos sienten temor a la muerte, porque no saben bien lo que ocurre durante su transcurso.
Pero aquellos que, no obstante, dicen no sentir temor, son como los niños que parten para alta mar en una barca sin conocer los peligros del mar.
Ahora bien, debes necesariamente asemejarte a un timonel familiarizado con los vientos y corrientes, y que conoce cuales países le esperan del otro lado del océano.
Necesitas aprender a determinar la ruta que debe seguir tu barca, bien equipada.
Se llama “morir” al hecho de tener que renunciar al cuerpo terrestre y a sus órganos sensoriales, cuando esta renuncia se produce para siempre y sin retorno, porque el cuerpo, por motivos físicos, no está más en condiciones de mantenerse.
Un fenómeno muy análogo se produce cada vez que tú te duermes para descansar, abandonándote al sueño: – en este caso, sin embargo, tú no pierdes más que en parte el dominio de tu cuerpo y de tus sentidos, mientras que, en la muerte, ello se te escapa por completo, irrevocablemente.
¡Ves como la naturaleza te enseña de esta manera a morir!
Del mismo modo, tú puedes sentir de antemano una sensación análoga a aquella de la muerte en el caso de desmayo, o cuando tú conciencia es eliminada artificialmente de tu cuerpo.
En todos estos casos, sin embargo, tu apenas experimentas la primera parte del proceso, a no ser que tus “sentidos“ interiores espirituales ya estén tan despiertos, que consigas volver a ti “del otro lado” de la existencia y, para tu propio asombro, encontrarte con vida, inclusive sin tu cuerpo terrestre.
Pero si aun no has registrado esta experiencia, los sueños de tu reposo nocturno pueden entonces, como mínimo, servir para hacerte comprender, en cierta medida, eso que es la vida conciente sin el cuerpo físico, aun cuando la vida “en el Más Allá” sea verdaderamente otra cosa, y no un simple “sueño”.
Si me es necesario hacer aquí una nueva llamada a la vida de los sueños, es solamente para ayudarte en tu comprensión.
Del mismo modo que en tus sueños, tú te reencuentras consciente, apto a sentir, a pensar y a actuar, del mismo modo como al soñar tu vives en un “cuerpo” del cual te sirves libremente, aun cuando tu envoltura física reposa sobre tu cama, sumergida en un profundo sueño, del mismo modo también tu te reencontrarás en una forma corpórea, consciente, sensible, pensante y activa, cuando tu sepas emplear tus “sentidos” espirituales del otro lado de la existencia, y tomar de ese modo conciencia de ti, sea de forma pasajera o como en la muerte del cuerpo terrestre para siempre.
Una diferencia esencial reside en que tu ves, en sueño, simplemente los productos evanescentes, constantemente movedizos de tu imaginación creadora a la cual mil causas de excitación física y psíquica confieren una apariencia de vida propia, mientras que para estar despierto en el mundo espiritual objetivamente existente, sea cual fuere la región de ese mundo en la cual tu despertar pueda producirse, tú necesariamente debes abandonar el mundo de los sueños, del mismo modo que lo abandonas para despertarte en el mundo de los fenómenos perceptibles a los sentidos físicos.
Solamente después de haber “trascendido” el reino de los sueños, tu penetras el reino del Espíritu, que es fácil distinguir como siendo algo distinto a tus sueños, inclusive los más vivos y “los más naturales", porque, gracias a tus sentidos espirituales, te encuentras allí en un estado de conciencia respecto del cual la vida diurna en el estado de vigilia, aquí en la Tierra, te aparece como un deambular de sonámbulo.
Tu ves, escuchas y sientes el mismo “mundo” causal que, estando conciente de tu existencia física, percibes en el estado de vigilia como mundo de los fenómenos físicos; solamente que apenas es “del otro lado” que tu percibes la sensación.
La conformación del mundo esencial de las causas, que en tu cuerpo físico no podías percibir, te resulta de pronto como apareciéndote súbitamente perceptible, y las cosas que sólo los sentidos físicos podían percibir, y que tu calificabas hasta entonces de mundo “real”, se te convierten apenas en “aire o vacío”.
Por reducido que sea el número de humanos que, estando vivos ya han experimentado ese estado en ellos mismos, y aun lo experimentan en la actualidad, ese número es, no obstante, bastante más considerable de lo que se supone, porque la mayoría de quienes han vivido esta experiencia la disimulan instintivamente respecto a terceros, ya sea porque dudan de la incredulidad de sus semejantes y el “ridículo” a que se verían expuestos, ya sea por el temor a que la gracia particular de una experiencia espiritual le sea revocada, al no haber sabido guardar secreto.
Para comenzar, no se trata de ninguna de las regiones espirituales elevadas a las que tienen acceso estos humanos capaces de vivir concientemente experiencias interiores de este tipo; no obstante, se trata de la “otra ribera” a la que siempre se llega, inclusive cuando aquellos que se encuentran concientemente despiertos en ella están aun lejos de poseer la aptitud para penetrar hacia el “interior” de la “región” descubierta y, menos aun, para subir las pendientes abruptas de sus altas “montañas".
Durante la vida terrestre no llegan hasta allá sino unos pocos seres humanos, extremadamente escasos, a quienes aquí, en este lado físico del mundo de las causas, se les ha confiado la antigua “herencia” de una experiencia espiritual secreta: son los “Grandes Sacerdotes” predestinados, los “Maestros” de la acción espiritual escondida y sus sucesores legítimos que nacen como tales, aquí en la Tierra.
¡Aquí te ofrecemos lo que sabemos por experiencia cierta, porque nosotros lo vivimos conscientemente en el “más allá”!
Nosotros vemos a cada día y a toda hora, a millares de seres humanos que abordan para siempre “la otra orilla,” sin que podamos ayudarlos, porque al no haber aprendido el arte de morir, fracasan sobre “la otra orilla” sin haber sido preparados, como náufragos que la tempestad arroja sobre la playa.
Desamparados, vagan perplejos inmersos en la aventura que representa sus nuevas formas de existencia, incapaces de agarrar las manos caritativas que se les extiende en ayuda.
Les falla el discernimiento, lo que les impide distinguir si aquello que encuentran representa para ellos un peligro o una ayuda, y se ocultan temerosamente apenas intenta aproximarse a ellos uno de aquellos que podría guiarlos.
Continúan por ello a vagar solitarios, sin alejarse jamás de la “orilla” del mar, según sus sentimientos que, como mínimo, aun los religa al lado físico de la existencia que ellos abandonaron; hasta que de pronto, “magnéticamente” atraídos, por así decir, descubren una de las “regiones ribereñas” : una de las regiones más inferiores de su lado espiritual del Cosmos imperceptible a los sentidos terrestres, una región que corresponde a las expectativas y a las aspiraciones que a esas personas les fueron propuestas durante su vida física sobre la tierra.
Entonces, se engañan imaginando haber encontrado su “paraíso,” y tanto mejor, ya que igualmente, dicha creencia es la de todos los demás humanos que ellos encuentran en la misma región.
Una vez atrapados en estas regiones, permanecen de ese modo sucumbidos a sus destinos por un período interminablemente largo.
Es extremadamente escaso el caso y entonces a precio de enormes dificultades, que conseguimos desprender y liberar de su “beatitud”, a alguno de estos extraviados.
Pero como nosotros queremos enseñarle a evitar los desvíos, y porque el Amor eterno nos prescribe hacerlo, nosotros le enseñamos el arte de bien morir.
Lo esencial de este arte consiste en lo siguiente: en todo instante, en medio de los proyectos de futuro y en la actividad más intensa, con pleno vigor y floreciente de salud, estar listo para embarcar para siempre a “la otra orilla”, con una alegre serenidad y una firme confianza, – sin posibilidad de retorno.
Aquí se requiere de un cierto estado anímico y de espíritu.
Y aun cuando no le parezca fácil a cada uno alcanzar tal estado de espíritu, ninguno no obstante debe perder de vista que es únicamente este estado el que determina la aptitud a bien morir. –
Aquel a quien las cosas de la vida terrestre física consiguen cautivarlo, al punto de que piense no poder liberarse de ellas, – aquel que no sabe concebir ningún estado en el que los objetos del deseo terrestre pasen a ser inconsistentes. – ese, aprenderá con mucha dificultad el arte de bien morir
Ahora bien, solo es capaz de vivir sobre la tierra en el orden y la alegría, aquel que a cada día y a toda hora sabe crear en él, a su antojo, el estado de aceptación de la muerte, –libre de todo temor y sin ninguna tristeza–.
Ese allí sabe que nada de lo que tendría que dejar aquí en la Tierra, – inclusive, trátese de sus prójimos más queridos o de aquellos que más necesitan de su solicitud, – ese allí jamás podrá estar separado de si mismo, si no está dispuesto a realizar una verdadera separación, creándola por su propia voluntad.
Él sabe que permanecerá “aquí,” en el mismo “lugar” cósmico, – aun más próximo de aquellos que él ama y de los que jamás pudo aproximarse en su cuerpo terrestre. –
Él sabe que después de la muerte, ciertamente no será transformado en algún ser divino, ni se convertirá de ninguna manera en algún ser “omnipotente” sobre la tierra; pero que para quienes tienen necesidad de su ayuda, él podrá aportar una ayuda mucho mayor de la que jamás hubiese podido dar durante su vida física. – –
Aquel que de esta manera se ejercita en el arte de morir, sabe a partir de ahora que le será fácil morir real e irrevocablemente, inclusive si la muerte le sorprende de modo inesperado...
Gracias a las observaciones metódicas de la investigación médica, se sabe de forma cierta, desde hace ya mucho tiempo, que el proceso físico de la muerte no es penoso, salvo para quienes asisten, ya que el propio moribundo nada sufre; apenas siente los dolores eventuales de su enfermedad mientras este aun no haya muerto.
Pero nuestro papel aquí se limita a mostrar de qué manera la conciencia del moribundo sobrevive al acto de morir.
Si el moribundo se encuentra plenamente conciente hasta el último instante, en el momento en que su organismo espiritual comienza a desasociarse del cuerpo animal terrestre al que estaba hasta ese momento unido, se produce no obstante una especie de “somnolencia” de la cual la conciencia despertará sólo cuando la “muerte” sea un hecho consumado.
En el momento de este despertar, que sucede algunos segundos o minutos después que la muerte haya podido ser constatada, la persona ya se encuentra con su organismo espiritual, único transmisor de sus experiencias, ahora del “otro lado” del mundo causal, el único lado que percibe el sentido espiritual – el mundo de la eterna “Realidad,” de cuyo seno irradian todas las formas de existencia, tanto espiritual como física, conforme al modo de percepción que corresponda.
La facultad de percepción del fallecido, condicionado hasta aquí por sus sentidos físicos, a partir de ahora ha sido cambiada por una nueva manera de percepción, que normalmente él desconocía; a pesar de que la manera de percepción que usa para crear las formas permanece inalterada.
Él está lejos de considerarse muerto, porque se encuentra consciente de si mismo, animado de una voluntad y capaz de percibir, a pesar de no darse cuenta aun que únicamente los órganos espirituales le sirven en la actualidad.
No se siente de forma alguna “sin forma,” porque lo que hasta ahora había sido su cuerpo físico es apenas una réplica más o menos perfecta del organismo espiritual que había formado su propia voluntad eterna – aun cuando esto resulte “inconsciente” para su cerebro, – organismo que ahora la conciencia ha vuelto a ser capaz de percibir, pese a no reconocer aun estar separada de su cuerpo físico.
Pero, así como cesa el dolor físico, cuando por medios adecuados un miembro adolorido del cuerpo terrenal queda insensibilizado, – así también, los dolores físicos que podrían aun hacer sufrir al moribundo poco antes de su muerte, en el momento del despertar en el “más allá,” desaparecen por completo; porque el cuerpo físico, en el cual residía la causa de la sensación de dolor, permanece definitivamente separado del organismo espiritual, que sólo a partir de ese instante se siente a si mismo.
Una cierta unión de “fluidos” subsiste, no obstante, que está determinada por radiaciones materiales sutiles e invisibles del cuerpo físico utilizado hasta aquí; radiaciones que igualmente percibe el organismo espiritual. Esta unión permite que, aquel que se despierta del otro lado, en el más allá, aun percibe de modo espiritual, hechos que suceden en torno a su cadáver, que en realidad suceden en el mundo físico.
Así es como percibe aquel que está a partir de ese momento para siempre del “otro lado,” las influencias de los “fluidos” irradiados por aquellas personas que rodean su cuerpo terrestre recién abandonado; tiene la sensación del “valor sentimental” de sus toques, así como de sus palabras y propósitos, registrando aproximadamente como lo haría un ciego, una imagen más o menos exacta del espacio exterior que ha abandonado, – pero conservando la ilusión de estarlo percibiendo a través de sus sentidos físicos.
Estos últimos contactos con el lado físico sensorial del mundo causal persisten aun por algún tiempo, inclusive después que el cadáver se haya enfriado; pero lo que aun puede ser percibido pierde fuerza de hora en hora y toda capacidad de percepción en este orden de cosas cesa por completo cuando aparecen los primeros síntomas de descomposición.
Aquellos que repudian la práctica de la incineración de los cadáveres o que llegan a creer que con eso el difunto pudiese ser “perjudicado,” en su vida del “más allá,” yo puedo afirmar que, cumplido los plazos observados en los países civilizados previos al funeral, toda relación de percepción entre el organismo espiritual del difunto y lo que fue su cuerpo terrestre, desde hace tiempo ha dejado de existir.
Pero cuando el fuego es la causa de la muerte, el dolor, como en cualquier otra causa de fallecimiento, – apenas se percibe hasta la pérdida de la conciencia ligada al cuerpo físico; siendo que después de producirse el “despertar” en el más allá, todo contacto con lo que fue el cuerpo terrestre se ha extinguido, debido a la descomposición provocada por el fuego.
Lo que no se extingue es la conciencia, ahora sentida por el organismo espiritual, de su propia presencia, ni tampoco se apaga la facultad de ver y de reconocer con claridad a todas las personas físicamente presentes en sus formas espirituales, – excepto los defectos de sus manifestaciones terrenales, que corresponden enteramente a sus formas terrestres.
Los muertos, cuya conciencia durante su permanencia en la tierra nunca se elevó por encima del campo de la existencia física animal, frecuentemente se engañan de tal manera acerca de su nuevo estado que, inclusive mucho tiempo después de su deceso material, ni siquiera se dan siquiera cuenta de que ya no están más en un cuerpo físico.
Ellos están bajo la ilusión de haber sido simplemente “curados,” porque la causa anterior a sus sufrimientos no existe más.
Estando en primer término – como en un sueño – bajo la influencia temporaria de una representación de la experiencia terrestre, la percepción de la forma espiritual de sus seres próximos se les mezcla con las formas nacidas de sus propios sueños, a pesar de que estos fallecidos no comprenden porqué uno se entristece a su respecto.
Con todas sus fuerzas, ellos ahora frecuentemente intentan convencer a aquellos que durante la existencia física se afligían por sus fallecidos, que su congoja no tiene fundamento. Pero, en la intensidad del dolor, este esfuerzo no es percibido por aquellos que continúan viviendo en el plano físico.
Debido a su impotencia frente a aquello que le aparece como la necedad de sus familiares y amigos, el fallecido descubre ahora, súbitamente, que no es más solidario de un cuerpo físico y se despierta de este modo de un sueño que él mismo se había creado.
Sólo ahora, esta persona comienza realmente a “aprender a ver” y sus ojos espirituales se abren del lado espiritual del mundo causal, algo nuevo para él, y cuyo ambiente sensorial físico de percepción él había abandonado, sin cambiar de “lugar” cósmico.
Aquí se inicia ahora, para aquellos que durante su vida terrestre no se entrenaron en “el arte de morir,” la etapa de vagabundeo espiritual, porque el organismo espiritual de un ser humano no se encuentra suficientemente perfeccionado por el hecho de la muerte, ni sobre su nivel de certeza hasta ahora alcanzado en el campo del conocimiento.
Es verdad, aparecen de inmediato Ayudantes caritativos a su lado, pero no son reconocidos como tales.
Por el contrario, son frecuentemente recusados de manera decidida y con plena conciencia por parte del fallecido, perdido como aun se encuentra debido a sus concepciones físicas y terrenas; de modo que los Ayudantes no están en condiciones de poder aportarles cualquier ayuda.
Tampoco es de extrañarse, que la certeza de haber adquirido efectivamente la vida en el “más allá” despierte en algunos un orgullo desmedido, que los fortalece aun más a su lado en sus necedades.
Quien estaba del todo aferrado a la Tierra, o que se prendía en exageradamente a las cosas y a las personas, que ya no puede alcanzar a través de los medios físicos de la acción, se sentirá tomado por una amarga desesperación al constatar la imposibilidad de un retorno. Le será necesario combatir y superar esta desesperación antes de reencontrar la aptitud que le permita reconocer sus nuevas posibilidades de acción respecto del mundo terrestre, que es a partir de ahora de naturaleza puramente espiritual. –
Y respecto de aquellos que durante la vida física se envolvieron totalmente en la lucha por realizar un “ideal” sobre la Tierra, y las concepciones que ellos mismos se generaron en ese sentido, – estos no tardarán mucho en perder casi todo interés por el mundo físico que abandonaron.
Buscan una oportunidad para poder realizar su “idea” dentro de su nuevo territorio de vida, y son ciegos a todas las nuevas posibilidades de experiencia.
Por su parte, otras personas buscan la “bienaventuranza” que les fuera prometida y que, ardientes de fe, tanto habían deseado; y quedan muy sorprendidos porque en el “más allá” no encuentran de inmediato las formas de aquello que soñaron con tanta complacencia sobre la tierra.
Todos estos seres humanos, preocupados de ellos mismos y de las concepciones acerca la vida que trajeron consigo, terminan por encontrar una forma de realización de sus deseos, al ir a parar a uno de esos reinos inferiores del Espíritu, que sin saberlo, habían ayudado inconscientemente a crear cuando estaban en la Tierra .
Este pasaje de un mundo a otro no es sino un “cambio de lugar,” porque todos los mundos espirituales, – y son numerosos, hasta el mundo supremo del Espíritu puro que engendra la Divinidad. – se entre-penetran, el uno dentro del otro, en el mismo “lugar” cósmico.
La experiencia conciente de la vida en los mundos espirituales, así como el pasaje de uno a otro de estos mundos, depende siempre de un cierto cambio en el modo de percepción que vuelve la conciencia espiritual de alguna manera “ciega” para ciertos fenómenos y por el contrario, “vidente” para otros.
Pero es exactamente esta modificación de las facultades de percepción que resulta imposible de provocar arbitrariamente y sin la participación de los Maestros eternos, representantes del ser humano en el supremo reino del Espíritu, o de sus enviados: los discípulos escogidos por ellos, conforme a la complejidad y adecuación de sus cualidades psicofísicas
Pero cada ser humano, aun cuando no forme parte de estos que acabo de señalar, puede no obstante esforzarse, a través de la imaginación, por familiarizarse con los sentimientos, las sensaciones y los estados de conciencia que, producido el esclarecimiento que acabamos de aportar aquí, le esperan después de la muerte física.
Acepto, sin preocuparme por ello, la objeción de que una excitación intencional de la capacidad imaginativa apenas podría producir “imágenes” simples, sin que ello signifique poder producir de modo alguno, estados reales de la vida pos-terrenal.
Exactamente por este motivo es que pido, en la formación de las imágenes representativas que aquí son necesarias, que uno se ajuste estrictamente a las representaciones que yo doy en este libro, porque ha sido dado a muy pocos seres humanos aprender a conocer de antemano, concientemente, durante su vida en la Tierra, el ámbito de la vida pos-terrestre. Pero, por el contrario, gracias a la evocación de figuras imaginativas que correspondan a la realidad, todo ser humano puede percibir de cierta manera, por anticipado, los sentimientos, las sensaciones y los estados de conciencia que nos deberán suceder después de la muerte física.
Ahora bien, ¡es necesario suscitar frecuentemente con anticipación ese tipo de experiencia, si se quiere tener certeza, cuando la conciencia se haya separado del modo de experiencia sensorial terrestre, de como orientarse, inmediatamente y por sobre todo, de como distinguir aquello que conviene investigar de lo que hay que evitar!
Sólo quien ya consiguió esa certeza durante su vida terrestre sabrá del mismo modo descubrir de inmediato, cuando haya pasado al nuevo modo de percepción a través del uso exclusivo de los sentidos espirituales, las manos solícitas que allí se extenderán hacia él y las agarrará con toda confianza...
¡A aquel nosotros podemos ayudar!
Esa persona ya ha “aprendido,” durante sus días en la tierra, el arte de morir y su confianza en nuestra enseñanza le ha permitido que madure en él toda capacidad de conocimiento que a partir de ahora necesitará.
¡A partir de ese momento, estará libre de toda ilusión y de toda decepción!
A él guiaremos, – al pasar por diversas “regiones aledañas,” en las cuales quimeras y ensueños terrestres han sido creados por las fuerzas de la voluntad desviada, – directamente hacia el “interior” de la “comarca” con la cual él ahora se ha comprometido y donde guías plenos de amor lo acercarán, cada vez más, a su realización.
¡Con el abandono de su envoltura corporal, él ciertamente no se ha convertido en “otra persona!”
No se le puede dar repentinamente lo que aun le falta. –
Él apenas trae consigo aquello que sobre la tierra supo adquirir.
Lo que supo ligar sobre la Tierra le permanecerá “ligado” también en la vida de los sentidos espirituales, del mismo modo que quedará libre de aquello que supo desatar durante su vida terrestre...
Sólo paulatinamente podrá siempre ser conducido hacia lo más alto, hasta que un día sea capaz de penetrar en el más sublime de los reinos espirituales: – el mundo puro de la luz, el mundo de la realización absoluta en la bienaventurada plenitud. – –
Los “tiempos” necesarios para esta ascensión están determinados por el grado de relativa realización espiritual ya alcanzado en la Tierra y por el grado de lucidez con que esté capacitado para tomar conciencia de la voluntad eterna.
La “muerte” de la capacidad de experiencia terrena al modo espiritual de percepción se realiza de todas maneras, independientemente de tu voluntad, y lo que te espera “del otro lado” estará allí, inclusive si no crees en ningún “más allá.”
No obstante, se le otorga un gran poder a tu voluntad eterna, ya que, gracias a tu trabajo preparatorio aquí, del lado físicamente perceptible del mundo, tú serás capaz de determinar en gran medida tu destino ulterior.
Ello presupone, naturalmente, que te conduzcas en la vida consciente de modo responsable, siempre orientado hacia la elevada mira espiritual que sólo se puede alcanzar a través del amor desinteresado por todo lo que vive.
Del “otro lado” del mundo, – allí donde los sentidos espirituales son el único medio de percepción, – no reina solamente la “felicidad de los bienaventurados.” –
Allí también existen, realmente, regiones de tormento y desespero, de remordimientos que devoran y de deseos de autodestrucción, a pesar de que ese deseo jamás pueda ser satisfecho...
Ahora bien, por esas regiones deberán ineludiblemente pasar todos aquellos que no observan, aquí en la Tierra, la ley que el amor exige de toda persona, para con ella misma y para con las demás criaturas.
¡Ese “amor” está muy distante de cualquier tipo de sensiblería y de cualquier derramamiento sentimental!
El amor que prescribe la ley espiritual, respecto de lo que aquí se habla es, desde mucho antes, la más sublime e intensa afirmación de si mismo y de todo Ser, de modo que la persona que lo posee, siente en ella misma y en todo lo que como ella existe, aquello que hay de positivo, aquello que ha sido espiritualmente querido, aun cuando se vea antes forzada a defenderse con todo vigor contra las fuerzas negativas que esas mismas criaturas generan.
La mayor de las infracciones a la ley espiritual a que nos referimos, la cometen todos aquellos que en la Tierra atentan contra la vida de sus propios cuerpos para huir, cobardemente, por cualquier motivo, de la existencia terrena y sus exigencias.
Ese acto es absolutamente insensato y contraproducente, porque, en vez de alcanzar la deseada liberación, aquella persona que atenta por sus propias manos contra su cuerpo, encontrará un encadenamiento mil veces más penoso, en estados de conciencia que, por cierto, no había deseado y de los cuales, por eones, no conseguirá escapar.
Los sobrevivientes pueden encontrar cierta consolación por el hecho de que la mayoría de los suicidios son cometidos por humanos cuya conciencia, en el momento decisivo, ha sido mórbidamente obnubilada, de modo que ese terrible acto de negación se produce en un estado que puede ser considerado como un exceso de locura súbita, aun cuando este acto haya sido por largo tiempo preparado, como un “juego” irresponsable, en torno a la idea de destruir su propio cuerpo.
Conforme a las apariencias, el asesino y su víctima han sido reunidos en una sola y misma persona, pero el asesino es, de hecho, el producto de un pensamiento que ha pasado a ser dominante, nutriendo a la víctima con sus propias fuerzas, hasta llegar por fin a devorársela.
En estos casos, el destructor de su cuerpo terrestre no es responsable del acto mortífero, pero la ley del Espíritu le exige cuentas de todos sus pensamientos y de todos los actos erróneos que finalmente determinaron el acto en un momento de extravío.
En esta comprobación, no se llega en general a compensar la cuenta, sino que pasando por una segunda encarnación en la Tierra, en el cuerpo animal humano.
Se trata aquí de uno de esos casos en que, por excepción, lo que se designa bajo el nombre de “reencarnación,” resulta posible, siendo que, cuando la vida terrena de la persona llega normalmente a su término, la “reencarnación” resulta definitivamente imposible.
A pesar de que el aprovechamiento de la vida terrestre en beneficio de la preparación para los estados de conciencia pos-terrestres sea de la mayor importancia, no debes imaginarte que estés obligado por este motivo a vivir en esta Tierra la timorata vida de un “santurrón” pusilánime, siempre ansioso de su “salvación” – uno de esos seres egoístas que mucho temen el “pecado,” pero que interiormente no dudan y sienten el mayor júbilo por la “condena de los malvados.”
Esa postura de vida ciertamente te llevaría a naufragar un día en una de esas engañosas “regiones aledañas” del Espíritu, que la ilusión humana ha creado sin saber que ella misma es su autor.
Una vida de fiel cumplimiento de tu deber, llena de amor por todo lo que vive; de aspiración por lograr bondad en el corazón verdadero, con un orden en la actitud de tu voluntad y el ennoblecimiento de tus alegrías, – una vida llena de una alegre fe en la realización final de tus más elevadas y puras aspiraciones, – será siempre para ti la mejor manera de vivir sobre esta Tierra, sobretodo si, al mismo tiempo, te esfuerzas por aprender lo que en este libro llamo “el arte de morir.”
Sin lugar a dudas, existe también una vía espiritual particular, la vía de las cumbres, a la que ya me he referido en otras partes, pero antes de que hayas moldeado tu vida del modo como mis consejos te lo enseñan aquí, no te será posible avanzar sobre ese otro sendero .
Aquel que quiere comprometerse con este camino debe estar libre de todo lo que eventualmente podría comprometer la certeza de sus pasos.
La “beatería” hipócrita es tan perjudicial en este sentido, como lo es el gesto vacío de la “renuncia al mundo.”
No todos hallarán posible practicar el camino por el cual el ser humano puede llegar al punto en que su “Dios” nazca en él; pero cada cual debería por lo menos saber que ese camino existe, – cada uno debería prepararse de la mejor manera posible para comprometerse con dicho camino, a partir de esta vida en la Tierra.
A más de alguno puede faltarle la fuerza y la perseverancia, que son necesarias para este camino; pero esas fuerzas espirituales crecen en la medida que se las ejerce y la perseverancia en este terreno también sólo es concedida a quienes dedican todo su amor a dicha empresa.
Todo lo que se piensa, siente y realiza del lado físicamente perceptible del mundo produce, sin cesar, efectos constantes sobre el mundo del “más allá.”
Los frutos de todas las obras que, por su actividad, las personas realizan en este mundo, perduran más allá de la muerte, aun cuando estas obras apenas sirvan en la Tierra como objetivos físicos.
Presuponiendo que eres moralmente responsable, lo que importa respecto a todas tus actividades en la Tierra es, no lo que haces, sino como lo haces.
El trabajo más apagado realizado aquí en la Tierra puede conferirte fuerzas insospechadas respecto a tu vida futura sobre el plano espiritual del mundo, si te esfuerzas por cumplir la tarea que te ha sido confiada, aquella que anima el sentimiento más sincero del deber, con alegría, con lo mejor de tus fuerzas, y como si la existencia del universo entero dependiera únicamente de la cualidad del trabajo que proporcionas .
¡Únicamente tú eres responsable de ti mismo!
En todo lo que puedes hacer o pensar – en todo lo que realizas en este plano de la experiencia sensorial física del mundo, – eres siempre tú el creador inconsciente de tu destino futuro en el mundo perceptible a los sentidos espirituales.
Lo que aquí en la Tierra llamas tu “destino” es apenas un fragmento ilusorio de un todo inconmensurable y cuando aquí llegas a irritarte por tu destino, tu mal humor te puede parecer humanamente comprensible y por cierto hasta excusable; pero no te diferencias del niño que insensatamente pide cosas que actualmente no pueden dársele, porque le resultarían dañinas, pese a que, más adelante, podrá disponer de ellas a profusión, conforme a sus deseos .
Solamente cuando hayas alcanzado los grados elevados del mundo espiritual, tú podrás algún día comprender tú destino, y entonces reirás al soñar con tus juicios anteriores. – –
Entonces, verás que tus mejores raciocinios, los que otrora te indujeron a juicios erróneos, eran igualmente insensatos, porque querías retirar la belleza de la flor y la dulzura del fruto a partir de la confusión de las raíces que tus manos descubrían al cavar la sombría tierra.
Sólo quien sabe liberarse por si mismo de las estrechas y limitadas imágenes representativas de su propia fantasía, sugeridas necesariamente por su modo sensorial físico de ver, presentirá gradualmente también una parte del enorme todo al que está arraigado y del cual nunca conseguirá aproximarse por medio de las facultades sensoriales físicas del conocimiento .
No fueron vacías de sentido las palabras que dijo cierto día un sabio, cuando, casi confundido por el resplandor de lo que contemplaba, formuló estas palabras:
“¡No hay ojo que pueda ver, ni oído que pueda oír aquello que Dios reserva a los que lo aman! “
Pero, “¡amar a Dios” significa: – “amar” y aceptar de buena voluntad todo el trabajo y todo el dolor de la tierra, como si precisamente los hubiésemos deseado, los hubiésemos procurado, tal como se presentan en nuestra vida!
“¡Amar a Dios” significa: – amar la Tierra y todo lo que sobre ella vive, – tal como el todo existe y se comporta, – inclusive cuando aquello va en contra de nuestros deseos!
“¡Amar a Dios” significa: – amarse a si mismo y, por el amor a uno, cargarse alegremente de todos los fardos que a uno se le pide que cargue en el largo y penoso camino que, más allá del error y de la confusión, nos conduce finalmente hacia nosotros mismos, tal como eternamente somos en Dios!
Después de todo lo que precede, sabrás ciertamente también, desde ahora, cual es la mejor manera de honrar a tus “difuntos”: – aquellos que antes estaban junto a ti en tu vida terrestre y que ahora, como otrora, existen aun, no obstante, sin ser detectados por tus capacidades físicas y sensoriales de percepción.
Ahora sabrás de que modo puedes continuar a ayudarlos y como, en caso de necesidad, tu mismo puedes obtener su ayuda.
¡En verdad, es un falso comienzo organizar “círculos espiritas” para entrar en relación con aquellos que han abandonado la tierra!
Inclusive, admitiendo que todos los partícipes sean sinceros y que tú estés a salvo de toda superchería, hasta inconsciente, son rudimentarios tus conocimientos acerca de las fuerzas que se manifiestan en tales “sesiones” y no estás lo suficientemente capacitado como para identificar a los verdaderos autores de los fenómenos que allí se producen.
¡Ni aun cuando te alejaras de toda creencia preconcebida para, antes que nada, investigar lo que pudiera haber de verdadero en esa cosa!
Las fuerzas de que se trata en las legítimas manifestaciones espiritas están repletas de mentira, capricho e impostura, – siempre listas a hacerse notar a través de tus propias fuerzas, pero están muy lejos de transformarse en objetos dispuestos a dejarse estudiar. (Naturalmente, aquí no tomo en consideración las múltiples posibilidades de fraude a través de los “mediums” y los operadores de las sesiones).
Dejando excluida la superchería terrestre, las manifestaciones que tú atribuyes a fuerzas del “más allá” no son sino el juego de seres invisibles, procedentes de una región por aun casi desconocida del mundo físico.
Aquellos que están realmente “despiertos” en el Espíritu, – y que, como tal, están conscientes del más allá, pueden ser considerados como ya vivientes en ese más allá, a pesar de estar vivos también en el cuerpo terrestre del lado físicamente perceptible del mundo, – y verdaderamente pueden servir, en casos aislados, a las entidades antes mencionadas, del mismo modo que uno se sirve, por lo demás, de cualquier otra fuerza de la que se disponga. Jamás se le pasará por la mente a alguno de esos despiertos en el Espíritu, tomar parte en una sesión espirita para divertir a los partícipes o querer hacer más “interesante” los ensayos de algún experimentador .
Inclusive, cuando se tiene la impresión de que se está lidiando “sin ningún lugar a dudas,” con la “entelequia” de un ser que en el pasado fue una persona terrestre, el peligro de estar siendo engañados por una entidad lemuriana supera toda probabilidad de una comunicación verdadera; lo que nos permite prevenir con insistencia respecto de cualquier vía que conduzca a manifestaciones “espiritas,” cualquiera que estas sean.
Quien aquí advierte de estas cosas conoce por experiencia propia, de manera abundante y cierta, todas las manifestaciones posibles en el terreno “espirita.”
Pero, también conoce bien ese mundo intermediario invisible, que constituye el elemento causal propio de los susodichos “espíritus” del “espiritismo,” y él sabe, en caso de necesidad, servirse de esas entidades y de sus energías, del mismo modo que uno se sirve de un caballo ensillado o de un perro de caza, cuando las circunstancias lo exigen.
A quien posee espiritualmente ese poder, tales entidades lo sirven con sus fuerzas cuando este lo pide, sin que sea necesario el uso de un “médium,” o la realización de “sesiones espiritas.”
Esta persona penetra las regiones de esos seres intermediarios con la misma seguridad de quien ingresa en los mundos puramente espirituales.
Evidentemente, no es agradable aproximarse a esas entidades, y ninguno de aquellos que detenta el poder de servirse de ellas a su antojo jamás lo hará sin necesidad de fuerza mayor, y sin vencer, en dicho caso, un sentimiento de repugnancia.
Mientras tu te engañas creyendo estar en contacto con tus “queridos difuntos,” apenas entras la mayor parte del tiempo en relación con esas entidades, aproximadamente comparables, en el plano terrestre, con las medusas de los mares australes; pero que, como estas últimas, no son perceptibles a los sentidos físicos. En tal caso, entras también en contacto con tus propias fuerzas, que son, no obstante, de naturaleza puramente física. Puede ocurrir también que, sin tener conciencia de ello, fuerzas que son tuyas y que emanan de la misma región a la que pertenecen esas entidades físicas invisibles, produzcan por si solas, todos los fenómenos considerados. Sin saberlo, tú estarás produciendo en ti mismo, un espectáculo fantasmagórico .
Esta inconsciente auto-ilusión que tú produces es, en todo caso, mucho menos funesta para su alma y cuerpo que el verdadero contacto con los seres lemurianos a que nos hemos estado refiriendo aquí, porque estas sanguijuelas que chupan las fuerzas para nutrirse, no pueden producir los susodichos “milagros” de sus “sesiones espiritas,” sin la ayuda de las energías que ellos succionan de ti y de los demás.
Hasta el científico más libre de prejuicios que presencia estos fenómenos, apenas como observador, no está de modo alguno inmunizado contra la potencia de esos tentáculos que lo arrastran hacia el seno del mundo invisible.
Por más que piense estar “por encima de la situación,” tendrá que dejar que le roben sus propias fuerzas más secretas, sin siquiera imaginar que los parásitos invisibles de su “médium,” tan hábiles para cautivar su interés como investigador, abusan de él.
El real “comercio” – el único contacto seguro con aquellos que nos precedieron en el “más allá,” – se establece únicamente en el fuero interior, en el “alma,” y es de naturaleza esencialmente espiritual.
¡Tu propio “cuerpo” espiritual es para ti el órgano de percepción de los “fallecidos!”
Cada pensamiento “profundamente sentido,” cada sentimiento que toma totalmente posesión de ti, es percibido “del otro lado,” tal como aquí en el mundo de los sentidos físicos se percibe la expresión de la palabra verbal.
Del mismo modo, cuando quedas “en silencio” y permaneces lo suficientemente sensible a este respecto, puedes percibir las manifestaciones de aquellos que ya viven en el plano espiritual del mundo, como formas de pensamientos sutiles, o bien como sentimientos que parecen invadirte desde el exterior. Por débiles que hayan sido educadas tus facultades, por vía de ejercicios, tú puedes ciertamente distinguir entre estas sensaciones propias de tus pensamientos y tus “propios” sentimientos.
Pero, independientemente de lo que de este modo puedas observar conscientemente, se ejerce una influencia subconsciente y permanente. De esa manera, muchas veces tu eres a veces el “medium” de algún fallecido, en un sentido bastante más exacto del que se admite en el caso de un susodicho “médium espirita,” inclusive, suponiendo que seres humanos viviendo en el “más allá” quisieran servirse de él .
Si estuvieses habituado a observar los acontecimientos cotidianos de tu vida con lucidez, pero atento a lo misterioso que hay en ellos, muchas veces te verías actuando en el sentido y modo de ser de un “difunto” amado, a pesar de no tener la menor intención consciente de actuar como el difunto hubiese deseado él mismo haber sido dirigido, si hubiese vivido en la forma físicamente perceptible.
Por otra parte, tu encontrarás sin duda también materia de que pensar por el hecho de que, muy frecuentemente, sucede alguna cosa que podría considerarse, sin vacilación, como la realización, por fin, de un deseo cultivado con tanto anhelo por un difunto durante su vida en la Tierra y que, no obstante, quedó insatisfecho.
Evidentemente, todo eso resulta mucho menos espectacular que una mesa levitando o danzando y cuyas patas golpean “mensajes” y menos sensacional aun que la forma “materializada,” que de modo inconsciente y bajo el imperio de un hechizo hipnotizador, escuchamos como habla y reconoce, “sin ninguna duda,” a un fallecido, – sin que se tenga delante suyo algo que no pasa de una ilusión óptica de un modelo “astral.”
Es frecuente que los trazos externos y hasta la ropa de aquella figura terrenal que fue la forma terrena del difunto es prestada, en una aparente resurrección. Pero a través de ese fantasma habla un ser viviente, que te erizaría de espanto y haría que toda mascara se te caiga, si se te permitiera, de repente, ver su verdadero aspecto.
Quienes jamás han asistido a fenómenos espiritas verdaderos y realmente notables, no podrán de modo alguno comprender que hay que tomar las cosas en serio, – pero eso no impide, lamentablemente, que el llamado “espiritismo” cuente con millones de adeptos, secretos o confesos, y atraiga sin cesar a nuevos “convertidos” a su círculo de hechizo.
Una inmensa literatura, en parte fantástica y en parte pseudo-científica, sobre teoría y práctica del espiritismo, encuentra sin cesar a nuevos y fervorosos lectores. En cuanto a los creyentes, toda la competencia científica que hayan podido adquirir en otros campos, no los protege en absoluto contra las más grotescas ilusiones, – sobretodo cuando un caso de muerte despierta en ellos, de una u otra forma, el ardiente deseo de tomar contacto con su amado desaparecido .
El título de doctor no constituye aislamiento suficiente contra las hipnóticas influencias que emanan de lo invisible y los ropajes de los dignatarios académicos son, infelizmente, igualmente permeables que las telas de araña que chupan a los moluscos físicos invisibles.
Por todos estos motivos, pienso que mis advertencias no son superfluas.
El cosmos físico y espiritual entero es un todo único, a pesar que ese todo se manifieste bajo aspectos muy distintos.
La realidad intrínseca que existe por detrás de esos aspectos siempre fue y es revelada a un número muy reducido de personas sobre la Tierra.
Ella escapa a la experimentación y al pensamiento especulativo.
Tanto del lado físico sensorial como del plano espiritual del Universo, el modo de percepción correspondiente a cada forma, presenta una gran variedad de cambios y todo lo que en ese sentido nos llega a la conciencia, se presenta con la misma pretensión de ser : “lo real.”
Casi todos los seres que viven en el Universo ven apenas fragmentos de la realidad, e inclusive ellos mismos ven esas partes como formas inconscientemente transfiguradas, según sea el modelo de su propia imaginación creadora.
Es así como se caracteriza a la vida que sucede a la “muerte” del cuerpo físico, también como un cambio de modo de percepción.
Se siente y se vive la misma “realidad,” pero según el modo espiritual de percepción, por el hecho de haber sido paralizadas las funciones orgánicas del cuerpo terrestre, los sentidos físicos cesan de ser órganos de percepción utilizables para la experiencia de la vida.
Ahora bien, la vida en todos sus planos es perceptible a través de los sentidos, a pesar de que la naturaleza de los órganos sensoriales pueda ser muy diferente.
Para la persona, “morir” es un proceso a través del cual ella se encuentra apenas impedida de aprender a servirse conscientemente de los sentidos, hasta ahora ocultos en su subconsciente .
También, durante la vida terrestre, estos sentidos espirituales ya existen; – exclusivamente, a través de ellos, la persona tiene la facultad de recepción, a través de la percepción sensorial, de su cuerpo animal, las impresiones que ni la bestia más afinada sabría experimentar, pese a que sus sentidos físicos puedan ser inclusive más agudizados que los del ser humano.
Sólo en casos excepcionales, relativamente raros, es posible que se abran los sentidos del “cuerpo” espiritual en el ser humano durante esta vida terrestre, y este despertar jamás se produce como una capacidad súbita e inesperada por el hecho de hacer uso de los órganos sensoriales espirituales. Por el contrario, se presenta siempre como un “despertar” progresivo, que puede ser suavemente estimulado, pero nunca forzado arbitrariamente.
Quien ya en la vida físico-sensorial se despertó, al punto de poder simultáneamente hacer uso de sus sentidos espirituales, ve los diversos “mundos” inferiores, desde el único mundo causal de la realidad, hacia el cual se extiende a partir de ese momento su experiencia, como si estuvieran “embutidos” unos dentro de los otros. Tanto es así, que le será a veces difícil poder distinguir inmediatamente lo que pertenece a las regiones sensoriales físicas de lo que pertenece a los reinos de los mundos sensoriales espirituales.
Sólo a ese pequeño número de personas a quienes le ha sido revelado el mundo causal: – “el Ser en si,” se le ha también revelado interiormente y siente, simultáneamente, la única y última realidad que “engendra” a todos los mundos perceptibles, tanto por los sentidos físicos como por los sentidos espirituales.
¡Esa realidad primordial es el fundamento que da origen a toda la vida, sea esta experimentada y vivida por la conciencia a través los sentidos físicos o espirituales!
Pero el “ser humano,” – sea que se experimente a si mismo en su forma espiritual o en su cuerpo de animal terrestre, es visto, desde el punto de vista de la eterna Realidad, como:
Vida eterna, individualizada concientemente en base a sus experiencias.
Determinada aquí en la Tierra por el modo físico-sensorial de percepción, le resulta verdaderamente difícil a la vida eterna, confinada en una forma animal, de sentirse a la vez individualmente conformada y como si fuese, pese a ello, el punto de concentración de un todo inconmensurable: – un todo que no conoce en sí, ninguna solución de continuidad y ninguna separación, a pesar de tomar conciencia de si misma bajo aspectos infinitamente múltiples.
Cautiva a la Tierra, la imaginación humana es demasiado dependiente de la “apariencia” visual, al punto que desconoce lo “individual,” como algo separado del resto.
Por el contrario, en el mundo espiritual de percepción, la individualidad es una eterna función de representación dentro de un Todo indivisible: – y no, de cierta manera, una división en sí al interior del Todo, sino una representación de su propia unidad en la multiplicidad.
Es siempre la vida total, una e indivisible, que en cada una de sus innombrables auto-manifestaciones individuales, realiza la experiencia de uno de estos aspectos, de naturaleza única y bien determinada .
El Templo de la Eternidad y del Mundo del Espíritu
Nosotros, que compartimos contigo esta vida terrestre y que, al mismo tiempo, vinimos por lo tanto a hablarte del Espíritu – vivimos verdaderamente en otro mundo, diferente al tuyo, a pesar de que también tenemos nuestros pies firmemente arraigados sobre esta Tierra.
Puede parecerte que estamos demasiado distanciados de ti; y sin embargo, nadie podría estar más próximo de ti.
No caben dudas, que nosotros no vivimos únicamente en tu mundo, sino que por igual, en el mundo eterno del Espíritu puro y sustancial; pero el mundo eterno del Espíritu entre-penetra también tu mundo: – tal como el agua marina impregna la esponja que crece en sus profundidades .
Ciertamente, tú no puedes captar a través de los sentidos terrestres el mundo del Espíritu puro y sustancial, en el que vivimos espiritualmente.
¡Te será necesario, primeramente, adquirir la aptitud para percibir espiritualmente, si es que quieres vivir la experiencia de los hechos espirituales!
E inclusive así, debes comenzar, primeramente, a superar todos los mundos espirituales inferiores, antes de alcanzar el reino interior, desde donde te llega el presente mensaje . . .
Muchos lectores nos buscan y creen que podrían de inmediato unirse a nosotros espiritualmente, si solamente consiguieran descubrir nuestras moradas humanas en la Tierra… Sin embargo, aun cuando nos encontraran aquí, realmente, no se “aproximarían” de modo alguno por ese sólo hecho.
Ellos apenas ven nuestro cuerpo material, escuchan nuestra voz terrena y observan todos los aspectos más externos de nuestra vida en la Tierra.
Ellos no conseguirían, sin embargo, penetrar al interior de nuestro “Templo,” porque está situado sobre el plano espiritual del mundo causal y no “sobre las cimas de los Himalayas,” por ejemplo.
Allá, de forma permanente, desde el alba de los tiempos, en las soledades recónditas de la más alta montaña de la Tierra, de generación en generación, viven algunos de nuestros Hermanos: seres humanos que han trascendido toda posible grandeza en esta Tierra y que ahora residen, permanentemente refugiados en un retiro inaccesible, para impedir sin tregua, cualquier obstrucción en el camino que necesita permanecer libre y abierto, para que nosotros, los que obramos en el mundo, podamos llevar adelante la tarea que nos ha sido asignada .
Durante milenios, hemos trabajado en la construcción de nuestro templo espiritual, y continuamos siempre su construcción, sin jamás llevarla a su fin.
Cada siglo nos lleva a agregar nuevas capillas y altares, columnas y vigas nuevas, – según un ritmo espiritualmente determinado y conforme a la sabia ordenanza del plano director previo, que reposa en las fundaciones del templo.
Todos tus templos y todos tus altares en la Tierra son apenas el reflejo de este templo espiritualmente configurado.
De manera más o menos clara, – más o menos deformada, – se puede reconocer en todas sus reproducciones terrestres, lo que los antiguos Maestros constructores pudieron presentir – o, cuando estos fueron verdaderos artistas, lo que pudieron percibir, a través de una sublime intuición, – acerca de la exacta medida y belleza de los decorados de nuestro sublime Templo de la Eternidad.
¡Sin embargo, este Templo no es un edificio del pensamiento, y yo no me expreso aquí en absoluto de forma simbólica!
Él existe, por el contrario, como un edificio de sustancia espiritual, constantemente perceptible espiritualmente y, para los seres capaces de la visión espiritual, es reconocido por sus estructuras tan compactas como aquellas que tú conoces en los templos de la Tierra y en las catedrales terrestres, cuyas flechas apuntan hacia el cielo .
¡En el mundo del Espíritu, todo se siente de modo tan “tangible” y “real,” como en tú mundo de los sentidos físicos, y tú caes en una ilusión tosca al querer imaginar lo que apenas consigues encontrar en la materia confusa de los sueños!
¡Aquí no se trata de visiones, de alucinaciones, o de cualquier otra imagen surgida de la imaginación; tampoco de la evocación imaginada de una experiencia adquirida, sacada de las regiones subconscientes!
Eso que los sentidos espirituales perciben, está “objetivamente” presente, del mismo modo que lo están los objetos perceptibles a los sentidos físicos del cuerpo terrestre. Inclusive, por este motivo, la cosa percibida por los sentidos espirituales, hasta las más altas esferas de la auto-manifestación espiritual, corresponde de modo absolutamente “objetivo,” a las formas del mundo de las percepciones sensoriales físicas, modificadas –es cierto– conforme a las exigencias propias de una transfiguración espiritual.
También existen en el mundo espiritual, “tierras y mares,” desfiladeros profundos y altas montañas, cimas cubiertas por nieves eternas, valles y planicies tranquilas, llenas de dulzura y paz.
A quien esto le parezca una resonancia “excesivamente terrestre,” pues que reflexione, porque aquí en la Tierra, sus percepciones físico-sensoriales son el resultado exclusivo de impresiones determinadas, producidas por medios externos. Pero, que considere por otra parte, que siempre se trata, exclusivamente, de los efectos de ciertas formas de energías perceptibles a los sentidos físicos; pese a que todos los nombres que le atribuimos a las cosas caracterizan, verdaderamente, sólo a ciertas combinaciones de impresiones aisladas, estéreo-típicamente percibidas. Cuando, por ejemplo, el ojo percibe una impresión de blancura, – la mano experimenta una sensación de frío y una cierta consistencia de la masa que toca, mientras que el oído percibe un rechinamiento, cuando los pies pisan esta masa, – nosotros asociamos a la palabra “nieve,” el conjunto de estas percepciones (a las que se pueden agregar muchas otras sensaciones más, tales como la rapidez de fusión o a la forma cristaloide de los “copos”.)
Para producir la percepción físico-sensorial de ese complejo de impresiones, es ciertamente necesario que estas últimas hayan sido engendradas por causas físicas; siendo que, por otra parte, el mismo complejo global de impresiones sólo es percibido por los sentidos espirituales, cuando las energías espirituales se unen para producir impresiones.
También existen sobre el plano espiritual del mundo causal, las nociones de “espacio y tiempo,” de “causa y efecto,” a pesar de que nuestro sistema de relación con estos conceptos sea esencialmente diferente de aquel al que estamos acostumbrados en la Tierra, en la vida físico-sensorial.
Todo lo que se experimenta aquí en el mundo espiritual es también tan real como son las cosas del mundo perceptible por los sentidos físicos, pero que sólo llegan a la conciencia de manera espiritual.
Lo que de esta manera se percibe, tampoco está, de modo alguno, distanciado espacialmente del mundo material; pero no está más sometido a las leyes que rigen el mundo de los fenómenos físicos.
La voluntad que actúa permite crecer en Espíritu, lo que debe servir a nuestro cuerpo espiritual y la misma voluntad permite que un fruto maduro sea cosechado sin esfuerzo.
En lo que aquí respecta, sólo son desconocidos los animales en los campos del mundo del Espíritu, a pesar de que no falta tampoco aquí campo de las formas del reino animal.
No obstante, todo lo que los seres humanos tienen en la Tierra de “animal,” ha perdido aquí todo su poder sobre nosotros, del mismo modo que toda hostilidad aquí en la tierra aparece amenazadora en su forma animal de manifestación.
Lo que sobre le plano espiritual se nos revela bajo formas que, en toda su belleza corresponden a las formas de los animales en la Tierra, nada tiene en común con la naturaleza animal, tal como ella se nos revela en la Tierra, en las formas de las bestias . . .
Para nutrirse aquí en la Tierra, algunos personas pueden consumir carne de animales y otros abstenerse de consumirla, – pero allá, en la vida condicionada por los sentidos espirituales, no existen otros “alimentos” que no sean los equivalentes espirituales del fruto vegetal y las apariencias terrestres del vino y del pan.
(Sin duda sería superfluo agregar que se trata de “pan” sin hornear y de “vino” que, por cierto, no “embriaga”).
Pero “alimento” y “bebida,” desde el lado causal de la vida espiritual, son también las formas espirituales de la renovación de las fuerzas sensoriales, tal como existe en la existencia espiritual, un estado de renovación de las fuerzas, comparable al sueño reparador de la fatiga terrestre.
Como siempre, en el mundo espiritual, “alimento” y “bebida” son productos de la fuerza de voluntad; y tienen como efecto, la transformación de esta misma fuerza en elementos del cuerpo espiritual. De este modo, para el cuerpo espiritual se excluye toda eliminación de residuos, como aquellos que están ligados a la condición animal sobre la tierra.
Pero, para muchos de ustedes, todo eso parecerá evidentemente demasiado “sensorial,” excesivamente análogo a la vida terrestre como para ser aceptado, de buena gana, por vuestra comprensión.
No olvides, a este respecto, que también sobre la Tierra, todo acontecimiento perceptible por los sentidos es siempre el “símbolo” de un fenómeno que permanece inaccesible a los sentidos.
Tanto en lo que respecta al plano físico sensorial como al campo espiritual del cosmos, toda vida se traduce en movimiento.
Ahora bien, todo movimiento engendra una forma.
Debido a que toda vida es siempre parte integrante de una misma y única vida, toda forma es necesariamente también: el símbolo correspondiente al mismo movimiento en todas las regiones del Universo, cualquiera que sea el modo de percepción.
Un reino del Espíritu, tal como tú lo sueñas y tal como, desde hace milenios se te ha enseñado siempre a soñar: – sin formas, sin símbolos, – no existe en parte alguna, a no ser que uno se contente con ver, como si fueran la “realidad,” a esos reinos de nebulosas brumas.
El “amorfo mar de la divinidad sin forma,” del que hablan los místicos, está por encima de toda existencia; pero, una vez perdido en este mar, tú no sabrías jamás como reencontrarte.
Tú saliste de su seno para convertirte en la forma y la expresión de tú voluntad, pero suponiendo que alguien pudiese retornar al ilimitado torrente original, lo que te ha conferido tu forma individual existiría por toda la eternidad, obligada a rechazar y a proyectar a cada uno, sin cesar, hacia el Gran Universo.
Bien distante de ese torrente están los pobres soñadores que han descubierto en sus subconscientes, el tesoro oculto de las experiencias de sus más remotos antepasados y han debido experimentar nuevamente en ellos mismos, la incapacidad de estos últimos por sentir, individualmente, la vida como una suerte de “experiencia divina.”
El mundo de la Luz más interior de la percepción espiritual, desde cuyo seno nosotros te anunciamos este mensaje es, verdaderamente, en cuanto a su formación, la obra de todos aquellos que se encuentran en estado de experimentar la vida en este mundo espiritual; pero aun así, cada uno permanece allí, creador aislado de su propia experiencia de vida.
En una acción común de voluntades, cada voluntad individual coopera para alcanzar la misma formación.
Sin embargo, cada voluntad individual, pese a ello, crea para si misma su propia vida dentro de nuestra comunidad, sin generar a su vez ninguna otra voluntad individual y sin poder ser experimentada por alguna de estas, a menos que se trate de una mutua interpenetración.
Pero, aun cuando toda la conformación del mundo perceptible por lo sentidos espirituales produjera la misma impresión de “realidad” que la del mundo de percepciones físico-sensoriales, nuestra voluntad no se enfrenta en el mundo espiritual con ninguna de las resistencias que la obstaculice y la limite aquí en la tierra.
Si queremos que alguna cosa sea, basta con nuestra voluntad para que ella ocurra
Ocurrirá, tarde o temprano, según sea la potencia de nuestra voluntad, pero ella ocurre del modo que lo queremos.
La fuerza creadora de la voluntad hace con que exista en el mundo espiritual aquello que es deseado y, por otra parte, lo que anteriormente fue deseado, desaparece sin dejar trazos, siempre que la voluntad no lo quiera más; de modo que, por lo tanto, el poder de la voluntad se aproxima aquí, verdaderamente, al concepto de “omnipotencia”.
Sobre el plano espiritual del Universo, sólo el mundo del Espíritu, que es deseado colectivamente, – como consecuencia de una forma común de percepción de los sentidos espirituales, – por todos aquellos que experimentan interiormente la experiencia de la vida aquí descripta, es tan inalterable e indestructible como lo es el mundo de los sentidos físicos.
Pero existen también otros mundos de percepción por los sentidos espirituales: – mundos de conocimiento oscuro y de voluntad extraviada.
Son los mundos de aquellos que entraron en el mundo espiritual sin haber podido liberarse de las estrechas ataduras que los liga a las quimeras de esta Tierra y a los encadenamientos de los pensamientos terrestres.
Incapaces de elevarse conscientemente hasta las cimas de la conciencia clara del Espíritu creador, cada uno de aquellos que ha sido de este modo encadenado, forja para si mismo sobre el plano espiritual de percepción, un mundo inferior de apariencias, conforme a lo que imaginaba cuando estaba cautivo en la Tierra, – pero el resultado de su voluntad no tiene existencia duradera.
Y como cada uno quiere algo distinto del otro, el uno destruye sin cesar la obra del otro.
No obstante, aun así, estos mundos ilusorios sobreviven a lo largo de milenios, en la medida que deben su existencia a concepciones colectivas de la imaginación que por mucho tiempo fueron cultivadas y alimentadas con mucha fe en la Tierra.
Los creadores inconscientes de estos mundos están siempre en lucha constante contra sus antagonistas: – contra todas las voluntades que persiguen otro objetivo.
Tú no sabes cuanta intolerancia religiosa, cuanta lucha nacional y cuantos otros conflictos aquí en la Tierra son apenas repercusiones de las feroces luchas defensivas en los reinos ilusorios que el ser humano se ha creado, desde el alba de los tiempos, en las regiones inferiores del mundo de la percepción sensorial espiritual.
Todo lo que aquí en la Tierra es creído y deseado con sinceridad produce en las regiones inferiores de percepción por los sentidos espirituales, un “mundo” que corresponde a la misma creencia y a la misma voluntad, y este dura lo mismo que esta creencia o lo que esta voluntad subsiste en la tierra y dirige hacia esas regiones, a seres humanos que van animados de esta creencia y de esta voluntad.
Todos los elementos que en la Tierra se combaten, se encuentran del mismo modo en estado de hostilidad en el mundo de la realización ilusoria que ellos mismos se crean a su imagen en esas regiones de percepción por los sentidos espirituales; y esos elementos que allá se destrozan espiritualmente, actúan a su vez, con sus fuerzas hostiles, sobre la humanidad terrestre. –
Une influencia recíproca alimenta de este modo en ambos lados, la hostilidad y el odio.
¡Sin embargo, todos estos mundos particulares, – esas “regiones aledañas” del Espíritu, serán un día aniquiladas, aun cuando parecieran tener por eones, su existencia asegurada!
En el Espíritu, el único mundo conformado con una duración eterna, es aquel que nace de una voluntad colectiva unida eternamente, penetrada por la Luz del conocimiento, e inalterable, porque en ella todas las voluntades de afirmación individual se identifican con el Amor eterno, fundamento primordial de la vida indestructible.
Nosotros, que vivimos en el mundo eterno, con la certeza de nuestra eternidad, – nosotros, no combatimos a ninguna orientación de la voluntad, ni a ninguna creencia, por absurdas o condenables que estas puedan parecernos.
Nosotros, no tenemos que proteger nuestro mundo espiritual contra ningún tipo de enemigos, porque todos aquellos que pudieran sernos hostiles son incapaces de alcanzar el mundo en el cual vivimos espiritualmente.
No importa lo que pudieran haber entendido a nuestro respecto, – no importa como son sus juicios respecto a nosotros, por medio de sus opiniones e ilusiones, – ellos ni siquiera saben de qué damos testimonio, y no podrán saberlo mientras no se liberen de su ceguera espiritual.
Por lo tanto, su voluntad hostil a nosotros apenas sabría como ser dirigida contra una imagen producto de su propia creación y jamás contra nosotros mismos ni contra nuestro mundo espiritual.
Ahora bien, nosotros vemos, a insondables profundidades por sobre las elevadas cimas, que son nuestra morada en el Espíritu, a esos mundos espirituales perecibles, creados por la propia voluntad esclavizada a la Tierra y estamos siempre preparados para liberar a aquellos que quieren ser liberados.
¡Nadie puede ser liberado por nosotros hasta tanto, por su propia y pura voluntad, con plena sinceridad para consigo mismo, hasta en lo más profundo, no exija de sí mismo, con inquebrantable fe en la ayuda del Amor eterno, aquello que hay de más elevado y luminoso!
Pero es muy rara la voluntad que se manifieste de esta manera, – muy raro el reconocimiento de que sólo la extinción de las fuerzas propias establece el derecho de ser socorrido .
Y no obstante, tal voluntad y tal comprensión existen.
Es así como nos llega más de un llamado, parecido con el cobarde lloriqueo de un ser humano que se lamenta sobre los deberes que le incumben; mientras que otros, no obstante, también nos llaman, después de haber realizado todo lo que se podía exigir que realizaran por medio de sus propias fuerzas.
¡Solamente a estos últimos a podemos liberar de la influencia de las regiones de su propia ilusión, condicionada al tiempo!
¡Esta obra de liberación espiritual nos es sagrada, por encima de cualquier otra acción espiritual dentro de nuestro poder!
No conocemos alegría mayor a la de ayudar a subir a uno de aquellos que se esfuerzan por superarse a si-mismos, para salir de las tinieblas y elevarse hacia la luz .
Los demás deberán recorrer un camino del que no hablaremos aquí.
Ellos también reconocen, tarde o temprano, que el mundo espiritual ilusorio que se han creado no es el mundo de la realización perdurable.
Esta constatación les resulta, entonces, dura y amarga, y el único camino que aun les ofrece la posibilidad de alcanzar algún día la Luz, está sembrado de espinas.
Los eones pueden ahora sumarse a eones, antes de que el buscador llegue por fin al primero de los peldaños que lo conducirá a la cima, hacia la Luz, – a la realización definitiva de su aspiración, – a la fuente original de su Ser.
Todo lo que aquí entrego como testimonio podría muy bien ser tomado por algunos como extraños sueños, propios de un “místico” obstinado por su imaginación, y no critico a ninguna persona de este siglo que intente defenderse así de mis palabras.
Pero te aconsejo, en tu propio interés, que acojas estas revelaciones como el relato de un hombre que tiene mucho que decirte acerca de lejanos países que aun no has aprendido siquiera a conocer personalmente.
Es posible también que algunos de ustedes se sientan hasta choqueados al escuchar aquí algo diferente de lo que hasta ahora han estado acostumbrados a escuchar por boca de personas que, perdidas en su ilusión, se imaginan haber penetrado con sus sentidos interiores despiertos, las regiones del mundo espiritual.
A este propósito, conviene considerar que algunos seres humanos, provistos de dones particulares, están ciertamente capacitados, al precio de un entrenamiento previo, para alcanzar los campos inferiores y más periféricos del ilimitado reino de la percepción sensorial espiritual. Pero ninguno de ellos ha llegado siquiera alguna vez al reino interior, resplandeciente de la claridad del Espíritu sustancial, salvo en el caso de aquellos que son los guardianes autorizados de la secreta “herencia” espiritual de la humanidad terrestre.
También, el escaso número a quienes esta herencia ha sido confiada y que nacieron aquí en la Tierra con mandato en este sentido, siempre deben adquirir primeramente, bajo una dirección elevada, un saber espiritual considerable y un poder práctico, antes de ser reconocidos, tras largos años de pruebas, como habiendo sido realmente “aprobados”.
Por el contrario, los “videntes” que se creen autorizados a exponerte con franca audacia los “resultados de sus investigaciones en los planos superiores,” como si se tratará allí de campos abiertos a la investigación científica, son, – sin excepción – personas que, en el mejor de los casos, han tenido más o menos acceso a una u otra de esas regiones inferiores, a las que llamado con el nombre de “reinos aledaños” del modo espiritual de percepción.
Algunos de estos extraviados pueden sin duda darse cuenta, con toda buena fe, de cosas que efectivamente han percibido en alguno de esos “reinos aledaños,” o lo que alguno de los habitantes del más allá, tomado por ellos como “maestro,” haya querido indicarles, él mismo engañado por el frenesí de su ilusoria “certeza.”
¡Un testimonio auténtico de nuestro mundo en el universo espiritual es bastante menos corriente de lo que puedas pensar!
Aquellos de quienes a veces proviene semejante testimonio, lo guardan generalmente en absoluto secreto, por temor a profanar algo sagrado al divulgar a cada uno, lo que tuvieron el privilegio de aprender sobre el particular.
Exclusivamente, se trató siempre de un pequeño grupo, del cual formamos parte, desde donde provinieron los auténticos testimonios, motivo por el cual somos los únicos en poder transmitirlos.
Estas auténticas revelaciones fueron siempre hechas en secreto y aisladamente a individuos que, día y noche se esforzaban por alcanzar la iluminación.
Ahora bien, gracias a esta forma parca de esparcir las semillas, la cosecha del fruto ha permanecido excesivamente mezquina, de suerte que conviene, a partir de ahora, ofrecer a todos nuestro conocimiento experimental, en la medida que la palabra humana permita expresarlo.
Yo no me presento a ti reclamando que me concedas un mayor grado de confianza del que generalmente se acostumbra dar entre gente honesta.
Las revelaciones que mi palabra transmiten aquí, emanan de mi naturaleza espiritual eterna, y doy testimonio acerca de un mundo espiritual en el cual vivo con mis Hermanos en el Espíritu; pero que, no obstante y simultáneamente, comparto además contigo en esta tierra, sometido a todos los deberes terrenales y bastante alejado de querer dejarlos de lado.
Tampoco doy testimonio únicamente acerca de mi propio conocimiento, porque cada una de las palabras que escribo ha sido concebida en resonancia espiritual permanente con el conocimiento de aquellos que son mis Hermanos en el Espíritu y que están unidos a mí como Sacerdotes del Templo de la Eternidad.
¡Que cada uno de aquellos que lleguen a leer estas palabras, haga abstracción total de la personalidad exterior de su autor, y se pregunte solamente a si mismo, en lo profundo de de su corazón, si puede encontrar allí el eco de lo que aquí se ofrece!
El asentimiento del corazón será al inicio débilmente perceptible, si al lector aun lo animan pensamientos e ideas influenciadas por los reinos aledaños inferiores del modo espiritual de percepción sensorial.
Mientras más alto haya sabido elevarse, por encima de estas zonas de influencia, tanto más sentirá, con mayor claridad en su fuero interno, la verdad de mis palabras.
Pero quien, sin ser aun consciente, coopere con la creación de mundos inferiores en la zona aledaña de percepción por lo sentidos espirituales y que, por este motivo, se encuentre bajo la influencia de las fantasías creadas por su propia imaginación, ese, digo yo, no tendrá ningún deseo de verse libre de sus propias ataduras.
Del mismo modo, todos aquellos que confunden el campo del pensamiento abstracto con el reino del Espíritu, apenas podrán sonreír si se les dice que existe un mundo de eterna plenitud en el Espíritu, que tiene elementos semejantes a aquellos del mundo de los fenómenos físicos.
Parece difícil reconocer que todo el mundo de manifestaciones perceptibles por los sentidos físicos, desde las cosas más pequeñas hasta las más grandes, es la réplica de mundos de percepción sensorial espiritual . . .
Así, uno podría creerse con pleno derecho a rechazar, sin un examen más atento, todo lo que aquí he adelantado sobre este particular, colocándolo dentro del reino de las fábulas y de los sueños de esperanza de la humanidad.
Pero, aun así, tal error de juicio en nada modifica la estructura efectiva de la realidad.
¡Si no se tratara de una superstición milenaria, la creencia de que la realidad espiritual pudiera ser develada a través de los mecanismos propios del razonamiento lógico, hace tiempo que esta realidad, de la que aquí doy testimonio, ya habría sido revelada y libre de cualquier duda!
Mucho más cerca de la verdad están las doctrinas de los antiguos sistemas religiosos, porque en sus tesoros de imágenes y símbolos, muchas cosas han sido conservadas hasta el presente, y que claramente aportan las marcas de seres humanos realmente conscientes del más allá.
A aquel que, aun hoy en día sabe interpretar el lenguaje de esas doctrinas simbólicas, no le aporto nada nuevo al enseñarle que para el Espíritu eterno del ser humano no existe ninguna “bienaventuranza” verdaderamente eterna, diferente de aquella que puede encontrar en el propio seno más recóndito del mundo del Espíritu resplandeciente de luz, con su infinita riqueza de formas y de símbolos primordiales, – con sus variadas e infinitas posibilidades de realización de la más pura elevada voluntad .
¡En cuanto a aquellos que se imaginan que la capacidad del ser humano de percibirse conscientemente termina con la muerte del cuerpo terrestre, sólo conseguirán, después de esta muerte, y por experiencia propia, corregir su error de tan serias consecuencias!
No harán mucho caso al “registro de concordancia del corazón” y, pese a toda su argucia, no percibirán que son ellos mismos quienes están obstruyendo el único camino que, aquí y ahora y para el resto de sus vidas terrestres, podría conducirlos hacia una visión clara.
Ciertamente, no son peores personas aquellas que, por motivos que juzgan buenos, identifican la muerte del cuerpo terrestre físico con el aniquilamiento definitivo de la conciencia, – pero es muy difícil sacarlas de ese error, porque son a tal punto esclavas de la apariencia, que juzgan que el reconocimiento indiscutible del carácter perecible de las cosas terrestres es equivalente dentro de una esfera que, en realidad, está sometida a leyes muy distintas.
¡Sin dudas, el ser humano, tal como lo percibimos con nuestros sentidos materiales, es aniquilado para siempre con la muerte de su cuerpo terrestre!
Lo que continúa subsistiendo es la voluntad eterna, formada por su propia sustancia, – tal como, hasta la muerte del cuerpo, ella se expresó en ese mismo cuerpo y con las fuerzas que reunía, – y la conciencia de si en esta forma de voluntad, tal como era registrada sensorialmente también, en el cuerpo terrestre, hasta los últimos instantes de lúcida sensibilidad.
Ahora bien, bastan esos dos elementos, en verdad, para que el estado que sucede a la muerte física pueda ser calificado de “sobre-vivencia,” porque también la vida terrestre es apenas la expresión de la voluntad eterna, percibida por lo sentidos, determinada por la forma que ella se ha dado, y que fija la conciencia de si misma.
Por lo tanto y con toda razón, el pensamiento lógico se recusa a admitir que esta voluntad, o la conciencia de si determinada por la forma que ella se ha dado, pueda ser, al instante inmediato que sigue a la muerte del cuerpo terrestre, de cualquier manera elevada a un estado de “eterna felicidad” o precipitada hacia un “eterno tormento.”
El elemento imperecedero que anteriormente se expresaba en el cuerpo terrestre, tampoco se “vuela,” de modo alguno, hacia las alturas nevadas o “hacia las estrellas.”
Apenas se produce un cambio del modo de percepción, y la voluntad eterna consciente, desprendida del modo terrestre de percepción, es ahora capaz de percibir, por medio de los órganos señoriales de su cuerpo espiritual; los únicos, por lo demás, que le permitieron durante su vida en la tierra, realizar una experiencia espiritual rica o insignificante.
Lo que se percibe en primer lugar, tan pronto los órganos sensoriales físicos pierden la conciencia, ya fue por mí descrito minuciosamente en el primer capítulo de este libro.
A pesar de todas las formas particulares que pueda asumir, el modo de percepción de las cosas permanece el mismo en las regiones más inferiores de los mundos perceptibles exclusivamente por los sentidos espirituales, como en lo más recóndito y elevado del mundo del Espíritu.
Apenas son diferentes las formas percibidas. – diversa es también la claridad de la conciencia individual dentro del campo de percepción considerado.
Mientras más elevado sea este conocimiento, tanto más pura será la voluntad eterna, cuya forma y nitidez se asemeja a la del cristal, que se siente en su conciencia de si, como la creadora de las formas manifestadas, de sustancia espiritual, – y tanto más claramente, también, se tiene conciencia de la eterna Realidad, portadora en si de toda forma del ser.
Sólo una voluntad aun no bien formada, aun no segura de si misma, aspira a las cosas “informes.”
Por el contrario, la voluntad eterna clarificada, afianzada en ella misma en una forma nítida, en un orden que obedece a la medida y el número, conducirá forzosamente en cada nivel de su expresión, a formas manifestadas definidas, y su suprema felicidad consiste en conducir la creación de su propia forma hasta los límites de la perfección . . .
Todo artista que realmente posee dones creativos y también, cualquier otro “creador” en la tierra, conocen verdaderamente el lejano reflejo de una tal alegría, pero sólo desde el lado espiritual del universo puede experimentarse en su plenitud, lo que sobre la tierra era apenas un presentimiento.
Es por eso que la educación de la voluntad, a través del uso de sus propios instintos de creación de la forma, es la primera y la más necesaria de las disciplinas espirituales: ella constituye el paso primero sobre el camino que conduce al mundo eterno, hacia seno mismo del Espíritu.
Nosotros estamos, en verdad, más cerca de ti de lo que imaginas, – si, estamos contigo, donde sea que estés, porque aquello que en ti corresponde al Espíritu, vive eternamente en el mundo espiritual que nos ha sido abierto, aun cuando aun no estemos en condiciones de identificarte con tu ser espiritual eterno.
Pero tú no sabrías alcanzar esta sensación de identidad, sin que antes tu voluntad eterna se haya realizado como forma pura y nítida, según el Orden y la Ley.
Sólo aquel que trabaja sin cesar para liberarse de las brumas crepusculares, en medio de las cuales confusos conceptos del mundo del Espíritu le hacen errar sin dirección, podrá alcanzar algún día la claridad de la Luz espiritual, que es nuestro soplo vital. –
Entonces, el buscador se dará cuenta que las mil “preguntas” que él en vano se hacía, desde el inicio de su camino, sólo tendrán respuesta satisfactoria al término de este camino. –
Por este motivo, los Guías del ser humano que lo conducen hacia la Luz espiritual están obligados a exigir, antes que nada, la “fe,” que como fuerza viviente desate el impulso por querer seguir caminando más adelante.
En el umbral del camino que conduce al Templo de la Eternidad, la “fe” es indispensable, porque el “conocimiento” solamente se da a aquel que ha sabido alcanzar en si mismo, el objetivo último del camino.
¡Quien sea incapaz de “creer” que algún día va a alcanzar ese objetivo, ciertamente no hará el esfuerzo que dicho recorrido exige, y quien teme hacer ese esfuerzo, no puede de modo alguno alcanzar, desde aquí en la tierra, un “conocimiento” certero en el campo del Espíritu!
No obstante, tal “conocimiento” puede serte otorgado, aun cuando durante tu vida terrestre no hayas logrado liberarte para alcanzar los reinos más elevados del Espíritu.
Pero, quien pasó a ser “conocedor” de las cosas del Espíritu, en verdad adquirió más de lo que hubiese logrado, poseyendo toda la ciencia de la Tierra . . .
¡Y se reconocerá a si mismo en nosotros y, unido a nosotros, el Reino de la Luz pasará a ser su patria eterna!
¡Pero no debe creer, en verdad, que el conocimiento espiritual pueda solamente ser accesible a aquellos que se engañan orgullosamente, creyendo estar por encima de toda “sabiduría escolástica profana” de este mundo!
Si, es verdad que el saber espiritual no puede ser adquirido por vía de razonamientos intelectuales; lo que no significa, ciertamente, que no pueda ayudar a la comprensión y a captar cosas nuevas . . .
El conocimiento en el Espíritu no puede ser adquirido de la misma manera que la ciencia profana del mundo, pero el conocimiento racional de los intercambios terrestres tampoco podría obtenerse sin el trabajo de la razón.
Lo que la inteligencia terrestre descubre por medios sensoriales físicos de investigación jamás sería el objeto del modo de investigación de los sentidos espirituales; y jamás podría haber contradicción entre los dos modos de conocimiento, a no ser que exista falta de conocimiento en la aptitud por conocer.
¡Solamente allí, donde termina todo lo que el pensamiento puede “concebir,” es posible el conocimiento por vía de la percepción sensorial espiritual: – más allá de toda ciencia humana profana!
La Única Realidad
Espero que ahora hayas comenzado a entrever el misterio del mundo causal que, eternamente fecundando y creando, se revela en todos los campos de percepción, en una abundancia infinitamente variada de manifestaciones...
O bien, ¿acaso tú sensibilidad interior carece aun de sutileza, porque no te has habituado a aguzarla?
Si es este el caso, ¿tal vez no has sentido gran cosa sobre el misterio que mis palabras deben develarte, o las interpretas con un sentido que ellas no tienen?
Quiero, no obstante, que aprendas a “ver,” para que no tengas algún día que incorporarte como un “ciego” al Reino del Espíritu, cuando te llegue la hora en que serás obligado a penetrarlo. –
La sabiduría oriental considera “Avidya,” es decir: la ignorancia, como una “culpa,” porque sólo tu propia voluntad puede cerrar o abrirte la puerta del conocimiento.
Ahora, ya escuchaste en muchas oportunidades, que la única barrera entre tu mundo de la percepción sensorial física y el mundo del Espíritu, es aquella que separa las facultades de la percepción de dos modos diferentes.
De a Propósito, muchas veces me repetí, y a continuación voy a tener que hacerlo de nuevo, para que esta verdad fundamental penetre tu conciencia lo más profundamente posible.
De modo que a este propósito, debo recordar aun que la realidad permanece siempre la misma y única fuente causal, inclusive cuando ha sido percibida según los modos más diferentes en el mundo manifestado de los fenómenos, físicos o espirituales.
El pensamiento filosófico obtuvo de esta “realidad” única, una lejana intuición y la designó con el nombre de: “la Cosa en sí.”
Sin embargo, la especulación filosófica, hasta la más sutil y la más perspicaz, resulta absolutamente incapaz de penetrar hasta esta “cosa” propiamente tal.
Sólo la experiencia práctica permite captarla y sólo los Maestros entrenados en antiquísimas y ocultas formas de conocimiento son realmente capaces de esta experiencia práctica.
También son los únicos que pueden guiar en la dirección de esta experiencia práctica a sus sucesores elegidos para este fin, desde antes de su nacimiento.
Es así como, yo mismo adquirí, otrora, lo que faltaba que adquiriera en este campo.
Por lo tanto, ¡¿Quién más, sino nosotros podría aquí en el mundo, iniciarte, como mínimo, a través de las indicaciones que sobre este particular pueden dar las palabras de un lenguaje humano a la Única Realidad, causa primera de todo y de cada manifestación?!
Voy a intentar ensayarlo. – pero a este respecto, necesito hacer, desde el inicio, un fervoroso llamado a tu más íntima sensibilidad, y rogarle insistentemente que me ayude, porque apenas si lo que en ti proviene del Espíritu puede unirse a mis enseñanzas, habrás sabido captar interiormente la verdad.
¡Tu mirada hasta aquí permanece aun obnubilada por el resplandor de una luz efímera que, ciertamente, puede enceguecer tus ojos!
¡Antes que nada, debes primeramente aprender a “ver!
Es necesario que tu visión se libere, de modo que ella pueda percibir lo que ella quiere ver, y no estar más constreñida a percibir solamente lo que la mayoría de los humanos está únicamente en condiciones de ver.
¡Es necesario que tu ojo aprenda a ver hacia el interior, ya que hasta ahora apenas sabe ver solamente hacia el exterior!
No obstante, no se trata únicamente de adquirir una nueva facultad “de ver;” es necesario también que tu manera de sentir experimente una renovación total.
Tu propio “sentimiento de existir” debe liberarse de los vínculos que hasta ahora lo rodean, si quieres sentir con una inquebrantable certeza, la Única “Realidad,” causa primera de toda manifestación.
Hilos mágicos recorren también ese mundo exterior de los sentidos físicos, y si tú te esfuerzas con perseverancia por aprender a ver hacia el interior, no tardarás en saber distinguir las apariencias del este mundo exterior causal que se revelan través de él.
Quedarás sorprendido al descubrir que la Única Realidad de todo mundo manifestado es también perceptible en el modo sensorial físico de manifestación, representado por fuerzas espirituales ocultas del Ser original, fuerzas que muy frecuentemente algunos humanos experimentaron, pero cuya existencia ha sido, no obstante, negada por muchos, porque su experiencia común ignora todo respecto de esas fuerzas .
Quien ha tenido el privilegio de experimentar esto a que me refiero, dejaría de estar alterado por las dudas de los demás; y su propia experiencia lo protegerá del peligro que significa confundir, eventualmente, esas fuerzas con aquellas que provienen del campo invisible de la naturaleza física, aun cuando, en ambos casos, se acostumbre referirse indiferentemente a fuerzas “místicas,” “sobrenaturales,” u “ocultas.”
Todo el mundo físico manifestado que te rodea, – incluyendo tu propio cuerpo, – es obra de las fuerzas espirituales del Ser original, ocultas a los sentidos terrestres; y todos los mundos espirituales son, igualmente, formas manifestadas de esas fuerzas causales.
Un cambio en el modo de percepción nos permite experimentar los efectos de esas fuerzas como “mundo” físico o espiritual, según sea el caso.
Ahora, tú comprenderás que desde el punto de vista de las causas, el “Más allá” no es el otro mundo: sino simplemente la consecuencia de otra manera, nueva y hasta ahora desconocida para ti, de percibir los efectos de las mismas fuerzas escondidas del Ser original, fuerzas cuyo desarrollo has aprendido a observar aquí en la Tierra, bajo el aspecto de aquello que denominas “este mundo,” el “Aquí.”
En verdad, tu conciencia no es la creadora de la Realidad, porque ella misma es una “parte” de esta, – ella es, en si, una de las fuerzas espirituales ocultas del Ser original, – pero, en “este mundo” como en el “Más allá,” ella es la creadora de la manera como se te presentan los efectos de las mismas fuerzas.
Al modo de percepción de “este mundo,” se agrega una secuencia de efectos de estas fuerzas que te resultan muy familiares, porque son el resultado de las funciones de tus sentidos físicos.
A través de estos sentidos que te han sido dados aquí en la Tierra, está minuciosamente determinado todo lo que tú percibes, todo lo que reconoces como realidad sobre la tierra. Por eso, tú no percibes nada de lo “real,” salvo lo que los sentidos te permiten ver.
Pero, porque tu mismo eres una “parte” de la eterna Realidad, del mismo modo que toda gota de agua en el mar es una parte del mar; así también, potencialmente, tú tienes, en ti, todas las posibilidades inherentes a la eterna Realidad, igual que en el mar toda gota posee todas las propiedades del agua marina.
De modo que tus facultades de percepción no están limitadas a las de tu organismo físico, porque tu mismo eres de naturaleza espiritual y para siempre eres poseedor de tu organismo espiritual.
En tu organismo espiritual, posees otros órganos sensoriales que hasta aquí te eran aun desconocidos y que sobre el plano espiritual corresponden perfectamente a los sentidos físicos de tu cuerpo terrestre aquí en la Tierra..
Por tus sentidos espirituales, tu pasas a ser en el “Más allá,” creador de tu mundo espiritual manifestado, del mismo modo que sobre la tierra, tu eres ahora, sin lugar a dudas, creador del mundo físico manifestado, tal como lo percibes . . .
¡Para ayudar a tu comprensión, considera el ejemplo de una persona en estado de hipnosis!
Esta persona ve, escucha y siente todo lo que por vía de la sugestión, tú quieres hacerle ver, escuchar o sentir y, para esa persona, todo eso realmente existe.
¡Tu crees firmemente que esa persona sucumbe a una ilusión surgida de tu voluntad – pero en realidad eres tú quien te engañas con esta opinión!
Apenas has conseguido liberar momentáneamente al hipnotizado de la obligación de fiarse exclusivamente a sus sentidos físicos; y es de este modo que, transitoriamente y conforme a tus órdenes, esa persona ve, escucha y siente también con sus sentidos espirituales, y que, gracias a ellos, pasa a ser creadora de lo que se le pide que perciba.
No eres tú quien muestras a esa persona lo que ve y ella no percibe, ciertamente, aun nada de lo que es colectivamente visible en los mundos manifestados del Espíritu, para todos aquellos que los perciben.
Tú simplemente guías su imaginación creadora y como sus sentidos físicos están bloqueados, esa persona es a la vez capaz de percibir por medio de sus sentidos espirituales; a pesar de que su voluntad haya creado transitoriamente, en sustancia espiritual, las equivalencias de aquello que tú le has incitado de imaginar.
No es la varita de madera con que le golpeas su mano, – sugiriéndole que se trata de un hierro candente, lo que le produce la quemadura, cuya ampolla aparece de inmediato sobre la piel, – sino que la forma manifestada de una ramita de hierro incandescente, engendrada por los sentidos espirituales, es lo que ocasionó esto. Ahora bien, si la aparición de esta varita ha podido provocar tal quemadura, ello se debe únicamente a que, un efecto, tratase de fuerzas ocultas que, en toda manifestación, constituyen la única realidad.
La persona hipnotizada no dudará por un instante de la objetividad de su propia creación, y si tu le has ordenado también que se recuerde de sus experiencias después de despertar, apenas podrá concebir, ahora en estado de vigilia, que sus percepciones no eran las del mundo de los sentidos físicos.
Su experiencia jamás habría podido ser vivida con tanta intensidad, si no fuera por el solo hecho de que estaba fundada en base a los efectos de la misma realidad que la del mundo de los fenómenos físicos, que le resulta familiar al hipnotizado.
Si la hipnosis ha sido mencionada aquí, apenas para facilitar la comprensión y si los resultados que aporta sobre estos campos donde la percepción dice relación con los sentidos espirituales, por limitados o superficiales que estos sean, este ejemplo puede, no obstante, mostrarte que tus posibilidades actuales de percepción, debidas a los sentidos físicos, no son las únicas que existen.
Nosotros, aquí en la tierra, vivimos todos como en estado de hipnosis colectiva. A pesar de que no podemos percibir aquí de manera diferente a la de nuestro “hipnotizador,” – que en este caso es nuestra voluntad “innata,” – se nos permite percibir; y nuestra voluntad no estaría en el campo de la Tierra, si su tendencia no la empujara a manifestarse en el mundo sensorial físico.
Desde el momento en que sabemos invertir la orientación de nuestra voluntad eterna, dirigida transitoriamente hacia el campo físico, nosotros aprendemos a conocer otros mundos de percepción y las leyes que les son propias. –
En verdad, eso es posible durante la existencia física en la Tierra sólo para un pequeño número de seres humanos; – pero, eso se convierte, sin embargo, en una necesidad para todos, desde el instante en que la muerte del cuerpo terrestre priva a la voluntad consciente de los órganos sensitivos de que disponía hasta entonces.
Todo “temor a la muerte” se debe a la resistencia que opone la voluntad orientada hacia el mundo físico, a la inversión de la orientación que ella se ha dado en el acto de la “caída” fuera del seno de la Luz eterna.
Tú podrás ahora comprender que todo aquel que, aquí en la Tierra aun no haya alcanzado “despertar” espiritualmente, al encontrarse de repente en el “Más allá,” buscará a tientas su camino, en un “mundo periférico” que corresponde a sus ideas y a las de aquellos que sienten como él, pero que debe, antes que otra cosa, convertirse voluntariamente, en su propio e incontestado maestro, si pretende ser conducido hacia las alturas del mundo espiritual eterno de la Luz, el mundo de la absoluta realización.
Tampoco nos sirve aquel ser humano que no haya renunciado a todos sus deseos egoístas, porque su sola existencia en la región espiritual que nos rodea, equivaldría al desmoronamiento de este en el desorden y el caos, – suponiendo que nunca antes le fue posible a tal humano, levantarse en el Espíritu hasta alcanzar el supremo reino de la Luz.
Tal vez comprendas, de ahora en adelante, porqué he declarado firmemente que en este reino estamos todos animados por una sola voluntad, cuya orientación no podría ser alterada . . .
En el reino del Espíritu, nosotros nos hemos convertido en maestros soberanos de la Única Realidad, – por la fusión total de nuestra voluntad con ella, en la cual las voluntades individuales se identifican con la voluntad común.
Así fue como, en el reino del Espíritu, nos convertimos en creadores conscientes del mundo manifestado más elevado y más puro.
En un estado que no conoce ni comienzo ni fin, – porque es siempre en si mismo y simultáneamente ambas cosas, se puede, no obstante, hablar de “realización;” porque sabemos que nuestra realización depende de nuestro esfuerzo constante y consciente para crear y mantener el más elevado y luminoso de los mundos manifestados en el Espíritu, mundo que se ha convertido, tanto en nuestro campo de acción, como en nuestro Templo de adoración.
¡Nosotros apenas “somos” lo que nuestra voluntad eterna unificada quiere que seamos!
Eso que en el lenguaje corriente de la Tierra llamamos “voluntad,” es apenas anhelo, un deseo, o bien la expresión de alguna inclinación, determinada por una función cerebral.
Si la verdadera voluntad eterna del ser humano obedeciera a sus deseos aquí en la Tierra, todo deseo y cada anhelo serían necesariamente satisfechos.
Pero no es de modo alguno de esa manera, como cada uno lo sabe y, en verdad, se puede agradecer al Cielo de que no haya aquí en la Tierra una voluntad por detrás de cada deseo.
En la Tierra, nuestra voluntad eterna apenas “quiere,” dentro de los límites que le impone el modo de percepción deseado, a pesar de que muchas veces los deseos quieran superar esas barreras.
Sobre el plano espiritual, en el otro modo de percepción, nuestra voluntad puede también querer otra cosa.
Allí, el encantamiento hipnótico de “este mundo” se rompe y pueden ahora manifestarse, las otras posibilidades de percepción, para nosotros virtuales.
Eso te explicará, una vez más, porqué es tan insensato creer que quienes están muertos a este mundo terrestre pueden “materializarse” para entrar en contacto con los habitantes de la tierra.
Eso significaría que aquellos que por fin se han liberado del encantamiento hipnótico del mundo físico de percepción, podrían nuevamente volver a sucumbir en él.
Inclusive, si esto fuese posible “conforme a las leyes naturales,” no podrían más querer retornar, porque la voluntad, desde hace tiempo, ya habría sido liberada de su propia influencia hipnótica, independientemente del hecho de que el modo sensorial físico de percepción pueda ejercerse a través de las funciones de los órganos físicos.
Así como ya fue dicho anteriormente, todo lo que haya podido ocurrir en sesiones espiritas, haya podido ser tomado como “materialización” de un fallecido, al igual que todo fenómeno físico que pudiese ser observado en estas sesiones, son obra exclusiva de seres que, habiendo escapado en general a la percepción de los sentidos físicos del ser humano, no dejan por ello de pertenecer al mundo físico.
Su organismo invisible no es en ningún caso de naturaleza “espiritual” y nada pueden percibir del campo del Espíritu.
Pero disponen, no obstante, de órganos altamente desarrollados, en sus cuerpos físicos normalmente invisibles para el ser humano terrestre. En verdad, estos órganos son de naturaleza física y apenas producen el modo de percepción de “la Tierra,” pero sus facultades funcionales sobrepasan de manera extraordinaria a aquellas de los órganos sensoriales del ser humano terrestre.
A esto, cabe agregar aun, que estos seres están dotados, además, de sentidos que el ser humano terrestre no posee en absoluto y que procura reemplazar, en la medida de lo posible, por las funciones de aparatos mecánicos.
Los seres a que hacemos referencia, invisibles al ojo humano, – pero que no obstante, muchos animales terrestres perciben con toda nitidez, pueden, por poco tiempo y haciendo uso de sus fuerzas humanas, adoptar formas que los sentidos físicos del ser humano necesariamente perciben.
La producción e uso transitorio de tales formas opera, gracias a una suerte de amalgama de estos seres con la voluntad de determinados seres humanos (llamados “mediums”) y por el uso simultáneo de su “alma animal.”
Desde una cierta mirada, los habitantes de la parte del mundo físico manifestado que los sentidos humanos no pueden percibir conscientemente, son, en cierto sentido, bastante “parecidos” al ser humano, pero nunca antes fueron humanos y jamás podrán serlo.
Se trata más bien de criaturas que están tan próximas al organismo físico humano invisible, como el reino animal terrestre está, exteriormente, próximo al ser humano físico.
El campo de acción deseado por la naturaleza para estos seres, se sitúa en las regiones interiores de la construcción orgánica del mundo físico.
Los “gnomos,” los “duendes,” los “genios” de la tierra, del aire y de las aguas, de los cuales hablan las fábulas y las leyendas, si hacemos abstracción de los agregados visiblemente característicos de la imaginación popular, son, por regla general, representados de manera tal, que la presunción parece justificada en el sentido de no ver en ellos apenas ficciones poéticas, sino más bien, testimonios de experiencias realmente producidas por el ser humano terrestre.
El hecho de que se les designe con el nombre de “espíritus de la naturaleza,” no significa que debamos olvidar que se trata de seres dotados de sentidos físicos, y para quienes la fase espiritual del mundo causal es, no sólo inaccesible, sino que también, inexistente, en el sentido de que son incapaces de tomar conciencia.
Sólo por la ignorancia de estos encadenamientos naturales de hechos y circunstancias llenos de indulgencia, es que los seres humanos, durante las sesiones espiritas, suponen o hasta creen estar en contacto con entidades del mundo espiritual.
Sin duda, es muy posible que entidades puramente espirituales y, por lo tanto, también personas fallecidas puedan, en determinadas circunstancias, hacerse visibles y audibles; sólo que, en esos casos, son tus sentidos espirituales que ves y escuchas, aun cuando te imaginas verlos con tus ojos físicos y escucharlos con tu oído externo.
¡Pero jamás entidades verdaderas del Espíritu producirán un fenómeno físico, sea cual fuere!
Para que a través de tus sentidos tú puedas percibir una entidad espiritual real, es necesario que, desde el plano espiritual, se te libere momentáneamente de la “hipnosis” del mundo sensorial físico de percepción.
Entonces, el ámbito que te rodea, no influenciado, no podrá en este caso ver la forma que tú percibes, ni entender siquiera una de las palabras que escuchas, y tu experiencia tampoco será, por estos motivos, una “alucinación” surgida de tu imaginación creadora.
¡Si llegas a vivir una experiencia espiritual verdadera, sin haberlo buscado, acéptala con sentimiento de veneración y guarda en tu corazón lo que se te ha permitido percibir!
Sería en todo caso insensato de tu parte procurar vivir tal experiencia, porque, previamente, debe disponerse de aptitudes críticas altamente desarrolladas para distinguir entre percepciones verdaderamente provenientes de los sentidos espirituales y alucinaciones animadas. Es más, con certeza careces de todo deseo de ver aparecer un “espíritu,” del cual no sabes si apenas se trata de una simple proyección de tu propia imagen operando bajo una máscara.
Los casos de auténtica percepción sensorial espiritual son tan extraordinariamente raros, que haríamos bien de no creer en ninguna intervención real del mundo espiritual, a no ser que la crítica más rigurosa permita excluir, sin dejar ninguna duda al respecto, de la posibilidad de una alucinación.
Solamente una rica experiencia puede enseñar a juzgar tales ocurrencias y apenas corresponde a los seres humanos, cuyos sentidos espirituales están plenamente abiertos, dar un juicio seguro.
Por otra parte, lo que se llama “clarividencia,” no es la facultad de percibir hechos y cosas espirituales.
El “clarividente” está simplemente en estado de percibir las cosas del mundo físico, lejanas en el tiempo o el espacio, a veces, inclusive, comprendiendo a aquellas de su campo invisible, con los seres lemurianos que allí viven y que son tomadas entonces por “espíritus.”
Por desconcertantes que sean las pruebas que puede fornecer un “clarividente” acerca de sus facultades de ver a distancia en el pasado o en el futuro, apenas se trata, exclusivamente, de una limitada visión del mundo de las manifestaciones perceptibles por lo sentidos físicos.
Allí donde esta persona cree percibir hechos espirituales, se da cuenta que en realidad se trata, o bien de la parte invisible del mundo físico, o de producidos de su propia imaginación creadora, a pesar de que, de buena fe, cree que aquello que “ve” son testimonios objetivos del mundo espiritual.
Entonces, sus visiones acusarán siempre, claramente, el particular tinte de prejuicios y creencias que dominan su vida cotidiana aquí en la Tierra.
Si es cristiano, hablará de santas figuras de los Evangelios o de “santos canonizados;” si ha crecido en alguna de las creencias de la India, se imaginará contemplar las divinidades del Brahmanismo, y si es originario del Tibet, se creerá en comunión con aquellas divinidades de la Escuela Mahayana.
Son incontables las imágenes fantasiosas del “Más allá” que los “clarividentes” han difundido entre los crédulos, y estos aun encuentran, siempre nuevos adeptos suficientemente ingenuos como para concluir que cualquier visión a distancia del “clarividente,” en el tiempo o el espacio, en el pasado o el futuro, confirmada por los hechos, confirma que este posee también acceso a las regiones espirituales.
Es más, el órgano de la “clarividencia” es apenas un órgano sensorial físico rudimentario, que se remonta a las edades primitivas de la humanidad en esta Tierra.
A veces se encuentran casos de supervivencia “atávica” de algún órgano sensorial lo suficientemente desarrollado como para cumplir sus funciones, incluso entre los seres humanos actuales.
Toda “clarividencia” visual, auditiva o sensitiva, reposa sobre la aptitud para hacer uso de ese órgano sensorial.
Aquí entra también la llamada “psicometría,” es decir, la clarividencia del tipo anterior, de un objeto por el simple toque de este último, así como también, los juegos del arte “divinatorio,” siendo que el modo operatorio vela el fenómeno propiamente tal, sea este intencional o inconscientemente.
Para aprender a comprender lo que es el “Más allá,” es necesario que tú te acostumbres a distinguir tres diferentes reinos en el Universo.
En primer término, el reino de la forma física de percepción sensorial o mundo físico.
Enseguida, el reino del modo espiritual de percepción sensorial o mundo espiritual.
Y en tercer lugar, el reino de las fuerzas ocultas del Ser original, generadoras de las causas, la Única Realidad, que determina todos los modos de percepción, así como los correspondientes mundos manifestados, tanto en la parte espiritual como en la parte física del Universo.
Estas fuerzas ocultas del Ser, generadoras de las causas, obran en el ser humano terrestre como “fuerzas anímicas.”
Cuando en una vida humana estas fuerzas se han cristalizado transitoriamente en un todo, ellas adoptan, por decirlo así, la “tonalidad” individual del ser humano, y están para siempre determinadas por la voluntad eterna que se manifiesta en él. A pesar de que ellas están obligadas, de una vez por todas, a obedecer el impulso recibido, hasta que este haya alcanzado su realización plena.
Si esta realización no es alcanzada durante la vida terrestre del ser humano que ha lanzado el impulso, las “fuerzas anímicas,” hasta ahora orientadas hacia una determinada dirección, se experimentarán en vidas humanas sucesivas, hasta que, por fin, ellas alcancen su realización en su fusión con la voluntad que se manifiesta en un ser humano y al realizar la unidad con este.
Una falsa interpretación de lo que hubieran podido percibir de este fenómeno indujo a los pueblos del oriente a creer en las “reencarnaciones” sucesivas del ser humano, por nacimientos repetidos en la Tierra.
Pero, en verdad, tal reencarnación, es decir, una repetición de la caída en la auto-hipnosis del modo físico de percepción sensorial, es sólo posible para los seres humanos que, consciente e intencionalmente destruyen ellos mismos sus cuerpos, (¡lo que en ningún caso es obra de la voluntad eterna, sino siempre y únicamente, una tentativa de rebelión del deseo!). La reencarnación también es posible para los niños fallecidos antes que la voluntad eterna haya podido satisfacer su impulso en dirección de la experiencia sensorial física; y, en tercer lugar: en el caso de seres humanos en los que el impulso por hacer esta experiencia ha degenerado en una suerte de hipertrofia, de modo que ni siquiera la muerte del cuerpo terrestre, sólo por tiempo limitado, ha logrado interrumpir su auto-hipnosis.
La doctrina de la reencarnación tampoco corresponde, por lo tanto, al proceso normal de las cosas, limitado al los casos de suicidio o de fallecimiento prematuro por corta edad; ni tampoco al fin normal de la vida terrestre, tal cual está previsto para todos los humanos.
Si aparecen en ti “recuerdos” o hasta apenas una débil intuición sugiriéndote la hipótesis de que habrías podido haber tenido la experiencia de una vida anterior sobre la Tierra, sin duda, es posible que esta impresión no sea un engaño y que tu caso sea un ejemplo de algunos de los tres casos particulares que pueden contemplarse para una reencarnación: sin embargo, sería preferible abandonar esta cuestión hasta el día en que, terminada tu existencia aquí en la tierra, recibirás en el mundo espiritual la única respuesta cierta.
La sensación de haber vivido anteriormente en la Tierra en una individualidad distinta de la tuya, es siempre y con toda certeza, una sensación engañadora, porque inclusive en los tres casos que permiten la reencarnación en la Tierra, se trata siempre de la misma individualidad que, durante cada nueva reencarnación, permanece siempre deseosa de hacer ella misma, la experiencia terrestre.
Por el contrario, se puede admitir con certeza que todo ser humano o casi todo, si no está del todo desprovisto de una sensibilidad interior, siente a veces en él la intervención de “fuerzas anímicas” que recibieron, de seres humanos de tiempos pasados, su impulso inicial y buscan actualmente conducirlo a su realización.
Puede entonces ocurrir que aparezcan en el ser humano que experimenta en él tal sensación, imágenes de recuerdos muy vivos en la forma, surgidos de la vida de seres humanos que, en el pasado, dieron a las “fuerzas anímicas” que están actualmente operando, su impulso inicial.
El error consiste, entonces, en creer que otrora fue uno-mismo la persona de quien esas reminiscencias de hechos personales provienen y, sin duda, fáciles de explicar, pero ello se apoya, en el mejor de los casos, basado en una experiencia excesivamente superficial.
Cada individuo es una emanación única y particular de la voluntad original; – surge del seno del eterno “océano informe de la divinidad” para alcanzar la perfección de su forma individual, perfección que es distinta de aquella de todas las otras formas individuales que, al igual que la suya, emanan de la voluntad original.
Aquel que nació en esta Tierra y que desde ese instante debe soportar los esfuerzos, dolores y sufrimientos ligados a la existencia en el cuerpo animal, se creó, él mismo, este destino; porque él mismo interrumpió su vuelo hacia la perfección de su forma en el Espíritu, dándole su preferencia a la existencia en este mundo de la percepción sensorial física.
Forzosamente, tarde o temprano, deberá regresar a su punto de partida, para entonces procurar nuevamente su perfeccionamiento en la forma espiritual.
Cuanto más temprano reconozca en su vida terrenal esta manera de “modificar” su “sufrimiento,” tanto más podrá sacar provecho de su vida en la Tierra para el paso ulterior del camino que le queda por recorrer hacia la perfección, y mientras más fácil le resulte alejar los obstáculos aquí en la Tierra, tanto más fácil le será evitar que estos se conviertan en graves dificultades en este camino espiritual.
Pero, inclusive si el ser humano, no obstante, no logra aun en esta vida terrestre hacer uso consciente de sus sentidos espirituales, se beneficia en todo caso de una sustancial ventaja, desde el instante en que ya ha sido informado por aquellos semejantes que ya gozan de esta facultad y de este modo, se encuentra orientado en la real estructura del “Más allá,” que le espera después de su muerte terrestre.
Así como el en el mundo perceptible a los sentidos físicos, donde todas las manifestaciones son provocadas por un único y mismo modo de percepción, el mundo de las hormigas, o aquel de los pájaros, difiere fundamentalmente del tuyo, y pese a ello, existen múltiples diferencias entre esos mundos y los que perciben los seres a través de los sentidos espirituales.
¡Hay innumerables mundos espirituales, así como hay, también, innumerables mundos de formas manifestadas, perceptibles físicamente a los sentidos!
La voluntad eterna visualizada no encuentra, sin embargo, su perfección en la forma más elevada, sino que cuando su voluntad individual es capaz de unirse, sin que subsista la más mínima aspiración particular, a la voluntad universal, en el mismo seno del reino del Espíritu, del reino de las fuerzas causales del Ser eternamente activo en el mundo de la Luz de la Única Realidad .
Más allá de este mundo, no existe nada para el Espíritu del ser humano, porque entre todos, este mundo supremo es infinito en el tiempo y el espacio, así como en sus posibilidades de realización.
En la medida en que ese Ser “ilimitado,” ese “insondable océano sin riberas de la Divinidad,” pueda ser accesible a la conciencia, aun cuando “infinito,” no obstante, limitado por las formas adoptadas por la voluntad, – lo será apenas en este mundo supremo de la Luz, en cada una de las voluntades eternas que en él se encuentran confinadas, cada una consciente de ella misma.
Esto que he intentado explicarte aquí, en estos tres capítulos, contiene todo lo que el ser humano puede asimilar aquí abajo, durante su vida terrestre, sobre el misterio más profundo de su existencia, tanto en este mundo como en el otro que le espera después de su muerte terrestre.
¡Todo aquello que, fuera de esto, se te cuente sobre el “Más allá,” trátese de invenciones fantasiosas propias de una creencia exaltada o de especulaciones cerebrales, es apenas teoría vana y elucubraciones sin consistencia!
No debes, por lo tanto, creer en cualquier “concepción del mundo,” solamente porque esta haya sido admitida por otros, porque tu alma no encontrará paz antes de haber retomado la conciencia de ella misma, como manifestación propia de la Única Realidad.
¿Qué hay que hacer?
En los tres libros: “del Dios Viviente,” del “Más Allá” y del “Ser Humano,” he hecho la primera descripción detallada del camino interior que debe recorrer todo ser humano que toma verdaderamente a pecho, encontrar en si mismo su naturaleza espiritual.
Mostré aquello que debe hacer y aquello que debe evitar, el ser humano que se compromete en este camino.
A pesar de todo, a toda hora se me pregunta: “¿Qué debemos por lo tanto hacer? ¿Cómo debemos comenzar?
Por la manera como todas estas preguntas han sido formuladas e intencionadas, puede verse claramente que se espera recibir fórmulas precisas, para ser practicadas en este sentido, repitiendo cotidianamente un “ejercicio,” tan misterioso como posible y que, se supone, debe ser conducido hasta el fin, siempre y cuando se lo ejecute más o menos “mecánicamente.”
Pero, en lo que a mi respecta, a la mayoría de estas personas que me preguntan, les respondo como si estuvieran delante de un médico que, por estar apenas prescribiendo simples medios curativos naturales, quedan sus pacientes insatisfechos porque no han recibido de él “recetas.”
La mayoría de estos ardientes poseedores de preguntas habían antes fracasado por vías sacadas de los laberintos de la literatura moderna “teosófica” u “ocultista” y que, gracias a sus buenos instintos, apenas habían conseguido salir de ellos, no sin bastantes dificultades.
En cierto sentido, este desvío fue provechoso para estos buscadores, y es así, porque no hay error que por vías torcidas no conduzca finalmente a la verdad.
Es por eso que nadie nunca debe “maldecir” el período de su desvío, porque a lo mejor ni sospecha lo que le debe.
De este modo, hasta esas incursiones vacilantes por el laberinto de dogmas “teosóficos,” “antroposóficos,” u “ocultistas,” no fueron del todo inútiles para ninguno de aquellos que, finalmente, lograron liberarse de ellos.
Entre ellos, un buen número, a lo largo de sus vacilantes búsquedas, se fortaleció en la convicción de que, detrás de toda verdad disfrazada a través de la suma de errores propios de esas doctrinas, existe, pese a ello algo de verdadero.
En otros, la intuición hizo despertar el presentimiento de que la leyenda de los llamados “Mahatmas” misteriosos y supuestos fundadores de la “teosofía” moderna apenas ha podido nacer, porque el Oriente conoce la existencia de hombres unidos al Espíritu que, ciertamente, no operan a través de sortilegios de todo tipo, como se atribuye a los faquires nacidos de la imaginación; sino realmente, concientes en el Espíritu y ya familiarizados con él durante su vida en la Tierra.
La mayoría de estos buscadores trajeron también, verdaderamente, desde los subterfugios de esos laberintos, la necia creencia de que bastaría conocer y aplicar un “método,” misteriosamente guardado en secreto para, de inmediato, convertir al primero que llegue en un “vidente de primer orden,” un “iniciado,” por no decir, un “Maestro” de las obras espirituales.
Por más valederas que sean las dos primeras suposiciones, esta última creencia es naturalmente falsa.
Ella ha sido, no obstante, explotada por inescrupulosos charlatanes y por hábiles pescadores de almas que dan a sus discípulos todo tipo de instrucciones, de origen más o menos dudoso, sacadas de antiguos textos místicos. Haciéndose pasar por “maestros del ocultismo,” frecuentemente ni siquiera dudan de los efectos que puede desencadenar la fiel obediencia a sus inescrupulosas recetas.
Es más, el discípulo cree estar sobre el buen camino, al constatar, a través de la puesta en práctica de las indicaciones recibidas, ciertos resultados que la ciencia psicológica oficial desconoce por completo, a pesar de todas las investigaciones psicológicas y de todos los sondeos en el “subconsciente” del hombre.
Muchos de esos “maestros del ocultismo” pueden estar apenas agradando su vanidad, cuando imparten instrucciones supuestamente intencionadas a “despertar los sentidos internos,” instrucciones sacadas de algún viejo libro de magia escrito en pergamino que, en realidad, apenas consiguen abrir las sombrías y malsanas fosas, donde creen que germina una forma activa de mediumnidad espirita, cuyo cultivo debería haberse dejado a ciertos saltimbanquis asiáticos.
Porque, el señor “Maestro del ocultismo” no tiene ninguna necesidad de creer en la eficacia de sus instrucciones.
Tal como un “portador de bacilos” puede encontrarse personalmente en buen estado de salud, y al mismo tiempo propagar los más terribles gérmenes de su enfermedad, así también no es en ningún caso necesario que el propagador de métodos supuestamente favorables al “despertar de los sentidos internos” sepa que apenas está favoreciendo una mediumnidad espirita activa en sus pobres víctimas.
No obstante, facilitamos a los discípulos de estos perniciosos maestros, el contacto con la moderna crítica científica, porque pueden desprender de cada palabra de esos eruditos críticos racionalistas, la ingenuidad con la que esos respetables investigadores proceden a hacer las experiencias dentro de un terreno en el que las ilusiones se suceden unas a las otras y en donde el propio experimentador, tan seguro de sí, se hunde cada vez más profundamente en un desierto, en el cual cree estar, cada vez más firmemente, “a punto” de encontrar una respuesta definitiva a sus preguntas.
Sólo podríamos aplaudir las tentativas de la psicología moderna en su esfuerzo por querer desenmascarar, de una vez por todas, determinados fenómenos muy discutibles, llamados “extra-sensoriales,” si esta tentativa no se desvalorizara a si misma por las conclusiones falsas en las que cae y que llaman de inmediato nuestra atención por su falsedad, sacadas de hechos correctamente observados por el investigador.
¡Hasta en la mejor de las intenciones, todo impulso tendiente a conocer la verdad está condenado al error, cuando que el investigador es esclavo de sus prejuicios!
La consecuencia es que la comunidad de discípulos de estos astuciosos engañadores de almas, desprovista de sentido crítico y que se moviliza a tientas entre las brumas de una imaginación enredada, desde hace tiempo ha dejado de buscar la verdad en los descubrimientos del conocimiento científico. En lugar de remitirse a estos, ella se ha dejado, por el contrario, imponer voluntariamente, por el primer embustero recién llegado, el revoltijo de baratija confusa y abigarrada que este le hace pasar por “ciencia oculta.”
Y, si conforme a su “método” aun logra desarrollar la mediumnidad sobre la que me he referido más arriba, ha ganado la partida. Se le cree en cada palabra, cuando en misteriosas alusiones anuncia bulliciosamente ser la reencarnación de un eminente espíritu humano del pasado.
Para todos los que leen mis advertencias con alguna perspicacia, debe quedar suficientemente claro que conozco sus “métodos” antiguos y modernos a la perfección y que, por lo demás, sería para mi un juego llevar esto más lejos, revelando tantas otras vías de “desarrollo de las facultades extra-sensoriales”: vías ignoradas por todos los santos extraños que, en tiempos recientes, fueron considerados “iniciados” por sus adeptos y auténticos “pozos de ciencia oculta.”
En este campo, es posible obtener resultados que hasta para los mejores alumnos de estos “maestros del ocultismo,” parecerían no solamente irrealizables, sino que también plantearían ciertos enigmas, hasta para las críticas psicológicas más perspicaces.
Si no fuera un crimen inexpiable mostrar, aunque sea a través de simples alusiones, las escabrosas vías que mencioné aquí, tal vez alguna indicación podría aclarar mucho de lo que hasta ahora ninguna experiencia psicológica o investigación metapsíquica ha conseguido desenmascarar.
Pero, por sincero que fuese mi deseo de prestar servicio a la ciencia, no estoy en condiciones de hacerlo: sin duda, por el motivo ya citado y en razón del compromiso que me liga a mi y a todos mis “Hermanos” espirituales, de por toda la eternidad, sino que también, porque se trata de un terreno cuyo acceso legítimo exige de la persona mucho más que un mero “celo de investigador científico”.
¡Sin duda, apenas resulta necesario insistir en el hecho que se trata de algo más que “ejercicios de Hatha Yoga,” ampliamente conocidos y de “métodos” derivados de esta disciplina, para alcanzar determinados giros propios de faquir!
Sin embargo, aun cuando no estuviera en absoluto ligado por deber, tampoco podría dar mi consentimiento en revelar aquello que, por motivos también determinantes, debe permanecer un secreto, porque bien sé la cantidad de desgracia que resultaría del abuso que inevitablemente harían uso, los hombres ávidos de poder.
Por ello, no me siento en absoluto atraído por el “destino de Prometeo,” que me estaría reservado si quisiera convertirme en un artesano responsable de equivalente suma de desgracia.
Para alcanzar la unión espiritual con la Luz original, – para despertar de su sueño la naturaleza espiritual del ser humano, para alcanzar aquello que una elevada sabiduría ha llamado de “nuevo nacimiento,” los conocimientos en cuestión no son ni necesarios, ni útiles.
Como todos los artificios basados en la posible puesta en juego de fuerzas psicológicas de alta tensión, de las que generalmente se desconoce la existencia, aquellos a los que aquí me refiero no tienen vínculo alguno con el despertar y el desarrollo del ser humano espiritual eterno.
Lo que este despertar y este desarrollo exigen es, en primer lugar, una actitud interior sostenida con permanencia, en el sentido de fijar el pensamiento, los sentimientos y la voluntad terrestre en la meta a proseguir.
Todo ser humano terrestre necesita, antes que nada, transformarse él mismo, poco a poco, a través de sus propias fuerzas, antes que una ayuda espiritual pueda serle prodigada.
De poco o nada le sirve asumir esta actitud interior sólo de vez en cuando, como una persona piadosa habituada a consagrar en su parroquia los séptimos días a Dios.
Es necesario que cada minuto de la vida, todo comportamiento diario, cada pensamiento emergente, todo deseo y todo impulso de la voluntad cerebral terrestre sean, desde ahora, sometidos a la influencia formadora de la actitud requerida, para que el ser humano, una vez comprometido con este camino, alcance resultados reales y no apenas imaginarios.
Los “ejercicios” a ser practicados periódicamente podrían consistir, en el mejor de los casos, en un esfuerzo repetido de concentración, con miras a sentir más profundamente tal actitud.
Todo lo que puede ser recomendado en este sentido, tiene por único objetivo mantener concientemente en estado de vigilia esta nueva actitud, de suerte que no pueda más ser, de modo alguno, relajada.
Pero, si esta actitud se mantiene realmente sin relajar, de manera que efectivamente determine toda la vida cotidiana, – sean cual fueren los medios adecuados a la naturaleza de cada uno, por los cuales se logra este resultado, – en este caso, todo lo demás se produce muy rápido, – “por si-sólo,” sin nuestra participación consciente.
De ese modo, se forma entonces en el ser humano fortalecido, un centro de fuerzas cuya acción se hace cada vez más poderosa, y que establece, finalmente, aquí en la Tierra, la unión espiritual con los centros de fuerza semejantes, ya perfectos, sin la intervención de un acto particular de la voluntad.
Desde el instante en que esta unión es posible, el buscador se beneficia de la ayuda espiritual de aquellos que ya la han encontrado y desde ese instante, no reconocen ningún otro deber más alto que el de intervenir para ayudar donde sea que se necesite recibir su ayuda espiritual, sin que importe si esta ya puede ser sentida conscientemente o no.
El buscador se ha convertido ahora en una suerte de “aparato receptor,” sintonizado con un determinado tipo de ondas espirituales, perceptibles únicamente en el interior, pero nunca a través de experiencias científicas.
Las influencias provenientes del reino del Espíritu sustancial pueden ser experimentadas sólo desde lo más profundo de uno-mismo, y nunca se debe fornecer material para que sea procesado por exámenes eruditos de extraños, porque se trata de una cosa viviente que se oculta tan pronto surge la más mínima tentativa de abordarla.
¡Sobretodo, que no se crea que es posible pasar a ser uno de esos “aparatos receptores,” en un abrir y cerrar de ojos!
Quien desea ser aceptado como aprendiz de los Guías eternos, debe saber vestir, el mismo, el delantal de artesano del arte de la paciencia.
Hasta la más intensa voluntad terrestre, que, como simple manifestación de las funciones cerebrales, debe ser claramente diferenciada de la voluntad eterna sustancial operante en el Espíritu del ser humano, no conseguiría acelerar el desarrollo de los órganos receptores espirituales.
Una “voluntad” cerebral encarnizada, “obstinada,” no puede sino bloquear el proceso de cristalización de las fuerzas en causa, destinadas a precipitarse las unas contra las otras para constituir un centro nuevo de fuerzas independiente de las funciones cerebrales.
Sin embargo, mientras mayor sea la “actitud” interior mantenida por la persona en su totalidad, sobre la cual debe volverse aquí constantemente, quedando sistemáticamente fijada, tal como ocurre con un telescopio centrado sobre el objeto observado, – tanto más velozmente llegará el momento en que el buscador entrará en contacto sensible con sus Asistentes espirituales.
Apenas importa en esto el comportamiento práctico del buscador respecto de su vida cotidiana, y no al hecho de si hace o no “ejercicios” de cualquier especie.
Esto tampoco significa que no sea permitido entregarse eventualmente a alguna forma particular de recogimiento espiritual, repetido de manera periódica, si se ha observado que el comportamiento en la vida ordinaria experimenta, debido a eso, el procurado fortalecimiento de la actitud interior en su orientación hacia el Espíritu.
Una vez que el observador ha estado suficientemente en contacto con sus Asistentes espirituales, sus fuerzas pasan a estar, en primer lugar, sometidas a una suerte de prueba, cuyos resultados determinan la ayuda espiritual que ulteriormente será “sintonizada” al diapasón de su grado de evolución.
La escala de radiaciones espirituales susceptible de ser alcanzada por el buscador se escucha, en cuanto a sus efectos, sobre una gama que va desde el simple fortalecimiento de sus fuerzas, hasta el favor de una orientación espiritual personal.
Los pocos seres humanos que, desde antes de su nacimiento en la Tierra han sido colocados bajo dicha orientación, porque han sido destinados a convertirse aquí en la Tierra en “Maestros” realizados de la acción espiritual, llegan finalmente a una fusión espiritual total con su Guía, inclusive si este, a lo mejor, vive del otro lado del mundo, de modo que el discípulo no recibe más una enseñanza abstracta, sino que comparte la vida espiritual plena de su instructor (y no su “conciencia cerebral”).
La intención del “Maestro” de permitir que su discípulo experimente también ciertos acontecimientos espirituales vividos por el-mismo, basta para que este perciba estos acontecimientos, tal como si se produjeran en él-mismo, a pesar de saber, sin ningún lugar a dudas, la forma como él llega a tal comunión viviente.
Como el “Maestro” ha llegado desde hace tiempo, en su propia individualidad, a la unión con la “Luz original,” el discípulo comienza por experimentar esta unión en su fusión con el alma iluminada de su instructor, llena de claridad.
Poco a poco, el discípulo madura, como para entonces llegar, él-mismo, con total autonomía, a la unión con la Luz original.
Alcanzado este objetivo, ya no tiene solamente conciencia de su propia individualidad espiritual eterna e indestructible, sino que también experimenta, simultáneamente en él, la conciencia de todas las individualidades espirituales que jamás fueron manifestadas en los seres humanos.
Quien así llega a la perfección, al igual que todos aquellos que también la alcanzaron del mismo modo, pasa a fundirse en una forma de conciencia colectiva común, nueva para él, y a la cual nada de lo que se conoce en la Tierra podría comparársele.
Su propia conciencia individual se encuentra inserta en esta conciencia colectiva.
Pero jamás la conciencia individual del realizado podría ser “disuelta” en la conciencia común.
En esta fusión, cada individuo vive para toda la eternidad, la vida integral de todas las otras individualidades de la comunidad, impregnándose de todas ellas y siendo, él-mismo a la vez penetrado, sin que una sola de las individualidades del Espíritu, unidas de esta manera, pueda jamás perder su existencia propia, tal como ella misma se la ha creado.
Apenas existe, sólo para un pequeño número de seres que ya han alcanzado durante su vida terrestre el objetivo expuesto en estas páginas, la certeza absoluta respecto de la supervivencia de la conciencia humana, que vive eternamente más allá de la muerte, en el mundo de la percepción espiritual.
Todos los demás seres humanos dependen de las presunciones o de los apaciguamientos de una doctrina religiosa, a menos que prefieran confiarse, a pesar de todo, a las informaciones proporcionadas por algunas personas, entre sus congéneres, que también conocen, desde los inicios de su vida en la Tierra y por su propia experiencia, “la vida después de la muerte.”
Pueden tomarse como una crítica independiente, desprovista de todo prejuicio, los auténticos testimonios que estos últimos han dado, después de haber convertido esta meta en realidad y no apenas como el producto de un éxtasis delirante o del imperio de una forma cualquiera de hipnosis; pudiendo distinguir muy bien esto de las fantásticas elucubraciones propias de soñadores perdidos o de utopistas dotados de una imaginación poética.
En el seno de todos los pueblos, se pueden encontrar mensajes auténticos de seres humanos concientes del Más-allá, y en todas las épocas vivieron seres humanos capaces de hacer revelaciones verdaderas sobre la vida en el Espíritu.
Puede ocurrir que la vestimenta que ha cubierto estos relatos está hecha de acuerdo con la moda de los tiempos y está afecta al color de la única creencia religiosa aceptada en ese momento, pero aquel que no se satisface apenas con las apariencias, encontrará siempre, bajo esos hábitos, sea cual fuere el corte, al ser humano y su vida más profunda: su unión con la fuente fundamental de toda vida eterna y de toda existencia en todos los reinos del espacio y del tiempo.
Desde que se haya comprendido lo que el sublime camino indicado en mis escritos exige de si, así como la meta hacia la cual el puede conducir a los seres humanos, a partir de esta vida terrestre, aun cuando sean poco dotados para recorrerla, no se me pedirá más, de aquí en adelante, tener que explicar lo que, en síntesis, conviene “hacer” y no se esperará más a que le indique algún “ejercicio” insólito.
Se habrá, sin dudas, reconocido que aquí se trata de algo que sobrepasa infinitamente a los prodigiosos “poderes de los faquires,” que sobrepasa infinitamente a los más sorprendentes “milagros del ocultismo,” y que se eleva infinitamente por encima de las “doctrinas secretas,” ridículamente argumentadas por conventilleros encadenados al saber intelectual, con retazos de las ciencias naturales.
Pese a que, para ser comprendido, como mínimo por aquellos que corren más peligro, me vea yo obligado a hacer alusión a conceptos ya conocidos y, a veces, hasta a terminología del Oriente, tal como ha ocurrido con los escritos “teosóficos,” para lo cual, bastará apenas profundizar mis escritos para descubrir de inmediato que hablo de cosas que hasta aquí han sido presentadas apenas por imágenes gravemente deformadas.
Hasta el sabio orientalista, conocedor de todos los textos del Oriente actualmente accesibles, encontrará en estos apenas alusiones veladas a las cosas tenidas por secretas, porque los antiguos escritos, considerados sagrados, fueron redactados por hombres que ya habían recibido “de boca al oído,” una enseñanza secreta.
Aquellos que confeccionaron los antiguos libros religiosos, entremezclaron de a propósito, narraciones prosaicas, crónicas o cuentos, sin ninguna relación entre los escritos y que apenas debían resultar inteligibles a quien se encontraba preparado para este fin, a pesar que el sentido literal expresaba frecuentemente lo contrario de aquello que los iniciados podían captar del mismo texto.
La enseñanza a la que me refiero aquí como agente de transmisión, además de eso, y pese a la forma velada con que está planteada, apenas ha sido puesta por escrito en raras ocasiones y jamás de otra forma que no sea fragmentada.
Ahora bien, los manuscritos en los que todos estos fragmentos se encuentran agrupados, no son hoy en día accesibles a gente profana y nunca lo serán en el futuro. Es más, en este campo, se considera “profano” a cada uno que aun no haya vivido en si-mismo la experiencia espiritual de lo que, bajo la lapidaria forma de un “canon,” se presenta en estos manuscritos, como tratándose de algo posible de experimentar.
Hasta recientemente, los pocos seres humanos que viven esta enseñanza y que por este motivo podrían “enseñarla,” han respetado de manera rigurosa los antiquísimos preceptos que les prohibían la divulgación pública, en cualquier circunstancia, inclusive por alusión, como hago aquí.
Fue necesario atenuar la interpretación rigurosa que se hacía de estos preceptos para hacer posible la publicación de la enseñanza en esta serie de obras, después que los augustos guías de la jerarquía espiritual, cuyo grado inferior está constituido por los escasos miembros vivos sobre nuestro planeta, ordenaran esta explicación bastante atenuada, adecuada a las necesidades de los tiempos actuales.
Quien quiera entender lo que hasta ahora enseño abiertamente, deberá abandonar toda noción de que se trata aquí de una nueva variante de dogmas religiosos, o de propaganda a favor de alguno de los sistemas filosóficos de Oriente.
Quien busca en la historia de la humanidad trazos del conocimiento del cual soy apenas un servidor, con certeza los encontrará.
Este conocimiento en su forma más pura estuvo vivo en seres humanos iniciados en los antiguos Misterios.
Ciertamente, para oídos entrenados, voces de todos los siglos hablan un mismo y claro lenguaje y, sin mayor dificultad, se puede verificar, hasta en tiempos recientes, que el centro desde donde emana el testimonio del conocimiento aquí expuesto, sigue influenciando a la Tierra, como fuente inspiradora de toda asociación humana, cuya meta suprema fue y aun sigue siendo, la más elevada dignidad humana.
Mucho habría que decir a este respecto y que por ahora no puede ser comentado, porque dice relación a cosas que deben ser encontradas por si mismas, ligadas a lo que no fue dicho en este texto.
¡Pero, no obstante, quien quiera cosechar los frutos que crecen en el jardín de las enseñanzas aquí expuestas, debe convertir su vida entera en un “ejercicio” constante!
La nueva vida que él quiere encontrar, ya es parte de su vida cotidiana, pero sólo que aun no ha desarrollado la aptitud para reconocerla.
No necesita que “maestros del ocultismo” le receten “ejercicios” nefastos, porque su vida cotidiana es, en si misma, el más eficaz y real “ejercicio” espiritual, cuya ejecución le confía cada día la Luz eterna.
En la vida cotidiana, en la forma más simple y sin ningún misterio, él llegará con el correr del tiempo al grado de perfección que le es accesible aquí en la Tierra; y que jamás, por el contrario, alcanzará frecuentando “escuelas de esoterismo,” o presuntuosos cenáculos de supuestos “iniciados,” que de manera descarada cumplen el rol de “instructores” espirituales y, para quienes sólo se puede pedir perdón, porque ni siquiera saben lo que hacen.
¡La perfección espiritual exige al hombre integral!
En la búsqueda de esta realización, “cuerpo” y “alma” nunca deben actuar de modo separado!
Nada hay de “corporal” que no sea también, al mismo tiempo, “espiritual,” y no se trata de una “espiritualización” del cuerpo, sino por el contrario, de alcanzar por las fuerzas del alma, la encarnación del Espíritu eterno, posible en la Tierra y perceptible a lo largo de la vida terrestre.
¡Aquellos que menosprecian el cuerpo y pese a ello esperan alcanzar el reino del Espíritu eterno sustancial, encontrarán en su lugar apenas un nuevo reino de la ilusión!
Por el contrario, se le exige al cuerpo que aprenda a “creer” en la existencia del “yo” eterno ultra-personal oculto en él y del cual debe llegar a ser la manifestación.
El “yo” eterno, creado por el Espíritu, es la fuente pura de las fuerzas espirituales en el ser humano terrestre, pero el cuerpo es el recipiente que sirve de balde para extraer esas fuerzas, a fin de conducirlas a la superficie en la vida terrestre.
¡En ese eterno “yo,” nosotros nos encontramos a nosotros mismos como ser eterno en la Eternidad!
¡Únicamente en ese más recóndito “yo” encontramos el espíritu sustancial eterno que nos abarca!
¡Solamente en tu “yo,” creador de ti-mismo, habrás de encontrar a tu Dios “viviente”!
¡No es “por la inteligencia, ni por un amplio conocimiento de las Escrituras,“ que se llega al objetivo más elevado alcanzable por el ser humano!
¡La realización espiritual es el resultado de una forma de vivir, y no por la agudeza con que se tañe el pensamiento!
En verdad existen cosas que sólo pueden obtenerse a través de la comprensión.
¡Para “saber” esas cosas, es necesario esforzarse por concebirlas a través del pensamiento!
¡Pero entonces, pese a ello, el sabio se eleva por encima del saber, hasta aprender a pensar como piensan los niños!
No es que debas aprender a pensar de modo “pueril;” apenas reencontrar en ti la unidad entre el pensador y su pensamiento.
En esa unidad, otrora, cuando eras niño, concebiste tus primeros pensamientos, y apenas en esta misma unidad se piensan los últimos y más elevados pensamientos.
Del mismo modo que por aquel entonces tu pensamiento naciente no obtenía su sustancia de tu “pensar,” sino de tus primeras experiencias terrenales; así también, tu experiencia espiritual deberá finalmente proporcionarte las piedras de la construcción con las que cubrirás la bóveda de la sublime cúpula de tu conocimiento.
¡Entonces, tu no habrás vivido en vano tu vida terrestre, ni soportado sus sufrimientos, sin antes haber cosechado los frutos!
¡Seguramente, abrigado en tu “Aquí en la Tierra,” tu podrás aguardar tu “Más allá” con absoluta confianza, –a partir de hoy, con la certeza de tu vida eterna en la divina Luz!
F I N
En verdad existen cosas que sólo pueden obtenerse a través de la comprensión.
¡Para “saber” esas cosas, es necesario esforzarse por concebirlas a través del pensamiento!
¡Pero entonces, pese a ello, el sabio se eleva por encima del saber, hasta aprender a pensar como piensan los niños!
No es que debas aprender a pensar de modo “pueril;” apenas reencontrar en ti la unidad entre el pensador y su pensamiento.
En esa unidad, otrora, cuando eras niño, concebiste tus primeros pensamientos, y apenas en esta misma unidad se piensan los últimos y más elevados pensamientos.
Del mismo modo que por aquel entonces tu pensamiento naciente no obtenía su sustancia de tu “pensar,” sino de tus primeras experiencias terrenales; así también, tu experiencia espiritual deberá finalmente proporcionarte las piedras de la construcción con las que cubrirás la bóveda de la sublime cúpula de tu conocimiento.
¡Entonces, tu no habrás vivido en vano tu vida terrestre, ni soportado sus sufrimientos, sin antes haber cosechado los frutos!
¡Seguramente, abrigado en tu “Aquí en la Tierra,” tu podrás aguardar tu “Más allá” con absoluta confianza, –a partir de hoy, con la certeza de tu vida eterna en la divina Luz!
F I N
Traducción de Eduardo Cicari.
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