lunes, 27 de enero de 2014

Hegel: Los estados o 'figuras' de la conciencia



Quizás en toda la historia de la filosofía occidental el intento más ambicioso de formular una teoría de los estados de conciencia haya sido el realizado por Hegel en una obra escrita en 1807, la ‘Fenomenología del Espíritu’ y cuyo subtítulo es precisamente ‘Ciencia de la experiencia de la conciencia’. 

Etimológicamente el término ‘Fenomenología’ proviene del griego ‘phainomenon’ que significa lo que resplandece, lo que se manifiesta o se hace visible. 

La Fenomenología es, pues, el estudio de los diferentes estados de conciencia a través de los cuales se manifiesta y se auto-conoce el Espíritu. 

Hegel la define como un viaje de descubrimiento, la odisea del Espíritu universal. 

En su Fenomenología trata de establecer cuáles son los diferentes tipos o formas a través de los cuales la conciencia finita evoluciona, desde su estado de mínimo desarrollo hasta su estado más alto, en el cual se eleva al conocimiento del Absoluto.


Cada sistema filosófico o modelo cultural expresa una perspectiva de la realidad que es el fruto de un nivel determinado de conciencia. 

Cada perspectiva es en sí misma parcial, unilateral e insostenible si se considera a sí misma como la única realidad. 

Debe dejar paso, por su propio desarrollo, a otra hasta que se alcance una visión última y más abarcante que englobe todas las anteriores. 

Los niveles inferiores de conciencia quedan subsumidos en los superiores. 

Ningún nivel inferior es absolutamente negado, sino reconocido como una etapa en la manifestación del Absoluto gracias a la cual éste se conoce a sí mismo. 

El nivel de conciencia más elevado es el único propiamente filosófico, porque sólo en él se da el conocimiento del Absoluto, que es el tema fundamental de la filosofía.

Su propósito al hacer esta panorámica y recorrer todos estos tipos, uno tras otro, es que al escuchar o leer sus descripciones, nos identificáramos con ellas, de modo que fuéramos reviviendo en nosotros ese estado de conciencia que está describiendo. 

Como si la mera descripción y el análisis intelectual fueran suficientes para evocar o despertar ese estado latente. 

Hegel va mostrando como cada estado de conciencia inferior contiene inevitablemente ciertas contradicciones inherentes a su naturaleza, que llevan a la necesidad de su superación y que, por tanto, debe dar paso a un estado superior. 

Esperaba que al revivir esta secuencia de estados de conciencia, nosotros fuéramos evolucionando hasta alcanzar finalmente el estado más elevado. 

Cada estado inferior es parcial e incompleto, sólo en el último estado la conciencia se eleva al conocimiento completo del Espíritu Absoluto.

Los tres estados de conciencia principales:

Hagamos un breve examen de los tipos o ‘figuras’ fundamentales de la conciencia que Hegel reconoce. 

El primer estado que denomina ‘conciencia’, se corresponde básicamente con lo que en la Ciencia Védica se llama el estado de ignorancia. 

Es decir, el estado de vigilia en el cual la conciencia está solamente vuelta hacia fuera, volcada hacia el exterior y, por  tanto, lo único que percibe son los objetos, la multiplicidad del mundo fenoménico. 

La conciencia se ignora a sí misma y lo que experimenta es el objeto. 

Lo único que existe entonces es el mundo y la conciencia se identifica con él como lo real. 

Para explicar este mundo de objetos, señala Hegel, la conciencia comienza a formar conceptos abstractos, conceptos cada vez más universales y, finalmente, leyes. 

Se da cuenta de que estos conceptos y estas leyes no son observables y no provienen de los objetos, sino que son puestos por ella misma. 

De este modo comienza gradualmente a tomar cierta conciencia de sí misma, a re-conocerse y darse cuenta de que hay algo más que el objeto.

Así, la conciencia evoluciona hasta un segundo estadio denominado ‘auto-conciencia’, en el que existe una dualidad entre el sujeto que experimenta y los objetos que son experimentados, de modo que existe una relación de auto-afirmación de la conciencia frente al objeto. 

Hegel analiza esta relación en términos de dominio, el intento de la conciencia de dominar el objeto, que ilustra por medio de la relación amo-esclavo. 

En su análisis relaciona las características de este estado con diferentes tipos de filosofías históricas, por ejemplo el estoicismo o el escepticismo. 

El estoicismo, dice, afirma la libertad y auto-suficiencia interior del hombre y niega el poder sobre él del mundo externo. 

Pero no lleva esta actitud hasta sus últimas consecuencias, es decir, hasta afirmar que el mundo externo sea irreal. 

El escepticismo niega la validez de toda percepción externa, duda que algo externo pueda perturbar el yo sereno e inmutable.

El estado más maduro de esta auto-conciencia es llamado por Hegel ‘conciencia infeliz’ o ‘conciencia auto-alienada’. 

Un estado que curiosamente, a pesar de su nombre, tiene bastantes puntos en común con lo que en la Ciencia Védica se denomina ‘conciencia cósmica’, el quinto estado. 

En este estado, dice Hegel, la conciencia experimenta a través de los sentidos un mundo de objetos. 

La conciencia se experimenta hacia fuera como mudable, empírica,  accidental,  individual y externa. 

A la vez tiene conciencia en su interior de que de su propio yo es inmutable y simple. 

Esta situación contradictoria es descrita por Hegel como una especie de desgarramiento, la conciencia se siente incómoda con esta dualidad. 

Experimenta el mundo fenoménico y cambiante de los objetos como algo que le es extraño y ajeno, de lo cual tiende a liberarse. 

Pero perderlo sería también perder una parte de sí misma. 

Hay en este estado dualidad y, a la vez, una cierta unidad. 

Por tanto, no puede permanecer indefinidamente en este estado, sino que aspira a una reunificación de sí misma. 

Debe evolucionar hacia un estado en el cual desaparezca esta experiencia de separación y la conciencia experimente que todo surge a partir de sí misma, que lo mudable surge de lo inmutable.

Este tercer estado es llamado por Hegel ‘razón’ y se corresponde muy de cerca en algunas de sus descripciones con lo que la Ciencia Védica llama ‘conciencia de unidad’. 

Hegel dice que en un momento dado desaparece la cortina de la apariencia que separa el mundo interior inmutable del mundo exterior mutable. 

El sujeto experimenta que es en realidad el Espíritu Absoluto y que todo el universo es la expresión de su propia conciencia. 

Es consciente plenamente de su identidad última y de la unidad total entre él y el Espíritu Absoluto.

“La razón es la certeza de la conciencia de ser toda la realidad, de este modo expresa el idealismo el concepto de la razón”. (Fenomenología del Espíritu, C, V.)   

En este estado supremo, toda la realidad está dentro de mi propia conciencia ilimitada o razón. Realidad y razón, el universo y mi conciencia son una misma cosa. 

Este es el sentido de su famosa (y tan poco comprendida habitualmente) afirmación:

“Lo que es racional es real; y lo que es real es racional”[i]
(Filosofía del Derecho, Prefacio).

Toda la multiplicidad y las diferencias que constituyen el mundo fenoménico se generan en el interior de la conciencia al conocerse eternamente a sí misma. 

La conciencia es entonces auto-referente, al percibir cualquier objeto se experimenta a sí misma y al conocerse a sí misma experimenta toda la realidad dentro de sí. 

Crea, por tanto, dentro de sí la relación entre el sujeto y el objeto, que constituye el conocimiento verdadero y a la vez estructura la realidad. 

Este conocimiento es el saber absoluto y este proceso de estructuración es lo que Hegel llamó ‘Dialéctica’.

Sólo desde este estadio final comienza realmente la filosofía. 

La filosofía es la expresión conceptual de este saber absoluto, la manifestación cultural más elevada de la humanidad, por encima del arte y de la religión. 

Este saber absoluto o filosofía no es sino el conocimiento más profundo del Espíritu Absoluto sobre sí mismo y a través de sí mismo. 


Todos los estados inferiores son meramente una preparación para la filosofía. 

Hegel dijo que durante muchos siglos la filosofía había sido tan sólo una búsqueda de la sabiduría y, señala, ya es hora de que deje de ser una búsqueda para ser por fin una sabiduría. 

Hay que recordar también que en esta época, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, se estaban comenzando a publicar en Europa las primeras traducciones y estudios de algunos textos de la literatura védica como la Bhagavad-Gîtâ o las Upanishads [ii]. 

Siendo Hegel un lector voraz había leído algunas de estas obras, en general traducciones bastante deficientes, y la imagen que a partir de ellas se formó acerca de la tradición védica y su conocimiento, por diversas razones, estaba profundamente distorsionada.

Una valoración:

En conjunto, cuando se compara el propósito de Hegel al escribir esta obra, la audacia de su concepción, con sus logros reales, se tiene un sentimiento de gran distancia, de gran disparidad. 

Pretendió mucho, pero logró muy poco. 

Sus exposiciones y análisis son tremenda y desesperadamente oscuros la inmensa mayoría de las veces. 

Poca gente es capaz de comprender lo que dice Hegel y es incluso dudoso si él se comprendía realmente a sí mismo. 

Careciendo de la experiencia directa de estos estados es mucho más difícil, de hecho prácticamente imposible, comprender su verdadera naturaleza y su relevancia. 

La proverbial oscuridad de los escritos de Hegel se debe, por una parte, a la falta de claridad de sus propias experiencias, probablemente esporádicas y nubladas aún por la presencia de estrés y tensiones en su sistema nervioso. 

Pero también a su concepción de que la filosofía para constituirse y ser aceptada como ciencia debía adoptar un lenguaje extremadamente técnico y abstracto, una jerga incomprensible para los mortales comunes. 

A menudo, las cosas que se pueden decir brevemente, Hegel les da vueltas durante páginas y páginas, como si le pagaran los libros al peso.


Además, al igual que Fichte, Hegel no tenía conciencia de que fuera necesario un método para experimentar sistemática y repetidamente estos estados superiores de conciencia. 

Aparentemente él no lo tenía, sus descripciones parecen ser de experiencias espontáneas. 

Esta carencia de un método sistemático para explorar estos estados limita muy gravemente la amplitud, claridad, precisión y contrastación de su teoría. 

A menudo la ordenación que hace entre los estados es muy arbitraria y la correlación que establece con manifestaciones culturales, con tipos o doctrinas filosóficas, es muy superficial. 

Desde luego, no tenía ninguna idea clara de que estos estados superiores de conciencia estuvieran ligados a una transformación profunda del funcionamiento del sistema nervioso y relacionados con una serie de parámetros neuro-fisiológicos.


A pesar de la poderosa influencia que ejerció en algunos filósofos y movimientos filosóficos, su intento de formular una ciencia de la conciencia resultó baldío. 

No se conectó con el rumbo general de la ciencia en el siglo XIX, todavía dominada poderosamente por el paradigma materialista y mecanicista surgido de la física newtoniana, ni ejerció ninguna influencia sobre la psicología naciente. 

Incluso en filosofía se produjo una reacción en su contra, representada por corrientes como el positivismo de Comte, el vitalismo de Nietzsche y el marxismo. 

Sus ideas llegaron a ser vistas rápidamente como una muestra típica de los excesos y desvaríos de la razón humana cuando se la deja volar libremente, sin control de la experiencia.

Notas:
 
[i] Un principio que de hecho atribuye a Platón y en el cual sintetiza su filosofía y su grandeza espiritual.

[ii] Una traducción de la Bhagavad-Gîtâ al inglés había aparecido en 1785 y al alemán en 1802. 

En 1801 se publica por primera vez una traducción al latín de 50 Upanishads, hecha a partir de una traducción al persa. 

El propio Hegel escribió en 1827 un ensayo sobre la Bhagavad-Gîtâ como recensión a una disertación de W. Von Humboldt sobre este texto védico.

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