Quisiera que en estos párrafos reconozcas la experiencia de la
unidad.
Lo extraordinario es difícil de admitir mientras sucede.
Su
carácter de “fuera de lo ordinario” lo descubro recién en el cotejo
posterior.
Incluso, en esa comparación, las palabras no alcanzan para
dar cuenta del evento vivido, y tengo que acudir a la poesía para
transmitirlo.
El interlocutor desprevenido podría creer que cuando hablo
de “unidad”, por ejemplo, estoy hablando de realidades físicas y no de
representaciones que tratan de insinuar una experiencia interna.
Si
he encontrado la unidad en mí, puedo suponer que también está en cada
persona.
Pero este supuesto se convierte en una vivencia sólo mediante
la acción.
Por medio de ella reconoceré o desconoceré la presencia de la
unidad.
No porque la perciba en el otro, eso no es posible, sino porque
la acción en su retroalimentación puede conectar con “mí mismo”, con la
unidad en mí.
No es cualquier acción la que logra esto, algunas
bloquean todo contacto con la intimidad del ser.
En cambio, por medio de
otras, soy capaz de reconocer en los demás su humanidad.
Esto es
posible porque están dirigidas al “ser humano”, es decir, a lo humano en
el otro, a su libertad, y no a su objetivación.
Ese modo de actuar me
comunica con mi propia humanidad.
La retroalimentación de la propia
acción, al reconocer lo esencial en el otro, produce la conexión con el
espacio de mí mismo donde se encuentra la unidad.
La
importancia de la acción en la comunicación no es obvia.
Las creencias
de arrastre de otras épocas privilegian los sentimientos.
Puedo admirar a
una persona, amarla, pero si cometo con ella una torpeza eso es lo que
cuenta.
La acción ordena mi caótico mundo interno y saca de mí lo que
comunico a los demás.
Eso marca la vida.
Inversamente, puedo odiar a
alguien, desearle los peores males, pero si finalmente lo que hago tiene
nobleza, eso dará dirección a la relación.
La acción me retroalimenta, es decir, tengo sensación de lo que hago mientras la efectúo.
Esas sensaciones se emplazan en distintas profundidades de mi
espacio de representación, conectando zonas más periféricas o más
internas.
La acción no sólo me comunica con los demás, sino que en el
mismo instante me comunica conmigo mismo.
Puede conducir la mirada hacia
la unidad interna, pero también alejarla, huir de mí mismo cuando
experimento desintegración.
Esta huida se produce apartando la mirada de
esa interioridad, identificándola con el yo pegado a la piel y adherido
a las cosas.
La retroalimentación de la acción me liga indisolublemente a los otros.
Lo que te hago a ti, a mí me lo hago.
Si
te provoco dolor físico, dirás que es mentira que yo también lo sienta;
pero, para no sentirlo, tengo que “salir de mí”.
Ese alejamiento
externaliza la mirada aceptando el sinsentido y perdiéndome cada vez más
en las cosas.
Para no sentir lo que me pasa debo anestesiar el
sufrimiento que me provoca lo que hago.
Esto adormece la mirada interna y
me alejo de lo que soy, me deshumanizo.
Si mi acción reconoce tu
libertad, o la unidad que vive adentro tuyo, esa esencia que te hace ser
humano, también sucede eso en mí; crece en esa acción mi unidad, al
tiempo que la mirada se hace interna.
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Del libro "La unidad en la acción" de Dario Ergas, a través de Xavier Batllés
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Del libro "La unidad en la acción" de Dario Ergas, a través de Xavier Batllés
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