domingo, 19 de enero de 2014

La acción es la llave de la comunicación - Dario Ergas


Quisiera que en estos párrafos reconozcas la experiencia de la unidad. 

Lo extraordinario es difícil de admitir mientras sucede. 

Su carácter de “fuera de lo ordinario” lo descubro recién en el cotejo posterior. 

Incluso, en esa comparación, las palabras no alcanzan para dar cuenta del evento vivido, y tengo que acudir a la poesía para transmitirlo. 

El interlocutor desprevenido podría creer que cuando hablo de “unidad”, por ejemplo, estoy hablando de realidades físicas y no de representaciones que tratan de insinuar una experiencia interna.


Si he encontrado la unidad en mí, puedo suponer que también está en cada persona. 

Pero este supuesto se convierte en una vivencia sólo mediante la acción. 

Por medio de ella reconoceré o desconoceré la presencia de la unidad. 

No porque la perciba en el otro, eso no es posible, sino porque la acción en su retroalimentación puede conectar con “mí mismo”, con la unidad en mí. 

No es cualquier acción la que logra esto, algunas bloquean todo contacto con la intimidad del ser. 

En cambio, por medio de otras, soy capaz de reconocer en los demás su humanidad. 

Esto es posible porque están dirigidas al “ser humano”, es decir, a lo humano en el otro, a su libertad, y no a su objetivación. 

Ese modo de actuar me comunica con mi propia humanidad. 

La retroalimentación de la propia acción, al reconocer lo esencial en el otro, produce la conexión con el espacio de mí mismo donde se encuentra la unidad.


La importancia de la acción en la comunicación no es obvia. 

Las creencias de arrastre de otras épocas privilegian los sentimientos. 

Puedo admirar a una persona, amarla, pero si cometo con ella una torpeza eso es lo que cuenta. 

La acción ordena mi caótico mundo interno y saca de mí lo que comunico a los demás. 

Eso marca la vida.
 
Inversamente, puedo odiar a alguien, desearle los peores males, pero si finalmente lo que hago tiene nobleza, eso dará dirección a la relación.


La acción me retroalimenta, es decir, tengo sensación de lo que hago mientras la efectúo. 

Esas sensaciones se emplazan en distintas profundidades de mi espacio de representación, conectando zonas más periféricas o más internas. 

La acción no sólo me comunica con los demás, sino que en el mismo instante me comunica conmigo mismo. 

Puede conducir la mirada hacia la unidad interna, pero también alejarla, huir de mí mismo cuando experimento desintegración. 

Esta huida se produce apartando la mirada de esa interioridad, identificándola con el yo pegado a la piel y adherido a las cosas.


La retroalimentación de la acción me liga indisolublemente a los otros. 

Lo que te hago a ti, a mí me lo hago. 

Si te provoco dolor físico, dirás que es mentira que yo también lo sienta; pero, para no sentirlo, tengo que “salir de mí”. 

Ese alejamiento externaliza la mirada aceptando el sinsentido y perdiéndome cada vez más en las cosas. 

Para no sentir lo que me pasa debo anestesiar el sufrimiento que me provoca lo que hago. 

Esto adormece la mirada interna y me alejo de lo que soy, me deshumanizo. 

Si mi acción reconoce tu libertad, o la unidad que vive adentro tuyo, esa esencia que te hace ser humano, también sucede eso en mí; crece en esa acción mi unidad, al tiempo que la mirada se hace interna.

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Del libro "La unidad en la acción" de Dario Ergas, a través de Xavier Batllés

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