Si cada día abriéramos los ojos para despertar a la conciencia de que
continuamente recibimos y emanamos; sea oxígeno, palabras, comida,
sentimientos, ideas, emociones, energía, etc.... podríamos empezar
a poner verdadera atención a nuestra calidad de vida en un sentido
profundo y consciente de la interconexión y la interacción de lo
que creamos y nos rodea en todo momento y quizás eso nos ayudaría a
discernir lo propio de lo ajeno y lo común de lo individual.
Si
prestáramos plena atención al instante por el instante, sin
construcción alguna asociada ni paralela, negándonos a aceptar toda
forma de especulación, bendiciendo simple y llanamente lo que hay…
entonces, quizás alguna cosa empezaría a transformarse en nosotros.
Y
cuando digo transformarse no hablo de fuegos de artificios ni grandes
iluminarias, me refiero a algo mucho más próximo y cálido,
simplemente llegar a ser capaces de sentir la vida y saborearla, así
como en diminuto, como desde un estado de coherencia interna tan
chiquita y sólida, que nos vuelva inquebrantables a los intereses de
las guerras del ayer y también a las del mañana.
Un
estado de calidez fraternal sin ruidos ni estropicios, más bien con
silencios internos y, a lo sumo, alguna melodía de piano o de pájaro
tropical.
No
sé abuelo Mario, hoy me desperté pensando en vos.
Al
abrir los ojos me pareció verlo ahí, sentado en la butaca de mi
habitación, leyendo un libro, sereno y risueño con esa cara de
hombre bueno y niño travieso.
Y
recordé, recordé de qué se trataba todo.
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Dedicado
a Mario Benedetti
Poeta
y escritor humanista
(Paso
de los toros, Uruguay, 14 de septiembre de 1920 –
Montevideo,
Uruguay, 17 de mayo de 2009)
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