domingo, 19 de agosto de 2012

La superstición trae mala suerte - Umberto Eco


Estaba tan tranquilo, despachando el correo, hasta el momento en el que me encuentro en la bandeja de entrada el enésimo mail en cadena que me llega esta semana, y que me conmina a reenviar la información que contiene a una docena de sitios a la vez y en el menor plazo de tiempo posible. 

Si no lo hago –ya sabéis cómo funciona esto- con toda probabilidad experimentaré algo muy malo o no me pasará eso tan bueno que se me propone y para lo que tengo que seguir, sin titubear, las indicaciones al pie de la letra. 

Me siento como el héroe clásico de las películas de suspense que recibe la llamada criminal:  

“Si usted no sigue puntualmente nuestras instrucciones o se le ocurre llamar a la policía, acabamos con la vida de su amigo.”

Por si tenéis curiosidad este mail era el de “El buda del dinero”, que traerá a tu vida –según se dice en el correo- una buena cantidad, siempre y cuando previamente lo distribuyas a medio mundo. 

Si lo envías a seis buenos amigos o familiares, en cuatro días lo alcanzarás, y si es a doce -y tiene lógica- el dinero tan sólo tardará en llegarte dos días.
Bueno, todo ello me ha llevado hasta el concepto de superstición: creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón. 

Centrémonos en el aspecto de “lo contrario a la razón”, porque no me siento hoy con fuerzas para calar el otro melón.

“La causa que hace surgir, que conserva y que fomenta la superstición es, pues, el miedo.” (Baruch Spinoza.) 

Es miedo lo que nos hace plantearnos, absurdamente, que si no realizamos esta o aquella cosa, nos van a acontecer los peores desastres y ello aunque en nuestro fuero interno, y pensando con racionalidad, sepamos que es imposible.

Si tuviéramos que estar pendientes a diario de todas las cosas que, supuestamente, dan mala o buena suerte, con certeza apenas viviríamos centrados solo en el empeño de evitarlas o promoverlas.

¿Hacemos un repaso de las que se dice traen mala fortuna?:  

romper un espejo, levantarse con el pie izquierdo, pisar las rayas de las baldosas en el pavimento, derramar sal, pasar por debajo de una escalera, que se cruce un gato negro, el 13, por supuesto, abrir un paraguas bajo techo, los brindis con agua...

Puestas así las supersticiones, una tras de otra, observamos su falta completa de la más mínima razón, pero, sin embargo, algo nos impulsa a veces a creer en ellas más allá de la cordura y a evitar pasar por debajo de esa escalera que está ante nosotros. En ti estará evitarla o traspasarla.

Reflexión final: 

somos inseguros y sentimos miedo; humanos e imperfectos. Pero deberíamos intentar enmendarnos y arrancarnos, de cuajo, ese pavor infundado, porque vivir con miedo a lo que sea (a que nos llegue algo malo o a que no nos llegue algo bueno) es como conducir por la vida con un magnífico coche, pero con el freno de mano echado. 

Y es que acaso, ¿conoces a alguien que con miedo sea mejor que sin él?

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