Un mendigo había estado sentado a la orilla de un camino durante más de 30 años.
Un día pasó por allí un extraño. "¿Tienes algunas monedas?", murmuró el mendigo, estirando mecánicamente el brazo con su vieja gorra.
"No tengo nada que darte", respondió el extraño.
Y luego preguntó, "¿Qué es eso sobre lo que estás sentado?".
"Nada", replicó el mendigo, "sólo una caja vieja.
Un día pasó por allí un extraño. "¿Tienes algunas monedas?", murmuró el mendigo, estirando mecánicamente el brazo con su vieja gorra.
"No tengo nada que darte", respondió el extraño.
Y luego preguntó, "¿Qué es eso sobre lo que estás sentado?".
"Nada", replicó el mendigo, "sólo una caja vieja.
He estado sentado sobre ella desde que tengo memoria".
"¿Alguna vez has mirado en su interior?", preguntó el extraño.
"No", respondió el mendigo, "¿Para qué? No hay nada adentro".
"Echa una ojeada", insistió el extraño.
El mendigo logró entreabrir la tapa.
Para su asombro, incredulidad y euforia, descubrió que la caja estaba llena de oro.
Yo soy ese extraño que no tiene nada para darte y que te dice que mires en tu interior.
No dentro de alguna caja -como en la parábola-
sino en un lugar aún más cercano: dentro de ti mismo.
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Extraído de: http://g11-primercontacto.blogspot.com.ar/2009/06/el-mayor-obstaculo-la-iluminacion.html
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