A
medida que vamos descartando necesidades y de alguna manera
simplificando nuestras vidas, empezamos a vivir con una cuota de
actividad selectiva direccionada a lo imprescindible, descartando la
multiplicidad dentro y fuera de nosotros a la vez que la abrazamos.
Es
entonces cuando la función del tiempo y, por ende la lectura de la
vida, toman una magnitud trascendente e inexplicable a la razón.
Al
entregar toda nuestra atención sin esfuerzo a cada acto, en un tomar
y dar sin distinción, la conciencia misma del tiempo como limitador
de la existencia, se disuelve en cada pupila mirada por el corazón
despierto.
Sabedores del poder de la acción cotidiana vivida con atenta y serena alegría, nos descubrimos -por extensión- constructores de nuevas realidades en cada gesto.
Sabedores del poder de la acción cotidiana vivida con atenta y serena alegría, nos descubrimos -por extensión- constructores de nuevas realidades en cada gesto.
Y
en ese espacio de flujo estático, el factor tiempo-humano se dilata
hacia una dimensión totalmente nueva: más expansiva, infinita,
enriquecida, respetuosa, generosa, alegre, sencilla, acogedora y sin
duda,… íntima.