domingo, 9 de agosto de 2009

Cartas a mis amigos. Sobre la crisis social y personal en el momento actual. Silo

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PRIMERA CARTA A MIS AMIGOS

Estimados amigos:

Desde hace tiempo recibo correspondencia desde distintos países pidiendo explicación o ampliaciones sobre temas que aparecen en mis libros. En general se reclama clarificación sobre asuntos tan concretos como la violencia, la política, la economía, la ecología, las relaciones sociales y las interpersonales. Como se ve, las preocupaciones son muchas y diversas y es claro que en esos campos tendrán que ser los especialistas los que den respuesta. Por supuesto que ese no es mi caso.
Hasta donde sea posible trataré de no repetir lo ya escrito en otros lugares y ojalá pueda esbozar en pocas líneas la situación general que nos toca vivir y las tendencias más inmediatas que se perfilan. En otras épocas se hubiera tomado como hilo conductor de este tipo de descripción una cierta idea de «malestar de la cultura» pero hoy, en cambio, hablaremos de la veloz modificación que se está produciendo en las economías, en las costumbres, en las ideologías y en las creencias, tratando de rastrear una cierta desorientación que parece asfixiar a los individuos y los pueblos.

Antes de entrar en tema quisiera hacer dos advertencias: una referida al mundo que se fue y que parece ser considerado en este escrito con una cierta nostalgia y otra que apunta al modo de exponer en el que podría verse una total ausencia de matices, llevando las cosas a un primitivismo de planteo que en realidad no formulan de ese modo aquellos que nosotros criticamos. Diré que quienes creemos en la evolución humana no estamos deprimidos por los cambios sino que más bien deseamos un incremento en la aceleración de los acontecimientos mientras tratamos de adaptarnos crecientemente a los nuevos tiempos. En cuanto al modo de expresar la argumentación de los defensores del «Nuevo Orden» puedo comentar lo siguiente: al hablar de ellos no han dejado de resonar en mí los acordes de aquellas diametrales ficciones literarias, 1984 de Orwell y Un mundo feliz de Huxley. Esos magníficos escritores vaticinaron un mundo futuro en el que por medios violentos o persuasivos el ser humano terminaba sumergido y robotizado. Creo que ambos atribuyeron demasiada inteligencia a los «malos» y demasiada estupidez a los «buenos» de sus novelas, movidos tal vez por un pesimismo de trasfondo que no es el caso interpretar ahora. Los «malos» de hoy son personas con muchos problemas y una gran avidez, pero en todo caso incompetentes para orientar procesos históricos que claramente escapan a su voluntad y capacidad de planificación. En general se trata de gente poco estudiosa y de técnicos a su servicio que disponen de recursos parcelados y patéticamente insuficientes. Así es que pediré no tomar muy en serio algunos párrafos en los que en realidad nos divertimos poniendo en sus bocas palabras que no dicen, aunque sus intenciones vayan en esa dirección. Creo que hay que considerar estas cosas fuera de toda solemnidad (afín a la época que muere) y, en cambio, plantearlas con el buen humor y el espíritu de broma que campea en las cartas intercambiadas por las gentes verdaderamente amigas.

1.- La situación actual.

Desde el comienzo de su historia la humanidad evoluciona trabajando para lograr una vida mejor. A pesar de los avances hoy se utiliza el poder y la fuerza económica y tecnológica para asesinar, empobrecer y oprimir en vastas regiones del mundo destruyendo además el futuro de las nuevas generaciones y el equilibrio general de la vida en el planeta. Un pequeño porcentaje de la humanidad posee grandes riquezas mientras las mayorías padecen serias necesidades. En algunos lugares hay trabajo y remuneración suficiente, pero en otros la situación es desastrosa. En todas partes los sectores más humildes sufren horrores para no morirse de hambre. Hoy, mínimamente, y por el solo hecho de haber nacido en un medio social todo ser humano requiere adecuada alimentación, sanidad, vivienda, educación, vestido, servicios... y llegando a cierta edad necesita asegurar su futuro por el tiempo de vida que le quede. Con todo derecho la gente quiere eso para ella y sus hijos, ambicionando que estos puedan vivir mejor. Sin embargo, esas aspiraciones de miles de millones de personas hoy no son satisfechas.

2.- La alternativa de un mundo mejor.

Tratando de moderar los problemas comentados, se han hecho diferentes experimentos económicos con desparejos resultados. Actualmente se tiende a aplicar un sistema en el que supuestas leyes de mercado regularán automáticamente el progreso social, superando el desastre producido por las anteriores economías dirigistas. Según este esquema las guerras, la violencia, la opresión, la desigualdad, la pobreza y la ignorancia, irán retrocediendo sin producirse mayores sobresaltos. Los países se integrarán en mercados regionales hasta llegar a una sociedad mundial sin barreras de ningún tipo. Y así como los sectores más pobres de los puntos desarrollados irán elevando su nivel de vida, las regiones menos avanzadas recibirán la influencia del progreso. Las mayorías se adaptarán al nuevo esquema que técnicos capacitados, u hombres de negocios, estarán en condiciones de poner en marcha. Si algo falla, no será por las naturales leyes económicas sino por deficiencias de esos especialistas que, como sucede en una empresa, tendrán que reemplazarse todas las veces que sea necesario. Por otra parte, en esa sociedad «libre» será el público quien decida democráticamente entre diferentes opciones de un mismo sistema.

3.- La evolución social.

Dada la situación actual y la alternativa que se presenta para el logro de un mundo mejor cabe reflexionar brevemente en torno a esa posibilidad. En efecto, se han realizado numerosas pruebas económicas que han arrojado desparejos resultados y frente a ello se nos dice que el nuevo experimento es la única solución a los problemas fundamentales. Sin embargo, no alcanzamos a comprender algunos aspectos de esa propuesta. En primer lugar aparece el tema de las leyes económicas. Al parecer existirían ciertos mecanismos, como en la naturaleza, que al jugar libremente regularían la evolución social. Tenemos dificultades para aceptar que cualquier proceso humano y, desde luego el proceso económico, sea del mismo orden que los fenómenos naturales. Creemos, por lo contrario, que las actividades humanas son no-naturales, son intencionales, sociales e históricas; fenómenos éstos que no existen ni en la naturaleza en general ni en las especies animales. Tratándose pues de intenciones y de intereses, tampoco tenemos por qué suponer que los sectores que detentan el bienestar estén preocupados por superar las dificultades de otros menos favorecidos. En segundo lugar, la explicación que se nos da respecto a que siempre hubo grandes diferencias económicas entre unos pocos y las mayorías y que, no obstante esto las sociedades han progresado, nos parece insuficiente. La Historia nos enseña que los pueblos avanzaron reclamando sus derechos frente a los poderes establecidos. El progreso social no se produjo porque la riqueza acumulada por un sector luego haya desbordado automáticamente «hacia abajo». En tercer lugar, presentar como modelo a determinados países que operando con esa supuesta economía libre hoy tienen un buen nivel de vida, parece un exceso. Esos países realizaron guerras de expansión sobre otros, impusieron el colonialismo, el neo colonialismo y la partición de naciones y regiones; recaudaron en base a la discriminación y la violencia y, finalmente, absorbieron mano de obra barata, al tiempo que impusieron términos de intercambio desfavorables para las economías más débiles. Podrá argumentarse que aquellos eran los procedimientos que se entendían como «buenos negocios». Pero si se afirma eso, no podrá sostenerse que el desarrollo comentado sea independiente de un tipo especial de relación con otros pueblos. En cuarto lugar, se nos habla del avance científico y técnico y de la iniciativa que se desarrolla en una economía «libre». En cuanto al avance científico y técnico ha de saberse que este opera desde que el hombre inventó la maza, la palanca, el fuego y así siguiendo, en una acumulación histórica que no parece haberse ocupado mucho de las leyes del mercado. Si, en cambio, se quiere decir que las economías abundantes succionan talentos, pagan equipamiento e investigación y que, por último, son motivadoras por una mejor remuneración, diremos que esto es así desde épocas milenarias y que tampoco se debe a un tipo especial de economía sino sencillamente a que en ese lugar existen recursos suficientes con independencia del origen de tal potencialidad económica. En quinto lugar, queda el expediente de explicar el progreso de esas comunidades por el intangible «don» natural de especiales talentos, virtudes cívicas, laboriosidad, organización y cosas semejantes. Este ya no es un argumento sino una declaración devocional en la que se escamotea la realidad social e histórica que explica cómo se han formado esos pueblos.
Desde luego, tenemos mucho desconocimiento para comprender cómo es que con semejantes antecedentes históricos podrá sostenerse este esquema en el futuro inmediato pero eso forma parte de otra discusión, la discusión en torno a si existe realmente tal economía libre de mercado, o si se trata de proteccionismos y dirigismos encubiertos que de pronto abren determinadas válvulas allí donde se sienten dominando una situación y cierran otras en caso contrario. Si esto es así, todo lo que se agregue como una promesa de avance quedará reservado solo a la explosión y difusión de la ciencia y de la tecnología, independientemente del supuesto automatismo de las leyes económicas.

4.- Los futuros experimentos.

Como ha sucedido hasta hoy, cuando sea necesario se reemplazará el esquema vigente por otro que «corrija» los defectos del modelo anterior. De ese modo y, paso a paso, continuará concentrándose la riqueza en manos de una minoría cada vez más poderosa. Es claro que la evolución no se detendrá, ni tampoco las legítimas aspiraciones de los pueblos. Así es que en poco tiempo serán barridas las últimas ingenuidades que aseguran el fin de las ideologías, las confrontaciones, las guerras, las crisis económicas y los desbordes sociales. Desde luego que tanto las soluciones como los conflictos se mundializarán porque ya no quedarán puntos desconectados entre sí. También hay algo seguro: ni los esquemas de dominación actuales podrán sostenerse, ni tampoco las fórmulas de lucha que han tenido vigencia hasta el día de hoy.

5.- El cambio y las relaciones entre las personas.

Tanto la regionalización de los mercados como la reivindicación localista y de las etnias, apuntan a la desintegración del Estado nacional. La explosión demográfica en las regiones pobres lleva la migración al límite del control. La gran familia campesina se disgrega desplazando a la generación joven hacia el hacinamiento urbano. La familia urbana industrial y post industrial se reduce al mínimo, mientras las macrociudades absorben contingentes humanos formados en otros paisajes culturales. Las crisis económicas y las reconversiones de los modelos productivos hacen que la discriminación irrumpa nuevamente. Entre tanto, la aceleración tecnológica y la producción masiva dejan obsoletos a los productos en el instante de entrar en el circuito de consumo. El reemplazo de objetos se corresponde con la inestabilidad y el desplazamiento en la relación humana. La antigua solidaridad, heredera de lo que en algún momento se llamó «fraternidad», ha terminado por perder significado. Los compañeros de trabajo, de estudio, de deporte, y las amistades de otras épocas toman el carácter de competidores; los miembros de la pareja luchan por el dominio, calculando desde el comienzo de esa relación cómo será la cuota de beneficio al mantenerse unidos, o cómo será la cuota al separarse. Nunca antes el mundo estuvo tan comunicado, sin embargo los individuos padecen cada día más una angustiosa incomunicación. Nunca los centros urbanos estuvieron más poblados, sin embargo la gente habla de «soledad». Nunca las personas necesitaron más que ahora del calor humano, sin embargo cualquier acercamiento convierte en sospechosa a la amabilidad y la ayuda. Así han dejado a nuestra pobre gente, ¡haciéndole creer a todo infeliz que tiene algo importante que perder y que ese «algo» etéreo, es codiciado por el resto de la humanidad! En esas condiciones, se le puede contar este cuento como si se tratara de la más auténtica realidad...

6.- Un cuento para aspirantes a ejecutivos.

«La sociedad que se está poniendo en marcha, traerá finalmente la abundancia. Pero aparte de los grandes beneficios objetivos, ocurrirá una liberación subjetiva de la humanidad. La antigua solidaridad, propia de la pobreza, no será necesaria. Ya muchos están de acuerdo en que con dinero, o algo equivalente, se solucionarán casi todos los problemas; por consiguiente los esfuerzos, pensamientos y sueños, estarán lanzados en esa dirección. Con el dinero se comprará buena comida, buena vivienda, viajes, diversiones, juguetes tecnológicos y personas que hagan lo que uno quiera. Habrá un amor eficiente, un arte eficiente y unos psicólogos eficientes que arreglarán los problemas personales que pudieran quedar y que más adelante terminarán de resolver la nueva química cerebral y la ingeniería genética.»
«En esa sociedad de abundancia disminuirá el suicidio, el alcoholismo, la drogadicción, la inseguridad ciudadana y la delincuencia, como hoy ya muestran los países económicamente más desarrollados (?). También desaparecerá la discriminación y aumentará la comunicación entre las personas. Nadie estará aguijoneado por pensar innecesariamente en el sentido de la vida, en la soledad, la enfermedad, la vejez y la muerte porque con adecuados cursos y alguna ayuda terapéutica, se logrará bloquear esos reflejos que tanto han detenido el rendimiento y la eficiencia de las sociedades. Todos confiarán en todos porque la competencia en el trabajo, en el estudio, en la pareja, terminará por establecer relaciones maduras.»
«Finalmente, las ideologías habrán desaparecido y ya no se utilizarán para lavar el cerebro de la gente. Por cierto que nadie impedirá la protesta o la disconformidad con temas menores, siempre que para expresarse se pague a los canales adecuados. Sin confundir la libertad con el libertinaje, los ciudadanos se reunirán en números pequeños (por razones sanitarias) y podrán expresarse en lugares abiertos (sin perturbar con sonidos contaminantes o con publicidad que afee al «municipio», o como se llame más adelante).»
«Pero lo más extraordinario ocurrirá cuando ya no se requiera de control policial sino que cada ciudadano sea alguien decidido que cuide a los demás de las mentiras que pudiera tratar de inculcar algún terrorista ideológico. Esos defensores tendrán tanta responsabilidad social que acudirán presurosos a los medios de comunicación en los que encontrarán inmediata acogida para alertar a la población; escribirán brillantes estudios que serán publicados inmediatamente y organizarán foros en los que formadores de opinión de gran cultura esclarecerán a algún desprevenido que todavía pudiera quedar a merced de las fuerzas oscuras del dirigismo económico, del autoritarismo, la antidemocracia y el fanatismo religioso. Ni siquiera será necesario perseguir a los perturbadores porque con un sistema de difusión tan eficiente nadie querrá acercarse a ellos para no contaminarse. En el peor de los casos, se los ‘desprogramará’ con eficacia y ellos agradecerán públicamente su reinserción y el beneficio que les producirá reconocer las bondades de la libertad. A su vez, aquellos esforzados defensores, si es que no están enviados específicamente para cumplir esa importante misión, serán gente común que podrá salir así del anonimato, ser reconocida socialmente por su calidad moral, firmar autógrafos y, como es lógico, recibir una merecida retribución.»
«La Compañía será la gran familia que favorecerá la capacitación, las relaciones y el esparcimiento. La robótica habrá suplantado al esfuerzo físico de otras épocas y trabajar para la Compañía desde la propia casa, será una verdadera realización personal.»
«Así, la sociedad no necesitará de organizaciones que no estén incluidas en la Compañía. El ser humano que tanto ha luchado por su bienestar, finalmente habrá llegado a los cielos. Saltando de planeta en planeta habrá descubierto la felicidad. Instalado allí será un joven competitivo, seductor, adquisitivo, triunfador y pragmático (sobre todo pragmático)... ejecutivo de la Compañía!»
7.- El cambio humano.
El mundo está variando a gran velocidad y muchas cosas que hasta hace poco eran creídas ciegamente ya no pueden sostenerse. La aceleración está generando inestabilidad y desorientación en todas las sociedades, sean estas pobres u opulentas. En este cambio de situación, tanto las dirigencias tradicionales y sus «formadores de opinión», como los antiguos luchadores políticos y sociales, dejan de ser referencia para la gente. Sin embargo, está naciendo una sensibilidad que se corresponde con los nuevos tiempos. Es una sensibilidad que capta al mundo como una globalidad y que advierte que las dificultades de las personas en cualquier lugar terminan implicando a otras aunque se encuentren a mucha distancia. Las comunicaciones, el intercambio de bienes y el veloz desplazamiento de grandes contingentes humanos de un punto a otro, muestran ese proceso de mundialización creciente. También están surgiendo nuevos criterios de acción al comprenderse la globalidad de muchos problemas, advirtiéndose que la tarea de aquellos que quieren un mundo mejor será efectiva si se la hace crecer desde el medio en el que se tiene alguna influencia. A diferencia de otras épocas llenas de frases huecas con las que se buscaba reconocimiento externo, hoy se empieza a valorar el trabajo humilde y sentido mediante el cual no se pretende agrandar la propia figura sino cambiar uno mismo y ayudar a hacerlo al medio inmediato familiar, laboral y de relación. Los que quieren realmente a la gente no desprecian esa tarea sin estridencias, incomprensible en cambio para cualquier oportunista formado en el antiguo paisaje de los líderes y la masa, paisaje en el que él aprendió a usar a otros para ser catapultado hacia la cúspide social. Cuando alguien comprueba que el individualismo esquizofrénico ya no tiene salida y comunica abiertamente a todos sus conocidos qué es lo que piensa y qué es lo que hace sin el ridículo temor a no ser comprendido; cuando se acerca a otros; cuando se interesa por cada uno y no por una masa anónima; cuando promueve el intercambio de ideas y la realización de trabajos en conjunto; cuando claramente expone la necesidad de multiplicar esa tarea de reconexión en un tejido social destruido por otros; cuando siente que aún la persona más «insignificante» es de superior calidad humana que cualquier desalmado puesto en la cumbre de la coyuntura epocal... cuando sucede todo esto, es porque en el interior de ese alguien comienza a hablar nuevamente el Destino que ha movido a los pueblos en su mejor dirección evolutiva, ese Destino tantas veces torcido y tantas veces olvidado, pero reencontrado siempre en los recodos de la historia. No solamente se vislumbra una nueva sensibilidad, un nuevo modo de acción sino, además, una nueva actitud moral y una nueva disposición táctica frente a la vida. Si se me apurara a precisar lo enunciado más arriba diría que la gente, aunque esto se haya repetido desde hace tres milenios, hoy experimenta novedosamente la necesidad y la verdad moral de tratar a los demás como quisiera ser tratada. Agregaría que, casi como leyes generales de comportamiento, hoy se aspira a: 1.- una cierta proporción, tratando de ordenar las cosas importantes de la vida, llevándolas en conjunto y evitando que algunas se adelanten y otras se atrasen excesivamente; 2.- una cierta adaptación creciente, actuando a favor de la evolución (no simplemente de la corta coyuntura) y haciendo el vacío a las distintas formas de involución humana; 3.- una cierta oportunidad, retrocediendo ante una gran fuerza (no ante cualquier inconveniente) y avanzando en su declinación; 4.- una cierta coherencia, acumulando acciones que dan la sensación de unidad y acuerdo consigo mismo, desechando aquellas que producen contradicción y que se registran como desacuerdo entre lo que uno piensa, siente y hace. No creo que sea el caso explicar por qué digo que se está «sintiendo la necesidad y la verdad moral de tratar a los demás como uno quiere ser tratado», frente a la objeción que pone el hecho de que así no se actúa en estos momentos. Tampoco creo que deba alargarme en explicaciones acerca de lo que entiendo por «evolución», o por «adaptación creciente» y no simplemente por adaptación de permanencia. En cuanto a los parámetros del retroceder o avanzar frente a grandes o declinantes fuerzas, sin duda que habría que contar con indicadores ajustados que no he mencionado. Por último, esto de acumular acciones unitivas frente a las situaciones contradictorias inmediatas que nos toca vivir o, en sentido opuesto, desechar la contradicción, a todas luces aparece como una dificultad. Eso es cierto, pero si se revisa lo comentado más arriba se verá que he mencionado todas estas cosas dentro del contexto de un tipo de comportamiento al que hoy comienza a aspirarse bastante diferente del que se pretendía en otras épocas.
He tratado de anotar algunas características especiales que se están presentando correspondientes a una nueva sensibilidad, una nueva forma de acción interpersonal y un nuevo tipo de comportamiento personal que, me parece, han rebasado la simple crítica de situación. Sabemos que la crítica es siempre necesaria, ¡pero cuánto más necesario es hacer algo diferente a lo que criticamos!
Reciban con ésta, un gran saludo.
21 de febrero de 1991

SEGUNDA CARTA A MIS AMIGOS

Estimados amigos:
En carta anterior me referí a la situación que nos toca vivir y a ciertas tendencias que muestran los acontecimientos. Aproveché para discutir algunas propuestas que los defensores de la economía de mercado anuncian como si se tratara de condiciones ineludibles para todo progreso social. También destaqué el creciente deterioro de la solidaridad y la crisis de referencias que se verifica en este momento. Por último, esbocé algunas características positivas que comienzan a observarse en lo que llamé «una nueva sensibilidad, una nueva actitud moral y una nueva disposición táctica frente a la vida.»

Algunos de mis corresponsales me hicieron notar su desacuerdo con el tono de la carta ya que, según les pareció, había en ella muchas cosas graves como para permitirse ironizar. Pero no dramaticemos! Es tan inconsistente el sistema de pruebas que aporta la ideología del neoliberalismo, de la economía social de mercado y del Nuevo Orden Mundial que la cosa no es como para fruncir el ceño. Lo que quiero decir es que tal ideología está muerta en sus fundamentos desde hace mucho tiempo y que pronto sobrevendrá la crisis práctica, de superficie, que es la que finalmente perciben quienes confunden significado con expresión; contenido con forma; proceso con coyuntura. Del mismo modo que las ideologías del fascismo y del socialismo real habían muerto mucho tiempo antes que se produjera su descalabro práctico posterior, el desastre del actual sistema sorprenderá a los bienpensantes solo más adelante. ¿No tiene esto mucho de ridículo? Es como ver muchas veces una película muy mala. Luego de tanta repetición nos dedicamos a escudriñar en las paredes de mampostería, en los afeites de los actores y en las tomas de efecto mientras a nuestro lado una señora se emociona por lo que ve por primera vez y que, para ella, es la realidad misma. Así es que en mi descargo digo que no me he burlado de la enorme tragedia que significa la imposición de este sistema sino de sus monstruosas pretensiones y su grotesco final, final que ya hemos presenciado en muchos casos anteriores.

También he recibido correspondencia reclamando mayor precisión en la definición de actitudes que se debería asumir frente al proceso de cambio actual. Sobre esto creo que será mejor tratar de entender las posiciones que toman distintos grupos y personas aisladas antes de hacer recomendaciones de cualquier tipo. Me limitaré pues a presentar las posturas más populares dando mi opinión en los casos que me parezcan de mayor interés.

1.- Algunas posturas frente al proceso de cambio actual.

En el lento progreso de la humanidad se han ido acumulando factores hasta el momento actual en que la velocidad de cambio tecnológico y económico no coincide con la velocidad de cambio en las estructuras sociales y en el comportamiento humano. Este desfasaje tiende a incrementarse y a generar crisis progresivas. A tal problema se lo encara desde distintos puntos de vista. Están quienes suponen que el desencaje se regulará automáticamente y, por tanto, recomiendan no tratar de orientar ese proceso que, además, sería imposible dirigir. Se trata de una tesis mecanicista optimista. Están otros que suponen que se va a un punto de explosión irremediable. Es el caso de los mecanicistas pesimistas. También aparecen las corrientes morales que pretenden detener el cambio y, en lo posible, volver a supuestas fuentes reconfortantes. Ellas representan una actitud antihistórica. Pero también los cínicos, los estoicos y los epicureístas contemporáneos comienzan a elevar sus voces. Unos negando importancia y sentido a toda acción; otros afrontando los hechos con entereza aún cuando todo salga mal. Finalmente, los terceros, tratando de sacar partido de la situación y pensando simplemente en su hipotético bienestar que extienden, a lo sumo, a sus hijos. Como en las épocas finales de civilizaciones pasadas, mucha gente asume actitudes de salvación individual suponiendo que no tiene sentido ni posibilidad de éxito cualquier tarea que se emprenda en conjunto. En todo caso, el conjunto tiene utilidad para la especulación estrictamente personal y por ello los líderes empresariales, culturales o políticos necesitan manipular y mejorar su imagen haciéndose creíbles, haciendo creer a otros que ellos piensan y actúan en función de los demás. Desde luego que tal ocupación tiene sus sinsabores porque todo el mundo conoce el truco y nadie cree en nadie. Los antiguos valores religiosos, patrióticos, culturales, políticos y gremiales quedan supeditados al dinero en un campo en que la solidaridad y, por tanto, la oposición colectiva a ese esquema quedan barridas al tiempo que el tejido social se descompone gradualmente. Luego sobrevendrá otra etapa en la que el individualismo a ultranza será superado... pero ese es tema para más adelante. Con nuestro paisaje de formación a cuestas y con nuestras creencias en crisis no estamos en condiciones de admitir aún que se aproxima ese nuevo momento histórico. Hoy, detentando una pequeña parcela de poder o dependiendo absolutamente del poder de otros, todos nos encontramos tocados por el individualismo en el que claramente lleva ventaja quien está mejor instalado en el sistema.

2.- El individualismo, la fragmentación social y la concentración de poder en las minorías.

Pero el individualismo lleva necesariamente a la lucha por la supremacía del más fuerte y a la búsqueda del éxito a cualquier precio. Tal postura comenzó con unos pocos que respetaron ciertas reglas de juego entre sí frente a la obediencia de los muchos. De todas maneras esta etapa se agotará en un «todos contra todos» porque tarde o temprano se desbalanceará el poder a favor del más fuerte y el resto, apoyándose entre sí o en otras facciones, terminará por desarticular tan frágil sistema. Pero las minorías han ido cambiando con el desarrollo económico y tecnológico, perfeccionando sus métodos a tal punto que en algunos lugares en situación de abundancia las grandes mayorías desplazan su descontento hacia aspectos secundarios de la situación que les toca vivir. Y se insinúa que aún creciendo el nivel de vida global, las masas postergadas se contentarán esperando una mejor situación a futuro porque ya no parece que cuestionarán globalmente al sistema sino a ciertos aspectos de urgencia. Todo eso muestra un giro importante en el comportamiento social. Si esto es así, la militancia por el cambio se verá progresivamente afectada y las antiguas fuerzas políticas y sociales quedarán vacías de propuestas; cundirá la fragmentación grupal e interpersonal y el aislamiento individual será medianamente suplido por las estructuras productoras de bienes y esparcimiento colectivo concentradas bajo una misma dirección. En ese mundo paradojal se terminará de barrer con toda centralización y burocratismo rompiéndose las anteriores estructuras de dirección y decisión pero la mentada desregulación, descentralización, liberalización de mercados y de actividades será el campo más adecuado para que florezca una concentración como no la hubo en ninguna época anterior, porque la absorción del capital financiero internacional seguirá creciendo en manos de una banca cada vez más poderosa. Similar paradoja sufrirá la clase política al tener que proclamar los nuevos valores que hacen perder poder al Estado, con lo cual su protagonismo se verá cada vez más comprometido. Por algo se van reemplazando desde hace tiempo palabras como «gobierno» por otras como «administración» haciéndose comprender a los «públicos» (no a los «pueblos») que un país es una empresa.

Por otra parte, y hasta tanto se consolide un poder imperial mundial, podrán ocurrir conflictos regionales como en su momento ocurrió entre países. Que tales confrontaciones se produzcan en el campo económico o se desplacen a la arena de la guerra en áreas restringidas; que como consecuencia ocurran desbordes incoherentes y masivos; que caigan gobiernos completos y se terminen desintegrando países y zonas, en nada afectará al proceso de concentración al que parece apuntar este momento histórico. Localismos, luchas interétnicas, migraciones y crisis sostenidas, no alterarán el cuadro general de concentración de poder. Y cuando la recesión y la desocupación afecte también a las poblaciones de los países ricos, ya habrá pasado la etapa de liquidación liberal y comenzarán las políticas de control, coacción y emergencia al mejor estilo imperial... ¿quién podrá hablar entonces de economía de libre mercado y qué importancia tendrá sostener posturas basadas en el individualismo a ultranza?
Pero debo responder a otras inquietudes que se me han hecho llegar respecto a la caracterización de la crisis actual y sus tendencias.

3.- Características de la crisis.

Comentaremos la crisis del Estado nacional, la crisis de regionalización y mundialización, y la crisis de la sociedad, el grupo y el individuo.
En el contexto de un proceso de mundialización creciente se acelera la información y aumenta el desplazamiento de personas y bienes. La tecnología y el poder económico en aumento se concentran en empresas cada vez más importantes. El mismo fenómeno de aceleración en el intercambio, choca con las limitaciones y el enlentecimiento que imponen antiguas estructuras como el Estado nacional. El resultado es que tienden a borrarse las fronteras nacionales dentro de cada región. Esto lleva a que deba homogeneizarse la legislación de los países no solo en materia de tasas aduaneras y documentación personal sino en aquello que hace a la adaptación de sus sistemas productivos. El régimen laboral y de seguridad social, siguen la misma dirección. Continuos acuerdos entre esos países muestran que un parlamento, un sistema judicial y un ejecutivo común, darán mayor eficacia y velocidad a la gestión de esa región. La primitiva moneda nacional va cediendo paso a un tipo de signo de intercambio regional que evita pérdidas y demoras en cada operación de conversión. La crisis del Estado nacional es un hecho observable no solamente en aquellos países que tienden a incluirse en un mercado regional, sino en otros cuyas maltrechas economías muestran un detenimiento relativo importante. En todas partes se alzan voces contra las burocracias anquilosadas y se pide la reforma de esos esquemas. En puntos en que un país se ha configurado como resultado reciente de particiones y anexiones, o como artificial federación, se avivan antiguos rencores y diferencias localistas, étnicas y religiosas. El Estado tradicional tiene que hacer frente a esa situación centrífuga en medio de crecientes dificultades económicas que cuestionan precisamente su eficacia y legitimidad. Fenómenos de ese tipo tienden a crecer en el centro de Europa, en el Este y en los Balcanes. Estas dificultades también se profundizan en Medio Oriente, Levante y Asia Anterior. En el Africa, en varios países delimitados artificialmente, comienzan a observarse los mismos síntomas. Acompañando a esa descomposición comienzan las migraciones de pueblos hacia las fronteras poniendo en peligro el equilibrio zonal. Bastará que ocurra un importante desequilibrio en China para que más de una región sea afectada directamente por el fenómeno, considerando además la inestabilidad actual de la antigua Unión Soviética y de los países asiáticos continentales.
Entre tanto se han configurado centros económica y tecnológicamente poderosos que asumen carácter regional: el Extremo Oriente liderado por Japón, Europa y Estados Unidos. El despegue e influencia de esas zonas muestra un aparente policentrismo, pero el desarrollo de los acontecimientos señala que Estados Unidos suma a su poder tecnológico, económico y político, su fuerza militar en condiciones de controlar las más importantes áreas de abastecimiento. En el proceso de mundialización creciente tiende a levantarse esta superpotencia como rectora del proceso actual, en acuerdo o desacuerdo con los poderes regionales. Este es el significado último del Nuevo Orden Mundial. Al parecer no ha llegado aún la época de la paz aunque se haya disipado, de momento, la amenaza de guerra mundial. Explosiones localistas, étnicas y religiosas; desbordes sociales; migraciones y conflictos bélicos en áreas restringidas, parecen amenazar la supuesta estabilidad actual. Por otra parte, las áreas postergadas se alejan cada vez más del crecimiento de las zonas tecnológica y económicamente aceleradas y este desfasaje relativo agrega al esquema dificultades adicionales. El caso de América Latina es ejemplar en este aspecto porque aún cuando la economía de varios de sus países experimente un crecimiento importante en los próximos años, la dependencia respecto a los centros de poder se hará cada vez más notoria.
Mientras crece el poder regional y mundial de las compañías multinacionales, mientras se concentra el capital financiero internacional, los sistemas políticos pierden autonomía y la legislación se adecua a los dictámenes de los nuevos poderes. Numerosas instituciones pueden hoy ser suplidas directa o indirectamente por los departamentos o las fundaciones de la Compañía que está en condiciones en algunos puntos de asistir al nacimiento, capacitación, ubicación laboral, matrimonio, esparcimiento, información, seguridad social, jubilación y muerte de sus empleados y sus hijos. El ciudadano ya puede, en ciertos lugares, sortear aquellos viejos trámites burocráticos tendiendo a manejarse con una tarjeta de crédito y, poco a poco, con una moneda electrónica en la que constarán no solamente sus gastos y depósitos sino todo tipo de antecedentes significativos y situación actual debidamente computada. Desde luego que todo esto ya libera a unos pocos de enlentecimientos y preocupaciones secundarias pero estas ventajas personales servirán también a un sistema de control embozado. Al lado del crecimiento tecnológico y la aceleración del ritmo de vida la participación política disminuye, el poder de decisión se hace remoto y cada vez más intermediado. La familia se reduce y estalla en parejas cada vez más móviles y cambiantes, la comunicación interpersonal se bloquea, la amistad desaparece y la competencia envenena todas las relaciones humanas al punto que desconfiando todos de todos, la sensación de inseguridad ya no se basa en el hecho objetivo del aumento de la criminalidad sino sobre todo en un estado de ánimo. Debe agregarse que la solidaridad social, grupal e interpersonal desaparece velozmente, que la drogadicción y el alcoholismo hacen estragos, que el suicidio y la enfermedad mental tienden a incrementarse peligrosamente. Desde luego que en todas partes existe una mayoría saludable y razonable pero los síntomas de tanto desencaje no nos permiten ya hablar de una sociedad sana. El paisaje de formación de las nuevas generaciones cuenta con todos los elementos de crisis que hemos citado al pasar y no forma parte de su vida solamente su capacitación técnica y laboral, las telenovelas, las recomendaciones de los opinadores de los medios masivos, las declamaciones sobre la perfección del mundo en que vivimos o, para la juventud más favorecida, el esparcimiento de la motocicleta, los viajes, la ropa, el deporte, la música y los artefactos electrónicos. Este problema del paisaje de formación en las nuevas generaciones amenaza con abrir enormes brechas entre grupos de distintas edades poniendo sobre el tapete una dialéctica generacional virulenta de gran profundidad y de enorme extensión geográfica. Está claro que se ha instalado en la cúspide de la escala de valores el mito del dinero y a él, crecientemente, se subordina todo. Un contingente importante de la sociedad no quiere oír nada de aquello que le recuerde el envejecimiento y la muerte, descalificando todo tema que se relacione con el sentido y significado de la vida. Y en esto debemos reconocer una cierta razonabilidad por cuanto la reflexión sobre esos puntos no coincide con la escala de valores establecida en el sistema. Son demasiado graves los síntomas de la crisis como para no verlos y, sin embargo, unos dirán que es el precio que hay que pagar para existir a fines del siglo XX. Otros afirmarán que estamos entrando en el mejor de los mundos. El trasfondo que opera en esas afirmaciones está puesto por el momento histórico en el que el esquema global de situación no ha hecho crisis aunque las crisis particulares cundan por doquier, pero a medida que los síntomas de la descomposición se aceleren cambiará parejamente la apreciación de los acontecimientos porque se sentirá la necesidad de establecer nuevas prioridades y nuevos proyectos de vida.

4.- Los factores positivos del cambio.

El desarrollo científico y tecnológico no puede ser cuestionado por el hecho de que algunos adelantos hayan sido o sean utilizados en contra de la vida y el bienestar. En los casos en que se cuestiona a la tecnología se debería hacer una previa reflexión respecto a las características del sistema que utiliza el avance del saber con fines espurios. El progreso en medicina, comunicaciones, robótica, ingeniería genética y otros tantos campos, desde luego que puede ser aprovechado en dirección destructiva. Otro tanto vale respecto a la utilización de la técnica en la explotación irracional de recursos, polución industrial, contaminación y deterioro ambiental. Pero todo ello denuncia el signo negativo que comanda la economía y los sistemas sociales. Así, bien sabemos que hoy se está en condiciones de solucionar los problemas de alimentación de toda la humanidad y sin embargo comprobamos a diario que existen hambrunas, desnutrición y padecimientos infrahumanos porque el sistema no está en disposición de abocarse a esos problemas resignando sus fabulosas ganancias a cambio de una mejora global del nivel humano. También advertimos que las tendencias hacia las regionalizaciones y, finalmente, hacia la mundialización están siendo manipuladas por intereses particulares en desmedro de los grandes conjuntos. Pero está claro que aún en esa distorsión se abre paso el proceso hacia una nación humana universal. El cambio acelerado que se está presentando en el mundo lleva a una crisis global del sistema y a un consecuente reordenamiento de factores. Todo ello será la condición necesaria para lograr una estabilidad aceptable y un desarrollo armónico del planeta. Por consiguiente, a pesar de las tragedias que pueden avisorarse en la descomposición de este sistema global actual la especie humana prevalecerá sobre todo interés particular. En la comprensión de la dirección de la historia que comenzó en nuestros antepasados homínidas radica nuestra fe en el futuro. Esta especie que ha trabajado y luchado durante millones de años para vencer el dolor y el sufrimiento no sucumbirá en el absurdo. Por ello es necesario comprender procesos más amplios que simples coyunturas y apoyar todo lo que marche en dirección evolutiva aún cuando no se vean sus resultados inmediatos. El descorazonamiento de los seres humanos valerosos y solidarios retrasa el paso de la historia. Pero es difícil comprender ese sentido si la vida personal no se organiza y orienta también en dirección positiva. Aquí no están en juego factores mecánicos o determinismos históricos, está en juego la intención humana que tiende a abrirse paso ante todas las dificultades.
Espero, mis amigos, pasar a temas más reconfortantes en la próxima carta dejando de lado la observación de factores negativos para esbozar propuestas acordes con nuestra fe en un futuro mejor para todos.
Reciban con esta, un gran saludo.
5 de diciembre de 1991
TERCERA CARTA A MIS AMIGOS
Estimados amigos:
Espero que la presente sirva para ordenar y simplificar mis opiniones respecto a la situación actual. También quisiera considerar ciertos aspectos de la relación entre los individuos, y entre ellos y el medio social en que viven.
1.- El cambio y la crisis.
En esta época de gran cambio están en crisis los individuos, las instituciones y la sociedad. El cambio será cada vez más rápido y también las crisis individuales, institucionales y sociales. Esto anuncia perturbaciones que tal vez no sean asimiladas por amplios sectores humanos.
2.- Desorientación.
Las transformaciones que están ocurriendo toman direcciones inesperadas produciendo desorientación general respecto al futuro y a lo que se debe hacer en el presente. En realidad no es el cambio lo que nos perturba ya que en él observamos muchos aspectos positivos. Lo que nos inquieta es no saber en qué dirección va el cambio y hacia donde orientar nuestra actividad.

3.- Crisis en la vida de las personas.

El cambio está ocurriendo en la economía, en la tecnología y en la sociedad; sobre todo está operando en nuestras vidas: en nuestro medio familiar y laboral, en nuestras relaciones de amistad. Se están modificando nuestras ideas y lo que habíamos creído sobre el mundo, sobre las demás personas y sobre nosotros mismos. Muchas cosas nos estimulan pero otras nos confunden y paralizan. El comportamiento de los demás y el propio nos parece incoherente, contradictorio y sin dirección clara, tal como ocurre con los acontecimientos que nos rodean.

4.- Necesidad de dar orientación a la propia vida.

Por lo tanto, es fundamental dar dirección a ese cambio inevitable y no hay otra forma de hacerlo que empezando por uno mismo. En uno mismo debe darse dirección a estos cambios desordenados cuyo rumbo desconocemos.

5.- Dirección y cambio de situación.

Como los individuos no existen aislados, si realmente direccionan su vida modificarán la relación con otros en su familia, en su trabajo y en donde les toque actuar. Este no es un problema psicológico que se resuelve adentro de la cabeza de individuos aislados, sino que se resuelve cambiando la situación en que se vive con otros mediante un comportamiento coherente. Cuando celebramos éxitos o nos deprimimos por nuestros fracasos, cuando hacemos planes a futuro o nos proponemos introducir cambios en nuestra vida olvidamos el punto fundamental: estamos en situación de relación con otros. No podemos explicar lo que nos ocurre, ni elegir, sin referencia a ciertas personas y a ciertos ámbitos sociales concretos. Esas personas que tienen especial importancia para nosotros y esos ámbitos sociales en los que vivimos nos ponen en una situación precisa desde la que pensamos, sentimos y actuamos. Negar esto o no tenerlo en cuenta crea enormes dificultades. Nuestra libertad de elección y acción está delimitada por la situación en que vivimos. Cualquier cambio que deseemos operar no puede ser planteado en abstracto sino con referencia a la situación en que vivimos.

6.- El comportamiento coherente.

Si pudiéramos pensar, sentir y actuar en la misma dirección, si lo que hacemos no nos creara contradicción con lo que sentimos, diríamos que nuestra vida tiene coherencia. Seríamos confiables ante nosotros mismos, aunque no necesariamente confiables para nuestro medio inmediato. Deberíamos lograr esa misma coherencia en la relación con otros tratando a los demás como quisiéramos ser tratados. Sabemos que puede existir una especie de coherencia destructiva como observamos en los racistas, los explotadores, los fanáticos y los violentos, pero está clara su incoherencia en la relación porque tratan a otros de un modo muy distinto al que desean para sí mismos. Esa unidad de pensamiento, sentimiento y acción, esa unidad en el trato que se pide con el trato que se da, son ideales que no se realizan en la vida diaria. Este es el punto. Se trata de un ajuste de conductas a esas propuestas, se trata de valores que tomados con seriedad direccionan la vida independientemente de las dificultades que se enfrenten para realizarlos. Si observamos bien las cosas, no estáticamente sino en dinámica, comprenderemos esto como una estrategia que debe ir ganando terreno a medida que pase el tiempo. Aquí sí valen las intenciones aunque las acciones no coincidan al comienzo con ellas, sobre todo si aquellas intenciones son sostenidas, perfeccionadas y ampliadas. Esas imágenes de lo que se desea lograr son referencias firmes que dan dirección en toda situación. Y esto que decimos no es tan complicado. No nos sorprende, por ejemplo, que una persona oriente su vida para lograr una gran fortuna, sin embargo esta puede saber por anticipado que no lo logrará. De todas maneras, su ideal la impulsa aunque no tenga resultados relevantes. ¿Por qué entonces, no se puede entender que aunque la época sea adversa al trato que se pide con el trato que se da, aunque sea adversa a pensar, sentir y actuar en la misma dirección, esos ideales de vida pueden dar dirección a las acciones humanas?

7.- Las dos propuestas.

Pensar, sentir y actuar en la misma dirección, y tratar a otros como uno desea ser tratado, son dos propuestas tan sencillas que pueden ser entendidas como simples ingenuidades por gente habituada a las complicaciones. Sin embargo, tras esa aparente candidez hay una nueva escala de valores en cuyo punto más alto se pone la coherencia; una nueva moral para la que no es indiferente cualquier tipo de acción; una nueva aspiración que implica ser consecuentes en el esfuerzo por dar dirección a los acontecimientos humanos. Tras esa aparente candidez se apuesta por el sentido de la vida personal y social que será verdaderamente evolutivo o marchará a la desintegración. No podemos ya confiar en que viejos valores den cohesión a las personas en un tejido social que día a día se deteriora por la desconfianza, el aislamiento y el individualismo crecientes. La antigua solidaridad entre los miembros de clases, asociaciones, instituciones y grupos va siendo reemplazada por la competencia salvaje a la que no escapa la pareja ni la hermandad familiar. En este proceso de demolición no se elevará una nueva solidaridad sobre la base de ideas y comportamientos de un mundo que se fue, sino gracias a la necesidad concreta de cada uno por direccionar su vida, para lo cual tendrá que modificar a su propio medio. Esa modificación, si es verdadera y profunda, no puede ponerse en marcha por imposiciones, por leyes externas o por fanatismos de cualquier tipo sino por el poder de la opinión y de la acción mínima conjunta entre las personas que forman parte del medio en que uno vive.

8.- Llegar a toda la sociedad a partir del medio inmediato.

Sabemos que al cambiar positivamente nuestra situación estaremos influyendo en nuestro medio y otras personas compartirán este punto de vista dando lugar a un sistema de relaciones humanas en crecimiento. Tendremos que preguntarnos: ¿por qué deberíamos ir más allá de donde empezamos? Sencillamente por coherencia con la propuesta de tratar a otros como queremos que nos traten. ¿O acaso no llevaríamos a los demás algo que ha resultado fundamental para nuestra vida? Si la influencia comienza a desarrollarse es porque las relaciones, y por tanto los componentes de nuestro medio, se han ampliado. Esta es una cuestión que deberíamos tener en cuenta desde el comienzo porque aún cuando nuestra acción empieza aplicándose en un punto reducido, la proyección de esa influencia puede llegar muy lejos. No tiene nada de extraño pensar que otras personas decidan sumarse en la misma dirección. Después de todo, los grandes movimientos históricos han seguido el mismo camino: comenzaron pequeños, como es lógico, y se desarrollaron gracias a que la gente los consideró intérpretes de sus necesidades e inquietudes. Actuar en el medio inmediato, pero con la mirada puesta en el progreso de la sociedad es coherente con todo lo dicho. De otro modo, ¿para qué haríamos referencia a una crisis global que debe ser enfrentada resueltamente si todo terminara en individuos aislados para quienes los demás no tienen importancia? Por necesidad de la gente que coincida en dar una nueva dirección a su vida y a los acontecimientos, surgirán ámbitos de discusión y comunicación directa. Más adelante, la difusión a través de todos los medios permitirá ampliar la superficie de contacto. Otro tanto ocurrirá con la creación de organismos e instituciones compatibles con este planteamiento.

9.- El medio en que se vive.

Ya hemos comentado que es tan veloz y tan inesperado el cambio, que este impacto se está recibiendo como crisis en la que se debaten sociedades enteras, instituciones e individuos. Por ello es imprescindible dar dirección a los acontecimientos. Sin embargo, ¿cómo podría uno hacerlo sometido como está a la acción de sucesos mayores? Es evidente que uno puede direccionar solo aspectos inmediatos de su vida y no el funcionamiento de las instituciones ni de la sociedad. Por otra parte, pretender dar dirección a la propia vida no es cosa fácil ya que cada cual vive en situación, no vive aislado, vive en un medio. A este medio podemos verlo tan amplio como el Universo, la Tierra, el país, el estado o provincia, etc. Sin embargo, hay un medio inmediato que es donde desarrollamos nuestras actividades. Tal medio es familiar, laboral, de amistades, etc. Vivimos en situación con referencia a otras personas y ese es nuestro mundo particular del que no podemos prescindir. Él actúa sobre nosotros y nosotros sobre él de un modo directo. Si tenemos alguna influencia, es sobre ese medio inmediato. Pero ocurre que tanto la influencia que ejercemos como la que recibimos están afectadas, a su vez, por situaciones más generales, por la crisis y la desorientación.

10.- La coherencia como dirección de vida.

Si se quisiera dar alguna dirección a los acontecimientos habría que empezar por la propia vida y, para hacerlo, tendríamos que tener en cuenta al medio en el que actuamos. Ahora bien, ¿a qué dirección podemos aspirar? Sin duda a la que nos proporcione coherencia y apoyo en un medio tan cambiante e imprevisible. Pensar, sentir y actuar en la misma dirección es una propuesta de coherencia en la vida. Sin embargo, esto no es fácil porque nos encontramos en una situación que no hemos elegido completamente. Estamos haciendo cosas que necesitamos aunque en gran desacuerdo con lo que pensamos y sentimos. Estamos puestos en situaciones que no gobernamos. Actuar con coherencia más que un hecho es una intención, una tendencia que podemos tener presente de manera que nuestra vida se vaya direccionando hacia ese tipo de comportamiento. Es claro que únicamente influyendo en ese medio podremos cambiar parte de nuestra situación. Al hacerlo, estaremos direccionando la relación con otros y otros compartirán tal conducta. Si a lo anterior se objeta que algunas personas cambian de medio con cierta frecuencia en razón de su trabajo o por otros motivos, responderemos que eso no modifica en nada lo planteado ya que siempre se estará en situación, siempre se estará en un medio dado. Si pretendemos coherencia, el trato que demos a los demás tendrá que ser del mismo género que el trato que exigimos para nosotros. Así, en estas dos propuestas encontramos los elementos básicos de dirección hasta donde llegan nuestras fuerzas. La coherencia avanza en tanto avance el pensar, sentir y actuar en la misma dirección. Esta coherencia se extiende a otros, porque no hay otra manera de hacerlo, y al extenderse a otros comenzamos a tratarlos del modo que quisiéramos ser tratados. Coherencia y solidaridad son direcciones, aspiraciones de conductas a lograr.

11.- La proporción de las acciones como avance hacia la coherencia.

¿Cómo avanzar en dirección coherente? En primer término, necesitaremos una cierta proporción en lo que hacemos cotidianamente. Es necesario establecer cuáles son las cuestiones más importantes en nuestra actividad. Debemos priorizar lo fundamental para que las cosas funcionen, luego lo secundario, y así siguiendo. Posiblemente con atender a dos o tres prioridades tengamos un buen cuadro de situación. Las prioridades no pueden invertirse, no pueden tampoco separarse tanto que se desequilibre nuestra situación. Las cosas deben ir en conjunto, no aisladamente, evitando que unas se adelanten y otras se atrasen. Frecuentemente nos cegamos por la importancia de una actividad y, de esta suerte, se nos desbalancea el conjunto... al final lo que considerábamos tan importante tampoco puede realizarse porque nuestra situación general ha quedado afectada. También es cierto que a veces se presentan asuntos de urgencia a los que debemos abocarnos, pero es claro que no se puede vivir postergando otros que hacen al cuidado de la situación general en que vivimos. Establecer prioridades y llevar la actividad en proporción adecuada es un avance evidente en dirección a la coherencia.

12.- La oportunidad de las acciones como avance hacia la coherencia.

Existe una rutina cotidiana dada por los horarios, los cuidados personales y el funcionamiento de nuestro medio. Sin embargo, dentro de esas pautas hay una dinámica y riqueza de acontecimientos que las personas superficiales no saben apreciar. Hay quienes confunden su vida con sus rutinas pero esto no es así en absoluto ya que muy frecuentemente deben elegir dentro de las condiciones que les impone el medio. Por cierto, vivimos entre inconvenientes y contradicciones pero convendrá no confundir ambos términos. Entendemos por «inconvenientes» a las molestias e impedimentos que afrontamos. No son enormemente graves, pero desde luego que si son numerosos y repetidos acrecientan nuestra irritación y fatiga. Por cierto, estamos en condiciones de superarlos. No determinan la dirección de nuestra vida ni impiden que llevemos adelante un proyecto, son obstáculos en el camino que van desde la menor dificultad física a problemas en los que estamos a punto de perder el rumbo. Los inconvenientes admiten una gradación importante pero se mantienen en un límite que no impide avanzar. Algo distinto ocurre con lo que llamamos «contradicciones». Cuando nuestro proyecto no puede ser realizado, cuando los acontecimientos nos lanzan en una dirección opuesta a la deseada, cuando nos encontramos en un círculo vicioso que no podemos romper, cuando no podemos direccionar mínimamente a nuestra vida, estamos tomados por la contradicción. La contradicción es una suerte de inversión en la correntada de la vida que nos lleva a retroceder sin esperanza. Estamos describiendo el caso en que la incoherencia se presenta con mayor crudeza. En la contradicción se opone lo que pensamos, lo que sentimos y hacemos. A pesar de todo siempre hay posibilidad de direccionar la vida, pero es necesario saber cuándo hacerlo. La oportunidad de las acciones es algo que no tenemos en cuenta en la rutina cotidiana y esto es así porque muchas cosas están codificadas. Pero en referencia a los inconvenientes importantes y a las contradicciones, las decisiones que tomamos no pueden estar expuestas a la catástrofe. En términos generales, debemos retroceder ante una gran fuerza y avanzar con resolución cuando esa fuerza se debilite. Hay una gran diferencia entre el temeroso que retrocede o se inmoviliza ante cualquier inconveniente y el que actúa sobreponiéndose a las dificultades sabiendo que, precisamente, avanzando puede sortearlas. Ocurre, a veces, que no es posible avanzar porque se levanta un problema superior a nuestras fuerzas y arremeter sin cálculo nos lleva al desastre. El gran problema que enfrentemos será también dinámico y la relación de fuerzas cambiará, o porque vamos creciendo en influencia, o porque su influencia disminuye. Rota la relación anterior es el momento de proceder con resolución ya que una indecisión o una postergación hará que nuevamente se modifiquen los factores. La ejecución de la acción oportuna es la mejor herramienta para producir cambios de dirección.
13.- La adaptación creciente como avance hacia la coherencia.
Consideremos el tema de la dirección, de la coherencia que queremos lograr. Adaptarnos a ciertas situaciones tendrá que ver con esa propuesta porque adaptarnos a lo que nos lleva en dirección opuesta a la coherencia es una gran incoherencia. Los oportunistas padecen de una gran miopía respecto a este tema. Ellos consideran que la mejor forma de vivir es la aceptación de todo, es la adaptación a todo; piensan que aceptar todo siempre que provenga de quienes tienen poder, es una gran adaptación, pero es claro que su vida dependiente está muy lejos de lo que entendemos por coherencia. Distinguimos entre la desadaptación que nos impide ampliar nuestra influencia, la adaptación decreciente que nos deja en la aceptación de las condiciones establecidas y la adaptación creciente que hace crecer nuestra influencia en dirección a las propuestas que hemos venido comentando.

Sinteticemos lo dicho:

1.- Hay un cambio veloz en el mundo, motorizado por la revolución tecnológica, que está chocando con las estructuras establecidas y con la formación y los hábitos de vida de las sociedades y los individuos. 2.- Este desfasaje genera crisis progresivas en todos los campos y no hay por qué suponer que va a detenerse sino, inversamente, tenderá a incrementarse. 3.- Lo inesperado de los acontecimientos impide prever qué dirección tomarán los hechos, las personas que nos rodean y, en definitiva, nuestra propia vida. 4.- Muchas de las cosas que pensábamos y creíamos ya no nos sirven. Tampoco están a la vista soluciones que provengan de una sociedad, unas instituciones y unos individuos que padecen el mismo mal. 5.- Si decidimos trabajar para hacer frente a estos problemas tendremos que dar dirección a nuestra vida buscando coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos. Como no estamos aislados esa coherencia tendrá que llegar a la relación con otros, tratándolos del modo que queremos para nosotros. Estas dos propuestas no pueden ser cumplidas rigurosamente, pero constituyen la dirección que necesitamos sobre todo si las tomamos como referencias permanentes y profundizamos en ellas. 6.- Vivimos en relación inmediata con otros y es en ese medio donde hemos de actuar para dar dirección favorable a nuestra situación. Esta no es una cuestión psicológica, una cuestión que pueda arreglarse en la cabeza aislada de los individuos, este es un tema relacionado con la situación en que se vive. 7.- Siendo consecuentes con las propuestas que tratamos de llevar adelante, llegaremos a la conclusión que lo positivo para nosotros y nuestro medio inmediato debe ser ampliado a toda la sociedad. Junto a otros que coinciden en la misma dirección implementaremos los medios más adecuados para que una nueva solidaridad encuentre su rumbo. Por ello, aún actuando tan específicamente en nuestro medio inmediato, no perderemos de vista una situación global que afecta a todos los seres humanos y que requiere de nuestra ayuda así como nosotros necesitamos la ayuda de los demás. 8.- Los cambios inesperados nos llevan a plantear seriamente la necesidad de direccionar nuestra vida.
9.- La coherencia no empieza y termina en uno sino que está relacionada con un medio, con otras personas. La solidaridad es un aspecto de la coherencia personal.

10.- La proporción en las acciones consiste en establecer prioridades de vida y operar en base a ellas evitando que se desequilibren. 11.- La oportunidad del accionar tiene en cuenta retroceder ante una gran fuerza y avanzar con resolución cuando esta se debilita. Esta idea es importante a los efectos de producir cambios en la dirección de la vida si estamos sometidos a la contradicción. 12.- Es tan inconveniente la desadaptación en un medio sobre el que no podemos cambiar nada, como la adaptación decreciente en la que nos limitamos a aceptar las condiciones establecidas. La adaptación creciente consiste en el aumento de nuestra influencia en el medio y en dirección coherente.
Reciban con ésta, un gran saludo.
17 de diciembre de 1991


CUARTA CARTA A MIS AMIGOS

Estimados amigos:
En cartas anteriores di mi opinión de la sociedad, de los grupos humanos y de los individuos, con referencia a este momento de cambio y pérdida de referencias que nos toca vivir; critiqué ciertas tendencias negativas en el desarrollo de los acontecimientos y destaqué las posturas más conocidas de quienes pretenden dar respuesta a las urgencias del momento. Está claro que todas las apreciaciones, bien o mal formuladas, responden a mi particular punto de vista y éste, a su vez, se emplaza en un conjunto de ideas que le sirven de base. Seguramente por esto, he recibido sugerencias en las que se me anima a explicitar desde «dónde» hago mis críticas o desarrollo mis propuestas. Después de todo se puede decir cualquier cosa con mucha o poca originalidad, como sucede con las ocurrencias que tenemos a diario y que no pretendemos justificar. Esas ocurrencias hoy pueden ser de un tipo y mañana del tipo opuesto no pasando de la frivolidad de la apreciación cotidiana. Por esto, en general, cada día creemos menos en las opiniones de los demás y de nosotros mismos dando por sentado que se trata de apreciaciones de coyuntura que pueden cambiar en pocas horas, como sucede con las oportunidades bursátiles. Y si en las opiniones hay algo con mayor permanencia en todo caso es lo consagrado por la moda que luego es reemplazado por la moda siguiente. No estoy haciendo una defensa del inmovilismo en el campo de las opiniones, sino destacando la falta de consistencia en las mismas, porque en verdad sería muy interesante que el cambio ocurriera en base a una lógica interna y no de acuerdo al soplo de vientos erráticos. Pero quién está para aguantar lógicas internas en una época de manotazos de ahogado! Ahora mismo, mientras escribo, advierto que lo dicho no puede entrar en la cabeza de ciertos lectores porque a estas alturas no habrán encontrado tres posibles códigos exigidas por ellos:

1.- que lo que se está explicando les sirva de esparcimiento, ó
2.- que les muestre ya mismo cómo pueden utilizarlo en su negocio, ó
3.- que coincida con lo consagrado por la moda.

Tengo la certeza de que esta parrafada que comienza con «Estimados amigos:» y que llega hasta aquí, los deja totalmente desorientados como si estuviéramos escribiendo en sánscrito. Sin embargo, es de verse cómo esas mismas personas comprenden cosas difíciles que van desde las operaciones bancarias más sofisticadas a las delicias de la técnica administrativa computada. A esos tales les resulta imposible comprender que estamos hablando de las opiniones, de los puntos de vista y de las ideas que les sirven de base; que estamos hablando de la imposibilidad de ser entendidos en las cosas más simples si no se corresponden con el paisaje que tienen montado por su educación y sus compulsiones.¡Así están las cosas!

Despejado lo anterior trataré de resumir en esta carta las ideas que fundamentan mis opiniones, críticas y propuestas, teniendo especial cuidado de no ir mucho más allá del slogan publicitario porque, como explica el sabio periodismo especializado, las ideas organizadas son «ideologías» y estas, como las doctrinas, son herramientas de lavado de cerebro de quienes se oponen a la libertad de comercio y economía social de mercado de las opiniones. Hoy, respondiendo a las exigencias del Postmodernismo, es decir, a las exigencias de la «haut- couture» (ropa de noche, corbata mariposa, hombreras, zapatillas y chaqueta arremangada); de la arquitectura decontructivista y de la decoración desestructurada, estamos exigidos a que no encajen las piezas del discurso. ¡Y a no olvidar que la crítica del lenguaje también repudia lo sistemático, estructural y procesal...! Desde luego que todo ello se corresponde con la ideología dominante de la Company que siente horror por la Historia y por las ideas en cuya formación no participó y entre las que no ha podido colocar un substancioso porcentaje de acciones.
Bromas aparte, comencemos ya con el inventario de nuestras ideas, por lo menos de las que consideramos más importantes. Debo resaltar que buena parte de ellas fueron presentadas en la conferencia que di en Santiago de Chile el 23/05/91.

1.- Arranque de nuestras ideas.

Nuestra concepción no se inicia admitiendo generalidades, sino estudiando lo particular de la vida humana; lo particular de la existencia; lo particular del registro personal del pensar, el sentir y el actuar. Esta postura inicial la hace incompatible con todo sistema que arranque desde la «idea», desde la «materia», desde el «inconsciente», desde la «voluntad», desde la «sociedad», etc. Si alguien admite o rechaza cualquier concepción, por lógica o extravagante que esta sea, siempre él mismo estará en juego admitiendo o rechazando. El estará en juego, no la sociedad, o el inconsciente, o la materia.

Hablemos pues de la vida humana. Cuando me observo, no desde el punto de vista fisiológico sino existencial, me encuentro puesto en un mundo dado, no construido ni elegido por mi. Me encuentro en situación respecto a fenómenos que empezando por mi propio cuerpo son ineludibles. El cuerpo como constituyente fundamental de mi existencia es, además, un fenómeno homogéneo con el mundo natural en el que actúa y sobre el cual actúa el mundo. Pero la naturalidad del cuerpo tiene para mí diferencias importantes con el resto de los fenómenos, a saber:

1.- el registro inmediato que poseo de él;
2.- el registro que mediante él tengo de los fenómenos externos y
3.- la disponibilidad de alguna de sus operaciones merced a mi intención inmediata.

2.- Naturaleza, intención y apertura del ser humano.

Pero ocurre que el mundo se me presenta no solamente como un conglomerado de objetos naturales sino como una articulación de otros seres humanos y de objetos y signos producidos o modificados por ellos. La intención que advierto en mí aparece como un elemento interpretativo fundamental del comportamiento de los otros y así como constituyo al mundo social por comprensión de intenciones, soy constituido por él. Desde luego, estamos hablando de intenciones que se manifiestan en la acción corporal. Es gracias a las expresiones corporales o a la percepción de la situación en que se encuentra el otro que puedo comprender sus significados, su intención. Por otra parte, los objetos naturales y humanos se me aparecen como placenteros o dolorosos y trato de ubicarme frente a ellos modificando mi situación.


De este modo, no estoy cerrado al mundo de lo natural y de los otros seres humanos sino que, precisamente, mi característica es la «apertura». Mi conciencia se ha configurado intersubjetivamente ya que usa códigos de razonamiento, modelos emotivos, esquemas de acción que registro como «míos» pero que también reconozco en otros. Y, desde luego, está mi cuerpo abierto al mundo en cuanto a este lo percibo y sobre él actúo. El mundo natural, a diferencia del humano, se me aparece sin intención. Desde luego, puedo imaginar que las piedras, las plantas y las estrellas, poseen intención pero no veo cómo llegar a un efectivo diálogo con ellas. Aún los animales en los que a veces capto la chispa de la inteligencia, se me aparecen impenetrables y en lenta modificación desde adentro de su naturaleza. Veo sociedades de insectos totalmente estructuradas, mamíferos superiores usando rudimentos técnicos, pero repitiendo sus códigos en lenta modificación genética, como si fueran siempre los primeros representantes de sus respectivas especies. Y cuando compruebo las virtudes de los vegetales y los animales modificados y domesticados por el hombre, observo la intención de éste abriéndose paso y humanizando al mundo.

3.- La apertura social e histórica del ser humano.

Me es insuficiente la definición del hombre por su sociabilidad ya que esto no hace a la distinción con numerosas especies; tampoco su fuerza de trabajo es lo característico, cotejada con la de animales más poderosos; ni siquiera el lenguaje lo define en su esencia, porque sabemos de códigos y formas de comunicación entre diversos animales. En cambio, al encontrarse cada nuevo ser humano con un mundo modificado por otros y ser constituido por ese mundo intencionado, descubro su capacidad de acumulación e incorporación a lo temporal, descubro su dimensión histórico-social, no simplemente social. Vistas así las cosas, puedo intentar una definición diciendo: El hombre es el ser histórico, cuyo modo de acción social transforma a su propia naturaleza. Si admito lo anterior, habré de aceptar que ese ser puede transformar intencionalmente su constitución física. Y así está ocurriendo. Comenzó con la utilización de instrumentos que puestos adelante de su cuerpo como «prótesis» externas le permitieron alargar su mano, perfeccionar sus sentidos y aumentar su fuerza y calidad de trabajo. Naturalmente no estaba dotado para los medios líquido y aéreo y sin embargo creó condiciones para desplazarse en ellos, hasta comenzar a emigrar de su medio natural, el planeta Tierra. Hoy, además, está internándose en su propio cuerpo cambiando sus órganos; interviniendo en su química cerebral; fecundando in vitro y manipulando sus genes. Si con la idea de «naturaleza» se ha querido señalar lo permanente, tal idea es hoy inadecuada aún si se la quiere aplicar a lo más objetal del ser humano es decir, a su cuerpo. Y en lo que hace a una «moral natural», a un «derecho natural», o a «instituciones naturales» encontramos, opuestamente, que en ese campo todo es histórico-social y nada allí existe por naturaleza.

4.- La acción transformadora del ser humano.

Contigua a la concepción de la naturaleza humana, ha estado operando otra que nos habló de la pasividad de la conciencia. Esta ideología consideró al hombre como una entidad que obraba en respuesta a los estímulos del mundo natural. Lo que comenzó en burdo sensualismo, poco a poco fue desplazado por corrientes historicistas que conservaron en su seno la misma idea en torno a la pasividad. Y aún cuando privilegiaron la actividad y la transformación del mundo por sobre la interpretación de sus hechos, concibieron a dicha actividad como resultante de condiciones externas a la conciencia. Pero aquellos antiguos prejuicios en torno a la naturaleza humana y a la pasividad de la conciencia hoy se imponen, transformados en neo-evolucionismo, con criterios tales como la selección natural que se establece en la lucha por la supervivencia del más apto. Tal concepción zoológica, en su versión más reciente, al ser trasplantada al mundo humano tratará de superar las anteriores dialécticas de razas o de clases con una dialéctica establecida según leyes económicas «naturales» que autoregulan toda la actividad social. Así, una vez más, el ser humano concreto queda sumergido y objetivado.

Hemos mencionado a las concepciones que para explicar al hombre comienzan desde generalidades teóricas y sostienen la existencia de una naturaleza humana y de una conciencia pasiva. En sentido opuesto, nosotros sostenemos la necesidad de arranque desde la particularidad humana, sostenemos el fenómeno histórico-social y no natural del ser humano y también afirmamos la actividad de su conciencia transformadora del mundo, de acuerdo a su intención. Vimos a su vida en situación y a su cuerpo como objeto natural percibido inmediatamente y sometido también inmediatamente a numerosos dictados de su intención. Por consiguiente se imponen las siguientes preguntas: ¿cómo es que la conciencia es activa?, es decir, ¿cómo es que puede intencionar sobre el cuerpo y a través de él transformar al mundo? En segundo lugar, ¿cómo es que la constitución humana es histórico-social? Estas preguntas deben ser respondidas desde la existencia particular para no recaer en generalidades teóricas desde las cuales se deriva luego un sistema de interpretación. De esta manera, para responder a la primera pregunta tendrá que aprehenderse con evidencia inmediata cómo la intención actúa sobre el cuerpo y, para responder a la segunda, habrá que partir de la evidencia de la temporalidad y de la intersubjetividad en el ser humano y no de leyes generales de la historia y de la sociedad. En nuestro trabajo,
Contribuciones al Pensamiento, se trata de dar respuesta precisamente a esas dos preguntas. En el primer ensayo de Contribuciones, se estudia la función que cumple la imagen en la conciencia, destacando su aptitud para mover al cuerpo en el espacio. En el segundo ensayo del mismo libro, se estudia el tema de la historicidad y sociabilidad. La especificidad de estos temas nos aleja demasiado de la presente carta, por ello remitimos al material citado.

5.- La superación del dolor y el sufrimiento como proyectos vitales básicos.

Hemos dicho en Contribuciones que el destino natural del cuerpo humano es el mundo y basta ver su conformación para verificar este aserto. Sus sentidos y sus aparatos de nutrición, locomoción, reproducción, etc., están naturalmente conformados para estar en el mundo, pero además la imagen lanza a través del cuerpo su carga transformadora; no lo hace para copiar al mundo, para ser reflejo de la situación dada sino, opuestamente, para modificar la situación previamente dada. En este acontecer, los objetos son limitaciones o ampliaciones de las posibilidades corporales, y los cuerpos ajenos aparecen como multiplicaciones de esas posibilidades, en tanto son gobernados por intenciones que se reconocen similares a las que manejan al propio cuerpo. ¿Por qué necesitaría el ser humano transformar el mundo y transformarse a sí mismo? Por la situación de finitud y carencia temporo-espacial en que se halla y que registra como dolor físico y sufrimiento mental. Así, la superación del dolor no es simplemente una respuesta animal, sino una configuración temporal en la que prima el futuro y que se convierte en impulso fundamental de la vida aunque esta no se encuentre urgida en un momento dado. Por ello, aparte de la respuesta inmediata, refleja y natural, la respuesta diferida para evitar el dolor está impulsada por el sufrimiento psicológico ante el peligro y está re-presentada como posibilidad futura o hecho actual en el que el dolor está presente en otros seres humanos. La superación del dolor aparece, pues, como un proyecto básico que guía a la acción. Es ello lo que ha posibilitado la comunicación entre cuerpos e intenciones diversas, en lo que llamamos la «constitución social».

La constitución social es tan histórica como la vida humana, es configurante de la vida humana. Su transformación es continua pero de un modo diferente a la de la naturaleza porque en esta no ocurren los cambios merced a intenciones.

6.- Imagen, creencia, mirada y paisaje.

Un día cualquiera entro en mi habitación y percibo la ventana, la reconozco, me es conocida. Tengo una nueva percepción de ella pero, además, actúan antiguas percepciones que convertidas en imágenes están retenidas en mí. Sin embargo, observo que en un ángulo del vidrio hay una quebradura... «eso no estaba ahí», me digo, al cotejar la nueva percepción con lo que retengo de percepciones anteriores. Además, experimento una suerte de sorpresa. La ventana de actos anteriores ha quedado retenida en mí, pero no pasivamente como una fotografía, sino actuante como son actuantes las imágenes. Lo retenido actúa frente a lo que percibo, aunque su formación pertenezca al pasado. Se trata de un pasado siempre actualizado, siempre presente. Antes de entrar a mi habitación daba por sentado, daba por supuesto, que la ventana debía estar allí en perfectas condiciones. No es que lo estuviera pensando, sino que simplemente contaba con ello. La ventana en particular no estaba presente en mis pensamientos de ese momento, pero estaba co-presente, estaba dentro del horizonte de objetos contenidos en mi habitación. Es gracias a la copresencia, a la retención actualizada y superpuesta a la percepción, que la conciencia infiere más de lo que percibe. En ese fenómeno encontramos el funcionamiento más elemental de la creencia. En el ejemplo, es como si me dijera: «yo creía que la ventana estaba en perfectas condiciones». Si al entrar a mi habitación aparecieran fenómenos propios de un campo diferente de objetos, por ejemplo una lancha o un camello, tal situación surrealista me resultaría increíble no porque esos objetos no existan, sino porque su emplazamiento estaría fuera del campo de copresencia, fuera del paisaje que me he formado y que actúa en mí superponiéndose a toda cosa que percibo.
Ahora bien, en cualquier instante presente de mi conciencia puedo observar el entrecruzamiento de retenciones y de futurizaciones que actúan co-presentemente y en estructura. El instante presente se constituye en mi conciencia como un campo temporal activo de tres tiempos diferentes. Las cosas aquí son muy diferentes a las que ocurren en el tiempo de calendario en el que el día de hoy no está tocado por el de ayer, ni por el de mañana. En el calendario y el reloj, el «ahora» se diferencia del «ya no» y del «todavía no» y, además, los sucesos están ordenados uno al lado del otro en sucesión lineal y no puedo pretender que eso sea una estructura sino un agrupamiento dentro de una serie total a la que llamo «calendario». Pero ya volveremos sobre esto cuando consideremos el tema de la historicidad y la temporalidad.

Por ahora continuemos con lo dicho anteriormente respecto a que la conciencia infiere más de lo que percibe, ya que cuenta con aquello que viniendo del pasado, como retención, se superpone a la percepción actual. En cada mirada que lanzo a un objeto veo en él cosas deformadas. Esto no lo estamos afirmando en el sentido explicado por la física moderna que claramente expone nuestra incapacidad para detectar al átomo y a la longitud de onda que está por encima y por abajo de nuestros umbrales de percepción. Esto lo estamos diciendo con referencia a la superposición que las imágenes de las retenciones y futurizaciones hacen de la percepción. Así, cuando asisto en el campo a un hermoso atardecer el paisaje natural que observo no está determinado en sí sino que lo determino, lo constituyo por un ideal estético al que adhiero. Y esa especial paz que experimento me entrega la ilusión de que contemplo pasivamente, cuando en realidad estoy poniendo activamente allí numerosos contenidos que se superponen al simple objeto natural. Y lo dicho no vale solamente para este ejemplo sino para toda mirada que lanzo hacia la realidad.

7.- Las generaciones y los momentos históricos.

La organización social se continúa y amplía, pero esto no puede ocurrir solamente por la presencia de objetos sociales que han sido producidos en el pasado y que se utilizan para vivir el presente y proyectarse hacia el futuro. Tal mecánica es demasiado elemental como para explicar el proceso de la civilización. La continuidad está dada por las generaciones humanas que no están puestas una al lado de otra sino que coexistiendo interactúan y se transforman. Estas generaciones, que permiten continuidad y desarrollo son estructuras dinámicas, son el tiempo social en movimiento sin el cual la civilización caería en estado natural y perdería su condición de sociedad. Ocurre, por otra parte, que en todo momento histórico coexisten generaciones de distinto nivel temporal, de distinta retención y futurización que configuran paisajes de situación y creencias diferentes. El cuerpo y comportamiento de niños y ancianos delata, para las generaciones activas, una presencia de la que se viene y a la que se va. A su vez, para los extremos de esa triple relación, también se verifican ubicaciones de temporalidad extremas. Pero esto no permanece jamás detenido porque mientras las generaciones activas envejecen y los ancianos mueren, los niños van transformándose y comienzan a ocupar posiciones activas. Entre tanto, nuevos nacimientos reconstituyen continuamente a la sociedad.

Cuando, por abstracción, se «detiene» al incesante fluir, podemos hablar de «momento histórico» en el que todos los miembros emplazados en el mismo escenario social pueden ser considerados «contemporáneos», vivientes de un mismo tiempo; pero observamos que no son coetáneos, que no tienen la misma edad, la misma temporalidad interna en cuanto a paisajes de formación, en cuanto a situación actual y en cuanto a proyecto. En realidad, una dialéctica generacional se establece entre las «franjas» más contiguas que tratan de ocupar la actividad central, el presente social, de acuerdo a sus intereses y creencias. Es la temporalidad social interna la que explica estructuralmente el devenir histórico en el que interactúan distintas acumulaciones generacionales y no la sucesión de fenómenos linealmente puestos uno al lado del otro, como en el tiempo de calendario, según nos lo ha explicado alguna que otra Filosofía de la Historia.

Constituido socialmente en un mundo histórico en el que voy configurando mi paisaje interpreto aquello a donde lanzo mi mirada. Está mi paisaje personal, pero también un paisaje colectivo que responde en ese momento a grandes conjuntos. Como dijimos antes coexisten en un mismo tiempo presente, distintas generaciones. En un momento, para ejemplificar gruesamente, existen aquellos que nacieron antes del transistor y los que lo hicieron entre computadoras. Numerosas configuraciones difieren en ambas experiencias, no solamente en el modo de actuar sino en el de pensar y sentir... y aquello que en la relación social y en el modo de producción funcionaba en una época, deja de hacerlo lentamente o, a veces, de modo abrupto. Se esperaba un resultado a futuro y ese futuro ha llegado, pero las cosas no resultaron del modo en que fueron proyectadas. Ni aquella acción, ni aquella sensibilidad, ni aquella ideología coinciden con el nuevo paisaje que se va imponiendo socialmente.

8.- La violencia, el Estado y la concentración de poder.

El ser humano por su apertura y libertad para elegir entre situaciones, diferir respuestas e imaginar su futuro, puede también negarse a sí mismo, negar aspectos del cuerpo, negarlo completamente como en el suicidio, o negar a otros. Esta libertad ha permitido que algunos se apropien ilegítimamente del todo social es decir, que nieguen la libertad y la intencionalidad de otros, reduciéndolos a prótesis, a instrumentos de sus intenciones. Allí está la esencia de la discriminación, siendo su metodología la violencia física, económica, racial y religiosa. La violencia puede instaurarse y perpetuarse gracias al manejo del aparato de regulación y control social, esto es: el Estado. En consecuencia, la organización social requiere un tipo avanzado de coordinación a salvo de toda concentración de poder, sea esta privada o estatal. Cuando se pretende que la privatización de todas las áreas económicas pone a la sociedad a salvo del poder estatal se oculta que el verdadero problema está en el monopolio u oligopolio que traslada el poder de manos estatales a manos de un Paraestado manejado no ya por una minoría burocrática sino por la minoría particular que aumenta el proceso de concentración.

Las diversas estructuras sociales, desde las más primitivas a las más sofisticadas, tienden a la concentración progresiva hasta que se inmovilizan y comienza su etapa de disolución de la que arrancan nuevos procesos de reorganización en un nivel más alto que el anterior. Desde el comienzo de la historia, la sociedad apunta hacia la mundialización y así se llegará a una época de máxima concentración de poder arbitrario con características de imperio mundial ya sin posibilidades de mayor expansión. El colapso del sistema global ocurrirá por la lógica de la dinámica estructural de todo sistema cerrado en el que necesariamente tiende a aumentar el desorden. Pero así como el proceso de las estructuras tiende a la mundialización, el proceso de humanización tiende a la apertura del ser humano, a la superación del Estado y del Paraestado; tiende a la descentralización y la desconcentración a favor de una coordinación superior entre particularidades sociales autónomas. Que todo termine en un caos y un reinicio de la civilización, o comience una etapa de humanización progresiva ya no dependerá de inexorables designios mecánicos sino de la intención de los individuos y los pueblos, de su compromiso con el cambio del mundo y de una ética de la libertad que por definición no podrá ser impuesta. Y se habrá de aspirar no ya a una democracia formal manejada como hasta ahora por lo intereses de las facciones sino a una democracia real en la que la participación directa pueda realizarse instantáneamente gracias a la tecnología de comunicación, hoy por hoy en condiciones de hacerlo.

9.- El proceso humano.

Necesariamente, aquellos que han reducido la humanidad de otros han provocado con eso nuevo dolor y sufrimiento reiniciándose en el seno de la sociedad la antigua lucha contra la adversidad natural, pero ahora entre aquellos que quieren «naturalizar» a otros, a la sociedad y a la Historia y, por otra parte, los oprimidos que necesitan humanizarse humanizando al mundo. Por esto humanizar es salir de la objetivación para afirmar la intencionalidad de todo ser humano y el primado del futuro sobre la situación actual. Es la imagen y representación de un futuro posible y mejor lo que permite la modificación del presente y lo que posibilita toda revolución y todo cambio. Por consiguiente, no basta con la presión de condiciones oprimentes para que se ponga en marcha el cambio, sino que es necesario advertir que tal cambio es posible y depende de la acción humana. Esta lucha no es entre fuerzas mecánicas, no es un reflejo natural, es una lucha entre intenciones humanas. Y esto es precisamente lo que nos permite hablar de opresores y oprimidos, de justos e injustos, de héroes y cobardes. Es lo único que permite practicar con sentido la solidaridad social y el compromiso con la liberación de los discriminados sean éstos mayorías o minorías.

En fin, consideraciones más detalladas en torno a la violencia, el Estado, las instituciones, la ley y la religión, aparecen en el trabajo titulado El Paisaje Humano, incluido en el libro Humanizar la Tierra al cual remito para no exceder los límites de esta carta.

En cuanto al sentido de los actos humanos, no creo que se trate de convulsiones sin significado, ni de «pasiones inútiles» que concluyan en el absurdo de la disolución. Creo que el destino de la humanidad está orientado por la intención que haciéndose cada vez más consciente en los pueblos, se abre paso en dirección a una nación humana universal. De lo comentado anteriormente surge con evidencia que la existencia humana no comienza y termina en un círculo vicioso de encerramiento y que una vida que aspire a la coherencia debe abrirse ampliando su influencia hacia personas y ámbitos promoviendo no solamente una concepción o unas ideas, sino acciones precisas que amplíen crecientemente la libertad.
En próxima carta saldremos de estos temas estrictamente doctrinarios para referirnos nuevamente a la situación actual y a la acción personal en el mundo social.
Reciban con ésta, un gran saludo.
19 de diciembre de 1991

QUINTA CARTA A MIS AMIGOS

Estimados amigos:
Entre tanta gente con preocupaciones por el desarrollo de los acontecimientos actuales, me encuentro a menudo con antiguos militantes de partidos u organizaciones políticas progresistas. Muchos de ellos aún no se recuperan del shock que les provocara la caída del «socialismo real». En todo el mundo cientos de miles de activistas optan por recluirse en sus ocupaciones cotidianas dando a entender con tal actitud que sus viejos ideales han sido clausurados. Lo que para mi ha representado un hecho más en la desintegración de estructuras centralizadas, por lo demás esperado durante dos décadas, para ellos ha sido una imprevista catástrofe. Sin embargo no es este el momento de envanecerse, porque la disolución de esa forma política ha generado un desbalance de fuerzas que deja el paso expedito a un sistema monstruoso en sus procedimientos y en su dirección.

Hace un par de años asistí a un acto público en el que viejos obreros, madres trabajadoras con sus niños y reducidos grupos de muchachos, alzaban el puño entonando los acordes de su canción. Todavía se veía el ondear de banderas y se escuchaba el eco de gloriosas consignas de lucha... y al ver esto consideré que tanta voluntad, riesgo, tragedia y esfuerzo movido por genuinos impulsos, se alejaba por un túnel que llevaba a la absurda negación de las posibilidades de transformación. Hubiera querido acompañar esa conmovedora escena con un canto a los ideales del viejo militante, aquel que sin pensar en éxitos mantenía en pie su orgullo combativo. Todo aquello me provocó una enorme ambigüedad y hoy, a la distancia, me pregunto: ¿qué ha pasado con tanta buena gente que solidariamente luchaba, más allá de sus intereses inmediatos, por un mundo que creía era el mejor de los mundos? No pienso solamente en aquellos que pertenecían a partidos políticos más o menos institucionalizados, sino en todos los que eligieron poner su vida al servicio de una causa que creyeron justa. Y, desde luego, no puedo medirlos por sus errores ni clasificarlos simplemente como exponentes de una filosofía política. Hoy es menester rescatar el valor humano y reanimar ideales en una dirección posible.
Reconsidero lo escrito hasta aquí y pido disculpas a los que no habiendo participado de aquellas tendencias y actividades se sienten ajenos a estos temas, pero también a ellos reclamo el esfuerzo de tener en cuenta asuntos que afectan a los valores e ideales de la acción humana. Sobre esto trata la carta de hoy, un poco dura, pero destinada a remover el derrotismo que parece haberse apoderado del alma militante.

1.- El tema más importante: saber si se quiere vivir y en qué condiciones hacerlo.

Millones de personas luchan hoy por subsistir ignorando si mañana podrán vencer al hambre, a la enfermedad, al abandono. Son tales sus carencias que cualquier cosa que intenten para salir de esos problemas complica aún más sus vidas. ¿Se quedarán inmóviles en un suicidio simplemente postergado?; ¿intentarán actos desesperados? ¿Qué tipo de actividad, o de riesgo, o de esperanza, estarán dispuestas a afrontar? ¿Qué hará todo aquel que por razones económicas, o sociales, o simplemente personales, se encuentre en situación-límite? Siempre el tema más importante consistirá en saber si se quiere vivir y en qué condiciones hacerlo.

2.- La libertad humana fuente de todo sentido.

Aún aquellos que no se encuentren en situación-límite cuestionarán su condición actual formando un esquema de vida futura. Aún aquel que prefiera no pensar en su situación, o que transfiera a otros esa responsabilidad, elegirá un esquema de vida. Así, la libertad de elección es una realidad desde el momento en que nos cuestionamos vivir y pensamos en las condiciones en que queremos hacerlo. Que luchemos o no por ese futuro siempre deja en pie a la libertad de elección. Y es únicamente este hecho de la vida humana el que puede justificar la existencia de los valores, de la moral, del derecho y de la obligación, al tiempo que permite refutar toda política, toda organización social, todo estilo de vida que se instale sin justificar su sentido, sin justificar para qué sirve al ser humano concreto y actual. Cualquier moral, o ley, o constitución social, que parta de principios supuestamente superiores a la vida humana, coloca a ésta en situación de contingencia negando su esencial sentido de libertad.

3.- La intención, orientadora de la acción.

Nacemos entre condiciones que no hemos elegido. No hemos elegido nuestro cuerpo, ni el medio natural, ni la sociedad, ni el tiempo y el espacio que nos tocó en suerte o en desgracia. A partir de allí, y en algún momento, contamos con libertad para suicidarnos o seguir viviendo y para pensar en las condiciones en que queremos hacerlo. Podemos rebelarnos frente a una tiranía y triunfar o morir en la empresa; podemos luchar por una causa o facilitar la opresión; podemos aceptar un modelo de vida o tratar de modificarlo. También podemos equivocarnos en la elección. Podemos creer que al aceptar todo lo establecido en una sociedad, por perverso que sea, nos adaptamos perfectamente y eso nos brinda las mejores condiciones de vida; o bien, podemos suponer que al cuestionarlo todo, sin hacer diferencias entre lo importante y lo secundario, ampliamos nuestro campo de libertad cuando en realidad nuestra influencia para cambiar las cosas disminuye en un fenómeno de inadaptación acumulativo. Podemos, por último, priorizar la acción ampliando nuestra influencia en una dirección posible que dé sentido a nuestra existencia. En todos los casos tendremos que elegir entre condiciones, entre necesidades, y lo haremos de acuerdo a nuestra intención y al esquema de vida que nos propongamos. Desde luego, la intención misma podrá ir cambiando en tan accidentado camino.

4.- ¿Qué haremos con nuestra vida?

No podemos plantearnos esta pregunta en abstracto sino con relación a la situación en que vivimos y a las condiciones en que queremos vivir. Por lo pronto, estamos en una sociedad y en relación a otras personas y nuestro destino se juega con el destino de éstas. Si creemos que todo está bien en el presente, y el futuro personal y social que entrevemos nos parece adecuado no cabe otro tema que seguir adelante, tal vez con pequeñas reformas, pero en la misma dirección. Opuestamente, si pensamos que vivimos en una sociedad violenta, desigual e injusta, herida por crisis progresivas que se corresponden con un cambio vertiginoso en el mundo, inmediatamente reflexionamos sobre la necesidad de transformaciones personales y sociales profundas. La crisis global nos afecta y arrastra, perdemos referencias estables y nos resulta cada vez más difícil planificar nuestro futuro. Lo más grave es que no podemos llevar adelante una acción de cambio coherente porque las antiguas formas de lucha que conocíamos han fracasado y porque la desintegración del tejido social impide la movilización de conjuntos humanos importantes. Desde luego, nos ocurre lo que a todas las personas que sufren las dificultades actuales e intuyen el empeoramiento de las condiciones. Nadie puede ni quiere moverse en acciones destinadas al fracaso y, al mismo tiempo, nadie puede continuar así. Y lo peor es que con nuestra inacción estamos dejando el paso libre a mayores desigualdades e injusticias. Formas de discriminación y atropello, que creíamos superadas, renacen con fuerza. Si es tal la desorientación y la crisis, ¿por qué no podrían servir de referencia social nuevas monstruosidades cuyos representantes digan con claridad, y luego exijan, qué debemos hacer todos y cada uno de nosotros? Esos primitivismos son hoy más posibles que nunca porque su discurso elemental se propaga con facilidad y llega aún a quienes se encuentran en situación-límite.

Con mayor o menor información mucha gente sabe que la situación es crítica en términos aproximados a los que hemos venido utilizando. Sin embargo la opción que se está siguiendo cada vez con más vigor es la de ocuparse de la propia vida, haciendo caso omiso de las dificultades de otros y de lo que ocurre en el contexto social. En muchos casos celebramos las objeciones que se hacen al Sistema, pero estamos muy lejos de intentar un cambio de condiciones. Sabemos que la Democracia actual es simplemente formal y que responde a los dictámenes de los grupos económicos, sin embargo lavamos nuestra conciencia en ridículas votaciones a los partidos mayoritarios porque sufrimos el chantaje de apoyar a ese sistema o posibilitar el surgimiento de las dictaduras. Ni pensamos que el hecho de votar y reclamar el voto a favor de los pequeños partidos puede constituirse en un fenómeno de interés a futuro, del mismo modo que el apoyo a la formación de organizaciones laborales fuera del marco establecido puede convertirse en importante factor de aglutinación.

Rechazamos el trabajo arraigado en barrios, en poblaciones, en sectores ciudadanos y en nuestro medio inmediato porque lo vemos demasiado limitado, pero sabemos que es allí donde comenzará la recomposición del tejido social a la hora de la crisis de las estructuras centralizadas. Preferimos atender al juego de superficie, de cúpulas, de notables y de formadores de opinión en lugar de tener el oído presto para escuchar el subterráneo reclamo del pueblo. Protestamos por la acción masiva de los medios de difusión controlados por los grupos económicos en lugar de lanzarnos a influir en los pequeños medios y en todo resquicio de comunicación social. Y si seguimos militando en alguna organización política progresista nos movemos a la pesca de algún incoherente con «prensa», de alguna personalidad que represente a nuestra corriente porque es más o menos potable para los medios informativos del Sistema. En el fondo nos sucede todo eso, porque creemos que estamos vencidos y no nos queda otro recurso que amasar en silencio nuestra amargura. Y a esa derrota la llamamos «dedicarnos a nuestra propia vida». Entre tanto, «nuestra propia vida» acumula contradicciones y vamos perdiendo el sentido y la capacidad de elección de las condiciones en que queremos vivir. En definitiva, no concebimos aún la posibilidad de un gran Movimiento de cambio que referencie y aglutine a los factores más positivos de la sociedad y, por supuesto, la decepción nos impide representarnos a nosotros mismos como protagonistas de ese proceso de transformación.

5.- Los intereses inmediatos y la conciencia moral.

Debemos elegir las condiciones en que queremos vivir. Si actuamos en contra de nuestro proyecto de vida no escaparemos a la contradicción que nos colocará a merced de una larga cadena de accidentes. En esa dirección ¿cuál será el freno que podremos aplicar a los hechos de nuestra propia vida? Solamente el de los intereses inmediatos. Así, podemos imaginar numerosas situaciones-límite de las que trataremos de salir sacrificando todo valor y todo sentido porque nuestro primario será el beneficio inmediato. Para evitar dificultades trataremos de eludir todo compromiso que nos aproxime a la situación-límite, pero ha de ocurrir que los mismos acontecimientos nos pondrán en posiciones que no habremos elegido. No se requiere una especial sutileza para comprender qué habrá de ocurrir con las personas más cercanas a nosotros si comparten la misma postura. ¿Por qué no habrían de elegir ellas en contra nuestro si están movidas por idéntica inmediatez? ¿Por qué toda una sociedad, no habría de tomar la misma dirección? No existiría límite para la arbitrariedad y vencería el poder injustificado; lo haría con violencia manifiesta si encontrara resistencias y, de no ser así, le bastaría con la persuasión de valores insostenibles a los que tendríamos que adherir como justificación, experimentando en el fondo de nuestros corazones el sin sentido de la vida.

Entonces, habría triunfado la deshumanización de la Tierra.
Elegir un proyecto de vida entre condiciones impuestas está muy lejos de ser un simple reflejo animal. Por lo contrario, es la característica esencial del ser humano. Si eliminamos aquello que lo define, detendremos su historia y podremos esperar el avance de la destrucción, en cada paso que se dé. Si se depone el derecho a elegir un proyecto de vida y un ideal de sociedad, nos encontraremos con caricaturas de Derecho, de valor y de sentido. Si tal es la situación, ¿qué podemos sostener en contra de toda la neurosis y el desborde que empezamos a experimentar a nuestro alrededor? Cada uno de nosotros verá qué hace con su vida, pero también cada cual debe tener presente que sus acciones llegarán más allá de sí mismo y esto será así desde la menor a la mayor capacidad de influencia. Acciones unitivas, con sentido, o acciones contradictorias dictadas por la inmediatez, son ineludibles en toda situación en la que se comprometa la dirección de vida.

6.- El sacrificio de los objetivos a cambio de coyunturas exitosas. Algunos defectos habituales.

Toda persona comprometida con la acción conjunta, todo aquel que actúa con otros en la consecución de objetivos sociales con sentido, debe tener en claro muchos defectos que en el pasado arruinaron a las mejores causas. Maquiavelismos ridículos, personalismos por encima de la tarea proclamada en conjunto y autoritarismos de todo tipo, llenan los libros de Historia y nuestra memoria personal.
¿Con qué derecho se utiliza una doctrina, una formulación de acciones, una organización humana, desplazando las prioridades que ellas expresan? ¿Con qué derecho planteamos a otros un objetivo y un destino si luego emplazamos como valor primario un supuesto éxito o una supuesta necesidad de coyuntura? ¿Cuál sería la diferencia con el pragmatismo que decimos repudiar? ¿Dónde estaría la coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos? Los instrumentadores de todos los tiempos han efectuado la básica estafa moral de presentar a otros una imagen futura movilizadora, guardando para sí una imagen de éxito inmediato. Si se sacrifica la intención acordada con otros se abre la puerta a cualquier traición negociada con el bando que se dice combatir. Y, en ese caso, se justifica tal indecencia con una supuesta «necesidad» que se ha escondido en el planteamiento inicial. Quede claro que no estamos hablando del cambio de condiciones y de tácticas en las que todo el que participa comprende la relación entre ellas y el objetivo movilizador planteado.

Tampoco nos estamos refiriendo a los errores de apreciación que se pueden cometer en las implementaciones concretas. Estamos observando la inmoralidad que distorsiona las intenciones y ante la cual es imprescindible ponerse alerta. Es importante estar atentos a nosotros mismos y esclarecer a otros para que sepan por anticipado que al romper sus compromisos nuestras manos quedan tan libres como las suyas.
Por cierto que existe distinto tipo de astucias en la utilización de las personas y que no hay forma de hacer un catálogo completo. Tampoco es el caso de convertirnos en «censores morales» porque bien sabemos que detrás de esa actitud está la conciencia represora cuyo objetivo es sabotear toda acción que no controla, inmovilizando con la desconfianza mutua a los compañeros de lucha. Cuando se hace ingresar de contrabando supuestos valores que vienen desde otro campo para juzgar nuestras acciones, es bueno recordar que esa «moral» está en cuestión y que no coincide con la nuestra... ¿cómo esos tales podrían estar entre nosotros?

Por último es importante atender al gradualismo tramposo que se suele practicar para deslizar situaciones en contra de los objetivos planteados. En ese emplazamiento se encuentra todo aquel que nos acompaña por motivos diferentes a los que expresa. Su dirección mental es torcida desde el comienzo y solamente espera la oportunidad de manifestarse. Entre tanto, gradualmente, irá utilizando códigos manifiestos o larvados que responden a un sistema de doble lenguaje. Tal actitud casi siempre coincide con la de aquellos que en nombre de esa organización militante desreferencian a otra gente de buena fe, haciendo caer la responsabilidad de sus barbaridades sobre la cabeza de la gente auténtica.
No es el caso enfatizar en lo que desde hace mucho tiempo se ha conocido como los «problemas internos» de toda organización humana, pero sí me ha parecido conveniente mencionar la raíz coyunturalista que actúa en todo esto y que responde a la presentación de una imagen futura movilizadora guardando para sí una imagen de éxito inmediato.

7.- El Reino de lo Secundario.

Es tal la situación actual que acusadores de todo signo y pelaje exigen explicaciones con tono de fiscal dando por supuesto que se les debe demostrar inocencia. Lo interesante de todo esto es que su táctica reside en la peraltación de lo secundario y, consecuentemente, en el ocultamiento de las cuestiones primarias. De algún modo, esa actitud hace recordar al funcionamiento de la democracia en las empresas. En efecto, los empleados discuten acerca de si, en la oficina, los escritorios deben estar lejos o cerca de las ventanas; de si hay que colocar flores o colores agradables, lo cual no está mal. Posteriormente votan y, por mayoría, se decide el destino de los muebles y del decorado, lo cual tampoco está mal. Pero a la hora de discutir y proponer una votación en torno a la dirección y las acciones de la empresa, se produce un silencio aterrador... inmediatamente la democracia se congela porque en realidad se está en el Reino de lo Secundario. No ocurre algo distinto con los fiscales del Sistema. De pronto un periodista se emplaza en ese rol, convirtiendo en sospechoso a nuestro gusto por ciertas comidas o exigiendo «compromiso» y discusión en cuestiones deportivas, astrológicas, o de catecismo.

Desde luego, nunca falta alguna burda acusación a la que, se supone, debemos responder y no menudea el montaje de contextos, la utilización de palabras cargadas de doble sentido y la manipulación de imágenes contradictorias. Es bueno recordar que aquellos que se emplazan en un bando opuesto a nosotros tienen el derecho a que les expliquemos por qué ellos no están en condiciones de juzgarnos y por qué nosotros tenemos plena justificación al enjuiciarlos a ellos. Que, en todo caso, aquellos deben defender su postura de nuestras objeciones. Desde luego, que esto se pueda hacer dependerá de ciertas condiciones y de la habilidad personal de los contendientes, pero no deja de sublevar el ver cómo algunos que tienen todo el derecho en llevar la iniciativa, bajan su cabeza frente a tanta inconsistencia.

También es patético observar en pantalla a ciertos líderes diciendo palabritas ingeniosas, bailando como osos con la conductora del programa o sometiéndose a todo tipo de vejaciones con tal de figurar en primer plano. Al seguir esos maravillosos ejemplos, mucha gente bienintencionada no alcanza a comprender cómo es que se deformó o sustituyó su mensaje a la hora de hacerlo llegar a públicos amplios a través de ciertos medios de comunicación. Lo comentado destaca aspectos del Reino de lo Secundario que operan desplazando a los temas importantes resultando de esto la desinformación de los públicos a los que se pretende esclarecer. Curiosamente, mucha gente progresista cae en ese lazo sin entender muy bien cómo la aparente publicidad que se le da produce el efecto contrario. Finalmente, no es el caso de dejar en el campo opuesto posiciones que a nosotros nos corresponde defender. Cualquiera puede terminar reduciendo nuestra postura a simple frivolidad al afirmar que él también es, por ejemplo, «humanista» porque se preocupa de lo humano; que es «no-violento» porque está contra la guerra; que es antidiscriminador porque tiene un amigo negro o comunista; que es ecologista, porque hay que cuidar a las focas y a las plazas. Pero si se lo apura no podrá justificar de raíz nada de lo que dice mostrando su verdadero rostro antihumanista, violento, discriminador y depredador.

Los comentarios anteriores respecto a algunas expresiones del Reino de lo Secundario no aportan nada nuevo, pero a veces vale la pena prevenir a militantes distraídos que tratando de comunicar sus ideas no advierten el extraño territorio en el que han sido recluidos.
Espero sepan disimular la incomodidad de haber leído una carta que no se refiere a sus problemas e intereses. Confío que en la próxima podamos continuar con nuestras amenidades.
Reciban con ésta, un gran saludo.
4 de junio de 1992


SEXTA CARTA A MIS AMIGOS

Estimados amigos:
Varios lectores de mis cartas han vuelto a la carga pidiendo mayor definición en lo que hace a la acción social y política y a sus perspectivas transformadoras. En tal situación, podría limitarme a repetir lo dicho al comienzo de la primera carta: «Desde hace tiempo recibo correspondencia desde distintos países pidiendo explicaciones sobre temas que aparecen en mis libros. En general, se reclama clarificación sobre asuntos tan concretos como la violencia, la política, la economía, la ecología, las relaciones personales y las interpersonales. Como se ve, las preocupaciones son muchas y diversas y es claro que en esos campos tendrán que ser los especialistas quienes den respuesta, Por supuesto, ese no es mi caso». No obstante, en posterior correspondencia hice algunos comentarios sobre los tópicos citados pero sin lograr satisfacer los requerimientos. ¿Cómo responder a tamañas cuestiones en la extensión y naturaleza de una carta? De este modo, se me ha puesto en un aprieto.

Como todos sabemos participo en una corriente de opinión, en un movimiento que a lo largo de tres décadas ha producido numerosas instituciones y que ha confrontado con dictaduras e injusticias de todo tipo. Sobre todo, ha confrontado con la desinformación, la calumnia y el silencio deliberado. De todas maneras, este movimiento se ha extendido por el mundo conservando su independencia tanto económica como ideológica. Probablemente, si se hubiera rendido a la conveniencia en una corta y sucia especulación contaría con reconocimiento y Prensa. Pero eso hubiera consagrado, finalmente, el triunfo del absurdo y la victoria de todo aquello contra lo que se ha luchado. En nuestra historia hay sangre, cárceles, deportaciones y cercos de todo tipo. Es necesario recordarlo. Nuestro movimiento siempre se sintió tributario del humanismo histórico por el acento que aquél puso en la libertad de conciencia, en la lucha contra todo oscurantismo y en la defensa de los más altos valores humanos. Pero también, nuestro movimiento ha producido trabajos y estudios suficientes para dar respuesta a una época en la que, finalmente, se ha precipitado la crisis. A tales trabajos y estudios habré de apelar explicando, en la extensión de una carta, los temas y propuestas fundamentales de los humanistas de hoy.
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DOCUMENTO DEL MOVIMIENTO HUMANISTA

Los humanistas son mujeres y hombres de este siglo, de ésta época. Reconocen los antecedentes del humanismo histórico y se inspiran en los aportes de las distintas culturas, no solamente de aquellas que en este momento ocupan un lugar central. Son, además, hombres y mujeres que dejan atrás este siglo y este milenio, y se proyectan a un nuevo mundo.
Los humanistas sienten que su historia es muy larga y que su futuro es aún más extendido. Piensan en el porvenir, luchando por superar la crisis general del presente. Son optimistas, creen en la libertad y en el progreso social.

Los humanistas son internacionalistas, aspiran a una nación humana universal. Comprenden globalmente al mundo en que viven y actúan en su medio inmediato. No desean un mundo uniforme sino múltiple: múltiple en las etnias, lenguas y costumbres; múltiple en las localidades, las regiones y las autonomías; múltiple en las ideas y las aspiraciones; múltiple en las creencias, el ateísmo y la religiosidad; múltiple en el trabajo; múltiple en la creatividad.

Los humanistas no quieren amos; no quieren dirigentes ni jefes, ni se sienten representantes ni jefes de nadie. Los humanistas no quieren un Estado centralizado, ni un Paraestado que lo reemplace. Los humanistas no quieren ejércitos policíacos, ni bandas armadas que los sustituyan.
Pero entre las aspiraciones humanistas y las realidades del mundo de hoy, se ha levantado un muro. Ha llegado pues, el momento de derribarlo. Para ello es necesaria la unión de todos los humanistas del mundo.

I. El Capital Mundial

He aquí la gran verdad universal: el dinero es todo. El dinero es gobierno, es ley, es poder. Es, básicamente, subsistencia. Pero además es el Arte, es la Filosofía y es la Religión. Nada se hace sin dinero; nada se puede sin dinero. No hay relaciones personales sin dinero. No hay intimidad sin dinero y aún la soledad reposada depende del dinero.
Pero la relación con esa «verdad universal» es contradictoria. Las mayorías no quieren este estado de cosas. Estamos pues, ante la tiranía del dinero. Una tiranía que no es abstracta porque tiene nombre, representantes, ejecutores y procedimientos indudables.
Hoy no se trata de economías feudales, ni de industrias nacionales, ni siquiera de intereses de grupos regionales. Hoy se trata de que aquellos supervivientes históricos acomodan su parcela a los dictados del capital financiero internacional. Un capital especulador que se va concentrando mundialmente. De esta suerte, hasta el Estado nacional requiere para sobrevivir del crédito y el préstamo. Todos mendigan la inversión y dan garantías para que la banca se haga cargo de las decisiones finales. Está llegando el tiempo en que las mismas compañías, así como los campos y las ciudades, serán propiedad indiscutible de la banca. Está llegando el tiempo del Paraestado, un tiempo en el que el antiguo orden debe ser aniquilado.
Parejamente, la vieja solidaridad se evapora. En definitiva, se trata de la desintegración del tejido social y del advenimiento de millones de seres humanos desconectados e indiferentes entre sí a pesar de las penurias generales. El gran capital domina no solo la objetividad gracias al control de los medios de producción, sino la subjetividad gracias al control de los medios de comunicación e información. En estas condiciones, puede disponer a gusto de los recursos materiales y sociales convirtiendo en irrecuperable a la naturaleza y descartando progresivamente al ser humano. Para ello cuenta con la tecnología suficiente. Y, así como ha vaciado a las empresas y a los estados, ha vaciado a la Ciencia de sentido convirtiéndola en tecnología para la miseria, la destrucción y la desocupación.

Los humanistas no necesitan abundar en argumentación cuando enfatizan que hoy el mundo está en condiciones tecnológicas suficientes para solucionar en corto tiempo los problemas de vastas regiones en lo que hace a pleno empleo, alimentación, salubridad, vivienda e instrucción. Si esta posibilidad no se realiza es, sencillamente, porque la especulación monstruosa del gran capital lo está impidiendo.

El gran capital ya ha agotado la etapa de economía de mercado y comienza a disciplinar a la sociedad para afrontar el caos que él mismo ha producido. Frente a esta irracionalidad, no se levantan dialécticamente las voces de la razón sino los más oscuros racismos, fundamentalismos y fanatismos. Y si es que este neo-irracionalismo va a liderar regiones y colectividades, el margen de acción para las fuerzas progresistas queda día a día reducido. Por otra parte, millones de trabajadores ya han cobrado conciencia tanto de las irrealidades del centralismo estatista, cuanto de la falsedades de la democracia capitalista. Y así ocurre que los obreros se alzan contra sus cúpulas gremiales corruptas, del mismo modo que los pueblos cuestionan a los partidos y los gobiernos. Pero es necesario dar una orientación a éstos fenómenos que de otro modo se estancarán en un espontaneísmo sin progreso. Es necesario discutir en el seno del pueblo los temas fundamentales de los factores de la producción.
Para los humanistas existen como factores de la producción, el trabajo y el capital, y están demás la especulación y la usura. En la actual situación los humanistas luchan porque la absurda relación que ha existido entre esos dos factores sea totalmente transformada. Hasta ahora se ha impuesto que la ganancia sea para el capital y el salario para el trabajador, justificando tal desequilibrio con el «riesgo» que asume la inversión... como si todo trabajador no arriesgara su presente y su futuro en los vaivenes de la desocupación y la crisis. Pero, además, está en juego la gestión y la decisión en el manejo de la empresa. La ganancia no destinada a la reinversión en la empresa, no dirigida a su expansión o diversificación, deriva hacia la especulación financiera. La ganancia que no crea nuevas fuentes de trabajo, deriva hacia la especulación financiera. Por consiguiente, la lucha de los trabajadores ha de dirigirse a obligar al capital a su máximo rendimiento productivo. Pero esto no podrá implementarse a menos que la gestión y dirección sean compartidas. De otro modo, ¿cómo se podría evitar el despido masivo, el cierre y el vaciamiento empresarial? Porque el gran daño está en la subinversión, la quiebra fraudulenta, el endeudamiento forzado y la fuga del capital, no en las ganancias que se puedan obtener como consecuencia del aumento en la productividad. Y si se insistiera en la confiscación de los medios de producción por parte de los trabajadores, siguiendo las enseñanzas del siglo XlX, se debería tener en cuenta también el reciente fracaso del socialismo real.

En cuanto a la objeción de que encuadrar al capital, así como está encuadrado el trabajo, produce su fuga a puntos y áreas más provechosas ha de aclararse que esto no ocurrirá por mucho tiempo más ya que la irracionalidad del esquema actual lo lleva a su saturación y crisis mundial. Esa objeción, aparte del reconocimiento de una inmoralidad radical desconoce el proceso histórico de la transferencia del capital hacia la banca resultando de ello que el mismo empresario se va convirtiendo en empleado sin decisión dentro de una cadena en la que aparenta autonomía. Por otra parte, a medida que se agudice el proceso recesivo, el mismo empresariado comenzará a considerar éstos puntos.

Los humanistas sienten la necesidad de actuar no solamente en el campo laboral sino también en el campo político para impedir que el Estado sea un instrumento del capital financiero mundial, para lograr que la relación entre los factores de la producción sea justa y para devolver a la sociedad su autonomía arrebatada.

II. La Democracia Formal y La Democracia Real

Gravemente se ha ido arruinando el edificio de la democracia al resquebrajarse sus bases principales: la independencia entre poderes, la representatividad y el respeto a las minorías.
La teórica independencia entre poderes es un contrasentido. Basta pesquisar en la práctica el origen y composición de cada uno de ellos, para comprobar las íntimas relaciones que los ligan. No podría ser de otro modo. Todos forman parte de un mismo sistema. De manera que las frecuentes crisis de avance de unos sobre otros, de superposición de funciones, de corrupción e irregularidad, se corresponden con la situación global, económica y política, de un país dado.
En cuanto a la representatividad. Desde la época de la extensión del sufragio universal se pensó que existía un solo acto entre la elección y la conclusión del mandato de los representantes del pueblo. Pero a medida que ha transcurrido el tiempo se ha visto claramente que existe un primer acto mediante el cual muchos eligen a pocos y un segundo acto en el que estos pocos traicionan a los muchos, representando a intereses ajenos al mandato recibido. Ya ese mal se incuba en los partidos políticos reducidos a cúpulas separadas de las necesidades del pueblo. Ya, en la máquina partidaria, los grandes intereses financian candidatos y dictan las políticas que éstos deberán seguir. Todo esto evidencia una profunda crisis en el concepto y la implementación de la representatividad.

Los humanistas luchan para transformar la práctica de la representatividad dando la mayor importancia a la consulta popular, el plebiscito y la elección directa de los candidatos. Porque aún existen, en numerosos países, leyes que subordinan candidatos independientes a partidos políticos, o bien, subterfugios y limitaciones económicas para presentarse ante la voluntad de la sociedad. Toda Constitución o ley que se oponga a la capacidad plena del ciudadano de elegir y ser elegido, burla de raíz a la democracia real que está por encima de toda regulación jurídica. Y, si se trata de igualdad de oportunidades, los medios de difusión deben ponerse al servicio de la población en el período electoral en que los candidatos exponen sus propuestas, otorgando a todos exactamente las mismas oportunidades. Por otra parte, deben imponerse leyes de responsabilidad política mediante las cuales todo aquel que no cumpla con lo prometido a sus electores arriesgue el desafuero, la destitución o el juicio político. Porque el otro expediente, el que actualmente se sostiene, mediante el cual los individuos o los partidos que no cumplan sufrirán el castigo de las urnas en elección futura, no interrumpe en absoluto el segundo acto de traición a los representados. En cuanto a la consulta directa sobre los temas de urgencia, cada día existen más posibilidades para su implementación tecnológica. No es el caso de priorizar las encuestas y los sondeos manipulados, sino que se trata de facilitar la participación y el voto directo a través de medios electrónicos y computacionales avanzados.

En una democracia real debe darse a las minorías las garantías que merece su representatividad pero, además, debe extremarse toda medida que favorezca en la práctica su inserción y desarrollo. Hoy, las minorías acosadas por la xenofobia y la discriminación piden angustiosamente su reconocimiento y, en ese sentido, es responsabilidad de los humanistas elevar este tema al nivel de las discusiones más importantes encabezando la lucha en cada lugar hasta vencer a los neofascismos abiertos o encubiertos. En definitiva, luchar por los derechos de las minorías es luchar por los derechos de todos los seres humanos.

Pero también ocurre en el conglomerado de un país que provincias enteras, regiones o autonomías, padecen la misma discriminación de las minorías merced a la compulsión del Estado centralizado, hoy instrumento insensible en manos del gran capital. Y esto deberá cesar cuando se impulse una organización federativa en la que el poder político real vuelva a manos de dichas entidades históricas y culturales.

En definitiva, poner por delante los temas del capital y el trabajo, los temas de la democracia real, y los objetivos de la descentralización del aparato estatal, es encaminar la lucha política hacia la creación de un nuevo tipo de sociedad. Una sociedad flexible y en constante cambio, acorde con las necesidades dinámicas de los pueblos hoy por hoy asfixiados por la dependencia.

III. La Posición Humanista

La acción de los humanistas no se inspira en teorías fantasiosas acerca de Dios, la Naturaleza, la Sociedad o la Historia. Parte de las necesidades de la vida que consisten en alejar el dolor y aproximar el placer. Pero la vida humana agrega a las necesidades su previsión a futuro basándose en la experiencia pasada y en la intención de mejorar la situación actual. Su experiencia no es simple producto de selecciones o acumulaciones naturales y fisiológicas, como sucede en todas las especies, sino que es experiencia social y experiencia personal lanzadas a superar el dolor actual y a evitarlo a futuro. Su trabajo, acumulado en producciones sociales, pasa y se transforma de generación en generación en lucha continua por mejorar las condiciones naturales, aún las del propio cuerpo. Por esto, al ser humano se lo debe definir como histórico y con un modo de acción social capaz de transformar al mundo y a su propia naturaleza. Y cada vez que un individuo o un grupo humano se impone violentamente a otros, logra detener la historia convirtiendo a sus víctimas en objetos «naturales». La naturaleza no tiene intenciones, así es que al negar la libertad y las intenciones de otros, se los convierte en objetos naturales, en objetos de uso.

El progreso de la humanidad, en lento ascenso, necesita transformar a la naturaleza y a la sociedad eliminando la violenta apropiación animal de unos seres humanos por otros. Cuando esto ocurra, se pasará de la prehistoria a una plena historia humana. Entre tanto, no se puede partir de otro valor central que el del ser humano pleno en sus realizaciones y en su libertad. Por ello los humanistas proclaman: «Nada por encima del ser humano y ningún ser humano por debajo de otro». Si se pone como valor central a Dios, al Estado, al Dinero o a cualquier otra entidad, se subordina al ser humano creando condiciones para su ulterior control o sacrificio. Los humanistas tienen claro este punto. Los humanistas son ateos o creyentes, pero no parten de su ateísmo o de su fe para fundamentar su visión del mundo y su acción. Parten del ser humano y de sus necesidades inmediatas. Y, si en su lucha por un mundo mejor creen descubrir una intención que mueve la Historia en dirección progresiva, ponen esa fe o ese descubrimiento al servicio del ser humano.
Los humanistas plantean el problema de fondo: saber si se quiere vivir y decidir en qué condiciones hacerlo.
Todas las formas de violencia física, económica, racial, religiosa, sexual e ideológica, merced a las cuales se ha trabado el progreso humano, repugnan a los humanistas. Toda forma de discriminación manifiesta o larvada, es un motivo de denuncia para los humanistas.
Los humanistas no son violentos, pero por sobre todo no son cobardes ni temen enfrentar a la violencia porque su acción tiene sentido. Los humanistas conectan su vida personal, con la vida social. No plantean falsas antinomias y en ello radica su coherencia.


Así está trazada la línea divisoria entre el Humanismo y el Anti-humanismo. El Humanismo pone por delante la cuestión del trabajo frente al gran capital; la cuestión de la democracia real frente a la democracia formal; la cuestión de la descentralización, frente a la centralización; la cuestión de la antidiscriminación, frente a la discriminación; la cuestión de la libertad frente a la opresión; la cuestión del sentido de la vida, frente a la resignación, la complicidad y el absurdo.

Porque el Humanismo se basa en la libertad de elección, posee la única ética valedera del momento actual. Así mismo, porque cree en la intención y la libertad distingue entre el error y la mala fe, entre el equivocado y el traidor.

IV. Del Humanismo Ingenuo al Humanismo Consciente

Es en la base social, en los lugares de labor y habitación de los trabajadores donde el Humanismo debe convertir la simple protesta en fuerza consciente orientada a la transformación de las estructuras económicas.

En cuanto a los miembros combativos de las organizaciones gremiales y los miembros de partidos políticos progresistas, su lucha se hará coherente en la medida en que tiendan a transformar las cúpulas de las organizaciones en las que están inscriptos dándole a sus colectividades una orientación que ponga en primer lugar, y por encima de reivindicaciones inmediatistas, los planteos de fondo que propicia el Humanismo.

Vastas capas de estudiantes y docentes, normalmente sensibles a la injusticia, irán haciendo consciente su voluntad de cambio en la medida en que la crisis general del sistema los afecte. Y, por cierto, la gente de Prensa en contacto con la tragedia cotidiana está hoy en condiciones de actuar en dirección humanista al igual que sectores de la intelectualidad cuya producción está en contradicción con las pautas que promueve este sistema inhumano.

Son numerosas las posturas que, teniendo por base el hecho del sufrimiento humano, invitan a la acción desinteresada a favor de los desposeídos o los discriminados. Asociaciones, grupos voluntarios y sectores importantes de la población se movilizan, en ocasiones, haciendo su aporte positivo. Sin duda que una de sus contribuciones consiste en generar denuncias sobre esos problemas. Sin embargo, tales grupos no plantean su acción en términos de transformación de las estructuras que dan lugar a esos males. Estas posturas se inscriben en el Humanitarismo más que en el Humanismo consciente. En ellas se encuentran ya protestas y acciones puntuales susceptibles de ser profundizadas y extendidas.

V. El Campo Antihumanista

A medida que las fuerzas que moviliza el gran capital van asfixiando a los pueblos, surgen posturas incoherentes que comienzan a fortalecerse al explotar ese malestar canalizándolo hacia falsos culpables. En la base de estos neofascismos está una profunda negación de los valores humanos. También en ciertas corrientes ecologistas desviatorias se apuesta en primer término a la naturaleza en lugar del hombre. Ya no predican que el desastre ecológico es desastre, justamente, porque hace peligrar a la humanidad sino porque el ser humano ha atentado contra la naturaleza. Según algunas de estas corrientes, el ser humano está contaminado y por ello contamina a la naturaleza. Mejor sería, para ellos, que la medicina no hubiera tenido éxito en el combate con las enfermedades y en el alargamiento de la vida. «La Tierra primero», gritan histéricamente, recordando las proclamas del nazismo. Desde allí a la discriminación de culturas que contaminan, de extranjeros que ensucian y polucionan, hay un corto paso. Estas corrientes se inscriben también en el anti-humanismo porque en el fondo desprecian al ser humano. Sus mentores se desprecian a sí mismos, reflejando las tendencias nihilistas y suicidas a la moda.

Una franja importante de gente perceptiva también adhiere al ecologismo porque entiende la gravedad del problema que este denuncia. Pero si ese ecologismo toma el carácter humanista que corresponde, orientará la lucha hacia los promotores de la catástrofe, a saber: el gran capital y la cadena de industrias y empresas destructivas, parientes próximas del complejo militar-industrial. Antes de preocuparse por las focas se ocupará del hambre, el hacinamiento, la mortinatalidad, las enfermedades y los déficits sanitarios y habitacionales en muchas partes del mundo. Y destacará la desocupación, la explotación, el racismo, la discriminación y la intolerancia, en el mundo tecnológicamente avanzado. Mundo que, por otra parte, está creando los desequilibrios ecológicos en aras de su crecimiento irracional.

No es necesario extenderse demasiado en la consideración de las derechas como instrumentos políticos del Anti-humanismo. En ellas la mala fe llega a niveles tan altos que, periódicamente, se publicitan como representantes del «Humanismo». En esa dirección, no ha faltado tampoco la astuta clerigalla que ha pretendido teorizar sobre la base de un ridículo «Humanismo Teocéntrico» (?). Esa gente, inventora de guerras religiosas e inquisiciones; esa gente que fue verdugo de los padres históricos del humanismo occidental, se ha arrogado las virtudes de sus víctimas llegando inclusive a «perdonar los desvíos» de aquellos humanistas históricos. Tan enorme es la mala fe y el bandolerismo en la apropiación de las palabras que los representantes del Anti-humanismo han intentado cubrirse con el nombre de «humanistas».

Sería imposible inventariar los recursos, instrumentos, formas y expresiones de que dispone el Anti-humanismo. En todo caso esclarecer sobre sus tendencias más solapadas contribuirá a que muchos humanistas espontáneos o ingenuos revisen sus concepciones y el significado de su práctica social.

VI. Los Frentes De Acción Humanista

El Humanismo organiza frentes de acción en el campo laboral, habitacional, gremial, político y cultural con la intención de ir asumiendo el carácter de movimiento social. Al proceder así, crea condiciones de inserción para las diferentes fuerzas, grupos e individuos progresistas sin que éstos pierdan su identidad ni sus características particulares. El objetivo de tal movimiento consiste en promover la unión de fuerzas capaces de influir crecientemente sobre vastas capas de la población orientando con su acción la transformación social.
Los humanistas no son ingenuos ni se engolosinan con declaraciones propias de épocas románticas. En ese sentido, no consideran sus propuestas como la expresión más avanzada de la conciencia social, ni piensan a su organización en términos indiscutibles. Los humanistas no fingen ser representantes de las mayorías. En todo caso, actúan de acuerdo a su parecer más justo apuntando a las transformaciones que creen más adecuadas y posibles en este momento que les toca vivir.
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Confío en que podamos continuar con otros asuntos en la próxima carta.
Reciban con ésta, un gran saludo.
5 de abril de 1993

SEPTIMA CARTA A MIS AMIGOS

Estimados amigos:

Hoy hablaremos de la revolución social. ¿Cómo es esto posible? Algunos bienpensantes nos dicen que la palabra «revolución» ha caído en desuso luego del fracaso del «socialismo real». Posiblemente en sus cabezas siempre anidó la creencia de que las revoluciones anteriores a 1917 eran preparaciones de la revolución «en serio». Está claro que si fracasó la revolución «en serio», ya no se puede volver sobre el tema.

Como de costumbre, los bienpensantes ejercitan la censura ideológica y se atribuyen la prerrogativa de otorgar, o no, carta de ciudadanía a las modas y a las palabras. Estos funcionarios del espíritu (mejor dicho, de los medios de difusión), siguen teniendo con nosotros diametrales diferencias: ellos pensaban que el monolitismo soviético era eterno y, ahora, que el triunfo del capitalismo es una realidad inconmovible. Ellos daban por sentado que lo sustancial de una revolución era el derramamiento de sangre; que el decorado imprescindible eran las banderas al viento, las marchas, los gestos y los discursos encendidos. En su paisaje de formación siempre actuó la cinematografía y la moda Pierre Cardin. Hoy, por ejemplo, cuando piensan en el Islam imaginan una moda femenina que les inquieta y cuando hablan de Japón no dejan de alterarse, tras el planteo económico, por el kimono siempre a punto de ser exhumado. Si cuando niños se nutrieron de celuloide y libros de piratas, luego se sintieron atraídos por Katmandú, el tour isleño, la defensa ecológica, y la moda «natural»; si, en cambio, saborearon los western y las vistas de acción, plantearon luego el progreso en términos de guerra competitiva o la revolución en términos de pólvora.

Estamos inmersos en un mundo de códigos de comunicación masiva en el que los formadores de opinión nos imponen su mensaje a través de diarios, revistas y radios; en el que los escritores de la inteligencia débil fijan los temas que deben ser discutidos; en el que las gentes sensatas nos informan y esclarecen sobre el mundo actual... Ante las cámaras se presenta a diario la corporación de opinadores. Allí, ordenadamente, se pasan la palabra la sicóloga, el sociólogo, el politicólogo, el modisto, la periodista que entrevistó a Kaddaffi y el inefable astrólogo. Luego, todos gritan a uno: «¿revolución?, usted está completamente demodé!» En definitiva, la opinión pública (es decir, la que se publica) sostiene que todo va para mejor a pesar de algunos inconvenientes y certifica, además, la defunción de la revolución.
¿Qué conjunto de ideas bien articuladas se ha presentado que descalifique al proceso revolucionario en el mundo actual? Solo se han presentado opiniones de farándula. No hay, por tanto, vigorosas concepciones que merezcan ser discutidas con rigor.
Pasemos de una vez a cuestiones importantes.

1. Caos destructivo o revolución.

En esta serie de cartas hemos hecho varios comentarios sobre la situación general que estamos viviendo. Como consecuencia de esas descripciones llegamos a la siguiente disyuntiva: o somos arrastrados por una tendencia cada vez más absurda y destructiva o damos a los acontecimientos un sentido diferente. En el trasfondo de esta presentación está operando la dialéctica de la libertad frente al determinismo, la búsqueda humana de la elección y el compromiso frente a los procesos mecánicos cuyo destino es deshumanizante. Deshumanizante es la concentración del gran capital hasta su colapso mundial. Deshumanizante será el mundo resultante convulsionado por hambrunas, migraciones, guerras y luchas interminables, inseguridad cotidiana, arbitrariedad generalizada, caos, injusticia, restricción de la libertad y triunfo de nuevos oscurantismos. Deshumanizante será volver a girar en una rueda hasta el surgimiento de otra civilización que repita los mismos y estúpidos pasos de engranaje... si es que esto pueda ser posible luego del derrumbe de esta primera civilización planetaria que, por ahora, empieza a conformarse. Pero en esta larga historia la vida de las generaciones y de los individuos es tan breve y tan inmediata que cada cual atisba el destino general como su destino particular ampliado y no su destino particular como destino general restringido. Así, es mucho más convincente lo que a cada persona le toca vivir hoy que aquello que vivirá mañana o que sus hijos vivirán mañana. Y, desde luego, es tal la urgencia de millones de seres humanos que no queda horizonte para considerar un hipotético futuro que pueda sobrevenir. Demasiada tragedia existe en este preciso instante y esto es más que suficiente para luchar por un cambio profundo de situación. ¿Por qué, entonces, mencionamos el mañana si las urgencias de hoy son de tal magnitud? Sencillamente, porque cada vez más se manipula la imagen del futuro y se exhorta a aguantar la situación actual como si se tratara de una crisis insignificante y llevadera. «Todo ajuste económico -teorizan- tiene un costo social». «Es lamentable -dicen- que para que todos estemos bien en el futuro, vosotros tengáis que pasar mal vuestro presente». «¿Acaso antes -preguntan- había esta tecnología y esta medicina en los lugares de mayor abundancia?». «Ya os llegará el turno -afirman- también a vosotros!»

Y mientras nos postergan, estos que prometieron progreso para todos siguen abriendo el foso que separa a las minorías opulentas de las mayorías cada vez más castigadas. Este orden social nos encierra en un círculo vicioso que se realimenta y proyecta a un sistema global del que no puede escapar ningún punto del planeta. Pero también está claro que en todas partes comienza a descreerse de las promesas de la cúpula social, que se radicalizan posiciones y que comienza la agitación general.

¿Lucharemos todos contra todos? ¿Lucharán unas culturas contra otras, unos continentes contra otros, unas regiones contra otras, unas etnias contra otras, unos vecinos contra otros y unos familiares contra otros? ¿Iremos al espontaneísmo sin dirección, como animales heridos que sacuden su dolor o incluiremos todas las diferencias, bienvenidas sean, en dirección a la revolución mundial? Lo que estoy tratando de formular es que se está presentando la disyuntiva del simple caos destructivo o de la revolución como dirección superadora de las diferencias de los oprimidos. Estoy diciendo que la situación mundial y la particular de cada individuo será más conflictiva cada día y que dejar el futuro en manos de los que han dirigido este proceso hasta hoy, es suicida. Ya no son estos los tiempos en que se pueda barrer con toda oposición y proclamar al día siguiente: «La paz reina en Varsovia.» Ya no son tiempos en que el 10% de la población pueda disponer, sin límite, del 90% restante. En este sistema que comienza a ser mundialmente cerrado, y no existiendo una clara dirección de cambio, todo queda a expensas de la simple acumulación de capital y poder. El resultado es que en un sistema cerrado no puede esperarse otra cosa que la mecánica del desorden general. La paradoja de sistema nos informa que al pretender ordenar el desorden creciente se habrá de acelerar el desorden. No hay otra salida que revolucionar el sistema, abriéndolo a la diversidad de las necesidades y aspiraciones humanas. Planteadas las cosas en esos términos, el tema de la revolución adquiere una grandeza inusitada y una proyección que no pudo tener en épocas anteriores.

2. ¿De qué revolución hablamos?

En carta anterior fijamos posiciones sobre las cuestiones del trabajo frente al gran capital, de la democracia real frente a la formal, de la descentralización frente a la centralización, de la antidiscriminación frente a la discriminación, de la libertad frente la opresión. Si en el momento actual el capital se va transfiriendo gradualmente a la banca, si la banca se va adueñando de las empresas, los países, las regiones y el mundo, la revolución implica la apropiación de la banca de tal manera que ésta cumpla con prestar su servicio sin percibir a cambio intereses que de por sí, son usurarios. Si en la constitución de una empresa el capital percibe ganancias y el trabajador salario o sueldo, si en la empresa la gestión y decisión están en manos del capital, la revolución implica que la ganancia se reinvierta, se diversifique o se utilice en la creación de nuevas fuentes de trabajo y que la gestión y decisión sean compartidas por el trabajo y el capital. Si las regiones o provincias de un país están atadas a la decisión central, la revolución implica la desestructuración de ese poder de manera que las entidades regionales conformen una república federativa y que el poder de esas regiones sea igualmente descentralizado a favor de la base comunal desde donde habrá de partir toda representatividad electoral. Si la salud y la educación son tratadas de modo desigual para los habitantes de un país, la revolución implica educación y salud gratuita para todos, porque en definitiva esos son los dos valores máximos de la revolución y ellos deberán reemplazar el paradigma de la sociedad actual dado por la riqueza y el poder. Poniendo todo en función de la salud y la educación, los complejísimos problemas económicos y tecnológicos de la sociedad actual tendrán el enmarque correcto para su tratamiento. Nos parece que procediendo de modo inverso no se llegará a conformar una sociedad con posibilidades evolutivas. El gran argumento del capitalismo es poner todo en duda preguntando siempre de dónde saldrán los recursos y cómo aumentará la productividad, dando a entender que los recursos salen de los préstamos bancarios y no del trabajo del pueblo. Por lo demás, ¿de qué sirve la productividad si luego se esfuma de las manos del que produce? Nada extraordinario nos dice el modelo que ha funcionado por algunas décadas en ciertas partes del mundo y que hoy comienza a desarticularse. Que la salud y la educación de esos países aumenta maravillosamente, es algo que está por verse a la luz del crecimiento de las plagas no solo físicas sino psicosociales. Si es parte de la educación la creación de un ser humano autoritario, violento y xenófobo, si es parte de su progreso sanitario el aumento del alcoholismo, la drogadicción y el suicidio, entonces de nada vale tal modelo. Seguiremos admirando los centros de educación organizados, los hospitales bien equipados y trataremos además de que estén al servicio del pueblo sin distinciones. En cuanto al contenido y significado de la salud y de la educación hay demasiado para discutir con el sistema actual.

Hablamos de una revolución social que cambie drásticamente las condiciones de vida del pueblo, de una revolución política que modifique la estructura del poder y, en definitiva, de una revolución humana que cree sus propios paradigmas en reemplazo de los decadentes valores actuales. La revolución social a que apunta el Humanismo pasa por la toma del poder político para realizar las transformaciones del caso, pero la toma de ese poder no es un objetivo en sí. Por lo demás, la violencia no es un componente esencial de esa revolución. ¿De qué valdría la repugnante práctica de la ejecución y la cárcel para el enemigo? ¿Cuál sería la diferencia con los opresores de siempre? La revolución de la India anticolonialista se produjo por presión popular y no por violencia. Fue una revolución inconclusa determinada por la cortedad de su ideario, pero al mismo tiempo mostró una nueva metodología de acción y de lucha. La revolución contra la monarquía iraní se desató por presión popular, ni siquiera por la toma de los centros de poder político ya que éstos se fueron «vaciando», desestructurando, hasta dejar de funcionar... luego la intolerancia arruinó todo. Y así, es posible la revolución por distintos medios incluido el triunfo electoral, pero la transformación drástica de las estructuras es algo que en todos los casos debe ponerse en marcha de inmediato, comenzando por el establecimiento de un nuevo orden jurídico que, entre otros tópicos, muestre claramente las nuevas relaciones sociales de producción, que impida toda arbitrariedad y que regule el funcionamiento de aquellas estructuras del pasado aún aptas para ser mejoradas.

Las revoluciones que hoy agonizan o las nuevas que se están gestando no llegarán más allá de lo testimonial dentro de un orden estancado, no llegarán más allá del tumulto organizado, si no avanzan en la dirección propuesta por el Humanismo, es decir: en dirección a un sistema de relaciones sociales cuyo valor central sea el ser humano y no cualquier otro como pudiera ser la «producción», «la sociedad socialista», etc. Pero poner al ser humano como valor central implica una idea totalmente diferente de lo que hoy se entiende, precisamente, por «ser-humano». Los esquemas de comprensión actuales están todavía muy alejados de la idea y de la sensibilidad necesarias para aprehender la realidad de lo humano. Sin embargo, y es necesario aclararlo, también comienza a dibujarse una cierta recuperación de la inteligencia crítica fuera de los moldes aceptados por la ingeniosidad superficial de la época. En G. Petrovic, para mencionar un caso, encontramos una concepción precursora de lo que hemos venido exponiendo. El define a la revolución como «la creación de un modo de ser esencialmente distinto, diferente de todo ser no humano, anti-humano y aún no completamente humano». Petrovic termina identificando la revolución con la más alta forma de ser, como ser en plenitud y como Ser-en-libertad (tesis sobre «la necesidad de un concepto de revolución», 1977, La Filosofía y las Ciencias Sociales, congreso de Morelia de 1975).

No se detendrá la marea revolucionaria que está en marcha como expresión de la desesperación de las mayorías oprimidas. Pero aún esto no será suficiente ya que la dirección adecuada de ese proceso no ocurrirá por la sola mecánica de la «práctica social». Salir del campo de la necesidad al campo de la libertad por medio de la revolución es el imperativo de ésta época en la que el ser humano ha quedado clausurado. Las futuras revoluciones, si es que irán más allá de los cuartelazos, los golpes palaciegos, las reivindicaciones de clase, o de etnia, o de religión, tendrán que asumir un carácter transformador incluyente sobre la base de la esencialidad humana. De ahí que más allá de los cambios que produzcan en las situaciones concretas de los países, su carácter será universalista y su objetivo mundializador. Por consiguiente, cuando hablamos de «revolución mundial» comprendemos que cualquier revolución humanista, o que se transforme en humanista, aunque sea realizada en una situación restringida llevará el carácter y el objetivo que la arrojará más allá de sí misma. Y esa revolución, por insignificante que sea el lugar en que se produzca, comprometerá la esencialidad de todo ser humano. La revolución mundial no puede ser planteada en términos de éxito sino en su real dimensión humanizadora. Por lo demás, el nuevo tipo de revolucionario que corresponde a este nuevo tipo de revolución deviene, por esencia y por actividad, en humanizador del mundo.

3. Los frentes de acción en el proceso revolucionario.

Quisiera ahora extenderme en algunas consideraciones prácticas respecto a la creación de las condiciones necesarias para la unidad, organización y crecimiento de una fuerza social suficiente que permita posicionarse en dirección a un proceso revolucionario.

La antigua tesis frentista de acumulación de fuerzas progresistas basándose en el acuerdo sobre puntos mínimos hoy termina en la práctica del «pegado» de disidencias partidarias sin inserción social. De este modo resulta una acumulación de contradicciones entre cúpulas que apuntan al protagonismo periodístico y a la promoción electorera. En épocas en que un partido con recursos económicos suficientes podía hegemonizar la fragmentación, el planteamiento de los «frentes» electorales era viable. Hoy la situación ha cambiado drásticamente y, sin embargo, la izquierda tradicional continúa con tales procedimientos como si nada hubiera pasado. Se hace necesario revisar la función del partido en el momento actual y preguntarse si son los partidos políticos las estructuras capaces de poner en marcha la revolución. Porque si el sistema ha terminado metabolizando a los partidos convirtiéndolos en «cáscaras» de una acción que controlan los grandes capitales y la banca, un partido superestructural sin base humana se podrá acercar al poder formal (no al poder real), sin por ello introducir la más mínima variación de fondo. La acción política exige, por ahora, la creación de un partido que logre representatividad electoral en distintos niveles. Pero debe estar en claro desde el primer momento que esa representatividad tiene por objeto orientar el conflicto hacia el seno del poder establecido. En este contexto, un miembro del partido que logra representatividad popular no es un funcionario público sino un referente que evidencia las contradicciones del sistema y organiza la lucha en dirección a la revolución. En otras palabras, el trabajo político institucional o partidario es entendido aquí como la expresión de un fenómeno social amplio que posee su propia dinámica. De este modo, el partido puede desarrollar su máxima actividad en épocas electorales pero los distintos frentes de acción que ocasionalmente le sirven de base, utilizan el mismo hecho electoral para destacar conflictos y ampliar su organización. Hay aquí diferencias importantes con la concepción tradicional del partido. En efecto, hasta hace unas décadas se pensaba que el partido era la vanguardia de lucha que organizaba diferentes frentes de acción. Aquí se está planteando todo en sentido inverso. Son los frentes de acción los que organizan y desarrollan la base de un movimiento social y es el partido la expresión institucional de ese movimiento. A su vez, el partido debe crear condiciones de inserción para otras fuerzas políticas progresistas ya que no puede pretender que aquellas pierdan su identidad fundiéndose en su seno. El partido debe ir más allá de su propia identidad formando con otras fuerzas un «frente» más amplio que inserte a todos los factores progresistas fragmentados. Pero no se pasará del acuerdo de cúpulas si el partido no cuenta con una base real que oriente ese proceso. Por otra parte, este planteamiento no es reversible en el sentido de que el partido forme parte de un frente que organizan otras superestructuras. Habrá frente político con otras fuerzas si éstas se avienen a las condiciones que establece el partido cuya fuerza real está dada por la organización de base. Pasemos pues a considerar los distintos frentes de acción.
Es necesario que diferentes frentes de acción realicen su trabajo en la base administrativa de los países apuntando a la comuna o municipio. Corresponde desarrollar en el área fijada frentes de acción laborales y habitacionales, comprometiendo la acción en los conflictos reales debidamente priorizados. Esto último significa que la lucha por la reivindicación inmediata no tiene significado si ella no deriva en crecimiento organizativo y posicionamiento para pasos posteriores. Está claro que todo conflicto debe ser explicado en términos relacionados directamente con el nivel de vida, con la salud y la educación de la población (coherentemente, los trabajadores de la salud y la educación deben convertirse en simpatizantes inmediatos y posteriormente en cuadros necesarios para la organización directa de la base social).

En cuanto a las organizaciones gremiales se presenta aquí el mismo fenómeno de los partidos del sistema, por ello no es el caso de plantear el control del sindicato o del gremio sino la aglutinación de trabajadores que, como consecuencia, desplacen el control de la cúpula tradicional. Debe promoverse todo sistema de elección directa, todo plenario y asamblea que comprometa a la dirigencia y le exija la toma de posiciones en los conflictos concretos de manera que responda a los requerimientos de la base o sea desbordada. Y, ciertamente, los frentes de acción en el campo gremial deben diseñar su táctica apuntando al crecimiento de la organización de la base social.

Finalmente, la puesta en marcha de instituciones sociales y culturales actuando desde la base es de suma importancia porque permiten aglutinar a colectividades discriminadas o perseguidas en el contexto del respeto a los derechos humanos, dándoles una dirección común no obstante sus diferencias particulares. La tesis de que cada etnia, colectividad, o grupo humano discriminado debe hacerse fuerte en sí mismo para enfrentar el atropello, padece de una importante deficiencia de apreciación. Esa postura parte de la idea de que «mezclarse» con elementos ajenos les hace perder identidad, cuando en realidad su posición aislada los expone y los lleva a ser erradicados con mayor facilidad, o bien, los coloca en posición de radicalizarse de tal modo que los perseguidores justifiquen la acción directa contra ellos. La mejor garantía de supervivencia de una minoría discriminada es que forme parte de un frente con otros que encaminan la lucha por sus reivindicaciones en dirección revolucionaria. Después de todo, es el sistema globalmente considerado el que ha creado las condiciones de discriminación y éstas no desaparecerán hasta tanto ese orden social sea transformado.

4. El proceso revolucionario y su dirección.

Debemos distinguir entre proceso revolucionario y dirección revolucionaria. Desde nuestra posición, se entiende al proceso revolucionario como un conjunto de condiciones mecánicas generadas en el desarrollo del sistema. En ese sentido, tal desarrollo crea factores de desorden que, finalmente, son desplazados, se imponen, o terminan descomponiendo la totalidad del esquema. De acuerdo a los análisis que llevamos hecho, la globalización a la que se tiende en estos momentos está presentando agudos factores de desorden en el desarrollo total del sistema. Se trata de un proceso que es independiente de la acción voluntaria de grupos o individuos.

Ya hemos considerado este punto en más de una ocasión. El problema que se está planteando ahora es, precisamente, el del futuro del sistema ya que éste tiende a revolucionarse mecánicamente sin mediar orientación progresiva alguna. La orientación en cuestión depende de la intención humana y escapa a la determinación de las condiciones que origina el sistema. Ya en otros momentos hemos aclarado nuestra posición respecto a la no pasividad de la conciencia humana, a su característica esencial de no ser simple reflejo de condiciones objetivas, a su capacidad de oponerse a tales condiciones y pergueñar una situación futura diferente a la vivida en el momento actual (aquí sugerimos ver la carta número 4, par. III y IV y el libro Contribuciones al Pensamiento en el ensayo Discusiones Historiológicas, cap.3, par. II y III). Dentro de ese modo de libertad, entre condiciones, interpretamos la dirección revolucionaria.

Es por el ejercicio de la violencia que una minoría impone sus condiciones al conjunto social y organiza un orden, un sistema inercial, que continúa su desarrollo. Vistas así las cosas, tanto el modo de producción y las relaciones sociales consecuentes; tanto el orden jurídico y las ideologías dominantes que regulan y justifican dicho orden y tanto el aparato estatal o paraestatal a través del que se controla el todo social, se develan como instrumentos al servicio de los intereses e intenciones de la minoría instalada. Pero el desarrollo del sistema continúa mecánicamente más allá de las intenciones de esa minoría que lucha por concentrar cada vez más los factores de poder y control, provocando con esto una nueva aceleración en el desarrollo del sistema que progresivamente va escapando a su dominio. De esta manera, el aumento del desorden chocará contra el orden establecido y provocará por parte de ese orden la aplicación proporcional de sus recursos de protección. En épocas críticas se disciplinará al todo social con todo el rigor de la violencia disponible por el sistema. Así se llega al máximo recurso disponible: el ejército. Pero ¿es totalmente cierto que los ejércitos seguirán respondiendo del modo tradicional en épocas en que el sistema va al colapso global? Si eso no fuera así, el giro de situación que puede ocurrir en la dirección de los acontecimientos actuales es tema de discusión. Basta reflexionar sobre las últimas etapas de las civilizaciones que precedieron a la actual para comprender que los ejércitos se alzaron contra el poder establecido, se dividieron en las guerras civiles que ya estaban planteadas en la sociedad y no pudiendo introducir en esa situación una dirección nueva el sistema continuó su dirección catastrófica. En la actual civilización mundial que se perfila ¿se tratará del mismo destino? Habremos de considerar a los ejércitos en la próxima carta.
Reciban con ésta, un gran saludo.
7 de agosto de 1993

OCTAVA CARTA A MIS AMIGOS

Estimados amigos:

De acuerdo a lo anunciado en carta anterior, tocaré en la presente algunos puntos referidos a los ejércitos. Por supuesto que el interés de este escrito estará centrado en la relación entre las fuerzas armadas, el poder político y la sociedad. Tomaré como base el documento discutido hace tres meses en Moscú (bajo el título de La Necesidad de una Posición Humanista en las Fuerzas Armadas Contemporáneas -Conferencia internacional sobre Humanización de las actividades militares y reforma de las Fuerzas Armadas, patrocinada por el Ministerio de Defensa de la CEEII- Moscú, Mayo 24/28 de 1993). Unicamente me apartaré de los conceptos vertidos en el documento original al tratar la posición militar en el proceso revolucionario, tema éste que me permitirá completar algunas ideas esbozadas con anterioridad.

1. Necesidad de una re-definición del rol de las fuerzas armadas.

Las fuerzas armadas están hoy tratando de definir su nuevo rol. Esta situación comenzó luego de las iniciativas de desarme proporcional y progresivo emprendidas por la Unión Soviética a fines de la década del ’80. La disminución de la tensión que existió entre las superpotencias provocó un giro en el concepto de defensa en los países más importantes. Sin embargo, la sustitución gradual de los bloques político-militares (particularmente del Pacto de Varsovia), por un sistema de relaciones relativamente cooperativas ha activado fuerzas centrífugas que arrastran a nuevos choques en distintos puntos del planeta. Ciertamente, en pleno período de la Guerra Fría los conflictos en áreas restringidas eran frecuentes y a menudo prolongados, pero el carácter actual de éstos ha cambiado de signo amenazando con extenderse en los Balcanes, en el mundo musulmán y en varias zonas de Asia y Africa.

El reclamo limítrofe que antaño preocupaba a fuerzas armadas contiguas hoy toma otra dirección dada la tendencia a la secesión en el interior de algunos países. Las disparidades económicas, étnicas y lingüísticas, tienden a modificar fronteras que se suponían inalterables al tiempo que ocurren migraciones en gran escala. Se trata de grupos humanos que se movilizan para huir de situaciones desesperadas o para contener o expulsar de áreas definidas a otros grupos humanos. Estos y otros fenómenos muestran cambios profundos particularmente en la estructura y en la concepción del Estado. Por una parte, asistimos a un proceso de regionalización económica y política; por otra, observamos la discordia creciente en el interior de países que marchan hacia esa regionalización. Es como si el Estado nacional, diseñado hace doscientos años, no aguantara ya los golpes que le propinan por arriba las fuerzas multinacionales y por abajo las fuerzas de la secesión. Cada vez más dependiente, cada vez más atado a la economía regional y cada vez más comprometido en la guerra comercial contra otras regiones, el Estado sufre una crisis sin precedentes en el control de la situación. Sus cartas fundamentales son modificadas para dar lugar al desplazamiento de capitales y recursos financieros, sus códigos y leyes civiles y comerciales quedan obsoletos. Hasta la tipificación penal varía cuando hoy puede ser secuestrado un ciudadano cuyo delito será juzgado en otro país, por magistrados de otra nacionalidad y sobre la base de leyes extranjeras. Así, el viejo concepto de soberanía nacional queda sensiblemente disminuido. Todo el aparato jurídico-político del Estado, sus instituciones y el personal afectado a su servicio inmediato o mediato, sufren los efectos de esa crisis general. Esa es también la situación por la que atraviesan las fuerzas armadas a las que en su momento se les dio el rol de sostenedoras de la soberanía y de la seguridad general. Privatizada la educación, la salud, las comunicaciones, las reservas naturales y hasta importantes áreas de la seguridad ciudadana; privatizados los bienes y servicios, disminuye la importancia del Estado tradicional. Es coherente pensar que si la administración y los recursos de un país salen del área de control público, la Justicia seguirá el mismo proceso y se asignará a las fuerzas armadas el rol de milicia privada destinada a la defensa de intereses económicos vernáculos o multinacionales. Tales tendencias se han ido acrecentando últimamente en el interior de los países.

2. Permanencia de factores agresivos en la etapa de distensión.

Aún no ha desaparecido la agresividad de potencias que, en su momento, dieron por concluida la Guerra Fría. Actualmente existen violaciones de espacios aéreos y marítimos, aproximaciones imprudentes a territorios lejanos, incursiones e instalación de bases, afianzamientos de pactos militares, guerras y ocupación de territorios extranjeros por el control de vías de navegación o posesión de fuentes de recursos naturales. Los antecedentes sentados por las guerras de Corea, Vietnam, Laos y Camboya; por las crisis de Suez, Berlín y Cuba; por las incursiones en Grenada, Trípoli y Panamá han mostrado al mundo la desproporción de la acción bélica tantas veces aplicada sobre países indefensos y pesan a la hora de hablar de desarme. Estos hechos adquieren singular gravedad porque, en casos como el de la Guerra del Golfo, se realizan en los flancos de países de gran importancia que podrían interpretar a tales maniobras como lesivas para su seguridad. Semejantes excesos están logrando efectos residuales nocivos al fortalecer el frente interno de sectores que juzgan a sus gobiernos como incompetentes para frenar aquellos avances. Esto, desde luego, puede llegar a comprometer el clima de paz internacional tan necesario en el momento actual.

3. Seguridad interior y reestructuración militar.

En lo que hace a la seguridad interior es necesario citar dos problemas que parecen perfilarse en el horizonte de los acontecimientos inmediatos: las explosiones sociales y el terrorismo.
Si es que la desocupación y la recesión tienden a crecer en los países industrializados, es posible que éstos sean escenario de convulsiones o desbordes invirtiéndose, en alguna medida, el cuadro que se presentaba en décadas anteriores en las que el conflicto se desarrollaba en las periferias de un centro que seguía creciendo sin sobresalto. Acontecimientos como los ocurridos en Los Angeles el año pasado, podrían extenderse más allá de una ciudad e inclusive hacia otros países. Por último, el fenómeno del terrorismo se avizora como peligro de proporciones dado el poder de fuego con que hoy pueden contar individuos y grupos relativamente especializados. Esta amenaza que llegaría a expresarse por medio del artefacto nuclear, o de explosivos deflagrantes y moleculares de alto poder, toca también a otras áreas como la de las armas químicas y bacteriológicas de reducido costo y fácil producción.

Son pues muchas y numerosas las preocupaciones de las fuerzas armadas dado el panorama inestable del mundo de hoy. Por otra parte, y además de los problemas estratégicos y políticos que éstas deben considerar, están los temas internos de reestructuración, de licenciamiento de importantes contingentes de tropas, del modo de reclutamiento y capacitación, de renovación de material, de modernización tecnológica y, primariamente, de recursos económicos. Pero si bien deben comprenderse a fondo los problemas de contexto que hemos mencionado, se ha de agregar que ninguno de ellos podrá ser resuelto cabalmente sino queda en claro con qué función primaria deben cumplir los ejércitos. Después de todo, es el poder político el que da su orientación a las fuerzas armadas y son éstas las que actúan en base a esa orientación.

4. Revisión de los conceptos de soberanía y seguridad.

En la concepción tradicional se ha dado a las fuerzas armadas la función de resguardar la soberanía y seguridad de los países, disponiendo del uso de la fuerza de acuerdo al mandato de los poderes constituidos. De este modo, el monopolio de la violencia que corresponde al Estado se transfiere a los cuerpos militares. Pero he aquí un primer punto de discusión respecto a qué debe entenderse por «soberanía» y qué por «seguridad». Si éstas, o más modernamente el «progreso» de un país, requieren fuentes de aprovisionamiento extra-territoriales, navegabilidad marítima indiscutible para proteger el desplazamiento de mercaderías, control de puntos estratégicos con el mismo fin y ocupación de territorios ajenos, estamos ante la teoría y la práctica colonial o neo-colonial. En el colonialismo la función de los ejércitos consistió en abrir paso primeramente a los intereses de las coronas de la época y luego a las compañías privadas que lograron especiales concesiones del poder político a cambio de réditos convenientes. La ilegalidad de ese sistema fue justificada mediante la supuesta barbarie de los pueblos ocupados, incapaces de darse una administración adecuada. La ideología correspondiente a esta etapa consagró al colonialismo como el sistema «civilizador» por excelencia.

En épocas del imperialismo napoleónico la función del ejército, que por otra parte ocupaba el poder político, consistió en expandir fronteras con el objetivo declamado de redimir a los pueblos oprimidos por las tiranías merced a la acción bélica y la instauración de un sistema administrativo y jurídico que consagró en sus códigos a la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. La ideología correspondiente justificó la expansión imperial en base al criterio de «necesidad» de un poder constituido por la revolución democrática frente a monarquías ilegales basadas en la desigualdad que, además, hacían frente común para asfixiar a la Revolución.

Más recientemente, siguiendo las enseñanzas de Clausewitz, se ha entendido a la guerra como simple continuación de la política y al Estado, promotor de esa política, se lo ha considerado como el aparato de gobierno de una sociedad radicada en ciertos límites geográficos. Desde allí se ha llegado a definiciones, caras a los geopolíticos, en las que las fronteras aparecen como «la piel del Estado». En tal concepción organológica, esta «piel» se contrae o se expande de acuerdo al tono vital de los países y así debe ampliarse con el desarrollo de una comunidad que reclama «espacio vital» dada su concentración demográfica o económica. Desde esta perspectiva, la función del ejército es la de ganar espacio conforme lo reclama esa política de seguridad y soberanía que es primaria respecto a las necesidades de otros países limítrofes. Aquí la ideología dominante proclama la desigualdad en las necesidades que experimentan las colectividades de acuerdo a sus características vitales. Esta visión zoológica de la lucha por la supervivencia del más apto, rememora las concepciones del darwinismo trasladadas ilegítimamente a la práctica política y militar.

5. La legalidad y los límites del poder vigente.

Contemporáneamente flota en el aire mucho de las tres concepciones que hemos usado para ejemplificar cómo los ejércitos responden al poder político y se encuadran según los dictámenes que, ocasionalmente, éste entiende por seguridad y soberanía.

De manera que si la función del ejército es la de servir al Estado en lo que hace a seguridad y soberanía, y la concepción sobre estos dos temas varía de gobierno en gobierno, la fuerza armada tendrá que atenerse a ello. ¿Admite esto algún límite o excepción? Claramente se observa dos excepciones: 1-Aquélla en la que el poder político se ha constituido ilegítimamente y se han agotado los recursos civiles para cambiar esa situación de anormalidad y 2.- Aquélla en la que el poder político se ha constituido legalmente pero en su ejercicio se convierte en ilegal, habiéndose agotado los recursos civiles para cambiar la situación anómala. En ambos casos, las fuerzas armadas tienen el deber de restablecer la legalidad interrumpida, lo que equivale a continuar los actos que por vía civil no han podido concluirse. En estas situaciones, el ejército se debe a la legalidad y no al poder vigente. No se trata entonces, de propiciar un estado deliberativo del ejército sino de destacar la previa interrupción de la legalidad realizada por un poder vigente de origen delictual o que se ha convertido en delictual. La pregunta que debe hacerse es: ¿de dónde proviene la legalidad y cuáles son sus características? Respondemos que la legalidad proviene del pueblo que es quien se ha dado un tipo de Estado y un tipo de leyes fundamentales a las que deben someterse los ciudadanos. Y en el caso extremo en que el pueblo decidiera modificar ese tipo de Estado y ese tipo de leyes, a él incumbiría hacerlo no pudiendo existir una estructura estatal y un sistema legal por encima de aquella decisión. Este punto nos lleva a la consideración del hecho revolucionario que trataremos más adelante.

6. La responsabilidad militar frente al poder político.

Ha de destacarse que los cuerpos militares deben estar formados por ciudadanos responsables de sus obligaciones con respecto a la legalidad del poder establecido. Si el poder establecido funciona sobre la base de una democracia en la que se respeta la voluntad mayoritaria por elección y renovación de los representantes populares, se respeta a las minorías en los términos consagrados por las leyes y se respeta la separación e independencia de poderes, entonces no es la fuerza armada quien tiene que deliberar acerca de los aciertos o errores de ese gobierno. Del mismo modo que en la implantación de un régimen ilegal, no puede la fuerza armada sostenerlo mecánicamente invocando una «obediencia debida» a ese régimen. Aún llegando al conflicto internacional, tampoco puede la fuerza armada practicar el genocidio siguiendo instrucciones de un poder afiebrado por la anormalidad de la situación. Porque si los derechos humanos no están por encima de cualquier otro derecho, no se entiende para qué existe organización social, ni Estado. Y nadie puede invocar «obediencia debida» cuando se trata del asesinato, la tortura y la degradación del ser humano. Si algo enseñaron los tribunales levantados luego de la Segunda Guerra Mundial fue que el hombre de armas tiene responsabilidades como ser humano, aún en la situación-límite del conflicto bélico.
A este punto podrá preguntarse: ¿no es el ejército una institución cuya preparación, disciplina y equipamiento lo convierte en factor primario de destrucción? Respondemos que así están montadas las cosas desde mucho tiempo antes de la situación actual y que, independientemente de la aversión que sentimos por toda forma de violencia, no podemos plantear la desaparición o el desarme unilateral de ejércitos creando vacíos que serían llenados por otras fuerzas agresivas, como hemos mencionado anteriormente al referirnos a los ataques realizados a países indefensos. Son las mismas fuerzas armadas las que tienen una importante misión que cumplir al no obstruir la filosofía y la práctica del desarme proporcional y progresivo, inspirando además a los camaradas de otros países en esa dirección y dejando en claro que la función castrense en el mundo de hoy es la de evitar catástrofes y servidumbres dictadas por gobiernos ilegales que no responden al mandato popular. Entonces, el mayor servicio que las fuerzas armadas podrá aportar a sus países y a toda la humanidad será el de evitar que existan las guerras. Este planteamiento que pudiera parecer utópico está respaldado actualmente por la fuerza de los hechos que demuestran la poca practicidad y la peligrosidad para todos cuando aumenta el poder bélico global o unilateral.

Quisiera volver sobre el tema de la responsabilidad militar por medio de una ejemplificación inversa. Durante la época de la Guerra Fría se repetía en Occidente un doble mensaje: por una parte, la NATO y otros bloques se establecían para sostener un estilo de vida amenazado por el comunismo soviético y, ocasionalmente, chino. Por otra, se emprendían acciones militares en áreas distantes para proteger los «intereses» de las potencias. En América Latina, el golpe de Estado dado por los ejércitos de la zona, tenía preferencias por la amenaza de la subversión interior. Las fuerzas armadas allí, dejaban de responder al poder político y se alzaban contra todo derecho y contra toda Constitución. Prácticamente, un continente se encontraba militarizado respondiendo a la llamada «Doctrina de la Seguridad Nacional». La secuela de muerte y atraso que dejaron tras de sí aquellas dictaduras fue singularmente justificada a lo largo de la cadena de mandos con la idea de la «obediencia debida». Mediante ella se explicó que en la disciplina castrense se siguen las órdenes de la jefatura inmediata. Este planteamiento, que hace recordar las justificaciones de los genocidas del nazismo, es un punto que debe ser considerado a la hora de discutir los límites de la disciplina castrense. Nuestro punto de vista respecto a este particular, como ya hemos comentado, es que si el ejército rompe la dependencia del poder político se constituye en una fuerza irregular, en una banda armada fuera de la ley. Este asunto es claro pero admite una excepción: el alzamiento militar contra un poder político establecido ilegalmente o que se ha puesto en situación facciosa. Las Fuerzas Armadas no pueden invocar «obediencia debida» a un poder ilegal porque se convierten en sostenedoras de esa irregularidad, así como en otras circunstancias tampoco pueden producir el golpe militar escapando a la función de cumplir con el mandato popular. Esto en lo que hace al orden interno y, en relación al hecho bélico internacional, no pueden atentar contra la población civil del país enemigo.

7. Reestructuración militar.

En orden al reclutamiento de los ciudadanos, nuestro punto de vista es favorable a la sustitución del servicio militar obligatorio por el servicio militar optativo, sistema éste que permitirá una mayor capacitación del soldado profesional. Pero a esa limitación de tropas corresponderá también una reducción importante del personal de cuadros y del personal de jefatura. Y es claro que no se efectuará una reestructuración adecuada sin atender a los problemas personales, familiares y sociales que se habrá de acarrear en numerosos ejércitos que hoy mantienen un esquema sobredimensionado. El nuevo emplazamiento laboral, geográfico y de inserción social de esos contingentes será equilibrado si se mantiene una relación militar flexible durante el tiempo que demande la reubicación. En la reestructuración que hoy tiene lugar en distintas partes del mundo debe tenerse en cuenta primariamente el modelo de país en el que se efectúa. Naturalmente, un sistema unitario tiene características diferentes al de uno federativo o al de distintos países que están confluyendo en una comunidad regional. Nuestro punto de vista, favorable al sistema federativo y abierto a la confederación regional requiere, para el diseño correcto de la reestructuración, compromisos sólidos y permanentes que permitan continuidad en el proyecto. Si no existe una voluntad clara de las partes en esta dirección, la reestructuración no será posible porque el aporte económico de cada integrante estará sometido a vaivenes políticos ocasionales. Siendo ese el caso, las tropas federales podrán existir solo formalmente y los contingentes militares serán la simple sumatoria del potencial de cada comunidad que forme parte de la federación. Esto traerá también problemas de mando unificado de difícil solución. En definitiva, será la orientación política la que tendrá que dar las pautas y, en tal situación, las fuerzas armadas particulares requerirán de una muy precisa y coordinada conducción.

Un problema de relativa importancia en la reestructuración es el referido a ciertos aspectos de los cuerpos de seguridad. Los cuerpos de seguridad, si no son militarizados, actúan en relación al orden interno y con referencia a la protección de los ciudadanos aunque, habitualmente, están involucrados en operaciones de control muy alejadas al fin para el que han sido creados. El organigrama en el que se inscriben, en muchos países, los hace depender directamente de las carteras políticas tales como el Ministerio del Interior, diferente al Ministerio de la Guerra o de Defensa. Por otra parte, las policías entendidas como servidoras de la ciudadanía y dispuestas para que se cumpla con un orden jurídico no lesivo para los habitantes de un país tienen un carácter accesorio y bajo jurisdicción del poder Judicial. Pero, a menudo, por su carácter de fuerza pública realizan operaciones que ante los ojos de la población las hace aparecer como fuerzas militares. Claramente se percibe la inconveniencia de tal confusión y es de interés de las fuerzas armadas que estas distinciones queden claras. Otro tanto ocurre con distintos organismos del Estado que manejan cuerpos secretos y de informaciones, imbricados y superpuestos, que tampoco tienen que ver con el régimen castrense. Los ejércitos requieren de un adecuado sistema de informaciones que les permita operar con eficiencia y que en nada se parece a mecanismos de control y seguimiento de la ciudadanía porque su función hace a la seguridad de la Nación y no al beneplácito o la reprobación ideológica del gobierno de turno.

8. La posición militar en el proceso revolucionario.

Se supone que en una democracia el poder proviene de la soberanía popular. Tanto la conformación del Estado como la de los organismos que de él dependen derivan de la misma fuente. Así, el ejército cumple con la función que le otorga el Estado para defender la soberanía y dar seguridad a los habitantes de un país. Desde luego que pueden ocurrir aberraciones según sea el ejército o una facción los que ocupen ilegalmente el poder, de acuerdo a lo visto anteriormente. Pero, como también hemos mencionado, podría suceder el caso extremo en que el pueblo decidiera cambiar ese tipo de Estado y ese tipo de leyes es decir, ese tipo de sistema. Al pueblo incumbiría hacerlo no pudiendo existir una estructura estatal y un sistema legal por encima de aquella decisión. Sin duda que las cartas fundamentales de muchos países contemplan la posibilidad de que ellas mismas sean modificadas por decisión popular. De esta manera podría ocurrir un cambio revolucionario en el que la democracia formal dé paso a la democracia real. Pero si se obstruyera esta posibilidad se estaría negando el origen mismo de donde brota toda legalidad. En tal circunstancia, y habiéndose agotado todos los recursos civiles, es obligación del ejército cumplir con esa voluntad de cambio desplazando a una facción instalada, ya ilegalmente, en el manejo de la cosa pública. Se arribaría de ese modo, mediante la intervención militar, a la creación de condiciones revolucionarias en las que el pueblo pone en marcha un nuevo tipo de organización social y un nuevo régimen jurídico. No es necesario destacar las diferencias entre la intervención militar que tiene por objetivo devolver al pueblo su soberanía arrebatada, con el simple golpe militar que rompe la legalidad establecida por mandato popular. En orden a las mismas ideas, la legalidad exige que se respete la demanda del pueblo aún en el caso de que éste plantee cambios revolucionarios. ¿Por qué las mayorías no habrían de expresar su deseo de cambio de estructuras y, aún, por qué no habrían de tener las minorías la oportunidad de trabajar políticamente para lograr una modificación revolucionaria de la sociedad? Negar por medio de la represión y la violencia la voluntad de cambio revolucionario compromete seriamente la legalidad del sistema de las actuales democracias formales.

Se habrá observado que no hemos rozado asuntos relativos a estrategia ni doctrina militar como tampoco a cuestiones de tecnología y organización castrense. No podría ser de otro modo. Nosotros hemos fijado el punto de vista humanista respecto a las fuerzas armadas relacionadas con el poder político y con la sociedad. Es la gente de armas la que tiene por delante un enorme trabajo teorético y de implementación práctica para adaptar esquemas a este momento tan especial que está viviendo el mundo. La opinión de la sociedad y el genuino interés de las fuerzas armadas por conocer esa opinión, aunque no sea especializada, es de fundamental importancia. Parejamente, una relación viva entre miembros de ejércitos de distintos países y la discusión franca con la civilidad es un paso importante en orden al reconocimiento de la pluralidad de los puntos de vista. Los criterios de aislamiento de unos ejércitos respecto a otros y de ensimismamiento respecto a las demandas del pueblo son propios de una época en la que el intercambio humano y objetal estaba restringido. El mundo ha cambiado para todos, también para las fuerzas armadas.

9. Consideraciones en torno a los ejércitos y la revolución.

Hoy se imponen dos opiniones que nos interesan especialmente. La primera anuncia que la época de las revoluciones ha pasado; la segunda, que el protagonismo militar en la toma de decisiones políticas se atenúa gradualmente. También se supone que solamente en ciertos países atrasados o desorganizados permanecen amenazantes aquellas rémoras del pasado. Por otra parte, se piensa que el sistema de relaciones internacionales al tomar un carácter cada vez más sólido irá haciendo sentir su peso hasta que aquellas antiguas irregularidades vayan entrando en cintura. Sobre la cuestión de las revoluciones, como ya se ha expuesto, tenemos un diametral punto de vista. En cuanto a que el concierto de naciones «civilizadas» vaya a imponer un Nuevo Orden en el que no tenga lugar la decisión militar, es tema por demás discutible. Nosotros destacamos que es, precisamente, en las naciones y regiones que van tomando carácter imperial donde las revoluciones y la decisión militar irán haciendo sentir su presencia. Tarde o temprano las fuerzas del dinero, cada vez más concentradas, se enfrentarán a las mayorías y en esa situación banca y ejército resultarán términos antitéticos. Estamos pues, emplazados en las antípodas de la interpretación de los procesos históricos. Solamente los tiempos ya cercanos habrán de poner en evidencia la correcta percepción de los hechos que para algunos, siguiendo la tradición de los últimos años, resultarán «increíbles». Con aquella visión, ¿qué se dirá cuando esto ocurra? Probablemente que la humanidad ha vuelto al pasado o, más vulgarmente, que «el mundo se ha desquiciado». Nosotros creemos que fenómenos como el irracionalismo creciente, el surgimiento de una fuerte religiosidad y otros tantos más, no están puestos en el pasado sino que corresponden a una nueva etapa que habrá que afrontar con toda la valentía intelectual y con todo el compromiso humano de que seamos capaces. En nada ayudará seguir sosteniendo que el mejor desarrollo de la sociedad se corresponde con el mundo actual. Más importante será comprender que la situación que estamos viviendo lleva directamente al colapso de todo un sistema que algunos consideran defectuoso pero «perfectible». No hay tal sistema actual «perfectible». Por lo contrario, en él llega a la cima la inhumanidad de todos los factores que se han ido amasando a lo largo de muchos años. Si alguien juzga a estas afirmaciones como carentes de fundamento, está en todo su derecho a condición de presentar por su parte una posición coherente. Y si piensa que nuestra postura es pesimista, afirmamos que frente a este proceso mecánico negativo prevalecerá la dirección hacia la humanización del mundo empujada por la revolución que terminarán produciendo los grandes conjuntos humanos, hoy por hoy despojados de su propio destino.
Reciban con ésta, un gran saludo.
10 de agosto de 1993

NOVENA CARTA A MIS AMIGOS

Estimados amigos:

Muchas veces he recibido correspondencia en la que se pregunta: «¿Qué pasa hoy con los derechos humanos?». Personalmente no estoy en condiciones de dar una respuesta ajustada. Creo, más bien, que aquellos que suscribieron la Declaración Universal de Derechos Humanos, es decir más de 160 estados de la Tierra, deben saber qué pasa. Esos estados firmaron el 10 de Diciembre de 1948, o más adelante, la aceptación de aquel documento elaborado en el seno de las Naciones Unidas. Todos comprendieron de qué trataba, todos se comprometieron a defender los derechos proclamados. También se firmó un Tratado de Helsinki, y los países designaron representantes ante las comisiones de derechos humanos y ante tribunales internacionales.

1. Violaciones a los derechos humanos.

Si a modo de crónica cotidiana tomáramos lo ocurrido en este campo en los últimos tiempos, tendríamos que replantear la pregunta y formularla así: «¿Qué pasa con el juego hipócrita de los gobiernos en el manejo de los derechos humanos?» Bastaría con seguir mínimamente a las agencias informativas, atender a diarios, revistas, radios y TV., para responder a la pregunta. Tomemos como ejemplo el último informe de Amnistía Internacional (solamente 1992), y expongamos sumariamente algunos de los datos suministrados.

Las violaciones a los derechos humanos aumentaron en el mundo con catástrofes destacadas como las guerras de Yugoslavia y Somalia. Hubo presos de conciencia en 62 países; torturas institucionales en 110 y asesinatos políticos, usados por los gobiernos, en 45. La guerra en Bosnia-Herzegovina mostró claramente los abusos y carnicerías efectuados por todos los bandos contra decenas de miles de personas que fueron asesinadas, torturadas y hambreadas, muchas veces sólo en razón de su etnia. En otros puntos como Tayikistán y Azerbaiyán se observaron los mismos fenómenos. Las denuncias de torturas y malos tratos por parte de las fuerzas de seguridad se han elevado considerablemente en Alemania, Francia, España, Portugal, Rumania e Italia. En estos casos, la raza de las víctimas desempeñó un importante papel. También los grupos armados de oposición en el Reino Unido, España y Turquía cometieron serias transgresiones a los derechos humanos. En Estados Unidos fueron ejecutadas 31 personas (la mayor cifra desde 1977, fecha en que volviera a instaurarse la pena de muerte). Miles de civiles desarmados fueron muertos en Somalia en este período. Fuerzas de seguridad y «escuadrones de la muerte» asesinaron a alrededor de 4.000 personas en América Latina. En Venezuela ocurrieron decenas de arrestos y ejecuciones a presos políticos durante la suspensión de garantías constitucionales que sobrevino luego de los intentos de golpe del 4 de Febrero y 27 de Noviembre. En Cuba se mantuvo encarceladas, por razones políticas, a cerca de 300 personas pero al no permitirse la entrada al país de observadores internacionales de Amnistía tampoco se pudo verificar la exactitud de los datos. En Brasil, la policía mató a 111 presos durante un motín carcelario en Sao Pablo mientras que en la misma ciudad, Río de Janeiro y otros puntos del país, cientos de niños y otros «indeseables» fueron ejecutados. En Perú 139 personas «desaparecieron» y otras 65 fueron ejecutadas extrajudicialmente por las fuerzas de seguridad. Se recibieron informes de malos tratos generalizados en zonas montañosas campesinas y alrededor de 70 personas fueron condenadas a cadena perpetua tras juicios irregulares. Los grupos armados de oposición también asesinaron a varias docenas de personas en distintos puntos del territorio. En Colombia las reiteradas denuncias sobre violaciones a los derechos humanos fueron desmentidas por la consejería presidencial en la materia, atribuyendo las informaciones a opositores políticos interesados en falsear la imagen de la realidad política del país. Sin embargo, Amnistía denunció que las fuerzas armadas y los grupos paramilitares ejecutaron extrajudicialmente a no menos de 500 personas, al tiempo que los grupos armados de oposición y las organizaciones del narcotráfico asesinaron a cerca de 200. Agrega Amnistía que la lucha contra los militantes islámicos provocó un deterioro de la situación de los derechos humanos en varios países árabes como Argelia y Egipto. Torturas, procesos injustos, asesinatos políticos, «desapariciones» y otras violaciones graves fueron perpetradas por agentes gubernamentales en todo Medio Oriente. En Egipto, la adopción de una nueva legislación «facilitó» la tortura de los detenidos políticos y 8 militantes islámicos, presuntos integrantes de un grupo armado, fueron condenados a muerte por un tribunal militar «después de un proceso no equitativo». En Argelia hasta 10.000 personas fueron recluidas sin inculpación o sin proceso, en campamentos aislados en el desierto. A su vez, grupos fundamentalistas se declararon responsables de asesinatos de civiles y de graves violaciones de los derechos humanos en Argelia y Egipto, como así también en los territorios ocupados por Israel. Las detenciones sin proceso están particularmente difundidas en Siria pero también tienen lugar en Israel, Libia, Irak, Kuwait, Arabia Saudita, Marruecos y Túnez. En China, Amnistía llamó la atención sobre la cantidad de presos de «conciencia» y sobre la existencia de penas que recaen sobre activistas políticos sin previos procesos judiciales.
Agencias periodísticas de distinta orientación, han exhibido mapas del mundo en los que se ve a decenas de países salpicados por el atropello a los derechos humanos y a otros en los que se contabilizan los muertos en guerras religiosas e interétnicas. También aparecen diversos puntos en los que miles de personas han perecido por causa del hambre en su lugar de origen, o en medio de grandes migraciones.
Pero lo mencionado más arriba no agota el tema de los derechos humanos ni, consecuentemente, las violaciones que éstos sufren.

2. Los derechos humanos, la paz y el humanitarismo, como pretextos de intervención.
Hoy se habla, con renovado vigor, de los derechos humanos. Sin embargo, ha cambiado el signo de los que hacen ondear estas banderas. En décadas pasadas el progresismo trabajó activamente en la defensa de principios que habían sido consagrados por el consenso de las naciones. Por supuesto, no faltaron las dictaduras que en nombre de aquellos derechos se burlaron de la necesidad y de la libertad personal y colectiva. Algunas explicaron que mientras no se discutiera al sistema imperante los ciudadanos tendrían acceso a la vivienda, la salud, la educación y el trabajo. Lógicamente, dijeron, no había que confundir libertad con libertinaje y «libertinaje», era discutir al régimen.

Hoy las derechas han recogido aquellas banderas y se las ve activas en la defensa de los derechos humanos y de la paz, sobre todo en aquellos países que no dominan totalmente. Aprovechando algunos mecanismos internacionales organizan fuerzas de intervención capaces de llegar a cualquier punto del globo a fin de imponer la «justicia». En primer término llevan medicina y alimento para luego arremeter a balazos con las poblaciones, favoreciendo a la facción que mejor se les subordine. Pronto cualquier quinta-columna podrá invocar que en su país se altera la paz o se pisotean los derechos humanos para solicitar ayuda de los intervencionistas. En realidad, se ha perfeccionado a los primitivos tratados y pactos para la defensa mutua con documentos que legalizan la acción de fuerzas «neutrales». Así se implanta hoy, remozada, la vieja Pax Romana. En fin, son los avatares ornitológicos que comenzando con el águila de los pendones legionarios tomó luego forma de paloma picassiana hasta llegar el día de hoy en que al plumífero le han crecido garras. Ya no regresa al Arca bíblica portando una rama de olivo, sino que vuelve al arca de valores llevando un dólar en su fuerte pico.

Adecuadamente se sazona todo con tiernas argumentaciones. Y en esto hay que ser cuidadosos, porque aun cuando se interviniera en terceros países por razones humanitarias evidentes para todos, se sentarían precedentes para justificar nuevas acciones sin razones tan humanitarias ni tan evidentes para todos. Es de observar que como consecuencia del proceso de mundialización, Naciones Unidas está jugando un rol militar creciente que entraña no pocos peligros. Una vez más se está comprometiendo la soberanía y autodeterminación de los pueblos mediante la manipulación de los conceptos de paz y de solidaridad internacional.
Dejemos los temas de la paz para otra ocasión y miremos un poco más de cerca los derechos humanos que, como todos sabemos, no se limitan a cuestiones de conciencia, de libertad política y de expresión. La protección de estos derechos no se reduce tampoco a evitar la persecución, el encarcelamiento y la muerte de los ciudadanos en razón de sus diferencias con un régimen dado. Es decir, no se circunscribe a la defensa de las personas frente a la violencia física directa que pudiera ejercerse contra ellas. Sobre este punto hay mucha confusión y mucho trabajo desordenado, pero algunas ideas básicas han quedado plasmadas en la Declaración.

3. Los otros derechos humanos.

El documento, en el artículo 2.- 1., dice: «Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.» Y algunos de los derechos proclamados son los siguientes: Artículo 23.- 1. «Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.»; Artículo 25.- 1. «Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene así mismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdidas de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.»

Los artículos suscritos por los estados miembros, se basan en la concepción de la igualdad y universalidad de los derechos humanos. No están en el espíritu ni en la exposición taxativa de la Declaración, condicionales tales como: «... esos derechos serán respetados si es que no perturban las variables macroeconómicas.» O bien: «... los mencionados derechos serán respetados cuando se arribe a una sociedad de abundancia». No obstante, se podría torcer el sentido de lo expuesto apelando al Artículo 22.- «Toda persona como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.» En ese «... habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado», se diluye el ejercicio efectivo de los derechos y ello nos lleva directamente a la discusión de los modelos económicos.
Supongamos un país con suficiente organización y recursos que de pronto pasa al sistema de economía de libre mercado. En tal situación, el Estado tenderá a ser un simple «administrador» al tiempo que la empresa privada se preocupará por el desarrollo de sus negocios. Los presupuestos para salud, educación y seguridad social serán progresivamente recortados. El Estado dejará de ser «asistencialista», por consiguiente no tendrá responsabilidad en la situación. La empresa privada tampoco tendrá que hacerse cargo de los problemas ya que las leyes que pudieran obligarla a proteger tales derechos serán modificadas. La empresa entrará en conflicto aún con regulaciones sobre salubridad y seguridad laboral. Pero la idea y la práctica salvadora de la privatización de la salud pondrá a la empresa en situación de llenar el vacío dejado en la anterior etapa de transición. Este esquema se repetirá en todos los campos a medida que avance el privatismo que se ocupará de ofrecer sus eficientes servicios a quienes puedan pagarlo, con lo cual el 20% de la población tendrá cubiertas sus necesidades. ¿Quién defenderá entonces los derechos humanos dentro de la concepción universal e igualitaria si estos se ejercerán «... habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado»? Porque está claro que «cuanto más pequeño sea el Estado, más próspera será la economía de ese país», según explican los defensores de esa ideología. En este tipo de discusión, de pronto se pasará de la declamación idílica sobre la «abundancia general» a la brutalidad expositiva que con carácter de ultimátum se presentará, aproximadamente, en éstos términos: «Si las leyes limitan al capital éste abandonará el país, no llegarán inversiones, no habrá préstamos internacionales ni refinanciación de deudas contraídas anteriormente, con lo cual se reducirán las exportaciones y la producción y, en definitiva, se comprometerá el orden social.» Así, con toda simpleza, quedará expuesto uno de los tantos esquemas de extorsión. Si esto que venimos comentando lo hemos derivado de la situación de un país con suficientes recursos, en su pasaje hacia la economía de libre mercado, es fácil imaginar el agravamiento de condiciones cuando el país en cuestión no cuente con los requisitos básicos de organización ni recursos. Tal como se está planteando el Nuevo Orden mundial y en razón de la interdependencia económica, en todos los países (ricos o pobres), el capital estará atentando contra la concepción universal e igualitaria de los derechos humanos.
La discusión anterior no puede plantearse en los términos estrictamente gramaticales del artículo 22 porque en él (y en toda la Declaración de los Derechos Humanos) no se está poniendo por encima de las personas una valoración económica que relativice sus derechos. Tampoco es legítimo introducir argumentos tangenciales al explicar que siendo la economía la base del desarrollo social, hay que dedicar todos los esfuerzos a las variables macroeconómicas, para que una vez lograda la abundancia se pueda atender a los derechos humanos. Eso es tan torpemente lineal como decir: «ya que la sociedad está sometida a la ley de la gravedad, es necesario concentrarse en éste problema y cuando sea resuelto, hablaremos de los derechos humanos». En una sociedad sana a los ciudadanos no se les ocurre construir en barrancos inestables porque dan por supuestos los condicionantes de la gravedad e, igualmente, todo el mundo sabe claramente qué son los condicionantes económicos y la importancia de su correcta resolución en función de la vida humana. De todas maneras éstas son digresiones que no hacen al tema central.

La consideración sobre los derechos humanos no queda reducida a éstas últimas cuestiones de trabajo, remuneración y asistencia, como en su momento tampoco fuera limitada a los ámbitos de la expresión política y la libertad de conciencia. Hemos destacado algún defecto en la redacción de la Declaración, pero aún así debemos convenir en que bastaría con una escrupulosa aplicación de sus artículos, por parte de todos los gobiernos, para que este mundo experimentara un cambio positivo de gran importancia.

4. La universalidad de los derechos humanos y la tesis cultural.

Existen diversas concepciones del ser humano y esta variedad de puntos de vista a menudo tiene por base a las distintas culturas desde las que se observa la realidad. Lo que estamos planteando afecta globalmente a la cuestión de los derechos humanos. En efecto, frente a la idea de un ser humano universal con los mismos derechos y con las mismas funciones en todas las sociedades, hoy se levanta la tesis «cultural» que defiende una postura diferente sobre estos temas. Así, los sostenedores de esa posición consideran que los supuestos derechos universales del hombre no son sino la generalización del punto de vista que sostiene Occidente y que pretende una validez universal injustificada. Tomemos, por ejemplo, el artículo 16.- 1. «Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia; y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio»; 16.- 2. «Sólo mediante libre y pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse matrimonio»; 16.- 3. «La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.» Estos tres incisos del artículo 16 traen numerosas dificultades de interpretación y aplicación a varias culturas que partiendo del Oriente Medio y del Levante, llegan al Asia y al Africa. Es decir, traen dificultades a la mayor parte de la humanidad. Para ese mundo tan extenso y variado ni siquiera el matrimonio y la familia coinciden con los parámetros que parecían tan «naturales» al Occidente. Por consiguiente, esas instituciones y los derechos humanos universales referidos a ellas, están en discusión. Otro tanto ocurre si tomamos la concepción del Derecho en general y de la Justicia, si confrontamos las ideas de punición del delincuente con las de rehabilitación del que delinque, tópicos éstos en los que no hay acuerdo aún entre los países del mismo contexto cultural occidental. Sostener como válido para toda la humanidad el punto de vista de la propia cultura lleva a situaciones francamente grotescas. Así, en los Estados Unidos se aprecia como un atentado a los derechos humanos universales el seccionamiento legal de la mano del ladrón, que se practica en algunos países árabes, mientras se discute académicamente si es más humano el gas cianhídrico, la descarga de 2.000 voltios, la inyección letal, el ahorcamiento u otra macabra delicia de la pena capital. Pero también es claro que así como en este país hay una gran porción de la sociedad que repudia la pena de muerte, en aquél otro lugar son numerosos los detractores de todo tipo de castigo físico para el reo. El mismo Occidente, arrastrado por el cambio de usos y costumbres se ve en un aprieto a la hora de sostener su idea tradicional de la familia «natural». ¿Puede existir hoy familia con hijos adoptivos? Desde luego que sí. ¿Puede existir familia en la que la pareja esté constituida por miembros del mismo sexo? Algunas legislaciones ya lo admiten. ¿Qué define entonces a la familia, su carácter «natural» o el compromiso voluntario de cumplir con determinadas funciones? ¿En qué razones puede basarse la excelencia de la familia monogámica de algunas culturas sobre la poligámica o poliándrica de otras culturas? Si ese es el estado de la discusión, ¿se puede seguir hablando de un Derecho universalmente aplicable a la familia? ¿Cuáles serán y cuáles no serán los derechos humanos que deban defenderse en esa institución? Claramente, la dialéctica entre la tesis universalista (poco universal en su propia área) y la cultural, no puede resolverse en el caso de la familia (que he tomado como uno de muchos ejemplos posibles) y me temo que tampoco pueda solucionarse en otros campos del quehacer social.

Digámoslo de una vez: aquí está en juego la concepción global del ser humano insuficientemente fundamentada por todas las posturas en pugna. La necesidad de tal concepción es evidente porque ni el Derecho en general, ni los derechos humanos en particular, podrán prevalecer si no se aclaran en su significado más profundo. Ya no es el caso de plantearse en abstracto las cuestiones más generales del Derecho. O se trata de derechos que para ser vigentes dependen del poder establecido, o se trata de derechos como aspiraciones a cumplirse. Sobre esto, hemos dicho en otra ocasión (La Ley, en El Paisaje Humano- Humanizar la Tierra): «Gentes prácticas no se han perdido en teorizaciones y han declarado que es necesario que exista una ley para que exista la convivencia social. También se ha afirmado que la ley se hace para defender los intereses de quienes la imponen. Al parecer, es la situación previa de poder la que instala una determinada ley que a su vez legaliza al poder. Así es que el poder como imposición de una intención, aceptada o no, es el tema central. Se dice que la fuerza no genera derechos, pero este contrasentido puede aceptarse si se piensa a la fuerza sólo como hecho físico brutal, cuando en realidad la fuerza (económica, política, etc.) no necesita ser expuesta perceptualmente para hacerse presente e imponer respeto. Por otra parte, aún la fuerza física (la de las armas por ejemplo), expresada en su descarnada amenaza, impone situaciones que son justificadas legalmente, y no debemos desconocer que el uso de las armas en una u otra dirección depende de la intención humana y no de un derecho...» Y más adelante: «Quien viola una ley desconoce una situación impuesta en el presente, exponiendo su temporalidad (su futuro) a las decisiones de otros. Pero es claro que aquel «presente» en el que la ley comienza a tener vigencia, tiene raíces en el pasado. La costumbre, la moral, la religión, o el consenso social suelen ser las fuentes invocadas para justificar la existencia de la ley. Cada una de ellas, a su vez, depende del poder que la impuso. Y estas fuentes son revisadas cuando el poder que las originó ha decaído o se ha transformado de tal modo que el mantenimiento del orden jurídico anterior comienza a chocar con lo «razonable», con el «sentido común», etc. Cuando el legislador cambia una ley o un conjunto de representantes del pueblo cambia la Carta Fundamental de un país, no se viola aparentemente la ley en general porque quienes actúan no quedan expuestos a las decisiones de otros, porque tienen en sus manos el poder, o actúan como representantes de un poder, y en esa situación queda en claro que el poder genera derechos y obligaciones y no a la inversa.» Para terminar con la cita: «Los derechos humanos no tienen la vigencia universal que sería deseable porque no dependen del poder universal del ser humano, sino del poder de una parte sobre el todo. Si los más elementales reclamos sobre el gobierno del propio cuerpo son pisoteados en todas las latitudes, solo podemos hablar de aspiraciones que tendrán que convertirse en derechos. Los derechos humanos no pertenecen al pasado, están allí en el futuro succionando la intencionalidad, alimentando una lucha que se reaviva en cada nueva violación al destino del hombre. Por esto, todo reclamo que se haga a favor de ellos tiene sentido porque muestra a los poderes actuales que no son omnipotentes y que no tienen controlado el futuro.»

Sobre nuestra concepción general del ser humano no es necesario volver acá ni reafirmar que el reconocimiento que hacemos de las realidades culturales diversas no invalida la existencia de una común estructura humana en devenir histórico y en dirección convergente. La lucha por el establecimiento de una nación humana universal es también la lucha, desde cada cultura, por la vigencia de derechos humanos cada vez más precisos. Si en una cultura de pronto se desconoce el derecho a la vida plena y a la libertad poniendo por encima del ser humano otros valores, es porque allí algo se ha desviado, algo está en divergencia con el destino común y, entonces, la expresión de esa cultura en ese punto preciso, debe ser claramente repudiada. Es cierto que contamos con formulaciones imperfectas de los derechos humanos, pero es por ahora lo único que tenemos en nuestras manos para defender y perfeccionar. Estos derechos hoy son considerados como simples aspiraciones y no pueden ser plenamente vigentes dados los poderes establecidos. La lucha por la plena vigencia de los derechos humanos lleva, necesariamente, al cuestionamiento de los poderes actuales orientando la acción hacia la sustitución de éstos por los poderes de una nueva sociedad humana.
Reciban con ésta, un gran saludo.
21 de noviembre de 1993

DECIMA CARTA A MIS AMIGOS

Estimados amigos:

¿Cuál es el destino de los acontecimientos actuales? Los optimistas piensan que entraremos en una sociedad mundial de abundancia en la que los problemas sociales quedarán resueltos; una suerte de paraíso en la Tierra. Los pesimistas consideran que los síntomas actuales muestran una enfermedad creciente de las instituciones, de los grupos humanos y hasta del sistema demográfico y ecológico global; una suerte de infierno en la Tierra. Los que relativizan la mecánica histórica, dejan todo reservado al comportamiento que asumamos en el momento actual; el cielo o el infierno dependerán de nuestra acción. Por supuesto, están aquellos a quienes no les interesa en lo más mínimo qué ocurrirá a quienes no sean ellos mismos.
Entre tanta opinión nos importa aquella que hace depender el futuro de lo que hagamos hoy. Sin embargo, aún en esta postura hay diferencias de criterio. Algunos dicen que como esta crisis ha sido provocada por la voracidad de la banca y las compañías multinacionales, al llegar a un punto peligroso para sus intereses estas pondrán en marcha mecanismos de recuperación, tal como ha sucedido en ocasiones anteriores. En materia de acción propician la adaptación gradual a los procesos de reconversión del capitalismo en beneficio de las mayorías. Otros, en cambio, indican que no es el caso de hacer depender toda la situación del voluntarismo de las minorías, por lo tanto se trata de manifestar la voluntad de las mayorías mediante la acción política y el esclarecimiento del pueblo que se encuentra extorsionado por el esquema dominante. Según ellos llegará un momento de crisis general del sistema y esa situación debe ser aprovechada para la causa de la revolución. Más allá están quienes sostienen que tanto el capital como el trabajo, las culturas, los países, las formas organizativas, las expresiones artísticas y religiosas, los grupos humanos y hasta los individuos están enredados en un proceso de aceleración tecnológica y de desestructuración que no controlan. Se trata de un largo proceso histórico que hoy hace crisis mundial y que afecta a todos los esquemas políticos y económicos, no dependiendo de éstos la desorganización general ni la recuperación general. Los defensores de esa visión estructural insisten en que es necesario forjar una comprensión global de estos fenómenos al tiempo que se actúa en los campos mínimos de especificidad social, grupal y personal. Dada la interconexión del mundo no sostienen un gradualismo exitoso que sería adoptado socialmente a lo largo del tiempo, sino que tratan de generar una serie de «efectos demostración» suficientemente enérgicos para producir una inflexión general del proceso. Consecuentemente, exaltan la capacidad constructiva del ser humano para abocarse a transformar las relaciones económicas, modificar las instituciones y luchar sin descanso para desarmar a todos los factores que están provocando una involución sin retorno. Nosotros adherimos a esta última postura. Está claro que tanto ésta como las anteriores han sido simplificadas y, además, se ha eludido a múltiples variantes que derivan de cada una de ellas.

1.- La desestructuración y sus límites.

Resulta pertinente destacar los límites de la desestructuración política considerando que ésta no se detendrá hasta llegar a la base social y al individuo. Ejemplifiquemos. En algunos países se hace más evidente que en otros la pérdida del poder político centralizado. Gracias al fortalecimiento de las autonomías o a la presión de las corrientes secesionistas ocurre que determinados grupos de intereses, o simples oportunistas, desearían detener el proceso justamente allí donde quedara en sus manos el control de la situación. De acuerdo a esas aspiraciones el cantón secesionado, o la nueva república separada del país anterior, o la autonomía liberada del poder central deberían permanecer como las nuevas estructuras organizativas. Pero ocurre que estos poderes comienzan a ser cuestionados por las microregiones, los municipios o comunas, los condados, etc. Nadie ve por qué razones una autonomía liberada del poder central debería, a su vez, centralizar el poder con respecto a unidades menores por más que se pusiera como pretexto el uso del mismo idioma, o un folklore común, o una imponderable «colectividad histórica y cultural», porque cuando se trata de recaudación fiscal y de finanzas, el folklore queda solamente para el turismo y las compañías discográficas. En el caso de que los municipios se emanciparan del poder autonómico, los barrios aplicarían la misma lógica y así habría de seguir esa cadena hasta los vecinos que viven separados por una calle. Alguien podría decir: «Por qué habríamos de pagar los mismos impuestos los que vivimos de este lado de la línea y los que viven del otro lado. Nosotros tenemos condiciones de vida más altas y nuestros impuestos van a solucionar los problemas de esa otra gente que no quiere progresar con su esfuerzo. Mejor es que cada uno se arregle con lo suyo». Desde luego que en cada casa del vecindario se podrían escuchar las mismas inquietudes y nadie podría detener ese proceso mecánico justamente en el punto que a él le interesara. Es decir que no se frenaría todo en un simple proceso de feudalización al estilo medieval, dado por poblaciones reducidas y distantes y por relaciones de intercambio esporádicas a través de vías de comunicación controladas por los feudos en pugna o por bandas recaudadoras de peaje. La situación no se asemeja a la de otras épocas en materia de producción, consumo, tecnología, comunicaciones, densidad demográfica, etc.
Por otra parte, las regiones económicas y los mercados comunes tienden a absorber el poder decisorio de los antiguos países. En una región dada, las autonomías podrían eludir a la antigua unidad nacional, pero también los municipios, o grupos de municipios, tenderían a saltar los viejos niveles administrativos y pedir su inclusión en la nueva superestructura regional reclamando su participación de miembro pleno. Aquellas autonomías, o municipios, o grupos de municipios, que contaran con un fuerte potencial económico podrían ser considerados seriamente por la unidad regional.

Nada excluye que en la guerra económica entre los distintos bloques regionales, algunos países miembros comiencen a establecer relaciones «bilaterales o multilaterales» escapando a la órbita del mercado regional en el que están incluidos. ¿Por qué Inglaterra, p. ej. no podría establecer relaciones más estrechas con el NAFTA de América del Norte, logrando al principio excepciones dentro de la CEE y luego, de acuerdo al avance de los negocios?, ¿qué impediría que se incluyera en el nuevo mercado regional abandonando el anterior? Y si Canadá entrara en un proceso de secesión ¿qué impediría que Quebec comenzara negociaciones fuera de la región del NAFTA? Ya no podrían existir en Sudamérica organizaciones del tipo de la ALALC o del Pacto Andino si Colombia y Chile comenzaran a integrar sus economías con miras a la inclusión en el NAFTA frente a un MERCOSUR que se vería afectado por posibles secesiones en Brasil. Por otra parte, si Turquía, Argelia y otros puntos del sur del Mediterráneo comenzaran su inclusión en la CEE, los países excluidos reforzarían su mutuo acercamiento para negociar como conjunto con otras áreas geográficas. Y ¿qué pasaría en el contexto de los bloques regionales que hoy se visualizan, con potencias como China, Rusia y el Este europeo, dadas sus rápidas transformaciones centrífugas?

Probablemente las cosas no resulten como en los ejemplos que hemos dado, pero la tendencia a la regionalización puede tomar caminos inesperados y resultar un esquema bien diferente al que se plantea hoy en base a la contigüidad geográfica y, por tanto, en base al adocenado prejuicio geopolítico. De manera que un nuevo desorden puede ocurrir dentro de esquemas recientes que tienen como objetivo no solamente la unión económica sino también una intención de bloque político y militar. Y como, en definitiva, será el gran capital quien decida la mejor evolución de sus negocios nadie debería estar tan seguro imaginando mapas regionales arreglados de acuerdo a la contigüidad geográfica en la que la carretera, la vía férrea y el enlace radial fueron protagonistas pero que hoy tienden a quedar rediseñados por el tráfico aéreo y marítimo de gran volumen, y la comunicación satelital mundial. Ya en épocas del colonialismo la continuidad geográfica fue sustituida por un damero ultramarino de grandes potencias, que fue declinando con los dos conflictos mundiales. La reacomodación actual, para algunos, retrotrae el problema a etapas pre coloniales haciéndoles imaginar que una región económica debe estar organizada en un continuum espacial con lo cual proyectan su nacionalismo particular hacia una suerte de «nacionalismo» regional.

En definitiva, estamos diciendo que los límites de la desestructuración no están dados en lo particular por los nuevos países emancipados o las autonomías liberadas de un poder central y que tampoco están dados en lo general, por regiones económicas organizadas sobre la base de la contigüidad geográfica. Los límites mínimos en la desestructuración están llegando al simple vecino y al individuo, y los máximos a la comunidad mundial.

2.- Algunos campos importantes en el fenómeno de la desestructuración.

Quisiera destacar, entre tantos otros posibles, tres campos de desestructuración: el político, el religioso y el generacional.
Queda claro que los partidos se alternarán ocupando el ya reducido poder estatal, resurgiendo como «derechas», «centros» e «izquierdas». Ya ocurren y ocurrirán muchas «sorpresas» al comprobarse que fuerzas dadas por desaparecidas emergen nuevamente y que agrupaciones y alineamientos entronizados desde décadas atrás se disuelven en medio del descrédito general. Esto no es una novedad en el juego político. Lo realmente original es que tendencias supuestamente opuestas podrán sucederse sin modificar en lo más mínimo el proceso desestructurador que, desde luego, las afectará a ellas mismas. Y si se trata de propuestas, lenguaje y estilo político, podremos asistir a un sincretismo general en el que los perfiles ideológicos quedarán cada día más borrosos. Frente a una lucha de slogans y formas vacías, el ciudadano medio se irá alejando de toda participación para concentrarse en lo más perceptual e inmediato. Pero la disconformidad social se hará sentir crecientemente mediante el espontaneísmo, la desobediencia civil, el desborde y la aparición de fenómenos psicosociales de crecimiento explosivo. Es en este punto donde aparece con peligrosidad el neo irracionalismo que puede liderar asumiendo formas de intolerancia como bandera de lucha. En este sentido es claro que si un poder central pretende asfixiar los reclamos independentistas, las posiciones tenderán a radicalizarse arrastrando a las agrupaciones políticas a su propia esfera. ¿Qué partido podrá quedar indiferente (a riesgo de perder su influencia) si estalla la violencia en un punto motivada por la cuestión territorial, étnica, religiosa o cultural? Las corrientes políticas habrán de tomar posiciones como hoy ocurre en varios lugares de Africa (18 puntos en conflicto); América (Brasil, Canadá, Guatemala y Nicaragua, sin considerar los reclamos de las colectividades indígenas de Ecuador y otros países de América del sur y sin atender a la agudización del problema racial en Estados Unidos); Asia (10 puntos, contando el conflicto chino-tibetano pero sin destacar las diferencias intercantonales que están surgiendo a lo largo de toda China); Asia del sur y del pacífico (12 puntos, incluyendo los reclamos de las colectividades autóctonas de Australia); Europa occidental (16 puntos); Europa oriental (4 puntos, tomando a Chequia y Eslovaquia, a la ex Yugoslavia, a Chipre y a la ex Unión Soviética como un solo punto cada una, porque de otro modo las zonas en conflicto pueden elevarse a 30, teniendo en cuenta a varios países de los Balcanes y a la Ex Unión Soviética con dificultades interétnicas y fronterizas en más de 20 repúblicas repartidas más allá de Europa oriental); Levante y Medio Oriente (9 puntos).

También los políticos tendrán que hacerse eco de la radicalización que van experimentando las religiones tradicionales como ocurre entre musulmanes e hinduístas en India y Pakistán, entre musulmanes y cristianos en la ex Yugoslavia y Líbano, entre hinduístas y budistas en Sri Lanka. Deberán expedirse en las luchas ínter sectas dentro de una misma religión como ocurre en la zona de influencia del Islam entre sunnitas y chiitas, y en la zona de influencia del cristianismo entre católicos y protestantes. Habrán de participar en la persecución religiosa que ha comenzado en Occidente a través de la Prensa y de la instauración de leyes limitantes a la libertad de culto y de conciencia. Es evidente que las religiones tradicionales tenderán al acoso de las nuevas formas religiosas que están despertando en todo el mundo. Según los bienpensantes, normalmente ateos pero objetivamente aliados de la secta dominante, el hostigamiento a los nuevos grupos religiosos «no constituye una limitación a la libertad de pensamiento sino una protección a la libertad de conciencia que se ve agredida por el lavado de cerebro de los nuevos cultos que, por lo demás, atentan contra los valores tradicionales, la cultura y la forma de vida de la civilización». De este modo, políticos ajenos al tema religioso comienzan a tomar partido en esta orgía de cazabrujas porque, entre otras cosas, avizoran la popularidad masiva que empiezan a lograr estas nuevas expresiones de fe de trasfondo revolucionarista. Ya no podrán decir como en el siglo XIX, «la religión es el opio de los pueblos», ya no podrán hablar del aislamiento adormecido de las multitudes y los individuos, cuando las masas musulmanas proclaman la instauración de repúblicas islámicas; cuando el budismo en Japón (desde el colapso de la religión nacional Shinto al fin de la segunda guerra mundial) motoriza la toma del poder por el Komeitó; cuando la Iglesia Católica tiende a la formación de nuevas corrientes políticas luego del desgaste del social cristianismo y del Tercermundismo en América Latina y Africa. En todo caso, los filósofos ateos de los nuevos tiempos, tendrán que cambiar los términos y reemplazar en su discurso el «opio de los pueblos» por la «anfetamina de los pueblos».

Las dirigencias tendrán que fijar posiciones respecto a una juventud que toma características de «grupo de riesgo mayoritario» porque se le atribuye peligrosas tendencias hacia la droga, la violencia y la incomunicación. Estas dirigencias que insisten en ignorar las raíces profundas de tales problemas no están en condiciones de dar respuestas adecuadas por medio de la participación política, el culto tradicional, o las ofertas de una civilización decadente manejada por el Dinero. Mientras tanto se está facilitando la destrucción síquica de toda una generación y el surgimiento de nuevos poderes económicos que medran vilmente con la angustia y el abandono psicológico de millones de seres humanos. Muchos se preguntan ahora a qué se debe el crecimiento de la violencia en los jóvenes, como si no hubieran sido las viejas generaciones y la actual que detenta el poder, las que han perfeccionado una violencia sistemática aprovechando inclusive los avances de la ciencia y la tecnología para hacer más eficientes sus manipulaciones. Algunos destacan un cierto «autismo» juvenil, y teniendo en cuenta esa apreciación podría establecerse relaciones entre el alargamiento de vida de los adultos y el mayor tiempo de capacitación requerido para que los jóvenes superen el umbral de postergación. Esta explicación tiene asidero pero es insuficiente a la hora de entender procesos más amplios. Lo observable es que la dialéctica generacional, motor de la historia, ha quedado provisionalmente atascada y con ello se ha abierto un peligroso abismo entre dos mundos. Aquí es oportuno recordar que cuando algún pensador advirtió hace décadas sobre aquellas tendencias que hoy ya se expresan como problemas reales, los mandarines y sus formadores de opinión solo atinaron a rasgarse las vestiduras acusando a tal discurso de promover la guerra generacional. En aquellos tiempos, una poderosa fuerza juvenil que debería haber expresado el advenimiento de un fenómeno nuevo, pero también la continuación creativa del proceso histórico, fue desviada hacia las difusas exigencias de la década del ’60 y empujada hacia un guerrillerismo sin salida en varios puntos del mundo. Si se pretende actualmente que las nuevas generaciones canalicen su desesperación en el tumulto musical y en el estadio de fútbol, limitando sus reclamos a la camiseta y el póster de inocentes proclamas, habrá nuevos problemas. Tal situación de asfixia crea condiciones catárticas irracionales aptas para ser canalizadas por los fascistas, los autoritarios y los violentistas de todo tipo. No es sembrando la desconfianza hacia los jóvenes o sospechando en todo niño a un criminal en potencia, como se establecerá el diálogo.

Por lo demás, nadie muestra entusiasmo por dar participación en los medios de comunicación social a las nuevas generaciones, nadie está dispuesto a la discusión pública de estos problemas a menos que se trate de «jóvenes ejemplares» que reproduzcan la temática politiquera con música de rock o se aboquen, con espíritu de boys scouts, a limpiar pingüinos empetrolados sin cuestionar al gran capital como promotor del desastre ecológico! Mucho me temo que cualquier organización genuinamente juvenil (sea laboral, estudiantil, artística o religiosa) será sospechada de las peores maldades al no estar apadrinada por un sindicato, un partido, una fundación o una iglesia. Luego de tanta manipulación se ha de seguir preguntando por qué no se integran los jóvenes en las maravillosas propuestas que hace el poder establecido y se ha de seguir respondiendo que el estudio, el trabajo y el deporte tienen ocupados a los futuros ciudadanos de provecho. En tal caso nadie debería preocuparse por la falta de «responsabilidad» de gente tan atareada. Pero si la desocupación sigue trepando, si la recesión se hace crónica, si el desamparo cunde por doquier veremos en qué se transforma la no participación de hoy. Por diferentes motivos (guerras, hambrunas, desocupación, fatiga moral) se ha desestructurado la dialéctica generacional produciéndose aquel silencio de dos largas décadas, aquella quietud que tiende ahora a ser conmovida por un grito y por una acción desgarradora sin destino.

Por todo lo anterior parece claro que nadie podrá orientar razonablemente los procesos de un mundo que se disuelve. Esta disolución es trágica pero también alumbra el nacimiento de una nueva civilización, la civilización mundial. Si esto es así, también se ha de estar desintegrando un tipo de mentalidad colectiva al tiempo que emerge una nueva forma de concientizar el mundo. Sobre este punto quisiera traer aquí lo dicho en la primera carta: «... está naciendo una sensibilidad que se corresponde con los nuevos tiempos. Es una sensibilidad que capta al mundo como una globalidad y que advierte que las dificultades de las personas en cualquier lugar terminan implicando a otras aunque se encuentren a mucha distancia. Las comunicaciones, el intercambio de bienes y el veloz desplazamiento de grandes contingentes humanos de un punto a otro, muestran ese proceso de mundialización creciente. También están surgiendo nuevos criterios de acción al comprenderse la globalidad de muchos problemas, advirtiéndose que la tarea de aquellos que quieren un mundo mejor será efectiva si se la hace crecer desde el medio en el que se tiene alguna influencia. A diferencia de otras épocas llenas de frases huecas con las que se buscaba reconocimiento externo, hoy se empieza a valorar el trabajo humilde y sentido mediante el cual no se pretende agrandar la propia figura sino cambiar uno mismo y ayudar a hacerlo al medio inmediato familiar, laboral y de relación. Los que quieren realmente a la gente no desprecian esa tarea sin estridencias, incomprensible en cambio para cualquier oportunista formado en el antiguo paisaje de los líderes y la masa, paisaje en el que él aprendió a usar a otros para ser catapultado hacia la cúspide social. Cuando alguien comprueba que el individualismo esquizofrénico ya no tiene salida y comunica abiertamente a todos sus conocidos qué es lo que piensa y qué es lo que hace sin el ridículo temor a no ser comprendido; cuando se acerca a otros; cuando se interesa por cada uno y no por una masa anónima; cuando promueve el intercambio de ideas y la realización de trabajos en conjunto; cuando claramente expone la necesidad de multiplicar esa tarea de reconexión en un tejido social destruido por otros; cuando siente que aún la persona más «insignificante» es de superior calidad humana que cualquier desalmado puesto en la cumbre de la coyuntura epocal... cuando sucede todo esto, es porque en el interior de ese alguien comienza a hablar nuevamente el Destino que ha movido a los pueblos en su mejor dirección evolutiva, ese Destino tantas veces torcido y tantas veces olvidado, pero re-encontrado siempre en los recodos de la historia. No solamente se vislumbra una nueva sensibilidad, un nuevo modo de acción sino, además, una nueva actitud moral y una nueva disposición táctica frente a la vida».

Cientos de miles de personas en todo el mundo adhieren hoy a las ideas plasmadas en el Documento Humanista. Están los comunista-humanistas; los social-humanistas; los ecologista-humanistas que sin renunciar a sus banderas dan un paso hacia el futuro. Están los que luchan por la paz, por los derechos humanos y por la no discriminación. Desde luego, están los ateos y la gente de fe en el ser humano y su trascendencia. Todos estos tienen en común una pasión por la justicia social, un ideal de hermandad humana en base a la convergencia de la diversidad, una disposición a saltar sobre todo prejuicio, una personalidad coherente en que la vida personal no está separada de la lucha por un nuevo mundo.

3. La acción puntual.

Todavía quedan militantes políticos que se inquietan por saber quién será primer ministro, presidente, senador o diputado. Es posible que aquellos no comprendan hacia qué desestructuración estamos avanzando y qué poco significan las mentadas «jerarquías» en orden a la transformación social. También habrá más de un caso en el que la inquietud está ligada a la situación personal de supuestos militantes preocupados por su ubicación en el ámbito del negocio político. La pregunta, en todo caso, debe referirse a comprender cómo priorizar los conflictos en los lugares en que cada uno desarrolla su vida cotidiana y saber cómo organizar frentes de acción adecuados en base a dichos conflictos. En todo caso debe quedar en claro qué características deben tener las comisiones laborales y estudiantiles de base, los centros de comunicación directa y las redes de consejos vecinales; qué se debe hacer para dar participación a todas las organizaciones mínimas en las que se exprese el trabajo, la cultura, el deporte y la religiosidad popular. Y aquí conviene aclarar que cuando nos referimos al medio inmediato de las personas formado por compañeros de trabajo, parientes y amigos, en particular debemos mencionar a los lugares en que se dan esas relaciones.

Hablando en términos espaciales, la unidad mínima de acción es el vecindario en el que se percibe todo conflicto aunque sus raíces estén muy distantes. Un centro de comunicación directa es un punto vecinal en el que ha de discutirse todo problema económico y social, todo problema de salud, de educación y de calidad de vida. La preocupación política consiste en priorizar ese vecindario antes que el municipio, o el condado, o la provincia, o la autonomía, o el país. En verdad, mucho antes de que se formaran los países existían las personas congregadas como grupos humanos que al radicarse se convirtieron en vecinos. Luego, y a medida que se fueron montando superestructuras administrativas, se les fue arrebatando su autonomía y su poder. De esos habitantes, de esos vecinos, deriva la legitimidad de un orden dado y desde allí debe levantarse la representatividad de una democracia real. El municipio debe estar en manos de las unidades vecinales y, si esto es así, no puede plantearse como objetivo emplazar diputados y representantes de distintos niveles, como ocurre en la política cupular, sino que ese emplazamiento debe ser consecuencia del trabajo de la base social organizada. El concepto de «unidad vecinal» vale tanto para una población extensa como para una población concentrada en barrios o edificaciones de altura. La conexión entre unidades vecinales debe decidir la situación de una comuna dada y esa comuna no puede, inversamente, depender en sus decisiones de una superestructura que dicta órdenes. En el momento en que las unidades vecinales pongan en marcha un plan humanista de acción municipal y ese municipio o comuna organice su democracia real, el «efecto demostración» se hará sentir mucho más allá de los límites de ese bastión. No se trata de plantear un gradualismo que deba ir ganando terreno hasta llegar a todos los rincones de un país, sino de mostrar en la práctica que en un punto está funcionando un nuevo sistema.

Los problemas de detalle que presenta todo lo anterior son numerosos, pero su tratamiento en este escrito parece excesivo.
Reciban con esta última carta, un gran saludo.
15 de diciembre de 1993