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Hace pocos días, durante el foro humanista europeo de Lisboa, un amigo argentino, humanista, y economista, llamado Guillermo Sullings, presentó un trabajo extraordinario sobre la violencia económica. Rescaté apenas unos pocos párrafos, pero al final encuentran un link donde poder leer el artículo completo llamado “Economía y violencia”, imperdible.
“No es sencillo comprender cómo los esfuerzos competitivos de una persona para conseguir un puesto de trabajo, se corresponden con la impotencia de quien queda desocupado.
No se ve con claridad cómo la ostentación de algunos genera la envidia y el resentimiento de otros.
No se entiende que a veces, el afán de cada cual por ocuparse exclusivamente de su propia vida, se torna en indiferencia hacia otros; y mucho menos se entiende que esa indiferencia, también es violencia.
Es por todo eso que tampoco se entiende a la violencia irracional, ejercida por aquellos que ya no tienen nada que perder, contra una sociedad a la que intuyen colaboracionista con el sistema que los margina. Y tal vez desde esa falta de entendimiento, es que a veces se avalan, como solución a la violencia, las políticas represivas y agresivas del sistema, fronteras adentro y fronteras afuera, con el pretexto de combatir a los violentos.”
La verdad, muy claro.
Agrego otra parte que me gustó mucho también por su claridad:
“Lograron convencer a la gente de que el sentido de la vida era el éxito económico y cierto estilo de vida; pero como eso es para unos pocos elegidos, la vida pierde sentido para la mayoría. O sea, que el sistema capitalista vacía a la gente por fuera, y también por dentro. Y desde luego que los exitosos también quedan vacíos por dentro. Y desde luego que fracasar en la carrera de la estupidez, debiera finalmente ser reconfortante, y abrirnos paso al verdadero sentido de la vida. Pero mientras dure la hipnosis, los fracasos no aceptados se transforman en depresión, resentimiento, envidia, y búsqueda de revancha por cualquier vía; y eso se traduce en violencia de todo tipo.
Es como si hubiera una guerra civil no declarada. Y en las guerras se trastocan los valores: no hay amor, no hay compasión, no hay respeto, no hay códigos de convivencia, y todo se justifica en la lucha contra el enemigo. Enemigo es el que tiene más que yo, porque lo culpo de lo que no tengo. Enemigo es el que tiene menos que yo, porque siento que me asecha. Enemigo es el que tiene igual que yo, porque estamos compitiendo y no permitiré que me saque ventaja. Y con el enemigo vale todo, vale la traición, vale el despojo, el robo, el crimen, la explotación, y la indiferencia ante su sufrimiento.
Así las cosas, el delincuente no se siente delincuente, se considera un justiciero que toma lo que la sociedad le niega. El que odia a los que más tienen, no se reconoce como un resentido, siente que con su odio hace justicia. El que desprecia a los perdedores, está convencido de que son inferiores y tienen lo que merecen. Cada cual conforma su escala de valores de acuerdo a su propia violencia interna, y en función de ella proyecta su violencia afuera. Esta violencia, en la medida que las personas logran mantenerse dentro del sistema, suele canalizarse dentro de los “carriles legales”, y se ejerce la violencia bajo el amparo de la ley. Pero en la medida que más gente va siendo marginada del sistema, aumenta la violencia considerada ilegal, creciendo los desbordes y la consecuente represión, que realimenta el círculo vicioso de la violencia.”