Desde Bonn, Alemania.
Agosto, verano. Bien temprano. La naturaleza sonríe. Nos invita a un romanticismo goethiano y a la paz eterna de Kant.
Recojo el diario. Título: “La miseria de los niños”. “En Somalia mueren trece niños de hambre por día, por cada diez mil habitantes. Doce millones de africanos no tienen qué comer”.
Siguen otros títulos: “En Siria otros cien muertos en la represión”. “Japón: Fukushima, cada vez más peligro nuclear.” “Hambre en Estados Unidos.” “Italia y España ante más desocupación”. “Bestial represión contra los estudiantes en Chile.” “En la Argentina continúa la represión contra pueblos originarios, el caso Ledesma.”
Cierro el diario. No me decido si quiero leer una poesía de Goethe o abro un libro de Kant.
No. Me meto en el mundo. Leo a Marcia Pally, la docente en ciencias culturales de la Universidad de Nueva York. Describe, en un escrito titulado “Hurto famélico en Manhattan”, cómo la gente sin trabajo, en Estados Unidos, va a los parques estatales a buscar alimentos.
Escribe: “No son gente sin techo. No, son de clase media: Y no revuelven la basura, sino que se llevan hojas, plantas y frutas de los árboles de los parques para la cena. Gente vecina al Parque Kissena, de Queens, informó que ha desaparecido un árbol entero de cerezas y se llevaron los peces y las tortugas de las fuentes. La búsqueda de alimentos ha alcanzado mientras tanto niveles increíbles.
El gobierno podría acabar con los sueldos extra que se paga a la policía y repartir ese dinero entre la gente. Mejor se los mete presos y por lo menos comen la comida de la prisión”.
Ironías plenas de rabia en el país que tiene tropas en todo el mundo y que es el máximo exportador de armas, el 34,6 por ciento de todas esas exportaciones provienen de Estados Unidos, cuyas empresas ganan miles de millones de dólares en un país que ahora se descubre que no puede ni alimentar a todos sus habitantes. No, ni siquiera en una novela podría ser creíble esto. Pero es la realidad.
Claro, los economistas del sistema le quitan importancia señalando con voz grave: “No, se trata sólo de una crisis”. Y la pregunta es: ¿Cómo no es posible prevenir las crisis en el país más rico del mundo? No, la verdadera respuesta es: se trata de la irracionalidad del sistema.
Lo vemos en la Italia de Berlusconi. Este político, que ante la oposición dijo: “¿Crisis? No, ¿de qué crisis me hablan?”. La misma derecha italiana, su aliada, acaba de sentenciar a Berlusconi diciendo que “él mismo provocó su suicidio político”. Berlusconi, aquel de que “el capitalismo lo soluciona todo por sí mismo”. Los diarios del sistema lo califican hoy de “desconcertado en la crisis”. Un lunfardiano argentino lo hubiera bautizado tal vez mejor: “Chanta ante la realidad”.
Sí, porque la realidad está dada en el consumo irracional y en la explotación de las fuerzas del trabajo. Harald Welzer, director del Center for Interdisciplinary Memory Research en Essen, ha escrito un texto sabio sobre derechos humanos.
Comienza con una cita. La declaración general sobre Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 1948. Repetimos, 1948. Recorrámosla una vez más en toda su sabiduría:
“Cada uno de los seres humanos tiene derecho a un nivel de vida que le asegure a él y su familia salud y bie-nestar, inclusive alimentos, vestuario, vivienda, atención médica y servicios sociales, así como el derecho a seguridad en el caso de falta de trabajo, enfermedad, invalidez o viudez”.
En contraposición a eso, Welzer muestra la realidad:
“Una séptima parte de la humanidad está desnutrida, dos mil millones de personas no tienen atención médica alguna, mil millones no tienen acceso a agua limpia, 200 millones de niños son soldados, o están prostituidos, o son trabajadores nómadas o trabajan 18 horas por día tejiendo alfombras.
Enfrente, las estadísticas dicen que 1200 personas poseen más del 3 por ciento de la fortuna privada mundial, mientras que la mitad de la humanidad apenas cuenta con el dos por ciento de esos bienes”.
Todo esto en un mundo sin soluciones: con poblaciones hambrientas, niños que mueren por falta de comida, un planeta infectado por el mal uso de las materias de la naturaleza, con cada vez más autos de lujo y menos trabajo.
La cantidad de ropa nueva comprada en el mundo occidental se ha duplicado en la última década, para no hablar de los aparatos técnicos de consumo, y en Europa y en Estados Unidos el 40 por ciento de la comida sobrante es tirada a la basura.
Además, el armamentismo crece. Basta un ejemplo:
en los Emiratos Arabes Unidos se está formando un ejército mercenario que está costando 500 millones de dólares. Lo organiza una empresa norteamericana. Los soldados contratados provienen en su mayoría de Alemania y Colombia, con muy buenos sueldos. Los oficiales provienen de Estados Unidos, Francia, Sudáfrica y Alemania. Para los Emiratos el principal enemigo es Irán. Todo esto a pocos kilómetros de Somalia, donde mueren niños de hambre.
Planeta Tierra, año 2011. Hay algo muy urgente que solucionar ya mismo. Los niños que mueren de hambre en Africa.
Hay que hacer un llamado a la moralidad universal. Los países que explotaron como esclavos durante siglos al pueblo africano deben sentirse hoy con el deber de terminar con el hambre allí.
Las iglesias cristianas todas, que callaron cuando se realizó el tráfico de esclavos, deben poner toda su organización en llevar alimentos a esos pueblos. Ni hablar de todos los países que tuvieron a la esclavitud durante siglos como algo normal.
No repitamos lo que ahora aparece en televisión cuando llega a Somalia un avión con alimentos para tres mil personas como algo digno de hacer conocer. No, debe ser una cadena aérea que asegure la alimentación básica y con expertos que promuevan proyectos de producción de alimentos para el futuro.
¿Y cómo solucionar la crisis mundial? Seamos un poco utopistas. La crisis es demasiado grande, la injusticia reina desde hace siglos. El sistema vota a Berlusconi y a Macri.
Pero ganemos distancia y veamos el futuro con fantasía, esa fantasía que nos muestra a todos los seres humanos que es posible un mundo sin hambre, sin guerras, sin fronteras, un mundo que quiere saber por fin lo fundamental: de dónde venimos, qué somos, qué es todo esto, la vida, la naturaleza, los pensamientos, el nacer y el morir.
Para llegar a la utopía de la gran solución llamar a congresos mundiales.
Como base, Naciones Unidas. Un congreso de filósofos, sociólogos y politólogos que busquen la forma de unir a todos los pueblos en un mundo sin fronteras, sin ejércitos, donde se respeten todos esos derechos proclamados por Naciones Unidas. Una sociedad mundial.
Al mismo tiempo, un congreso de todas las religiones junto a científicos representantes de los adelantos de las ciencias, para que lleguen a un acuerdo a fin de seguir adelante y explicar esa duda universal sin contestación alguna:
de dónde venimos, qué somos, qué es el universo, y a responsabilizarse de no llevar adelante ninguna agresión religiosa más y terminar leyendas de culto que han agraviado la paz entre los hombres.
Encuentros donde tengan valor las palabras amplitud, generosidad, comprensión, grandeza.
Llegar a ser humanos.
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Extraído de: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-173896-2011-08-06.html
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