El destino del hombre sobre el abismo de la vida
"Aquellos pensadores en los cuales todas las estrellas se mueven en órbitas cíclicas no son los más profundos; quien escudriña dentro de sí mismo como en un inmenso espacio cósmico y lleva en si mismo vías lácteas también sabe cómo sean irregulares todas las vías lácteas: ellas conducen dentro del caos y del laberinto de la existencia" ("La gaya ciencia", 322).
"... Ya en la primera obra, El nacimiento de la tragedia, emerge el juicio de Nietzsche sobre la parábola de la racionalidad occidental, que se constituye a partir de Sócrates.
Mientras en la tragedia la vida es afrontada en su terrible complejidad, conjuntamente hecha de dolor y de alegre ebriedad, el "hombre teorético" desde Sócrates en adelante se sustrae a aquella visión fascinante y terrible pretendiendo contener la realidad en la red tranquilizadora de los conceptos.
Con El nacimiento de la tragedia Nietzsche inaugura un método interpretativo de las formas del saber humano, que las reconduce a una actitud vital, una genealogía del saber que haga emerger "lo que está detrás" de la aparente neutralidad de la cultura y de la ciencia.
El sujeto luego puede construir una pluralidad de significados, ninguno de los cuales puede decirse absolutamente verdadero en si mismo, pero a lo sumo significante solamente a partir de la perspectiva desde la cual el individuo lo recrea:
así el ser ya no es considerado como dirigido por un "logos", traducible en la rigurosa sintaxis del discurso conceptual, sino sólo aparece como una miríada de añicos en que puede reflejarse la múltiple actividad interpretativa del sujeto.
Esta posición se consolida en el encuentro con el irracionalismo de Schopenhauer que proclama la esencia irracional de la realidad (dominada por la voluntad ciega).
La exasperada reacción al racionalismo termina por amplificar la distancia entre la realidad y su apariencia, negando cada posibilidad de racionalidad de la realidad, y remplazando a Dios (origen del todo) con el ciego impulso de la voluntad.
Pero una vez privado del logos, el mundo se vuelve sin sentido y se abre el espacio sólo para una "filosofía negativa", para una "mística de la ausencia", en la cual el hombre es abandonado a lo trágico.
Algo de esta trágica grandeza de lo humano Nietzsche la encuentra en un primer tiempo en la música de Wagner, original intérprete del heroísmo del alma alemana a través de un ideal aristócrata de la vida contra la mezquindad de la mentalidad burguesa; pero pronto también Wagner defrauda estos entusiasmos revelándose a sus ojos sólo como un oportunista presumido.
Pero el auténtico gran interlocutor que ocupa constantemente la atención de Nietzsche permanece el cristianismo, asimilado desde la tierna edad en el ambiente familiar, hacia el cual siente un dúplice sentimiento: de fascinación y atractivo por la figura de Cristo, y de repugnancia por las implicaciones morales, juzgadas como propias de una "moral del rebaño"..."
"... Del cristianismo Nietzsche coge pues el sentido de total apertura al misterio, pero no logra tolerar la que considera la degeneración de la fe paulina, es decir aquella negación de la vida y aquella mortificación del deseo que veía testimoniada por muchos cristianos, impregnados por el pesimismo luterano, así invadido por la desconfianza hacia el hombre y así distante de la percepción de la grandeza de la misericordia de Dios.
Del cristianismo él conoce un rostro casi femíneo, carente de una relación viril con el Dios desconocido, en el cual el sentimiento de grandeza del hombre es mortificado en una posición pietista y moralista de devoción a una divinidad dispensadora sólo de premios y castigos o a lo sumo de certezas banales..."
La forma del pensar nietzscheano
"El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el Superhombre, una cuerda por encima de un precipicio. Peligro pasar más allá, peligro la travesía, peligro el mirar atrás, peligro estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en esto, que él es un puente y no un objetivo: lo que puede hacerlo amar es el hecho de que él es un paso y un ocaso" (en "Así habló Zaratustra").
"... En este texto emerge con claridad que la cuestión central que Nietzsche quiere poner es de naturaleza antropológica:
¿quién es el hombre y cómo el sujeto puede relacionarse libremente con la realidad otorgándole sentido?
El problema central es la reconstitución del sentido de la tierra en una sustancial fidelidad a ella:
"El Superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: el Superhombre sea el sentido de la tierra. Yo les suplico, o mis hermanos, permanezcan fieles a la tierra, y no presten fe a los que les hablan de esperanzas ultramundanas!" (Así habló Zaratustra).
Pero recrear el sentido de la tierra significa reconocer que el hombre, en su subjetividad, no está constituido por la naturaleza inmutable de una especie preconstituida, sino es perenne tensión hacia la auto superación y por tanto es puente hacia algo distinto de si mismo, capacidad de reinventar, en el instante irrepetible, el sentido de su propio ser.
La condición previa de esta auto superación es la crítica radical de los presupuestos de la cultura y de la pretensión de verdad típica de la filosofía.
El más allá del hombre (el superhombre) se realiza si se libera de la esclavitud del pasado, que induce a buscar en la historia las causas de su propio ser o el origen del mundo:
es la tarea del "Crítico genealogista" que desenmascara la pretensión de la razón de sustituir la verdad (como suprema aceptación de la vida) con su propia voluntad de dominio.
Nietzsche se opone a una concepción del conocimiento que hace coincidir la esencia de las cosas con las mallas de la lógica, porque este tipo de ciencia es expresión del miedo de lo "distinto" que pretende homologar todo al ya conocido, como escribe en esta pieza del "Crepúsculo de los ídolos":
"El reconducir una cosa desconocida a una cosa conocida procura alivio, tranquiliza, satisface, y además da un sentimiento de potencia.
Lo que es desconocido da peligro, inquietud, preocupación; el primer instinto tiende a eliminar estos penosos estados de ánimo.
Primer principio: una cualquier explicación es mejor que ninguna explicación.
Ya que en el fondo únicamente se trata de una voluntad de deshacerse de ideas agobiantes, no se hace los difíciles acerca de los medios para liberarnos de ellas: la primera idea con la que lo desconocido se explica como conocido hace tan bien que se la cree como verdadera…
Así el instinto de causalidad está condicionado y excitado por el sentimiento del miedo.
La pregunta acerca de la causa no debe, si es posible, dar una causa por sí misma sino una cierta especie de causa, una causa calmante, libertadora, productora de alivio.
Si algo ya conocido, ya experimentado, inscrito en la memoria es establecido como causa, eso es la primera consecuencia de aquella necesidad.
Lo que es nuevo, jamás probado, extraño, es excluido como causa."
En el proceso cognoscitivo a la búsqueda de las causas interviene pues una motivación de tipo moral, unida a la debilidad de quien sólo busca en la causa una posibilidad de garantía respecto a lo desconocido:
lo que se hace pasar por verdad eterna refleja sólo el miedo que nace de la ausencia de explicación, insoportable para el filósofo metafísico.
La crítica a la filosofía presupone por lo tanto la crítica de los valores morales, y más radicalmente la demolición del presupuesto mismo de la existencia del valor, que se encuentra en la noción de alma como lugar de la aceptación de valores morales metafísicamente determinables.
En contraposición a la moralidad tradicional que presupone el alma como sustancia racional, Nietzsche cree que la moral proceda sólo del "resentimiento" de hombres mediocres que quieren mortificar la creatividad de hombres magnánimos:
la moral de los débiles que, vinculados sólo al pasado, no saben vivir el instante y por tanto meditan la venganza hacia quien vive el "ahora".
Así actúa el "moralista", que parte de la "mala conciencia" de su renuncia a la vida, de su “no” dicho a la existencia, para adherirse a la "moral del rebaño":
"Mientras cada moral aristócrata brota de un triunfante “sí” pronunciado a sí mismos, la moral de los esclavos dice desde el principio “no” a un "de afuera", a "otro", a un "no-yo"; y este “no” es su acción creadora.
Este derrocamiento del juicio que establece valores - este necesario dirigirse al exterior, en vez que hacia sí mismos - se conviene precisamente al resentimiento:
la moral de los esclavos necesita, para su nacimiento, siempre y en primer lugar de un mundo opuesto y exterior, necesita, para expresarnos en términos psicológicos, de estímulos externos para poder actuar en general:
su acción es fundamentalmente una reacción" (de Genealogía de la moral).
Ejemplo típico de esta actitud abandonista y subalterno es, para Nietzsche, la posición del cura judío y del cura cristiano, que provocan el nacimiento del "sentido de culpa" a través de su condena de la corporeidad y de la alegría de vivir:
y es de este punto que inicia la dura comparación-choque con el cristianismo.
La muerte de Dios y el nihilismo
A una primera lectura, la polémica con el cristianismo parece pues unida a una evaluación de tipo moral:
el cristianismo sería sólo la exaltación del sentido de culpa, la glorificación de una ascesis mortificante y contraria a la alegría de vivir, que proyectando la vida hacia el más allá induce a la asfixia de la libertad y a una fundamental "infidelidad a la tierra".
Emblema de esta imagen de cristianismo sería la figura misma de Cristo, el Dios crucificado, que quedó ahogado por su propia compasión, víctima de un Dios que se muestra sólo enemigo de la voluntad de vivir; un Dios que, lejos de ser Padre de misericordia, aparece curioso testigo de las profundidades del ánimo humano (también aquellas más despreciables), mostrándose escrutador tan entrometido del hombre que le impide ser libre. ¡Un Dios así tiene que morir!
"Sólo creería en un Dios que supiera bailar" o bien "Cantos mejores deberían cantarme para que yo aprendiera a creer en su redentor; sus discípulos deberían aparecerme más redimidos", así Zaratustra protesta contra una imagen moralista y pálida del cristianismo, visto que ha sido privado de su auténtica carga redentora.
En este sentido el grito "¡Dios ha muerto! yo lo maté" no es solo la extrema blasfemia de la humanidad incapaz de soportar sobre si misma la mirada divina como juicio sobre la vida, sino testimonia proféticamente el cumplirse de un acontecimiento histórico de alcance más amplio y decisivo:
el acontecimiento del ateísmo como resultado de la radical irreligiosidad de la cultura occidental.
La muerte de Dios nace del resentimiento de aquella cultura nihilista que ha eliminado cada posibilidad de relación con lo Absoluto, justificando esta sustancial irreligiosidad con el hecho de que era Dios quien no se hacía entender, terminando por "pecar con mucho gusto" respecto al hombre (como revela emblemáticamente a Zaratustra el último Papa ya "fuera de servicio"); por esto es mejor vivir sin ningún Dios, aceptando que el hombre se construya solo su propio destino, antes que honrar un fetiche ya sin sentido para la vida.
Como Zaratustra afirma, "mejor que nosotros mismos seamos Dios", y a él le contesta el último Papa: "¿Es tu misma religiosidad que ya no te hace creer en Dios? Tu desproporcionada honestidad te conducirá más allá del bien y del mal."
El Dios que escudriñaba de manera indiscreta lo íntimo del hombre, el Dios dispensador de castigos y mortificaciones de los instintos más auténticamente inmediatos, no podía no ser matado aunque de este delito Nietzsche no se siente responsable ejecutor sino sólo profeta.
En efecto él cree preanunciar lo que ya está cumplido pero que todavía no ha sido comprendido totalmente, un acontecimiento de alcance universal destinado a cambiar los destinos de la humanidad, una novedad inédita en la historia (¡jamás en efecto había ocurrido que fuese negada la referencia a la divinidad, según una forma de ateísmo que elimina hasta la pregunta sobre Dios!).
"Lo que cuento es la historia de los próximos dos siglos. Describo lo que vendrá, lo que ya no podrá venir de otra manera: la llegada del nihilismo.
Esta historia ya puede ser contada desde hoy, porque aquí está actuando la necesidad misma. Este futuro ya habla con miles de señales, este destino se anuncia por todas partes; todas las orejas ya están levantadas por esta música del futuro.
Toda nuestra cultura europea ya se mueve desde hace mucho tiempo con una tensión torturante que crece de década en década, como si se encaminara hacia una catástrofe:
inquieta, violenta, impetuosa, como un río que quiere desembocar, que no se recuerda más, que tiene miedo de recordar"
(en los Fragmentos Póstumos).
Hace falta pero darse claramente cuenta de que este acontecimiento coincide con la pérdida de cada punto de referencia, con la ausencia de un horizonte verídico capaz de proveer la orientación necesaria a la existencia, conduciendo así a la locura testimoniada en esta página de "La Gaya Ciencia", dedicada al hombre loco que anuncia el asesinato de Dios de parte de la humanidad:
"... ¿No han oído nunca hablar de aquel loco que en pleno día encendió una linterna, corrió al mercado y gritó sin tregua: "¡Yo busco a Dios! ¡Yo busco a Dios!"?
Ya que se encontraban allá muchos de aquellos que no creen en Dios, el loco provocó una gran risotada,
"¿Pues Dios se ha perdido?" un hombre preguntó. "¿Se ha perdido como un niño?" otro preguntó. "¿O se tiene escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?". Así gritaban y se reían entre ellos.
El loco saltó en medio de ellos fijando la mirada en ellos. "¿Adónde se ha ido Dios?" él gritó. "Yo lo quiero decir a ustedes. ¡Nosotros lo hemos matado, ustedes y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos!
¿Pero cómo hicimos eso? ¿Cómo pudimos beber todo el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte? ¿qué hicimos cuando despegamos la Tierra de la cadena de su Sol?
¿En cuál dirección nosotros nos movemos? ¿Lejos de todos los soles? ¿Nosotros nos precipitamos continuamente? ¿Atrás, por un lado, hacia adelante, por todas las partes? ¿Todavía hay un alto y un bajo?
¿No volamos nosotros como a través de una nada sin fin? ¿No sopla sobre nosotros el espacio vacío? ¿ Quizás no hace más frío?
¿No sobreviene continuamente la noche, siempre la noche? ¿No se tienen que encender las linternas por la mañana? ¿No oímos todavía nada del ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No sentimos ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se pudren!
¡Dios ha muerto! ¡Dios queda muerto! ¡y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podemos consolarnos nosotros, los asesinos de todos los asesinos?
Lo que de más santo y de más potente poseyó hasta ahora el mundo fue desangrado por nuestros cuchillos. ¿Quién borra de nosotros esta sangre? ¿Con cuál agua podremos purificarnos? ¿Cuál solemne expiación, cuáles juegos sagrados tendremos que inventar?
¿La grandeza de este hecho no es demasiado vasta para nosotros? ¿Nosotros mismos no debemos volvernos Dioses, para parecer dignos de aquella grandeza?
No hubo nunca un hecho más grande, y quien nacerá después de nosotros pertenecerá, a causa de aquel hecho, a una historia más grande de lo que haya sido hecha hasta ahora, cualquier historia!"…
Se cuenta todavía que aquel loco entró el mismo día en muchas iglesias e allí entonó su "Requiem aeternam Deo"..."
"... El anuncio de la muerte de Dios señala así el fin de la posibilidad misma de la verdad y pone una abismal privación de cualquier punto de referencia.
Con la destrucción de la metafísica como pretensión de construcción de un universal mundo de valores, no muere solamente una tradición filosófica, sino termina la posibilidad misma del significado y por lo tanto se abre el espacio para la total absurdidad de la realidad.
A la caída de los valores, es decir, de los puntos de apoyo tradicional, el superhombre responde aceptando el destino trágico del no-sentido, realizando la "transmutación de los valores" a través de las metamorfosis del espíritu, que lo reconducen a la inmediatez del "niño" que sabe recrear el sentido de la realidad en la alegre aceptación del eterno retorno de lo Igual (Amor Fati, precisamente de la concepción cíclica del tiempo típico de la tragedia griega).
Así Nietzsche reemplaza la figura de perfección del Santo cristiano con el valor del héroe trágico, que acepta poner su voluntad como única fuente de los valores, en una concepción de la libertad por la cual el sujeto queda suspendido sólo al vacío de su propia "voluntad de", sin poder experimentar la plenitud de una "voluntad para".
El tiempo, ya no pensado en sentido rectilíneo como en la visión hebreo-cristiana, es concebido de manera circular, así que, exaltando la plenitud del instante que vuelve eternamente, asigna al sujeto la tarea de recrear el sentido de las cosas en la inmediatez del espíritu dionisíaco, espíritu que repite el propio “Sí” a la vida en el desenfreno de la danza.
En esta visión vitalista, es la voluntad de potencia del superhombre la que recrea el sentido de la tierra, y con eso Nietzsche signa el fin de una concepción de la racionalidad como el reflejar la verdad de las cosas:
con la muerte de Dios se elimina la posibilidad misma de pensar la verdad, y emerge la trágica ausencia del origen, frente a la cual el hombre es abandonado a la condición de un "niño" que puede sólo amar el instante.
Después de que el hombre se ha autoproclamado Dios, el único camino posible es aquello del nihilismo y de lo absurdo que la danza de Dionisio expresa, pero que parece tener como único resultado la locura.
Y en Nietzsche la locura se consume en la total apatía de sus últimos años, que parece casi querer expresar simbólicamente la imposibilidad de vivir por algo menos de lo absoluto:
él así termina por interpretar dramáticamente sobre si mismo la experiencia de aquel hombre loco de "La gaya ciencia", que no logra resignarse a la ausencia del rostro divino en el horizonte de su existencia.
Para una síntesis crítica
El tema central que se ha identificado hasta aquí como clave para comprender el pensamiento nietzscheano es aquello de la búsqueda del "sentido", o sea del nexo entre sujeto y objeto, partiendo de la idea que ello debe ser cogido en la inmediatez creativa de la intuición y dentro de una absoluta fidelidad a la tierra.
Tal fidelidad implica la destrucción de las presuntas certezas del racionalismo y de la ciencia y la superación de los tradicionales vínculos lógico-formales de la metafísica, hasta la abismal afirmación nihilista de la ausencia del origen (muerte de Dios).
El resultado de este progreso es pero, como hemos notado, la destrucción misma de la subjetividad (locura), ya que el sujeto viene a encontrarse en la dramática situación de un choque titánico entre el yo que quiere poner por sí mismo el sentido del todo, y la realidad que huye en todo caso de cada tentativa de explicación exhaustiva que la detenga dentro de los esquemas de la cultura dominante.
Cada tentativa de auto redención del hombre choca así con el carácter trágico de la existencia, incluida dentro del ritmo circular del Eterno Retorno.
Al pensamiento sólo queda la tarea de ser "escuela de sospecha", tensión a desvelar tras los conceptos universales la máscara de intereses particulares, para abrir el espacio a un "pensar perspectivo", un pensar de la alteridad y de la diferencia que indica conjuntamente la necesidad y la inaccesibilidad de la trascendencia, la cual pero queda últimamente ausente.
Esta filosofía negativa ha sugestionado ciertamente nuestro siglo, expresando su trituración cultural, y ha puesto de modo nuevo algunas fundamentales cuestiones, que retomamos para dar una evaluación total del pensamiento de Nietzsche.
Elegimos en particular tres de ellas: la cuestión de la verdad en relación con la razón, la pregunta sobre el hombre y sobre su liberación, la interpretación del cristianismo y el problema de Dios en el mundo post-cristiano.
Así la verdad ya no se presenta como manifestación de la evidencia del ser a la subjetividad, sino como producto de la "voluntad de potencia" que quiere plasmar sus propios contenidos, como Hans Barth agudamente anota:
"En el proceso cognitivo se esconde la voluntad de potencia, que no está interesada en la voluntad en el sentido de la validez general del juicio, sino exclusivamente en el dominio de las cosas y de los acontecimientos con el objetivo de extender la vida. El problema de la verdad se transforma así en un problema de fuerza " (H. Barth, Verità e ideologia [Verdad e ideología], Bolonia, Il Mulino, 1971, pág. 262).
Pero la identificación de la verdad con la voluntad de potencia se vuelve posible por el olvido del fundamental principio de la permanencia del ser, aquel olvido del niño que no necesita recordar que tras cada fragmento de realidad y más allá de cada apariencia queda la consistencia del mismo ser, porque le basta recrear el juego perspectivo de la interpretación, para construir instante por instante su verdad.
Ya no se habla de la verdad como un revelarse, a través de la analogía de los entes finitos, del rostro trascendente del Ser en su absolutidad, sino sólo del volver a crearse del juego del sujeto que interpreta en absoluta autonomía.
Esta posición es la consecuencia de una exaltación de la subjetividad de la cual la cultura alemana ha sido intérprete desde el subjetivismo religioso de Lutero hasta la moral de Kant, desde la filosofía del yo de Fichte hasta la pretensión hegeliana de sustituir la fuerza creadora del pensamiento increado (Dios) de la metafísica clásica.
El resultado de este proceso, una vez que se ha perdido la originaria apertura al ser, es inevitablemente la eliminación del horizonte mismo de la verdad, y Nietzsche ha individuado claramente esta naturaleza nihilista de la filosofía y de la cultura moderna.
El problema del hombre
El hombre nietzscheano, una vez privado de la memoria de si mismo y de la permanencia del ser, aparece como el eterno niño que busca la ebriedad juvenil del "Yo soy" en la misma autoafirmación dentro del instante.
Es un hombre que vive sin resentimiento, pero suspendido trágicamente a la ausencia de sentido y detenido en una libertad que sólo le permite aceptar el destino.
Esta imagen de hombre vuelve imposible concebir la "libertad para", pero sólo afirma la "libertad desde" como negación de la historia y rechazo de cada memoria del tiempo y la "libertad de" como voluntad de potencia aristocráticamente afirmada.
Tal posición de la voluntad de potencia reemplaza la figura de la perfección (encarnada en el sabio filósofo o en el santo cristiano) con aquella del heroísmo trágico, en la que toda la dignidad está puesta en la aceptación del flujo de los acontecimientos medidos por un destino de desesperada fidelidad a la tierra.
La comparación con el Cristianismo
El ateísmo proclamado por Nietzsche no es sólo la expresión de un personal rechazo de Dios, sino es la declaración de la imposibilidad de dirigirse a él de manera sensata como término de referencia última del hombre. Con la muerte de Dios es señalado el fin de cada forma de platonismo, o sea de una concepción trascendente de la realidad que se asume como fuente de valores morales absolutos.
Pero según Nietzsche el ateísmo moderno no es más que el cumplimiento de aquella parábola irreligiosa con la que la filosofía moderna ha reducido el cristianismo a doctrina o a pura moralidad (según la idea kantiana de la religión en los límites de la pura razón natural).
Con Hegel se ha cumplido el proyecto burgués de la crítica al Cristianismo, que es privado de su absoluta novedad de acontecimiento histórico irrepetible que comunica la presencia de Dios en la carne de la historia humana, para ser reducido a momento del desarrollo racional de la historia del espíritu. Así la religión se convierte en mera justificación de un esquema filosófico o legitimación de "valores", que más bien a Nietzsche recuerdan sólo una moral de "rebaño".
En tal visión Dios se convierte en el adversario de la vida y en el antagonista de la libertad humana, y la figura de Cristo se transforma en simple ejemplo moral, falta de su verdad de presencia capaz de satisfacer las reales exigencias del hombre..."
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Extraído de: http://kaire.wikidot.com/nietzsche-reflexiones-sobre-una-filosofia
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