1. El maestro es fundamentalmente un ser humano libre, alguien que, por lo tanto, no precisa de nosotros.
El maestro no nos somete, ni sojuzga, ni nos pide nada a cambio.
El maestro contagia libertad.
2. Hoy, el maestro no es un sustituto de nada: religión, creencias… etc.
El maestro no viene a llenar ningún vacío, sino que, contrariamente, está aquí para vaciarnos de cuanto es un lastre; y las creencias religiosas o de otro orden, lo son.
3. El maestro acaricia pero también corrige; sonríe pero también frunce el ceño.
Al igual que el amor o el sol, el maestro reconforta y... confronta.
4. El maestro no está para que se le rinda pleitesía sino para servir (es un jâdim, un sirviente), pues en tanto que ser humano de profunda espiritualidad siente la necesidad de compartir con el otro esa otra mirada de la realidad a la que nos referíamos antes.
5. El maestro es un posibilitador, el detonante que facilita el despertar; no dispensa creencias, nada en qué creer, ni da recetas o fórmulas mágicas, sino pistas que indagar y verificar.
6. El maestro despierta en nosotros la capacidad de confiar en lo que a falta de mejor expresión llamo nuestra fuerza-certeza interna.
7. Es el que nos muestra que de todo -libro, situación, naturaleza…- y todos se puede aprender.
Ahora bien, un maestro es una persona, no un libro.
Que el maestro despierte en nosotros la capacidad de aprender de todo, de leer el mundo desde la desegocentración y la libertad, no significa que todo sea un maestro.
Al libro lo puedo manipular, sobre todo si mi aproximación no es lo suficientemente desinteresada, pero al maestro no.
Abrirse al maestro nos permite saborear la presencia del maestro en nuestro interior y en todo.
8. En la relación con el maestro se dan al mismo tiempo:
a) la libertad ya antes aludida, y
b) un compromiso que no es sumisión (¡se ha de saber con quién se cuenta en el camino!).
Se dice en el Romance del Conde Arnaldos: "Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va".
Por lo tanto, aquí se impone decir que existen niveles diferentes de compromisos y de intensidades en el camino y convendrá no juzgarlas, puesto que para lo que para uno es atadura para otro será liberación.
9. El camino es siempre individual, nadie lo hace por nadie, pero la presencia del otro suma.
El adagio derviche dice: “Trabajamos juntos pero solos”.
10. El maestro solo está paso y medio por delante del resto.
Por eso, puede guiar, porque es cercano, próximo, no alguien divinizado al que solo me queda creer o someterme o adorar.
11. El maestro comparte fundamentalmente heridas y cicatrices del camino, no teorías.
12. Hable el lenguaje espiritual que hable, el maestro es universal.
Como reza un adagio derviche: “El maestro lo es para todo el mundo”
-incluyo aquí a los grandes maestros del pasado, por supuesto-.
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